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"Los escritores somos recicladores de basura"

Conversación Sergio Del Molino, Javier Cercas

Sergio del Molino y Javier Cercas durante su conversación tras la entrega del premio Eñe. Foto Maíra Vilella

El ganador del último premio Eñe, Javier Cercas, conversa con el director literario de la undécima edición del Festival, el escritor Sergio del Molino, acerca de los territorios fronterizos por los que transitan sus novelas, en las que va en busca de la persona que se esconde tras el héroe. El autor de Soldados de Salamina (2001), Anatomía de un instante (2009) o Terra Alta (Premio Planeta 2019) asegura que en esa búsqueda solo sigue el mandato de Cervantes.

Sergio del Molino: La última vez que estuvimos juntos fue en un festival de literatura en Perugia. Recuerdo que hablabas en italiano con todo el mundo y también en las entrevistas y las intervenciones. Alucinado, te pregunté dónde habías aprendido italiano para hablarlo con esa soltura. Me dijiste: «No, si yo italiano no sé» y me contaste lo de Umberto Eco. ¿Podrías compartir esa explicación?

Javier Cercas: Cuando el gran lingüista ruso Roman Jakobson llegó a Harvard por primera vez, fue recibido por el rector, que le dijo: «Señor Jakobson, me han dicho que habla usted catorce lenguas», y él le contestó: «Sí, pero las hablo todas en ruso» (risas). Yo hablo un montón de lenguas, pero las hablo todas en castellano. El italiano es en el fondo la misma lengua que el español, latín mal hablado. Cervantes decía: «Con dos briznas —no sé si la palabra exacta era brizna— de italiano puedes leer a Ariosto». Y tenía razón. Lo que te conté ese día en Perugia es que, de pequeño, en un programa de televisión, vi a Umberto Eco, cuando aún no era un novelista famoso. Yo había leído ensayos suyos maravillosos como Apocalípticos e integrados (1965). Eco hablaba un español horripilante, pero me admiró el esfuerzo de este hombre sabio por comunicarse con la gente en una lengua que desconocía y pensé que cuando fuera a Italia haría lo mismo (risas).

Sergio del Molino: La idea que rige esta edición de EÑE es lo fronterizo. Tú representas como nadie ese espíritu de la literatura fronteriza, lo que se ha llamado «novelas sin ficción». Te has desenvuelto con una maestría insospechada en este territorio híbrido, tan difícil de clasificar, donde no se espera ver un premio Planeta. Terra Alta parece una novela negra al uso: hay un crimen y un detective, Melchor Marín, que es un personaje muy atractivo. Podría ser un thriller de Philip Clarke y, sin embargo, no lo es. Yo la he disfrutado muchísimo al ver cómo emergía de tu novela anterior, El monarca de las sombras (2017), uno de los libros que más me ha emocionado.

Me gustaría que contaras cómo se relacionan ambos libros, tan distintos en apariencia, al menos para el lector desprevenido: uno es un libro autobiográfico que habla sobre un tío abuelo tuyo y el pasado de tu familia, el otro es un thriller de un detective que investiga un crimen en la comarca de la Terra Alta (Tarragona). Uno con ficción, otro sin ficción; uno de tu familia, otro no. Sin embargo, son dos caras de la misma moneda. ¿Cómo se entiende esto?

Javier Cercas: En primer lugar, los novelistas solo tenemos que responder ante un tipo que se llamaba Miguel de Cervantes. La primera regla que nos dio para este género nuevo que él ni siquiera sabía que lo estaba inventando y al que no llamaba novela —porque en aquella época las novelas eran solo, digamos, las Novelas ejemplares, lo que nosotros llamamos nouvelles—, fue: aquí no hay reglas, pueden hacer lo que les dé la gana, libertad total. Eso supone una revolución extraordinaria porque significa que cada novela crea sus propias reglas. Para mí escribir una novela es como crear un juego en el que uno tiene que ir descubriendo las reglas a medida que escribe. Podemos hacer lo que queramos: mezclar géneros, como hace Cervantes, incluir el ensayo, la biografía, la autobiografía... El Quijote es un banquete con muchos platos y eso puede ser la novela. Podemos incluso escribir novelas sin ficción, ¿por qué no?

