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Pablo Guerrero. El cantautor sobrio

Víctor Lenore
Fotografía Eva Sala

Pablo Guerrero nació en 1946 en Esparragosa de Lares (Badajoz) y lleva más de cuatro décadas haciendo música. Empezó destacando en el batallón de los cantautores, cuando la música popular era una trinchera y casi un desafío a la autoridad. Con el paso de los años se dedicó a explorar registros más actuales como el minimalismo, la improvisación o la electrónica. Hoy puede presumir de un repertorio amplio y sustancioso, que destaca por su apego a la sobriedad expresiva: ningún detalle en sus canciones parece estar porque sí. También ha puesto especial cuidado en escoger de quién se rodea: a lo largo de su trayectoria ha colaborado con músicos destacados del panorama nacional como Suso Saiz, Luis Mendo o Tino di Geraldo, entre muchos otros. En 2012 se cumplieron cuarenta años de la edición de «A cántaros», su pieza más popular, una celebración de la juventud enmarcada por las esperanzas de desplome de la dictadura franquista.

Portada del disco Porque amamos el fuego, 1976, diseñada por José María Escribano

Con el paso del tiempo, Pablo Guerrero se ha ido ganando el respeto de varias generaciones de compañeros de profesión. «Fuimos muchos los que en su voz alimentamos nuestras ganas de vivir», explica Fernando Lucini, el cronista más minucioso de la canción de autor en España. En 2007 se publicó el disco homenaje Hechos de nubes, en el que participaron estrellas como Joan Manuel Serrat, Luz Casal, Luis Eduardo Aute, Ismael Serrano y Víctor Manuel. En 2009 recibió el premio a toda una trayectoria de la Academia de las ciencias y las artes de la música. Además, ha desarrollado una carrera paralela como poeta. Su antología más reciente se titula Pablo Guerrero: un poeta que canta (Verbum, 2004).

¿Cómo te decidiste a dedicar tu vida a la música?

Cuando empecé a cantar había un sentimiento de que era algo efímero: grabé el primer disco sin saber si habría un segundo. Tampoco estaba claro qué iba a pasar políticamente la semana o el mes siguiente. No tenía ninguna sensación de profesionalidad porque, además de la música, también daba clases en un instituto de Moratalaz. A raíz de publicar «A cántaros», que tuvo cierto éxito, ya vi que podía dedicarme a esto. Entonces empecé a encontrar gente de mi edad que creía en mí y me decidí a dejar la enseñanza. Así contado, parece que pasó de la noche a la mañana, pero fue un proceso lento.

¿Tuviste que pelear mucho en casa para hacerte artista?

Tuve padres liberales. Me dejaron elegir oficio y volver a casa a la hora que me apeteciera. Había otros amigos sin tanta suerte. Las que peor lo pasaron fueron las mujeres.

¿Nos hablas de tus primeras influencias?

Tenía una amiga francesa que me regalaba discos de Jacques Brel y de Leo Ferré, pero sobre todo me gustaba el folk estadounidense tipo Bob Dylan o Joni Mitchell. Ella era un poco mi ídolo. Costaba un montón encontrar discos suyos, había que encargárselos a alguien que viajara a Londres. Era una época muy bonita porque nos reuníamos en casas para disfrutar los pocos álbumes que conseguíamos. Recuerdo las escuchas colectivas de Leonard Cohen como una especie de acto religioso. Yo no sabía inglés, pero mi mujer, que había estudiado filología inglesa, me traducía bien las letras. Mi idea era la misma que la de estos artistas: partir de la música de raíz y vestirla con sonoridades de la época. También soy de esos niños que vivieron de lleno el folclore local. En mi pueblo se cantaba en las matanzas, en las vendimias, en la trilla. Me empapé de todo eso y lo vestía de folk estadounidense.

Una de tus canciones legendarias es «Extremadura». ¿Qué piensas ahora al escucharla?

La compuse muy joven, basándome en un canto del trabajo al que puse letra. La Extremadura actual no tiene nada que ver con lo que describo. Se han perdido cosas pero, en general, el cambio ha sido para mejor. Nos hemos quedado sin esa filosofía antigua, esa forma ancestral de ver la vida; se pierde sabiduría popular; también se ha estandarizado la cultura. Seguramente es el peaje que hay que pagar por salir del aislamiento y estar integrado en la aldea global. Artísticamente, ahora tenemos grupos interesantes como Extremoduro, con esas letras llenas de gracia y de mala uva. Son grandes artistas, que es una palabra que no uso para cualquiera.

