Tamaño de fuente grande
Tamaño de fuente normal
Tamaño de fuente pequeña
Anterior
Pequeña
Normal
Grande
Siguiente

«La verdadera riqueza de los seres humanos es el lenguaje»

Conversación con Emilio Lledó

David Sánchez Usanos
Fotografía Miguel Balbuena

El filósofo y filólogo Emilio Lledó, uno de los principales conocedores del universo griego y clásico de nuestro país –suyas son las traducciones y ediciones críticas de muchos de los Diálogos de Platón que publicó la editorial Gredos– estuvo conversando con David Sánchez Usanos, profesor y director académico de la Escuela Sur, sobre algunos términos clave del pensamiento griego en relación con el lenguaje, las artes, el poder, la política y la cultura, atendiendo a su significado original y también a su posible vigencia en la realidad contemporánea.

Emilio, me pregunto si, para empezar, te apetece compartir alguna reflexión en torno al término «diálogo» o a la acción de dialogar. ¿Qué significa para ti esta tradición cultural?

Continuamente se oye y se lee que hay que dialogar… El diálogo es un tema que siempre me ha sobrecogido. La filosofía, al menos en nuestra tradición occidental, empezó dialogando. El primer gran bloque de filosofía, los Diálogos de Platón, eran diálogos en los que intervienen más de cien personajes. Hay un diálogo que siempre me ha llamado la atención, el Hipias mayor, en el que hablan sobre la belleza, que es experiencia, algo que está en nuestra mente. Al final de esa larga discusión entre Hipias y Sócrates, este último dice: «Ya no sé lo que es la belleza». Y el diálogo, que empieza con las palabras «Eres bello y sabio», acaba con esa frase maravillosa de que «Lo bello es difícil». La palabra kalós, bello, tenía un sentido muy peculiar. Sabemos que no solo se refería a la belleza física, sino también a la interior, la mental, la belleza del criterio, la belleza de que el lógos, la palabra, fluya y no se agrume, que no se espese, sino que circule.

Por eso es tan hermoso que la filosofía empiece como un diálogo. En las primeras líneas de la Metafísica de Aristóteles se dice que el ser humano es un mamífero que mueve la lengua; esa cosa que sirve para saborear, pero, sobre todo, para hablar. El movimiento de la lengua articula lenguaje, palabras, sentido, comunicación, ciudad. Tenemos lenguaje, lógos, porque necesitamos comunicarnos. Esa es la esencia, eso crea sociedad, crea pólis. El lógos tiene que ser siempre dia-lógos, o sea un lógos que circula, que transita, que vive, que late, que expresa sentimientos, no solo racionalidades, que no solo señala el mundo, sino también la interioridad de lo que somos. Por eso es tan importante la educación, porque nos enseña a pensar las palabras.

Una de las cosas que me preocupan de nuestro tiempo es el uso del móvil entre la gente joven. Me preocupa que olvidemos la lectura, que olvidemos el dia-lógos. Como profesor, me preocupa la comunicación tanto como me preocupa el diálogo. ¿Acabaremos viviendo de chisporrotazos de móviles? Estamos en un mundo en donde las palabras —voy a inventarme un verbo—, están imagineando, no imaginando: las palabras se están convirtiendo en imágenes, nos están salpicando los ojos. Sin embargo, el pensamiento es dia-lógos, una mente que fluye. Pero puede ocurrir que por una educación estúpida y estupidizante se nos agrume el cerebro, que se aplaste y no fluya. La filosofía de la que somos herederos fue siempre un diálogo, un fluir.

En relación con las palabras y con la precisión, quería preguntarte si, en tu opinión, puede decirse que había algo parecido a «arte» en la Antigüedad clásica (relacionado quizá con palabras como mimesis, tékne, poiesis u otras que se te ocurran). ¿Estamos usando mal las palabras? ¿Son contextos comparables?