Ruinas en el Poble Vell de Corbera dEbre, en la comarca de la Terra Alta (Tarragona), donde se libró la batalla del Ebro en la Guerra Civil. Foto Makinal, CC BY-SA 3.0

En un momento determinado de mi trayectoria —llamémoslo así aunque suene un poco pomposo—, por una serie de azares, después de tres años trabajando en un libro sobre el golpe de Estado de 1981 [se refiere a Anatomía de un instante], llegué a la conclusión de que aquello era una gran ficción colectiva y que no tenía sentido escribir una ficción sobre otra ficción. Y me dije: «Vamos a prescindir de todas las ficciones», porque escribir una ficción sobre otra ficción es redundante, literariamente irrelevante. ¿Teóricamente las novelas son ficciones? Sí. ¿Se puede escribir una novela sin ficción? Teóricamente, no; pero como a mí Cervantes me ha dicho que haga lo que me dé la gana, yo lo hago. El problema es que no usamos la libertad que nos dio Cervantes y tendemos a conformarnos con un modelo de novela muy exitoso, el del siglo XIX, pero que no es el único. Los hijos directos del Quijote —las novelas francesas, pero sobre todo las inglesas del siglo XVIII, como Tristram Shandy—, son sacos donde cabe todo. Yo los llamo «cocidos», porque ahí metes todo tipo de ingredientes. Cuando he escrito novelas sin ficción, me han dicho: «Entonces, tú crees que la novela está acabada y que ya no puede haber ficción». Yo contesto que no, que depende de los intereses del escritor.

Sergio del Molino: De hecho, tu obra es también una muestra de que la ficción no está muerta: has escrito mucha ficción.

Javier Cercas: Claro, ni estoy diciendo que la ficción esté acabada ni lo contrario. Para mí escribir una novela consiste en formular una pregunta compleja de la manera más compleja posible y no contestarla o, al menos, no contestarla de una manera clara, nítida, inequívoca, taxativa, porque las respuestas de las novelas siempre son ambiguas, contradictorias, poliédricas.

Sergio del Molino: Comparto completa y entusiastamente tu argumento de que la novela es el territorio de la libertad, pero Terra Alta es un libro que se te impone. Ayer Elvira Lindo y Antonio Muñoz Molina planteaban una idea que siempre me ha fascinado: cómo se imponen los libros, cómo el lector encuentra un libro de un autor contenido en una frase de un libro anterior. Es evidente que Terra Alta lo has escrito desde la libertad absoluta, pero también desde la vivencia, desde todo lo que te encuentras al descubrir ese territorio a raíz de escribir tu novela anterior. La Terra Alta es la comarca donde trascurre la batalla del Ebro y uno de los escenarios de El monarca de las sombras. Ese enamoramiento te lleva a escribir esta novela. Hay una tensión, una paradoja entre la libertad y una especie de destino que te lleva hacia allí.

Javier Cercas: El día que me dieron el premio Planeta ya dije que era una novela radicalmente distinta a todas las que había escrito y que, al mismo tiempo, intenta ser radicalmente fiel a todas ellas. El monarca de las sombras es el primer libro que quise escribir porque trataba de mi familia, del héroe de mi madre, para quien Manuel Mena era muy importante. Era la historia que siempre tuve en mi cabeza.

Sergio del Molino: Por si hay gente que no la ha leído –que serán desalojados, por supuesto, pero mientras los desalojan (risas)–, ¿puedes contar quién era Manuel Mena?

Javier Cercas: Manuel Mena era mi tío abuelo, el tío de mi madre. Estamos hablando de una familia humilde de Extremadura, de un pueblo cercano a Trujillo, la zona más pobre de Extremadura y una de las más pobres de España. El pueblo se dividía entre gente que comía un poquito y gente que apenas comía. Esas eran las dos clases sociales, y los míos, que eran pequeños propietarios rurales, eran de los primeros. Manuel Mena es el benjamín de la familia, un adolescente con ambiciones intelectuales, el primero que estudia de la familia y prácticamente del pueblo. Cuando en 1936 estalla la guerra, se alista en las tropas de Franco, combate en primera línea con una unidad africana de élite, participa en las batallas más duras de la guerra —Teruel, Lérida, etc.—, llega a alférez y muere en combate en la batalla del Ebro. Antes de Soldados de Salamanina escribí ciento cincuenta páginas sobre esa historia. Mi padre me dijo que era lo mejor que había escrito en mi vida, pero no era verdad porque la abandoné. Apareció Soldados de Salamina y la fui aplazando.

