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Bonifacio. Entre lances y óleos

José Luis Merino
Fotografía Eva Sala

Buen amigo de Bonifacio, el crítico de arte y periodista José Luis Merino, regentó en los años sesenta la galería Grises de Bilbao. Allí expondría Bonifacio en diversas ocasiones, la primera en 1966, en una muestra en la que vendió todos los cuadros. Minerva recupera esta breve entrevista que mantuvieron hace seis años.

¿En qué medida ha cambiado tu pintura desde los inicios de pintor hasta el ahora mismo?

Claro que he tenido que cambiar, y mucho. Ahora le tengo más miedo.

¿En el momento de poner en el lienzo los primeros trazos abstractos te sorprendieron los resultados?

Hay veces en que miro algunos de mis cuadros y creo que no los he hecho yo. Me sorprende. Y, sin embargo, otras veces he tenido que pintar un cuadro setenta veces para que me llegue a gustar algo.

¿El paso de los años hace a la mano más sabia?

Esto de la pintura es como lo de los toreros: hay que tener buen juego de muñeca. Depende mucho de la muñeca. De ahí salen las cosas.

¿Las fases por las que has pasado se toman como un quemar etapas o, por el contrario, viene a ser una acumulación de empalmes con lo mejor de cada fase?

De eso último. En la suma de experiencias está todo. Se dejan los errores, o se olvidan, para tomar los aciertos de cada fase por la que uno va pasando a lo largo de su vida como pintor.

¿Te sorprendió que no te llamaran cuando se creó el grupo Gaur?

Como no creían que yo era pintor, no me sorprendió para nada. En mi fuero interno me dio bastante disgusto que no contaran conmigo. Me molestó mucho, pero a la vez me di cuenta que no me tomaban en serio como pintor.

No sería por edad, puesto que tú eras mayor que alguno de ellos…

No, simplemente creían que pintaba por pintar. La verdad es que ahora sigo pintando por pintar. Yo nunca he sido un profesional, sino un aficionado. Y continuaré siéndolo mientras viva.

¿Sigues poniéndote en guardia contra los que, al hablar de tu pintura, apelan al tópico de que fuiste torero?

Me encorajina bastante, porque no entienden nada de lo que es el toro.

No obstante, eres tú quien alude constantemente a los toros al hablar de pintura…

Porque el arte tiene mucho que ver con los toros. Existe la misma gentecilla. Colegas que delante de ti te ponen una cara y detrás van diciendo perrerías de tu pintura. Ah, eso sí, también hay gente extraordinaria, como personas y como pintores. Y en los toros pasa igual.

Sin caer en ese tópico, ¿me dejas que te pregunte sobre quién de estos dos personajes hubieras querido ser: Picasso o Antonio Ordóñez?

En pasados años hubiera preferido ser Antonio Ordóñez. Ahora me quedo con el deseo de haber querido ser Picasso.

¿Has variado mucho o poco respecto a los artistas que te gustaron en tus primeros inicios como pintor?

Más que mucho, muchísimo. Por ejemplo, no sé qué me pasaba con Tàpies que no entraba en su pintura. Sin embargo, ahora me interesa sobremanera. Sobre todo porque le veo en la misma onda de los maestros orientales, cuando aducían aquello de menos es más. Que es lo que hace Tàpies y es lo que quiero hacer yo. No quiero pintar como Tàpies, pero quiero realizar una pintura sobre eso de menos es más. Y lo veo muy difícil. Por eso ahora admiro a Tàpies muchísimo. Yo siempre he sido muy barroco y ya estoy de barroquismo hasta la coronilla…

¿Con la madurez, el gusto por pintar tiene un sentido más profundo, e incluso comporta una carga existencial mayor?

Ahora sólo me interesa pintar. Todo lo demás sobra.

Tu vida de pintor se apuntala sobre cuatro ciudades: San Sebastián, Bilbao, Cuenca y Madrid, por ese orden. ¿Qué te aportó cada una de ellas?

Que de San Sebastián me echaron porque no vendía un cuadro. En Bilbao tuve que trabajar en la Imprenta Industrial de publicista. En Cuenca que me iba a pescar al río Júcar. Bueno, dicho más en serio: todos esos lugares me han aportado cosas. Es como las mujeres. De todas aprendes algo. Hasta que llega el momento que prefieres vivir solo. Ya has aprendido tanto que dices: «mejor es estar solo».

¿Posees alguna aspiración mayor que el hecho mismo de poder pintar todos los días? ¿De verdad se llega a un punto en el que lo demás casi no cuenta, como la fama, la gloria, etc.?

¿Qué es eso de la fama y la gloria? No son otra cosa que palabras altisonantes. Sólo importa el que tengas ganas de pintar.

¿Has pintado alguna vez bajo la influencia de la música?

Yo he pintado bajo los influjos de todo. Y cuando digo todo, es todo lo imaginable y algo más. Pero ahora es el momento en que me molesta hasta la música.

¿Por qué has sido siempre tan refractario a hablar de tu pintura?

Porque yo no sé hablar; sólo sé pintar, y no estoy muy seguro de ello.

¿La maestría llega cuando el artista es capaz de dibujar con el color?

Hay una frase de Miguel Ángel que es extraordinaria. Dice: «ahora que estaba aprendiendo me he quedado ciego». Y se murió después.

Se palpa que das ahora mucha importancia al hecho mismo de la madurez del pintar, que se va adquiriendo una cierta sabiduría con el paso de los años…

Eso es igual que los toreros. Los toreros buenos. Esos toreros que van a sentirse y no los que van a por la peseta sin pensar en hacer el toreo bueno.

Y vuelta al tema de los toros…

Será porque siempre estoy con toreros; o ellos conmigo, ya que muchos de ellos me dicen que les hubiera gustado ser pintores. Y yo les digo: «si queréis cambiamos». José María Manzanares, que quiere ser pintor; Julio Aparicio, que quiere ser pintor. Y yo quiero ser torero, les digo.