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Repensar el trabajo. Mujeres, trabajo y cuidados

Entrevista con Cristina Borderías

Silvia L. Gil
Imágenes color Catálogo Posguerra: publicidad y propaganda [1939-1959], Madrid, CBA, 2007
Imágenes B/N www.galleteras.net (proyecto Galleteras. Memoria activa realizado por Pripublikarrak)

Cristina Borderías, feminista, historiadora y profesora del Departamento de Historia Contemporánea de la Universidad de Barcelona, ha desarrollado su carrera en el campo de investigación de las relaciones entre el trabajo y la identidad femenina. En particular, ha realizado importantes contribuciones al debate feminista en torno a la importancia del trabajo reproductivo y de cuidados en nuestras sociedades.

Desde hace varias décadas una parte significativa de sus investigaciones se centra en las nociones de trabajo e identidad de género. ¿Qué relación existe entre ambas?

No creo que los conceptos de trabajo e identidad pertenezcan a dos campos separados. La sociología se ha ocupado, entre otras cosas, de la relación entre identidades de género e identidades profesionales; en el campo de la historia, en el que yo trabajo, se ha explorado este vínculo desde distintos puntos de vista, por ejemplo, analizando desde la perspectiva de las corrientes culturalistas la influencia de los discursos y las identidades de género en la conformación de las culturas del trabajo, en oficios o profesiones determinados. La historia ofrece numerosos ejemplos de cómo algunas profesiones se han construido ligadas a los valores de masculinidad (los mineros, los metalúrgicos, etc.) o de femineidad (las telefonistas, las enfermeras, etc.). Esta relación entre identidad de género y cultura o identidad profesional ha reforzado la diferenciación socioprofesional, la designación de estatus, la determinación salarial y ha sido fuente de exclusiones. Otra dimensión de esta relación es el hecho de que las formas de organización del trabajo dependen muchas veces del género de los trabajadores: desde la tecnología que se implanta en determinados procesos laborales a las modalidades de trabajo, las formas de control de la productividad, el tipo de jerarquía, los contratos, los salarios… todo ello depende del sexo de la mano de obra que el empresario contrata.

En los años setenta la historiografía española estaba aún muy atrapada en el paradigma del atraso español. Los libros de historia de esa época están llenos de referencias a las bajas tasas de actividad femenina y a la mentalidad o identidad tradicional de la población en general y de las mujeres en particular, lo que se esgrimía para explicar por qué las mujeres españolas trabajaban menos que las europeas. Desde estos textos se afirmaba, además, que era preciso cambiar la mentalidad de las mujeres, modernizar la identidad femenina antes de que las tasas de actividad se pudieran asimilar a las de otros países europeos. Hoy nuestra perspectiva está muy alejada de estos supuestos, entre otras cosas porque sabemos que las tasas de actividad femenina en aquellos años no eran inferiores a las europeas: el problema derivaba, simplemente, del subregistro de la actividad femenina en nuestros censos de población, por no hablar de la ahistoricidad del concepto de «identidad tradicional». Ese era otro de los aspectos del problema que me interesaba: cómo la historia definía lo que era una «identidad tradicional» (refiriéndose a las mujeres, a la identidad femenina) y cómo esa identidad se asociaba con el no trabajar fuera de casa o no ganar un salario. Y, por encima de todo, quería confrontar esas construcciones historiográficas con la forma en que las propias trabajadoras vivían la relación entre su trabajo y su identidad.

La categoría de trabajo aparece generalmente vinculada a la de empleo que, a su vez, está muy ligada a la actividad masculina. ¿Cómo afecta esta identificación entre empleo y trabajo al análisis de la organización de la sociedad? ¿En qué lugar deja, por ejemplo, el trabajo doméstico?

A estas alturas, la investigación histórica, la sociología y la economía han mostrado de manera incontestable que tanto los sistemas económicos pasados como las sociedades actuales resultan insostenibles sin la gran masa de trabajo doméstico que aportan las mujeres. Esta visibilización de la importancia del trabajo doméstico ha sido, de hecho, una de las contribuciones más relevantes del feminismo en el último siglo. Así, se ha calculado la importancia del trabajo doméstico en términos de su valor monetario, de PIB, de horas de trabajo, de cuidados, de contribución a la calidad de vida... Nadie cuestiona ya el alcance y el valor económico del trabajo doméstico, pero eso no quiere decir que sea un tema al que se conceda la debida importancia. El trabajo mercantil, el empleo y el desempleo siguen ocupando una posición privilegiada.