En Soldados de Salamanina empezó un territorio literario en el que hablaba de la guerra. Empecé a escribir novelas muy mezcladas, en las que había cocidos literarios: ensayos, biografía, autobiografía, novelas híbridas, autoficcionales. A menudo salía un tipo que se llamaba Javier Cercas, que era más o menos próximo a mí; había novelas sin ficción como Anatomía de un instante y El impostor (2014). Eran novelas en las que yo me apartaba a menudo de la ficción y de los cánones habituales del género. Al terminar El monarca de las sombras tuve la impresión de que acababa algo; es decir, corría el mayor peligro que puede correr un escritor cuando llega a una cierta edad y las cosas le han ido más o menos bien, que es el de repetirse, el convertir en fórmula aquello que al principio fue hallazgo y necesidad. Para mí la autoficción era un territorio colonizado y veía ese riesgo gravísimo. Ahora mucha gente ha encontrado en él algo fértil, lo cual me alegra mucho. Tú, Sergio, lo has hecho maravillosamente, y también otros, pero para mí está acabado.

Meses después de la publicación de El monarca de las sombras, en julio de 2017, me fui a presentarlo a la Terra Alta, donde trascurre el último capítulo. La Terra Alta es un lugar muy especial, una comarca de la que yo llamo la «Cataluña pobre». Cuando la conocí me pareció estar en Extremadura. Es un territorio rocoso, pegado a Aragón, pobre, un poco relegado, donde la gente es muy hospitalaria, un territorio de western en el que trascurrió la batalla del Ebro. De hecho, en la novela hay un personaje que dice: «De nosotros solo se acuerdan para bombardearnos», porque, efectivamente, la inmensa mayoría de la gente solo conoce la zona por eso. Yo me quedé fascinado, hice amigos, etcétera.

Ese día de julio de 2017 presentamos el libro justo en el lugar en el que Manuel Mena había muerto. Ese día dije: «Yo aquí, en la Terra Alta, he encontrado una patria», no en el sentido tóxico, político, moderno, sino en el sentido de Cervantes. Para Cervantes la patria es ese lugar pequeñito, donde tienes tus afectos, tus recuerdos, donde está la gente que quieres. Ustedes se acuerdan del momento final del Quijote, en el que, después de mil páginas, Don Quijote y Sancho regresan a casa, suben una pequeña elevación y ven al fondo la aldea. Entonces, Sancho cae de rodillas y dice, llorando: «Ah, patria mía, donde tengo a mi mujer, donde tengo a mis hijos…».

Al día siguiente de la presentación, resulta que habían intentado forzar mi coche. Y un amigo de allí me dice: «Qué raro, si aquí nunca pasa nada». Esto es un leit motiv en Terra Alta. Voy a la comisaria de los Mossos d’Esquadra, donde trascurre gran parte de la novela. Hay un silencio total, como si estuviese vacía. Aparece un hombre vestido de civil y sale con sus instrumentos para tomar las huellas dactilares, algo que yo nunca había visto. El tipo me explica: «Aquí, como tenemos tiempo, podemos hacer estas cosas» (risas). Cuando acaba, me dice: «Ahora tiene usted que pagarme… Es que mi mujer es profesora y ha leído todos sus libros. Hágame el favor de firmarlos». El tipo va por los libros, los firmo en el capó del coche, conversamos y me dice que es de Barcelona, que se casó con una chica de allí y tuvo una niña. Le pregunto si se ha aclimatado bien, me dice que sí, pero que «al principio no podía dormir». Le pregunto que por qué y me dice: «Por el silencio». Yo me quedé con esta copla: un tipo que viene de Barcelona, que es tan urbanita que no puede dormir por el silencio, que encuentra una patria en un lugar desolado, abandonado… De repente, un día me apareció lo que es ahora la primera frase del segundo capítulo, que dice algo así como: «Se llamaba Melchor porque el día que salió del vientre de su madre, chorreando sangre, su madre dijo entre sollozos que parecía un rey mago. Su madre se llamaba Rosario y era puta». Y cuando apareció esa frase noté una música que no había escuchado nunca. Desde Soldados de Salamina hasta El monarca de las sombras mis libros están escritos en primera persona, pero este está escrito en tercera, una tercera persona muy distante.