Cuando me planteé el tema de mi tesis doctoral, quería hacer algo sobre el sentido de la poesía e hice la tesis sobre el concepto de poiesis en la filosofía griega. Poesía viene de un verbo que significa hacer con las manos, y ese hacer con las manos se iba escapando lentamente y se quedaba convertido en una idea, en un eídos, en una imaginación, en una realidad mental. Porque el lenguaje empezó señalando las cosas, el mundo. La verdadera riqueza de los seres humanos es el lenguaje. Hemos nacido en él; es como una cuna. La lucha de un lenguaje con otro es un sinsentido. Hemos nacido por casualidad en un lenguaje. Mi lengua materna se llama el español, pero la lengua que yo me hago, con la que comunico, la que manejo, es mi lengua «matriz», es lo que yo soy. Somos nuestro lenguaje. Un texto de Platón dice, precisamente: «Habla para que te conozca».

En este mundo nuestro de palabras estereotipadas, cuando hablan algunos políticos, con todos los respetos, se escurren sobre el lenguaje; no piensan. Sin embargo, pensar el lenguaje es un deber que tenemos todos. Una de las principales tareas del profesor con los niños es enseñarles a sentir las palabras. Con diez años, en Vicálvaro, cuando todavía era un pueblo, mi profesor, don Francisco, nos hacía leer unas páginas de El Quijote un par de veces en semana. Nunca he olvidado a ese joven maestro que nos decía: «Y ahora, sugerencias de la lectura». Imaginaos a niños de diez u once años dejándose sugerir por El Quijote. Eso es la educación de la libertad. Don Francisco no nos hacía aprender para los exámenes, nos hacía pensar. Y no era un Quijote para niños, no, era El Quijote puro y duro.

Escuchándote me estaba acordando de una frase de Platón que dice algo así como que Homero y Hesíodo habían sido los educadores de Grecia. En relación con la educación, ¿crees que se pueden comparar contextos, que podemos encontrar un equivalente a lo que hoy tenemos en Grecia, cuando la educación no estaba institucionalizada, cuando es Platón quien comienza a institucionalizarla?

Sin duda, se llamaba Academia, ¿no? Y con Aristóteles, el Liceo. Me hace mucha des-gracia cuando se dice que Platón era un defensor de la sociedad totalitaria. Es verdad que en La República se pone un poco pesado, pero qué lección: hay docenas de personajes hablando de cualquier cosa y creando palabras, creando lenguaje, reflexionando sobre el lenguaje. Un diálogo acaba diciendo: «Me he quedado sin saber lo que es la felicidad, pero ya se nos ha hecho un poco tarde. Mañana te lo digo». Eso es el latido de la vida en una obra filosófica de primerísima calidad.

En este mundo nuestro tan institucionalizado, entre otras cosas, ¿qué papel o qué importancia tienen las humanidades y la filosofía en la educación, o qué respuesta darle a alguien cuando te pregunta por qué estudiarlas?

Todo es humano. ¿Acaso la física teórica o la química orgánica no son humanas? Todo sirve, pero todo está enramado, englobado en eso que se llama cultura, educación, paideia. Luego te puedes dedicar a la filología griega y a estudiar las variantes del texto de Píndaro, por ejemplo, pero todo eso te tiene que servir para hacer más libre tu mente y tu manera de entender el mundo. Y esa manera más libre de entender el mundo es reflexionar sobre el lenguaje.

Una de las labores esenciales de los profesores es hacernos caer en la cuenta del misterio de la vida, de la realidad, de las palabras, que, como he dicho, son la cuna en la que hemos nacido, pero una cuna que se puede anquilosar, trivializar, cristalizar. Cuando escucho el lenguaje de ciertos políticos, me horrorizo. Temo que un imbécil con poder determine nuestras vidas. Eso sí que es grave… Debemos luchar para que no sea posible. Hay que educar a la gente para que su voto tenga sentido, para que sea un voto de libertad, de apertura y no un voto que clausure.