La cuestión hoy no es tanto conceptual como política. Las instituciones siguen dando por supuesto que el trabajo doméstico y el cuidado de los hijos, de las personas enfermas o mayores, son responsabilidad de las mujeres. Se considera que son las mujeres las que han de conciliar el trabajo mercantil con el trabajo doméstico; se fomenta que las mujeres se ocupen de las personas que necesitan cuidados, que subordinen su carrera a sus «obligaciones domésticas». Así, no se pone coto a los horarios de trabajo, no se invierte lo suficiente en guarderías o en centros de día y residencias para personas mayores, ni tampoco en la formación y los salarios de los cuidadores. El trabajo doméstico, el trabajo de cuidados, es una responsabilidad social. Si no lo asumimos, el sistema resulta insostenible: las mujeres tienen cada vez menos hijos, los hijos acusan de distintas formas la centralidad del trabajo mercantil en la vida de sus padres y la falta de un sistema educativo adecuado a la nueva sociedad, la calidad de vida se resiente y el malestar de mujeres, hombres e hijos se manifiesta de distintas formas.

Otro de los puntos en los que ha hecho hincapié ha sido en la necesidad de invertir la perspectiva usual a la hora de hablar de las mujeres, que de aparecer como sujetos pasivos, sometidas a las condiciones sociales, políticas y económicas, pasan a considerarse agentes de cambio y protagonistas en la construcción del mundo y la realidad.

Aunque resulte actual en muchos sentidos, creo que es preciso tener en cuenta el contexto en el que se formuló esa propuesta. En los años setenta la investigación sobre la historia del trabajo de las mujeres se había centrado casi exclusivamente en dos cuestiones: el aparato legislativo y la estructura del mercado de trabajo. En este último caso, además, a partir de fuentes que subregistraban sistemáticamente el trabajo de las mujeres. Por otra parte, en ese momento, en España, el trabajo doméstico seguía siendo invisible para las ciencias humanas y sociales. La mujer aparecía como un sujeto completamente marginal al desarrollo económico, en la medida en que no se había puesto de relieve la importancia de su trabajo mercantil ni se apreciaba la contribución del trabajo doméstico a las economías familiares. Así pues, cuando hablaba de invertir esa perspectiva, me refería básicamente a dos cuestiones. En primer lugar, a la necesidad de sacar a la luz la contribución de las mujeres al cambio económico, social y político, analizando sus experiencias laborales y familiares. En segundo lugar, al análisis del modo en que las mujeres se apropiaban de sus formas de existencia para producir nuevos significados, esto es, la manera en que, dentro de determinadas constricciones estructurales, eran también agentes sociales de cambio en la familia, en el trabajo y en su propia vida, en la configuración de sus identidades.

Muchos análisis, incluidos los del pensamiento crítico de tradición izquierdista y raigambre marxista, siguen considerando la esfera productiva como único eje relevante en las relaciones económicas y sociales, olvidando los vínculos con la esfera reproductiva. ¿Qué crítica se plantea desde el feminismo a esta perspectiva? ¿Qué relación existe entre el trabajo reproductivo y de cuidados y el trabajo productivo?

La historia del pensamiento económico nos muestra una progresiva reducción del concepto de trabajo a la producción de mercancías y una marginación del proceso de reproducción social en comparación con la atención que éste recibía en la época de la economía clásica, en la obra de autores como Smith o Marx. Hoy, la economía y la política continúan centrándose en el trabajo como empleo. Los problemas fundamentales siguen siendo el crecimiento económico, el aumento de la tasa de empleo, la productividad o la tecnología. Aún hoy se sigue considerando banal ocuparse del trabajo doméstico a pesar de que, como muestran todas las estadísticas oficiales europeas, constituye una masa de trabajo muy superior a la que representa el trabajo asalariado. El trabajo doméstico no pagado que se desarrolla en las familias es imprescindible para que las personas puedan trabajar para el mercado. Provee el cuidado material y psicológico de los seres humanos y permite que éstos desarrollen sus capacidades, disfruten de salud y equilibrio. En este sentido, las exigencias del mercado laboral que, además, en las últimas décadas está prolongando los horarios laborales y haciendo más rígidas las exigencias del trabajo, obliga a los trabajadores a delegar el trabajo doméstico en otras personas. En realidad, el modelo del trabajador asalariado que emerge con el capitalismo es el de un individuo «liberado» del trabajo doméstico y falsamente independiente.