El Merengue, escenario de la batalla del Segre. Foto Àngela Llop, CC BY-SA 2.0

Me quedé con esa copla, empecé a darle vueltas, tomé unas notas… Esto ocurrió en agosto de 2017 y en septiembre sucedió una cosa que nunca me había pasado: dejé de escribir. Me dediqué a contestar a periodistas extranjeros, a escribir artículos, sobre todo para la prensa extranjera, y a angustiarme, como todo el mundo, durante dos meses en los cuales Cataluña –como dijo el patriarca de los historiadores catalanes ya fallecido, Josep Fontana, filoindependentista en su vejez– vivió en un clima prebélico. Lo que viví, lo que experimenté en aquellos dos meses no lo había experimentado nunca; lo había leído en las novelas, lo había visto en las películas, pero nunca creí que iba a vivir algo semejante, ni se me ocurrió pensar que en uno de los lugares más privilegiados del mundo pudiera suceder algo así. A mediados de diciembre, volví a aquella frase inicial y al esquema que había hecho. Yo ya era otra persona… De ahí surge esa novela, una novela distinta porque yo soy una persona distinta. He cambiado como escritor porque he cambiado como persona. Los escritores, tú lo sabes muy bien, Sergio, somos recicladores de basura.

Sergio del Molino: Sí, eso lo digo últimamente mucho.

Javier Cercas: Es que es así. La felicidad es el peor carburante de la literatura, porque es muda. En cambio, los conflictos, las desgracias, los horrores, lo malo es el mejor carburante para la literatura. Así que, al final, tengo que darle las gracias a esta gente por haber montado este pollo impresionante en Cataluña, porque me ha ayudado a renovarme como escritor.

Sergio del Molino: Todo este lío prebélico está muy sutilmente introducido en la novela y determina el destino del personaje, que no voy a desvelar porque siempre me acusan de estropear las historias y de hacer spoilers, pero es verdad que está en el fondo de la novela, aunque te hayas ido por peteneras constantemente.

Javier Cercas: Terra Alta no es una novela sobre la crisis catalana. Surge en un momento determinado, en los atentados de agosto de 2017, que no forman parte de la crisis.

Sergio del Molino: Y aparece el referéndum también, pero de puntillas.

Javier Cercas: En un único párrafo. Los últimos libros que había escrito estaban muy pegados a mi experiencia, a la realidad, a la historia, etc., sin embargo, este es eso que la gente llama «ficción pura», algo que, por supuesto, no existe, como tú bien sabes: la ficción pura es un invento de quienes no saben lo que es la ficción. La ficción siempre parte de la realidad, que es su carburante. Si existiera la ficción pura, ni se entendería ni tendría el menor interés.

Esto de mezclar géneros no es algo que me haya inventado yo. Desde Homero la literatura consiste en mezclar la realidad y la ficción, pero Terra Alta guarda una relación lejana con mi propia experiencia, al menos en apariencia. Mientras la escribía, una vez salidos del momento más peligroso de la crisis catalana, yo estaba como en un bunker.

Sergio del Molino: Como Franco en la batalla del Ebro (risas).

Javier Cercas: Estaba en un bunker, literalmente. Me sentía feliz, dentro de una historia que en apariencia no tenía nada que ver con lo que pasaba. Me metía a escribir en mi despacho y luego salía a calle y seguía el lío y escribía artículos, pero en la novela estaba protegido de todo.

