Chimeneas y deshollinadores
Cuando en 1980 el taxista que me llevaba al aeropuerto de Zürich atropelló a un deshollinador distraído, yo no podía imaginar que esa figura derribada, cubierta de hollín y tocada de chistera me acompañaría años y años, representando el papel, a veces festivo y otras inquietante, de promemoria o agenda de recuerdos.
Desde la altura, este deshollinador, armado de escoba de palo alto y de rascadores, se encontrará en un lugar privilegiado para fisgonear a gusto a los que desde abajo les escrutan. Ya se sabe que el deshollinador, además de introducirse por la chimenea y limpiarla de hollín, es como el pintor un formidable fisgón, es uno que fisgonea con interés, que mira lo que hay en su sitio y que no se pierde una.
En Alemania y en Suiza las novias aún no mancilladas se arriman el día de la boda a los deshollinadores para que manchen seriamente sus tules antes de que el marido las vapulee, porque de ese restregón depende su felicidad.
Eduardo Arroyo
Texto publicado dentro del catálogo de exposición Eduardo Arroyo: chimeneas y deshollinadores, Bilbao Bizkaia Kutxa, 1994