De turbantes parlantes
Entrevista con Pierre Bourdieu
Fotografía LUIS ASÍN / Traducción ANA USEROS
Pierre Bourdieu (Denguin, 1930-París, 2002) es uno de los sociólogos y pensadores más importantes de la segunda mitad del siglo XX. Aunque se dio a conocer mundialmente por sus análisis de las sociedades occidentales contemporáneas, Bourdieu fue un gran conocedor del Magreb. De hecho, residió en Argelia entre 1955 y 1961. Esta estancia de seis años fue determinante para su trabajo, pues allí afinó a pie de campo sus herramientas de análisis y puso muchos de los fundamentos de su pensamiento. A continuación, reproducimos una entrevista con Pierre Bourdieu de Anna Schlosser y Franz Schultheis, comisario de la muestra Pierre Bourdieu. Imágenes de Argelia, en la que analiza las relaciones entre Occidente y el mundo islámico. La conversación tuvo lugar apenas un mes después de los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos.
Hace pocas semanas se publicaba la traducción alemana del segundo volumen de sus intervenciones intelectuales: Contrafuegos. ¿En qué consiste la misión del intelectual en situaciones como la crisis actual?
Yo empecé a ejercer la sociología cuando me reclutaron para el servicio militar en Argelia, por razones que se podrían calificar de políticas. Quería poner medios a disposición de los franceses para que pudieran hacerse una idea realista de la situación en aquel lugar. En aquel momento me di cuenta de que las cosas que se discuten en el ámbito de la política no pueden ser únicamente objeto de tomas de postura personales. La tarea no consiste sencillamente en expresar opiniones, por muy nobles y progresistas que estas sean, sino en proporcionar un cuadro lo más auténtico posible de la realidad y, mediante esto, proporcionar razones para la acción. Entonces emprendí un trabajo científico que en sí mismo no es un fin, sino que busca llenar un vacío político o, mejor dicho, un vacío de la pedagogía política. Pero esto es algo totalmente distinto a elaborar un programa político magnificado con legitimaciones científicas. En este contexto reivindico desde hace ya bastante tiempo que se instituya un «intelectual colectivo», es decir una organización que reúna a especialistas, economistas, sociólogos, etnólogos e historiadores que decidan poner sus competencias combinadas a disposición de los ciudadanos para proporcionarles instrumentos científicos que les permitan comprender en su complejidad los problemas de la actualidad, ya sean en Afganistán, en Israel o en Irak.
Hablando ahora de los problemas actuales, ¿ve usted en el fundamentalismo religioso una forma de resistencia a la globalización?
El fundamentalismo islámico es una reacción extrema, pero comprensible, a la situación de los estados y de los pueblos árabes e islámicos. La lógica que hoy rige los universos económicos y políticos, la lógica del doble estándar, «dos pesos, dos medidas», contribuye a su desarrollo. En mi opinión, toda persona que participa de una manera o de otra, directa o indirectamente, en la vida árabe o en el Islam, experimenta cada día ofensas o humillaciones, en forma de actos, decisiones políticas o palabras. Y si el problema israelí-palestino está en el núcleo de esta experiencia de escandalosa injusticia es porque allí esta lógica está representada, a pesar de todas las apariencias de solución, bajo una forma concentrada y condensada.
¿Qué se puede hacer frente a eso y cuál es la tarea del intelectual en esta situación?
Los intelectuales argelinos, sirios, egipcios, iraníes y libaneses no han dejado un solo momento de pedir el apoyo de las naciones llamadas democráticas y de sus intelectuales. Han visto que la lucha que emprendían en su propio país, contra los partisanos del embrutecimiento de las masas, estaba condenada al fracaso en la medida en que se proseguía con la política del doble estándar, acompañada de la indiferencia de los intelectuales occidentales, que favorecen el desarrollo del fundamentalismo porque no hacen nada o casi nada para combatirlo.
¿Cómo explica la expansión del fundamentalismo?
Si la resistencia al imperialismo económico y cultural de los países occidentales, y en especial de EE UU, ha adoptado la forma de un fundamentalismo religioso es, quizá, porque los países afectados por este imperialismo no disponen de ningún otro recurso cultural movilizable y movilizador. Siempre se puede lamentar, y muchos árabes y musulmanes así lo hacen, que la resistencia contra la hegemonía y el imperialismo no haya encontrado otro medio de expresión que el que ofrece la tradición religiosa, a menudo en su fórmula más severa y arcaica. Pero no hay que olvidar, por otra parte, que las estructuras económicas y sociales que han contribuido a producir la dominación colonial y neocolonial no han favorecido la modernización del mensaje religioso y que los países occidentales y sus servicios secretos han trabajado sin descanso para aplastar en la cuna todos los movimientos políticos y culturales progresistas y que continúan haciéndolo aún hoy. El drama de los parias de la tierra, de los latinoamericanos, de los africanos o de los asiáticos, es una ironía trágica de la historia. Para defender hoy su causa, sólo pueden apoyarse sobre individuos y pueblos que, mediante su conservadurismo, no solamente religioso, han sido instrumentalizados por la clase dominante para combatir a quienes no hace mucho monopolizaron la defensa de los intereses de las personas implicadas en las luchas de liberación. La alianza entre Bush y Putin en lo que respecta a los afganos y a los chechenos simboliza esto de manera trágica.