El carburante de Terra Alta ha sido lo que vi, lo que experimenté, mis propios cambios, etc. Dicho de otra manera, uno de los libros fundamentales de la historia, La metamorfosis (1915) de Kafka, va de un señor que se levanta por la mañana convertido en escarabajo, pero el tema profundo, su carburante, es la incapacidad de Kafka para vivir, el hecho de que se sintiera un monstruo, su pésima relación con su padre, etc. Este libro superficialmente no trata de la crisis catalana, pero su carburante es la experiencia de aquel tiempo.

Sergio del Molino: Tú te sentirás un escritor distinto y una persona distinta, pero como lector tengo que contradecirte porque creo que es una novela en la que te reconocemos en todo. Tiene los dos rasgos fundamentales de tu literatura: la búsqueda del héroe —esa construcción mitológica, con unas referencias muy claras a la mitología clásica, siempre presente en tu obra—, y esa forma en la que introduces recursos de una altísima cultura y unas referencias literarias muy poderosas que van permeando todo el texto y que en ningún momento suenan ni pedantes ni afectadas, sino que se incorporan con una naturalidad tremenda. En Terra Alta es la cuestión de Los miserables y las novelas del siglo XIX. Siempre estableces un diálogo con obras clásicas, pero lo creas con sencillez, como si estuvieras conversando en un bar. No sé si es oficio o un don, pero es una maravilla.

Javier Cercas: Es una manera de vivir la literatura. Para mí no existe diferencia entre la literatura y la vida.

Sergio del Molino: Tus personajes hablan de Los miserables y de sus personajes como podrían hablar de un salteado, de un cocido, de los pormenores de la investigación o de cualquier otra cosa.

Javier Cercas: Es que la literatura no está separada de la vida. Un hombre o una mujer que están leyendo no están no viviendo, están viviendo más. Eso es la literatura, una forma de vivir más intensamente; es decir, de una manera más rica y más compleja. Los miserables, como La Odisea y la Ilíada en El monarca de las sombras, no están en la novela para adornarla ni para hacerme el listo ni para decir al lector: «Fíjate cuánto he leído», sino que forman parte del tejido mismo de la novela, de su significado. No hago una diferencia entre las ideas y la vida de la gente: las ideas, al igual que la literatura, forman parte de nuestra vida.

Sea como sea, esa contradicción que tú apuntas es la que quise señalar yo también cuando decía que era un libro radicalmente distinto y, al mismo tiempo, radicalmente fiel a mis otros libros. Tú sabes, Sergio, y esa es la maravilla de la literatura, que los escritores no controlamos del todo lo que hacemos. Nos metemos en un sitio y, al final, salen cosas que obedecen a nuestras propias obsesiones, que son incontrolables. Tú lo has dicho: desde Soldados de Salamina, probablemente desde antes, mis libros son una investigación acerca de en qué consiste ser un héroe. Y hay exploraciones distintas: hay héroes de la traición, hay falsos héroes...

Sergio del Molino: Pero, al final, siempre encuentras a la persona y eso es lo bonito. En El monarca de las sombras es donde mejor se ve esa búsqueda de Manuel Mena, que es el héroe de tu familia y tiene ese pasado falangista y esa relación con la historia de España que quieres investigar. Y no vas a refutar al héroe, vas en su búsqueda. No quieres causarle a tu madre, porque es un libro escrito para ella, una desilusión, no quieres romperle su figura idealizada, pero en esa búsqueda te encuentras a la persona. Y la persona, con todas sus flaquezas, siempre resulta más grande y más interesante que el héroe. Los héroes son de cartón piedra, dentro de ellos hay algo mucho más profundo y más carnal.