Se han cumplido cuarenta años de la canción «A cántaros», sin duda la más popular de tu repertorio. ¿Nos explicas la historia de esta pieza?
No hay mucho que contar. Surgió en una especie de estado de gracia: en menos de media hora se hizo la música y la letra. Sentí una euforia muy grande. Mi reacción fue llamar a los amigos y cantársela por teléfono. Tuvo mucho apoyo entre la gente joven de la radio y de la prensa.

¿Hubo problemas con la censura?

Creo que no. Digo «creo» porque tampoco te enterabas del todo. Siempre he pensado que no le hicieron caso. Hace un año o así me paró un señor por la calle y me dijo que él era quien censuraba las letras de mi compañía discográfica. Me contó que la letra no gustó y que estuvo prohibida en algunas emisoras. Luego se solucionó. A los censores no les preocupaba mucho la música grabada. Tenían más miedo de los conciertos. Temían que un recital derivase en algún tipo de manifestación. El problema más grande que tuve con la censura fue por un disco que se llamaba Tierra: lo prohibieron al completo y es un material que se ha perdido. Metí mucha temática social, hablando de campesinos y pequeños propietarios. Profundizaba en temas que ya había tocado de manera más ingenua anteriormente: las letras eran bastante más duras.

¿Qué te parecen ahora las canciones más sociales de tu repertorio?

Cuando escucho «Amapolas y espigas» no me explico cómo podía ser tan cándido, me produce ternura. La canción resulta ingenua por mi interpretación. La versión que hizo María Dolores Pradera tenía otro tono, más experiencia. Fue muy amable conmigo. Tocaba en Madrid y me invitó a saludarla al camerino. Sacó a los gemelos que solían acompañarla y se puso a recitar. Recuerdo haber estado muy tímido y que ella hablaba muy claro. Me dijo: «esta canción es preciosa, pero la voy a hacer grande yo, porque tú la cantas muy tímido y además no tienes hecha la voz». Me aconsejó que esperase un poco antes de grabarla y le hice caso. En las letras del álbum A cántaros (1972) ya se notaba que yo era otro chico distinto de aquel que sólo había estado en el pueblo.

Dicen los expertos que una de las mayores aportaciones de «A cántaros» es que la cantabas con deje extremeño.

Era la primera vez que se usaba el acento regional en la música grabada en España. En aquella época sólo estaba permitido el acento andaluz, sobre todo por influencia del flamenco, que sin esa pronunciación no tiene ningún sentido. Luego se convirtió en una moda y todo el mundo cantaba con acento regional. Uno de los técnicos de sonido me dijo que yo no sabía vocalizar. El hombre se negaba a grabar si no me expresaba en castellano estándar. Se desesperaba con mi pronunciación. Luego llegó el boom de lo que empezaba a ser la cultura de las autonomías. En esos años arrancaban también las primeras compañías independientes.

Supongo que todo aquello se acabó con La Movida, ¿no?

Bueno, tampoco es que antes gustáramos a todo el mundo. Algún crítico había dicho ya que Víctor Manuel y yo cantábamos como paletos. El momento cumbre de ese tipo de canción llegó con el Festival de los Pueblos Ibéricos, que se celebró en mayo de 1976. Fue en la Universidad Autónoma y había más de 40.000 personas que aguantaron incluso los ratos de lluvia. Recuerdo el horizonte lleno de guardias civiles a caballo. Había gente de todas las comunidades. Sentía que 40.000 personas estaban cantando conmigo. Nunca se me olvidará esa estampa.

¿Cómo sobrevives a La Movida?

Existe la creencia de que los cantautores desaparecimos, pero seguíamos teniendo cierto público. Supongo que el recambio era inevitable. Nosotros también oscurecimos a grupos de rock urbano y del pop aquel que había con Franco. Después de la explosión de los cantautores, volvió el hambre de espectáculo. Para muchos La Movida fue la época del desencanto político y artístico, pero yo me lo tomé con un poco de humor. Dejé de grabar, seguí recitando, conocí a músicos que buscaban sonoridades nuevas. Nos reuníamos a improvisar, a dar vueltas al mismo acorde. También nos pasábamos por Rock-Ola de vez en cuando, a ver qué se cocía por allí. Algunos grupos me gustaban y otros no. Antonio Vega siempre me ha parecido muy bueno.