La educación tiene que ser una escuela de libertad, un fluir de la libertad, de las palabras, de la crítica. Crítica viene de krínein, que quería decir juzgar, y juzgar es lo que yo pueda pensar: mi lengua matriz, lo que yo hago conmigo mismo, con lo que pienso. El lenguaje es manifestación del ser.

La política tiene que ver con la pólis, la ciudad, que, a su vez, tiene que ver con el lenguaje y con la capacidad de distinguir lo bueno y lo malo, lo que conviene y lo que no, lo justo y lo injusto. Lo citabas a propósito de Aristóteles… ¿Hasta qué punto estamos haciendo un uso inadecuado de la política hoy?

Ese es un tema esencial. En la Ética nicomáquea de Aristóteles se dice que todos los seres tienden al bien, a la razón. Buscamos, incluso, la felicidad, la eudaimonia, uno de los conceptos más ricos e interesantes de la cultura griega. Sí, todos buscamos el bien, el eu-daimon, el tener un daimon (demonio) bueno que te proteja, te dé ánimo, te dé vida y alegría, como dice Epicuro. Ese daimon va unido al bien para cada individuo... Buscamos el bien, pero ¿qué es el bien? Esto se plantea en los Diálogos de Platón y Aristóteles lo recoge en la Ética, aunque ahí se pone antiplatónico y dice que el bien no existe en sí. Existe el bien nuestro y el bien que se nos aparece: el phainómenon, de donde viene fantasma, pháino, porque todo en nuestra vida son presentaciones, porque toda nuestra vida es pura experiencia…

El bien está modificado, de alguna forma, tergiversado. Nunca habíamos tenido tantas posibilidades de comunicación como ahora y nunca nos habíamos quedado tan silenciosos, tan inermes. Tantos medios, tanta afluencia, tantos caminos para que, al final, el lenguaje pase, se nos escurra, se nos acristale. Y por debajo de ese cristal está el lenguaje de la vida, de los sentidos, de la experiencia, de la literatura, de la poesía, de la filosofía, de la historia… La escritura con la que podemos dialogar. Por eso es tan importante la educación, porque el bien es lo que nos aparece a cada uno.

Educar para la libertad me parece irrenunciable, pero ¿tú confías? ¿Eres optimista en ese sentido?

Yo confío. Por ir a algo concreto: me ha hecho ilusión la vuelta de la filosofía. ¡La habían eliminado! Y la filosofía no es solo saber qué dijo quién: es hacer pensar, entender las cosas, entender el lenguaje. La esencia primera de la filosofía fue entender el lenguaje.

Vivimos en un mundo en el que estamos acosados por la información, pues entendámosla. Luchemos por entenderla, aunque nos equivoquemos, aunque la malinterpretemos. Esa es una de las cosas esenciales que se debe enseñar en las escuelas y los institutos. Yo la descubrí en la Universidad de Heidelberg. A los veintidós o veintitrés años, volví a encontrar, después de años de silencio, la sugerencia de la lectura de mi maestro don Francisco de la escuela pública de Vicálvaro. Había acabado las dos licenciaturas, la del Ejército y la de la carrera, quería doctorarme e iba buscando como un loco los cursos de doctorado, pero asignaturescamente… Y me encontré con aquellos profesores: uno hablaba del Lisis de Platón un semestre y al siguiente del prólogo de la Fenomenología del espíritu de Hegel, y luego de Nietzsche. Otro daba un curso sobre el libro primero de Tucídides y al semestre siguiente otro sobre los coros de la tragedia de Sófocles… Aprendí que esa era la verdadera universidad, porque era la libertad que había ejercido la educación alemana desde 1810, cuando Guillermo de Humboldt fundó la Universidad de Berlín bajo dos conceptos esenciales: la soledad y la libertad.