Una cosa que me admira es que siempre quieres saberlo todo, algo que yo no he sabido hacer. He disfrutado mucho leyendo tus dos últimas novelas porque tienen mucha conexión con mi libro Lo que a nadie le importa, en el que hablaba de la historia de mi abuelo. Yo también fui a la Terra Alta, porque mi abuelo estuvo en la batalla del Ebro, pero me centré en otro lugar accesorio, en una batalla menor, que es la del Segre. Mi abuelo era soldado franquista de leva y fue herido en la batalla del Merengue. Se llamaba así porque los republicanos decían: «Vamos, chicos, que nos lo merendamos como si fuera un merengue», y murieron todos. Las fuerzas republicanas, dirigidas por el general Rojo, hicieron un ataque brutal a la posición, que estaba prácticamente aislada. Mi abuelo fue herido en una cabeza de puente, en el promontorio que tenían que defender. Cuando fui a visitar ese lugar, me emocionó mucho. Indagué algunas cosas sobre mi familia, pero hubo otras que preferí no saber porque me las imagino. Entonces, a partir de un punto, lo que hago es poner literatura. Tú, en cambio, dices: «No voy a poner literatura, voy a cruzar la línea y que aparezca lo que tenga que aparecer». Es una actitud que valoro mucho, porque yo recurro a la literatura como forma de no adentrarme en esa parte oscura en la que sé que no me voy a encontrar nada bonito.

Monumento dedicado a las Brigadas Internacionales, a la entrada del Poble Vell de Corbera dEbre. Foto Enfo, CC BY-SA 3.0

Javier Cercas: Yo recurro a la ficción solo cuando ya no puedo saber de otra manera. Quizá soy un poco temerario. En El monarca de las sombras, sin duda. Toda mi familia era falangista. Eran los ricos del pueblo, aunque en cuanto salíamos del pueblo éramos pobres, daba igual. Era la gente que comía y que tomó el poder en la guerra. Luego todos o casi todos hemos sido de izquierdas. En el libro, mi primo Alejandro Cercas, que fue diputado socialista de la generación de Felipe González, me dice: «¿Estás seguro de que quieres averiguar lo que pasó con tu familia durante la guerra? Te puedes encontrar cosas feas». Pero yo voy hasta el final, hasta donde puedo.

Sergio del Molino: Y tu primo te dijo, además, que no lo decía por ti, sino por tu madre, a la que le podías dar un disgusto.

Javier Cercas: Hay gente que no lo entiende, pero toda mi vida he vivido angustiado por lo que pasó en la guerra. En los pueblos pequeños pasaron cosas horribles. En el mío también, aunque fueron menos horribles que en otros. Mi pueblo enseguida cayó en manos franquistas, pero hubo trece asesinatos en la retaguardia, a sangre fría. Es algo que siempre he tenido presente, y el velo de ignorancia que flotaba sobre ese hecho… Todos tenemos una buena herencia y una mala herencia. La buena más o menos la conocemos porque nos la cuentan, pero la mala nadie nos la cuenta. En torno a esa mala herencia flota una especie de neblina y yo he intentado despejarla por un motivo muy sencillo, que en mi caso era una obsesión: si tú conoces y entiendes tu herencia, puedes manejarla; si no, es esa herencia la que te maneja a ti. Y esto vale para los individuos, las colectividades, los países. En el caso concreto de la historia de El monarca de las sombras, era una necesidad imperiosa. Y debo decir que mi gran alivio fue descubrir que la cosa no era para tanto. Este chaval, Manuel Mena, fue simplemente un combatiente, un idealista, porque había idealistas franquistas; los malos, los que están en el lado equivocado de la historia, también pueden ser idealistas. Es algo que no queremos entender, no queremos aceptar que el infierno está empedrado de buenas intenciones.

Sergio del Molino: ¿Por qué nos cuesta tanto aceptarlo?

Javier Cercas: No queremos aceptar que las buenas personas pueden cometer barbaridades, porque eso significa asumir que nosotros también podemos cometer errores o, incluso, barbaridades. George Orwell, que conoció la guerra, se preguntaba: «¿Dónde está la buena gente cuando ocurren cosas malas?». Es una pregunta retórica, él lo sabía muy bien: la buena gente o está haciendo cosas malas o está callada. Y esto nos lo enseñan la historia y la guerra. Volvamos a los atentados yihadistas de agosto de 2017 en Barcelona: del chico que condujo la camioneta y mató a diecinueve personas todo el mundo dice maravillas. Cuando a su profesora le dijeron que era él, no podía creerlo. Sus amigos decían que sus padres se lo ponían como ejemplo... Las mejores personas pueden cometer las peores barbaridades, es algo que no queremos aceptar porque vivimos con esquemas facilones y tranquilizadores. Y porque nos da miedo.