En realidad, aguantaron los cantautores que ya eran famosos, pero el arquetipo cae totalmente en desgracia.

Durante una época los cantautores fuimos lo peor. En España no somos fieles a nuestros artistas, salvo en ocasiones muy contadas. No es como en Francia, donde cuesta que te acepten, pero cuando lo hacen ya es para siempre. Aquí se pasa de héroe a villano en cuestión de minutos. Hay una generación que salió en los ochenta que tuvo poca fortuna: me refiero a Javier Bergia, Javier Batanero y Javier Ruibal. Llegaron en la época en que el término cantautor provocaba más rechazo, aunque yo no creo que haya nada de lo que avergonzarse. En los años noventa ya nos reivindican Javier Álvarez, Pedro Guerra o Ismael Serrano. Luis Pastor ha escrito un texto muy bueno llamado «¿Qué fue de los cantautores?» A mí me salvó que hubo artistas que me pidieron escribir canciones para ellos. Hice letras para Luis Pastor o para Esclarecidos que me permitieron seguir dedicándome a esto, aparte de los conciertos y recitales de poemas que iban saliendo.

De los cantautores se criticaba el exceso de solemnidad. ¿Estás de acuerdo, aunque sea en parte?

No éramos tan solemnes, creíamos en algunas cosas y las defendíamos, y no nos gustaban los shows, vestíamos sobre un escenario igual que en la calle. En los ochenta se buscaba más el espectáculo: se pasó a lo divertido como fin en sí mismo. Aunque ni la Movida era tan frívola como parecía ni nosotros éramos tan solemnes. Si revisamos las letras de las canciones veremos que no era así, y algunos modernos de los ochenta acabaron sus vidas de forma trágica, mientras nosotros tiramos de manera tranquila.

¿Qué opinas ahora del intento de hacer política con las canciones?

Una canción es lo que se quiera hacer de ella; puede ser una piedra para arrojar a alguien, pero yo creo que debe tener sentimientos. Las letras no son un medio para hacer la revolución, aunque hubo una generación en Latinoamerica yendo por ese camino que a mí me merece mucho respeto. Me refiero a Víctor Jara, Quilapayún y tantos otros. Ahora me dedico más a buscar el corazón de la gente, a darles buenos momentos. No sé, lo que tengo claro es que los cantautores fuimos un movimiento espontáneo, que vino de abajo hacia arriba, aunque en algún momento se nos quisiera instrumentalizar o en algún caso nosotros nos prestáramos a ser instrumentalizados. Ha habido mucho recital antes de un mitin que buscaba caldear el ambiente para cuando saliese el que se presentaba a alcalde. A mí no me hubiera importado ayudar a un partido, el problema es que soy tirando a ácrata, así es que no tiene sentido.

Los músicos jóvenes suelen empezar interesándose por la vanguardia y luego van descubriendo sus raíces a medida que cumplen años. Tú has recorrido justo el camino contrario.

Eso está relacionado con mi forma de ser. Siempre me ha gustado hacerme amigo de los músicos, he preferido rodearme de ellos que de cantantes. Me influye mucho más lo que me cuentan los compañeros de profesión con los que tengo trato que los grupos que se van poniendo de moda. Por intuición, alguna vez me he ido adelantado a las épocas, siempre sin pretenderlo. La grandeza del artista es proponer cosas antes de que cristalicen como tópicos o lugares comunes. Siento rechazo hacia esa fosilización, querer ir por delante es un esnobismo, pero a veces ocurre sin querer. Creo que pasó en el disco que hice con Suso Saiz, Toda la vida es ahora (1992), donde las letras se adelantan a temas que otros poetas actuales están desarrollando con su estilo personal. Cuando hice Alas, alas (1995) la gente decía que sonaba muy extraño y ahora se entiende muy bien. Lo que he intentado siempre es divertirme, sorprenderme a mí mismo, no conformarme con lo hecho.

¿En qué estás trabajando ahora?

Quiero hacer un álbum que se llame Balance de hojas en septiembre, que recupere las piezas que me traen mejores recuerdos, respetando la esencia de la canción, pero interpretando con mi voz de ahora. Se trata de reunir en un disco lo que me gustaría que se recordara. Trabajamos sin prisa Luis Mendo y yo algunos viernes; cambiamos continuamente de opinión, lo pasamos bien. Lo peor del trabajo es tener que volver a escuchar mis viejos álbumes. Hay tanta buena música que aún no conozco que da pena ponerte con lo tuyo.