¿Cómo ve usted el papel futuro de Estados Unidos, especialmente frente a una situación mundial explosiva?
Creo que hay que combatir la idea de que Estados Unidos se erija en una especie de policía mundial, mediante la concepción y creación de una institución internacional que se ocupe de los conflictos sociales en el mundo entero respetando su independencia, que se ocupe por tanto de Afganistán, pero también del problema de la deuda del tercer mundo, de Palestina, pero también de los problemas de los tratados comerciales, de Irak, pero también del precio de las materias primas, etc. La consecuencia de una larga tradición de hegemonía, ¿es una ceguera realmente tan insuperable que los norteamericanos no puedan comprender un día, a partir de sus intereses más personales, que no se va a encontrar una salida al equilibrio del terror (cuyas repercusiones han sufrido) a menos que ellos mismos se conciban como una nación junto a las demás naciones, incluso aunque sean prima inter pares? En esa posición podrían entonces entregarse al juicio de la comunidad de los pueblos. No hay una excepción americana. Y Estados Unidos no puede esperar una paz mundial, así como una paz interna, si no está dispuesto a verse, no como juez que dicta el derecho o como policía que lo ejecuta, sino como cualquier otro, es decir, al mismo tiempo juez y parte. En ese sentido, tendría siempre el derecho de pedir cuentas, pero estaría también obligado a rendirlas, especialmente en lo que respecta a su política exterior.
¿Y qué podría llevar a Estados Unidos a renunciar voluntariamente a su posición de fuerza?
Yo, a diferencia de lo que han hecho otros, no le pido a los americanos que compartan su poder. Es ingenuo apelar a los sentimientos sobre estos temas y con estos interlocutores, incluso aunque se trate del sentimiento de la justicia entre personas y entre naciones. Bastaría únicamente con reconocer que la lógica del arbitraje real, de quia nominor (porque mi nombre es león), no puede ya aplicarse en este mundo en el que los más débiles son empujados a la más completa desesperación, y por tanto a medidas últimas y extremas, a la vez que tienen un acceso casi ilimitado a todo tipo de armas. Sus todopoderosos adversarios, que tampoco reconocen ninguna frontera, se encuentran pues en muy mala posición para exigir a los más débiles que pongan aún más límites a su ya débil poder.
¿Puede usted ser optimista cuando contempla los acontecimientos políticos mundiales actuales?
Creo que la sociología permite comprender los acontecimientos excepcionales, al menos en su lógica interna, como los atentados de Nueva York, cuya fuerte carga simbólica no se le ha escapado a nadie. Es algo muy notable que los medios de comunicación, que hasta ahora no tenían ojos más que para utopías militares delirantes, del tipo Star Wars, y que pensaban únicamente en dimensiones de misiles, de fusiones y de guerras atómicas, gracias a los acontecimientos de Afganistán han entendido súbitamente que, si quieren comprender derivas que ya no pueden explicarse mediante la lógica racional de la optimización de los costes y los beneficios, han de interrogar a los geógrafos, a los lingüistas, a los etnólogos, a los historiadores o incluso a los sociólogos.
Simultáneamente, los parias de esta tierra, los afganos o los paquistaníes, aparecen bruscamente en los periódicos, y por todos lados leemos y escuchamos declaraciones, a menudo medidas y matizadas, de todos estos musulmanes con turbante que hasta el momento eran sencillamente objeto de desdén y desprecio. Me gustaría decir a todos aquellos que nominalmente confían sólo y exclusivamente en la economía, que una de las características positivas de la crisis consiste en recordar los límites del modo de pensamiento económico y de sus modelos matemáticos y, a la vez, reavivar el interés por las ciencias sociales y sus modelos. Es cierto que estas últimas no están formalizadas ni son formalizables, pero no por ello son menos precisas y útiles, es decir, absolutamente indispensables para poder actuar racionalmente.
Texto publicado originalmente en Frankfurter Rundschau el 21 de noviembre de 2001. Imágenes procedentes de Mahi Binebine y Luis Asín, Historias de Marrakech, Madrid, Abada, 2005.
Bibliografía seleccionada
Autoanálisis de un sociólogo, Barcelona, Anagrama, 2006
El baile de los solteros, Barcelona, Anagrama, 2004
Las estructuras sociales de la economía, Barcelona Anagrama, 2003
Las argucias de la razón imperialista (con Loïc Wacquant),
Barcelona, Paidós, 2001
La dominación masculina, Barcelona, Anagrama, 2000
Contrafuegos 1 y 2, Barcelona, Anagrama, 1999 y 2001
Meditaciones pascalianas, Barcelona, Anagrama, 1999
Sobre la televisión, Barcelona, Anagrama, 1997
El sentido práctico, Madrid, Taurus, 1991
La distinción, Madrid, Taurus, 1988
Homo academicus, Madrid, Siglo XXI, 1984
El oficio del sociólogo (con Jean-Claude Chamboredon,
Jean-Claude Passeron), Madrid, Siglo XXI, 1976