Por eso me parece escandaloso que haya universidades, como algunas privadas, que digan a los padres que, si mandan a sus hijos a esa universidad, estarán colocados cuando acaben. Eso es la muerte de la vida intelectual, la muerte de la educación. Naturalmente que tenemos que ganarnos la vida, pero educarte solo para tener un empleo al acabar la carrera y encima que lo usen como propaganda de una universidad… Me parece un crimen pedagógico.

Permíteme que te pregunte por un tema que me interesa mucho: ¿crees que es comparable nuestra experiencia del tiempo con la experiencia griega del tiempo? ¿Crees que es posible encontrar antecedentes de la relación con el presente que tenemos nosotros, no sé si de cierta decepción o descreimiento, en la Grecia clásica?

Sin duda. Una de las grandes imágenes de la cultura griega es el río del tiempo, el río de Heráclito, en el que no podemos bañarnos dos veces. Yo creo que sí, que nos podemos bañar siempre en el mismo río, aunque el agua del tiempo fluya. Lo que sí he aprendido últimamente es qué es el tiempo: es el encontrarte, el que te reconozcas en lo que fuiste, con todas las variaciones que queráis y con todos los cambios que podamos hacer a lo largo de nuestra vida. Pero encontrar una cierta coherencia. Yo me coherentifico con aquel jovenzuelo que pesaba 52 kilos, un auténtico esqueleto, que se fue a Alemania con una maletilla. Es la única cosa en mi vida de la que me siento un poco orgulloso.

Como gran lector que eres, ¿por dónde recomendarías empezar a leer? ¿Con qué autores o libros te quedarías?

De filosofía, leer algún diálogo de Platón, sin duda. Luego, El Quijote que, además, te capta... Es cierto que yo estaba condicionado por don Francisco, y creo que era el único libro que había entonces en mi casa. Era de mi padre, que tenía un deseo de cultura enorme.

Ahora estoy volviendo a leer a Kant. Lo tenía abandonadísimo y estoy alucinado. Volver a leer ahora La paz perpetua es una cosa maravillosa. Está tan vivo, es tan real… Para mí, Kant es una de las grandes figuras. He viajado a Königsberg solo para ver cómo era el mundo en el que vivía. Porque, a pesar de que nunca salió de allí, hizo una explosión intelectual tan poderosa de lo que era el pensamiento, el sujeto que piensa, la constitución del sujeto… En el fondo, todo lo que he dicho no son más que reminiscencias kantianas.

[pregunta del público]
Una pregunta muy breve a propósito de los Diálogos de Platón. Creo recordar que uno de ellos es un protodiálogo sobre el origen de las palabras en el que aparece la palabra onomástica para reflejar el nombre de una persona. Quisiera, don Emilio, que me lo glosara brevemente.

Una de las cosas que aparecen en los Diálogos continuamente es el ónoma, el nombrar. Ónoma es también el contenido, la palabra cercada por un sentido determinado; no es solo lo que lo nombra, sino para qué sirve. El lenguaje tiene un sentido, de alguna forma, utilitario: sirve para comunicarnos. Por eso es tan importante que en nuestro tiempo, cuando hay tantas posibilidades de comunicarnos, seamos capaces de luchar por no quedarnos silenciosos ante ese lenguaje en el que nos podemos deslizar sin darnos cuenta de cuál es su sentido.

Está en los Diálogos de Platón: «Dime quién dice este ónoma y para qué y con qué palabras». En este mundo nuestro tenemos que saber quién nos engaña, quién nos manipula, quién nos enseña, quién nos abre el pensamiento y quién nos lo cierra. Tenemos que luchar, tenéis que luchar, vosotros, que sois más jóvenes, porque el tiempo nos come a todos. Eso también es maravilloso. Del río del tiempo no nos podemos escapar. El chrónos es una flecha que nos ensarta a todos.

[pregunta del público]
Yo quería que me hablara de la relativización de las palabras en el ámbito del arte y de la crítica del arte.