¿De qué discos estás más orgulloso?

Toda la vida es ahora me gusta mucho. Lo hicimos Suso y yo con unos medios mínimos en su casa, grabando todas las voces en una noche porque así el estudio salía más barato. No había presupuesto para más. Algunas letras de A tapar la calle (1978) o Porque amamos el fuego (1976) me parecen bonitas para escuchar en el momento político que estamos viviendo. «Dulce muchacha triste» es una especie de rueda sin estribillo ni rima, que resultaba muy extraña para la época. Estoy contento con los discos que hice junto a Luis Mendo, como Plata (2005), y el de los poetas extremeños, que me puso en contacto con bastante gente joven. Era la primera vez que ponía música a poemas después de la canción que hice de Valente.

¿Qué música escuchas ahora?

Me gusta el flamenco y las cantautoras americanas que mezclan jazz, country y folk. Estoy con la Antología del cante flamenco y del cante gitano de Antonio Mairena. También me gusta el piano clásico, aunque curiosamente he usado muy poco el piano en mis álbumes. Disfruto mucho el jazz de Miles Davis y otros clásicos. También escucho la música de mis hijos y mis sobrinos, pero olvido pronto los nombres de los artistas que me recomiendan.

En tu opinión, ¿cuál debe ser la función de un poeta?

Es una persona que tiene una mirada propia. Vivimos en una época de crisis del capitalismo. La poesía debe volver a creer en el ser humano como portador de una chispa divina. Ya que hemos dejado de creer en tantas cosas, vamos a volver a pensar en que algún día podamos volver a ser felices disfrutando de las pequeñas cosas. Creo que la belleza es subversiva y ayuda a compartir la vida, por encima de modas y de cargas de tipo ideológico. Hay que dejar que cada canción tenga un espacio de libertad para el oyente, un hueco que le permita completarla o rechazarla. Me parece importante compartir. En los conciertos intento mirar directamente a una persona, hasta que llega un momento en que siento pudor y desvío los ojos. Necesito tener la mente tranquila para cantar. La poesía es una propuesta, tienes que ver cuánta gente la acepta. De hecho, tampoco hace falta aceptarla. Cuando leo a un poeta joven lleno de rabia no lo comparto en absoluto, pero me gusta que exista.

Has vivido muchas etapas de la música popular española. ¿Cuáles dirías que son los principales cambios que se han dado desde que empezaste en esto?

En mi época recuerdo cantantes con buena voz a los que se rechazaba por parecerse demasiado a alguien. Ahora tengo la impresión de que si no te pareces a un artista de éxito es cuando lo tienes mal. Respecto a las nuevas tecnologías, veo muchas ventajas. Prefiero que un disco mío esté en la red antes que tenerlo olvidado en el cajón de una discográfica. La gente es agradecida: si les gusta una canción tuya luego van a verte en directo. Si un amigo se me acerca en los años setenta y me dice que un japonés podría bajarse una canción mía, cinco minutos después de terminarla, no me lo hubiera creído. Es un deseo muy humano querer compartir algo que te gusta.

Discografía Pablo Guerrero

Luz de Tierra, Warner, 2009

Plata, Dro, 2005

Sueños sencillos, Resistencia, 2000

Los dioses hablan por boca de los vecinos, Música sin fin, 1999 (disco-libro de poemas)

Alas, alas, BMG Ariola, 1995

Toda la vida es ahora, Fonomusic, 1992

El hombre que vendió el desierto, Grabaciones Accidentales, 1988

Los momentos del agua, Fonomusic, 1985

A tapar la calle, Fonomusic, 1978

Porque amamos el fuego, Fonomusic, 1976

Pablo Guerrero en el Olympia, Fonomusic, 1975

A cántaros, LP, Acción, 1972

Singles

Y los demás se fueron, Acción, 1971

Junto al Guadiana, Acción, 1970

Por una calle de Cáceres, Acción, 1970

Amapolas y espigas, Acción, 1969

CONCIERTO PABLO GUERRERO A CÁNTAROS
11.04.12

PARTICIPANTES CLARA BALLESTEROS • FERNANDO GUERRERO • RAQUEL LANSEROS • LUIS MENDO • CHRISTIAN PÉREZ • OLGA ROMÁN • NACHO SAÉNZ DE TEJADA • ISMAEL SERRANO • SANTI VALLEJO • JUANA VÁZQUEZ
ORGANIZA CBA