El pensamiento feminista ha subrayado cómo esta división sexual del trabajo que adscribe a los hombres a la producción de mercancías y a las mujeres al trabajo doméstico es un rasgo estructural del sistema capitalista. La otra gran crítica feminista se centra en el hecho de que el Estado del Bienestar se ha basado en la figura del trabajador a tiempo completo, de modo que los derechos sociales corresponden a quienes trabajan para el mercado, y las mujeres que se dedican al trabajo doméstico sólo acceden a ellos como «beneficiarias» de un trabajador asalariado, lo que agrava los problemas de la pobreza femenina. El problema hoy es que la creciente presencia «a tiempo completo» de las mujeres en el mercado de trabajo y su resistencia a seguir asumiendo lo que se ha llamado la doble jornada laboral está haciendo insostenible la continuidad de este sistema, lo que se agrava por la intensificación del trabajo de cuidados que requiere el envejecimiento de la población.

Hoy se habla más de cuidados que de trabajo reproductivo y se subraya su dimensión afectivo-comunicativa. ¿Qué se entiende exactamente por trabajo de cuidados?

Efectivamente, en los últimos años ha habido un deslizamiento progresivo desde el concepto de trabajo doméstico o de reproducción social al de cuidados. La primera noción era más impersonal, hacía referencia principalmente al sistema económico, así como a las relaciones de poder que subyacían a la división sexual del trabajo. En cambio, el concepto de «trabajo de cuidados» enfatiza la complejidad del trabajo doméstico que, además de los aspectos materiales, tiene dimensiones psicológicas, emocionales y éticas. Da importancia a la «calidad» del trabajo. Ahora bien, esta revalorización corre el riesgo de limitarse a un mero reconocimiento simbólico, lo que puede incluso servir para reforzar la división sexual del trabajo. Creo que hay un riesgo efectivo de «ensimismamiento», de nuevo «esencialismo». Frente a ello creo que hemos de utilizar esta revalorización como una oportunidad teórica y política para poner en cuestión la organización del sistema económico. Es un concepto cuyo interés y potencia reside precisamente en su utilización como perspectiva crítica opuesta a los valores de la cultura productivista.

¿Cree que la crisis de los cuidados que está teniendo lugar en nuestras sociedades puede entenderse como el resultado de un deseo de huida de las mujeres de su destino de madres y cuidadoras? ¿Se podría utilizar esta tensión para potenciar otras formas y modelos de organización social?

Me parece una idea interesante. Creo que las mujeres efectivamente han dicho «basta» de muchas maneras: rechazando el matrimonio y buscando alternativas a la familia tradicional, renegociando las relaciones con los hombres o reduciendo el número de hijos. El creciente malestar físico y psíquico en muchas mujeres, del que hablan cada vez más médicos y psicólogos, expresa simultáneamente una sobrecarga laboral y la resistencia a seguir asumiéndola. Creo que los políticos no se han dado cuenta aún de la gravedad del problema. Buena parte de las nuevas leyes –la de dependencia, la de conciliación e incluso la de igualdad– evidencian una doble ceguera a la insostenibilidad del sistema y a las necesidades de las mujeres. Esas leyes siguen delegando en las mujeres la responsabilidad del trabajo doméstico y desvalorizando el trabajo de cuidados. En mi opinión, hay tres cuestiones claves que las políticas públicas deberían abordar: en primer lugar, la revalorización del trabajo doméstico y de cuidados, lo cual implicaría, en segundo lugar, revalorizarlo también cuando se desarrolla de manera profesional en el mercado y, en tercer lugar, la descentralización del trabajo mercantil como núcleo de la vida personal generador de derechos sociales, y la consideración del trabajo de cuidados como una responsabilidad social, una contribución al bienestar humano y, consecuentemente, una fuente de derechos a igual título que el trabajo asalariado. Sólo así podría tener éxito la reivindicación de la redistribución de la carga total de trabajo.

Género y políticas del trabajo en la España contemporánea, 1836-1936, Barcelona, Universidad de Barcelona, 2008 [ed.]

Joan Scott y las políticas de la historia, Barcelona, Icaria, 2006 [ed.]

La Revolució Francesa, Barcelona, Universidad de Barcelona, 1999 [en colaboración con Jaume Suau Puig]

Las mujeres y el trabajo. Rupturas conceptuales, 1994 [comp.]

Trabajo e identidad femenina en la España contemporánea.
La Compañía Telefónica 1924-1980
, Barcelona, Icaria, 1993

JORNADAS TRABAJO DE LAS MUJERES:
LEGISLACIÓN, SINDICALISMO Y FEMINISMO 1900-2007


03.10.07 > 31.10.07

PARTICIPANTES CRISTINA BORDERÍAS • CARMEN BRAVO • ALMUDENA FONTECHA • SOLEDAD MURILLO • GLORIA NIELFA • MARCOS PEÑA • CARMEN SARASÚA
ORGANIZA AMESDE
COLABORA CBA