Una de las más maravillosas manifestaciones de la cultura griega fue el arte. Recuerdo la primera vez que fui a Atenas y vi el Partenón; había visto esculturas griegas, pero verlas en Grecia… ¿Cómo llegaron a esa idea de la belleza? Llegaron porque miraban la vida, la realidad, al ser humano, al anthrópos. Descubrían que, igual que había una belleza en el discóbolo o en una afrodita, la sentían además de verla. La belleza no solo era mirar con los ojos, sino interpretar con las palabras eso que veían. Por eso hablan de qué es el kalós, la belleza, que te da, como dice Platón, eudaimonia, que te da gozo. Esa idea de la experiencia que se hace mirando y reflexionando sobre lo que ves o lo que miras es uno de los puntos esenciales de la cultura griega.

Yo de filosofía griega no sé mucho, pero de ánforas griegas lo sé casi todo. Recuerdo cuando vi todas aquellas ánforas en Londres… En Grecia, quien tenía más ánforas tenía más posibilidad de vida. La riqueza se medía en puntos de ánforas… En ese espacio negro que guardaba la sed del futuro empezaron a buscar otra sed nueva, que era la belleza, con la que fueron dando forma a esas maravillosas y geniales ánforas. Es fantástico que podamos seguir dialogando con los ojos con esa belleza que está en los museos del mundo y que podamos seguir dialogando con ese lenguaje. Qué triste sería nuestra vida si solo pudiéramos ir con el runrún diario de nuestras pequeñeces…

[pregunta del público]
En relación con la palabra y la belleza, me gustaría señalar que el estudio de la etimología agranda el poder de la palabra y nos muestra el lenguaje como una red de nodos…

Todas las palabras tienen un sentido etimológico, especialmente en la cultura griega, que era una cultura eminentemente etimológica. Por ejemplo, la felicidad, la eudaimonia, al principio significó tener, tener ánforas para defenderse de la futura sed… Hay un momento en que, en el siglo V a. C., se empieza a pensar que la felicidad no es tener, sino ser, en el sentido de las palabras. Ya entonces eudaimonia no solo era la tenencia de lo físico, sino la tenencia de tus ideas, de tu personalidad, del ser quien eres, algo en lo que insiste tanto Aristóteles. Ser un ser, ser un pensamiento creador de posibilidad, que es una de las ideas fundamentales de la filosofía griega. No solo vivimos en un mundo de realidades, vivimos en un mundo de posibilidades. El mundo se nos puede presentar como una realidad cerrada, como una muralla —cualquier régimen totalitario, fascistoide— o como una apertura, como una posibilidad. Esa lucha por romper la realidad que nos aprisiona y abrirla a una posibilidad que nos recrea es la esencia de la filosofía, la esencia de la cultura y la esencia de la política, en mi opinión.

[pregunta del público]
Quisiera saber qué piensa usted acerca de hacia dónde va esta sociedad en la que la lectura, fundamento para acceder al significado de las palabras, se está perdiendo.

El mundo tecnológico es nuestro mundo, sobre todo es el vuestro y el que van a tener vuestros hijos. Pero a pesar de esa potencia indudable que tiene el mundo tecnológico que utilizamos, debemos seguir cultivando lo que constituye la esencia del ser humano, que es ese animal que abre la boca y emite un sonido.

Volviendo a la etimología: foné era el aire que articulaba la lengua y lo convertía en semantikós; semaíno era indicar, decir cosas de la vida y de la mente. Una foné semantiké era la voz, el aire físico. Y psyché, el alma, es el aliento; el verbo, psychein, significa respirar. Es maravilloso cómo en la raíz de la palabra psyché, alma, está la experiencia inmediata, concreta de la vida: respirar. Así surgió la filosofía, como una experiencia inmediata, concreta, de la realidad, de la vida de los seres humanos.

CÁTEDRA ACCIONA EMILIO LLEDÓ
12.12.18

PARTICIPANTES EMILIO LLEDÓ • DAVID SÁNCHEZ USANOS
ORGANIZA CÁTEDRA ACCIONA • ESCUELA SUR • CBA