Sergio del Molino: ¿En España nos cuesta más aceptarlo?

Javier Cercas: No. Cuando yo era joven, feliz e indocumentado, como decía García Márquez, creía que mi país era distinto, que teníamos unos problemas terribles con nuestro pasado y eso nos hacía diferentes al resto. No seamos tan narcisistas, España no es tan distinta de los demás países. Todos tienen problemas con su pasado, y tener problemas con el pasado, sobre todo con el pasado reciente, es tenerlos con el presente. El pasado del que hay memoria y del que hay testigos es un pasado que no ha pasado todavía, es una dimensión del presente sin la cual el presente está mutilado. Todos los países tienen una herencia mala y una buena. Incluso aquellos que nos parecen maravillosos. Por ejemplo, lo que está ocurriendo en Reino Unido, que es una catástrofe, es evidente que viene de una incapacidad para digerir su pasado colonial, imperial. Y es la democracia más antigua del mundo.

En nuestro caso, el mal pasado está más cerca que el de los italianos o el de los alemanes. Todos tenemos pasados complicados y necesidad de conocerlos y comprenderlos, lo que no significa justificarlos. Yo no he intentado justificar a Manuel Mena, un chaval que tenía diecisiete años cuando se fue a la guerra y diecinueve cuando murió. Creo que se equivocó, que eligió el lado equivocado de la historia, que fue contra sus propios intereses, pero no que fuera peor persona que yo. Ese chaval no tenía la razón política, pero no puedo decir que no tuviera la razón moral. Hizo lo que hizo y murió por defender cosas en las que creía, y eso hace de él mejor persona que yo porque no sé si yo sería capaz de hacerlo. Esa distinción entre razón política y razón moral me parece útil y creo que implícitamente está en casi todos mis libros.

Sergio del Molino: Hay una corriente de opinión que, en cuanto sacas la historia de un pasado franquista, se empeña en acusarte de estar «blanqueando» —un término horrible— el franquismo…

Javier Cercas: Eso se puede contestar de muchas maneras. Podría decir que la verdad es siempre incómoda, sobre todo para los intelectuales. En una ocasión, el crítico inglés Boyd Tonkin me dijo que mis libros se entendían mejor fuera de España y me dio un argumento que ha elaborado muy bien Milan Kundera en un ensayo que habla de Los dioses tienen sed (1912), una novela de Anatole France que no he leído, sobre la Revolución francesa. Kundera dice que los franceses la leen mal porque la Revolución francesa es un asunto capital en su historia, y el lector francés lo que quiere saber es si France está a favor o en contra de Robespierre, de la guillotina, etc. Pero los novelistas no funcionamos así, funcionamos con la ambigüedad, con la paradoja. La gente quiere saber si Sánchez Mazas [personaje de Soldados de Salamanina] era bueno o malo. Cercas dice que era una persona, pero ¿cómo va a ser una persona? Era un hijo de…, un fascista y se acabó. De persona, nada.

En la literatura tenemos la obligación de ser equidistantes, mientras que en la vida tarde o temprano tienes que dejar de serlo. Nunca sabremos cuál era la ideología política de Shakespeare, porque se coloca en los puntos de vista de cada uno de sus personajes, no los juzga. La literatura nos permite colocarnos en la vida de aquellos que no piensan como nosotros. Leyendo Ricardo III, que fue el mayor malvado de la historia, casi acabas poniéndote de su parte, y viendo El Padrino, lloras cuando matan a la hija de Michael Corleone… La literatura es profundamente útil si es lo suficientemente valiente para entenderlo absolutamente todo y a todos, incluidos monstruos como Ricardo III o Michael Corleone. En cambio, en la vida no ocurre lo mismo. En 1936 no se podía ser equidistante, había que estar del lado del gobierno legítimo, por muchos errores que hubiera cometido. Tampoco se podía ser equidistante en la Cataluña de 2017. Hoy hay que estar del lado de la democracia y no de aquellos que quieren cargársela, sobre todo de los más peligrosos: aquellos que quieren cargársela en nombre de la democracia.