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"La diferencia entre el apocalipsis y la arcadia es la misma que entre twitter e instagram"

Conversación Daniel Arjona, Ramón Del Castillo, Marta García Aller, Luisgé Martín

De izquierda a derecha: Daniel Arjona, Luisgé Martín, Marta García Aller y Ramón del Castillo. Fotografía de Maíra Vilella

«¿Hacia el apocalipsis o hacia la arcadia? Tecnología, posthumanismo y cultura en un futuro que ya es presente». Esta disyuntiva, que planteó el periodista Daniel Arjona, redactor jefe de cultura en El Confidencial, en una de las mesas de debate de Eñe, dio lugar a otras muchas preguntas acerca de la felicidad humana, el futuro de la democracia, la autonomía de la máquina, las nuevas formas del mal o la verdad y la mentira. Participaron el profesor de filosofía contemporánea y estudios culturales Ramón del Castillo, en cuyo último libro, El jardín de los delirios. Las ilusiones del naturalismo (Turner, 2019), cuestiona la poderosa idea de la evasión verde y critica la sacralización moral de la naturaleza por parte del movimiento ecologista; la periodista, profesora y analista de economía Marta García Aller, autora de El fin del mundo tal y como lo conocemos. Las 15 grandes innovaciones que van a cambiar tu vida (Planeta, 2017), una suerte de obituario crítico sobre las cosas e ideas que pueden desaparecer en breve, y el escritor Luisgé Martín, cuyo último libro es el ensayo El mundo feliz. Una apología de la vida falsa (Anagrama, 2018), que empieza así: «La vida es, en su esencia, un sumidero de mierda o un acto ridículo».

Daniel Arjona: La semana pasada la Voyager II traspasó la frontera del sistema solar. En esta nave, como en la Voyager I, viaja un disco de oro con una grabación por si alienígenas lo encontraran en el futuro y quisieran conocer nuestra civilización. Ideado por Carl Sagan, el disco incluye pistas de sonido que captan nuestra identidad y nuestros logros como especie. Se pueden escuchar saludos en 52 lenguas humanas, una muestra del lenguaje de las ballenas, una grabación sonora de 12 minutos que incluye el llanto de un bebé, un beso, un registro de un encefalograma sonoro con las meditaciones de una mujer enamorada y 90 minutos de música folclórica de diversos lugares del mundo: mariachis mexicanos, las flautas sikus peruanas, el raga hindú, un canto nocturno de los indios navajos, un canto de iniciación de una muchacha pigmea, una pieza shakuhachi japonesa y obras de Bach, Beethoven, Mozart, Stravinski, Louis Armstrong y Chuck Berry, que interpreta «Johnny Be Good». Este documento es una idea hermosa, aunque solo sea por las preguntas que plantea: ¿estamos solos? Y si no lo estamos, ¿qué pensarán las formas alienígenas de vida si dan con él?, ¿podrán interpretar estos sonidos humanos o más bien oirán una suerte de zumbido? Y en caso de que comprendan su contenido, ¿cómo responderán: ignorándonos, viniendo a esclavizarnos o a comernos o iniciando, quizás, un diálogo interplanetario? O puede que la respuesta pudiera parecerse a la que se apuntó en Saturday Night Live: «Por favor, envíen más Chuck Berry». En cualquier caso, eso no podrá ocurrir hasta dentro de mucho tiempo. Supuestamente, la nave no alcanzará ninguna de las estrellas más cercanas al sistema solar hasta dentro de 400.000 años. ¿Qué habrá ocurrido con nuestra especie mientras tanto?

Ramón del Castillo: ¿Sabéis cuál fue una de las dificultades con la que se encontraron al grabar el sonido del beso en el disco para enviar al espacio? Pues que la NASA obligó al equipo de Sagan a que fuera un beso estrictamente heterosexual (risas). Lógicamente, los ingenieros de la NASA no sabían cómo debe sonar un beso heterosexual; un ingeniero de sonido probó dándose un beso a sí mismo en el brazo, pero no funcionó. Al final, se grabó un beso muy suave que Timothy Ferris le dio en la mejilla a Ann Druyran, una de las diseñadoras del disco.

Número de abril-mayo de 1939 de Marvel Science Stories. Ilustración de Norman Saunders

Daniel Arjona: Voy a comenzar preguntándoos a cada uno sobre la disyuntiva entre arcadia y apocalipsis en relación con vuestros últimos libros. Ramón, esta disyuntiva es esencial en la ciencia ficción que abordas al final de tu libro, en el que también nos habla de las esperanzas y de los miedos del presente. Por ejemplo, frente a muchas novelas de ciencia ficción que muestran un futuro de violencia y explotación, tú adviertes que la pesadilla podría ser la contraria. Hablas de una próxima colonización de Marte, convertido en un resort para ricos vegetarianos, con huertos maravillosos bajo bóvedas protectoras y jardines subterráneos de ensueño, protegido por un ejército de mercenarios armados. ¿Y si la próxima distopía fuera de color verde?

Ramón del Castillo: La relación entre apocalipsis y arcadia no es excluyente; ambas coexisten. De hecho, en la ciencia ficción, las arcadias suelen ser reservas o santuarios que han sobrevivido al apocalipsis, a la distopía. Y esas arcadias casi siempre guardan relación con las ruinas, con el pasado; suelen ser lugares que albergan una relación antigua con el cuerpo, donde se da una relación más corporal con la naturaleza, se hace el sexo de otra forma, se leen libros… En Bradbury, por ejemplo, la arcadia es el lugar donde la gente vuelve a leer o a transmitir historias oralmente. En las arcadias siempre hay naturaleza y, generalmente, se preservan los valores de los que, con toda razón, Luisgé se ríe en su libro: las esencias humanas, el sufrimiento, el esfuerzo…

Daniel Arjona: Marta, uno de los finales que anuncias en tu libro es el fin de los camellos. No me refiero a esos encantadores y nunca sedientos animales con dos jorobas, sino a los entrañables vendedores de droga de las esquinas, sustituidos como las cabinas telefónicas por la imparable competencia digital. Dices que si la nueva escuela de camellos no espabila perderá su mercado a medida que se digitalice y pasará a la historia como las bandas que atracaban los trenes y las diligencias. Somos una especie innovadora, pero también tremendamente estable a la que le cuesta mucho cambiar. ¿Tú dirías que los nuevos humillados ofendidos serán los inmovilistas?

Marta García Aller: La incertidumbre siempre la hemos llevado mal, y la han llevado peor quienes viven bien. Si observamos a las empresas, vemos que las que ahora desaparecen fueron líderes en su día. Nadie quiere ser el Blockbuster del futuro. Habrá quien diga que la droga se seguirá comprando como toda la vida, que no se va a pedir por internet y la va a traer un dron por la ventana. Pero ¿por qué no? De hecho, ya se está haciendo. Cada vez hay más profesionales que se enfrentan al mal de otra manera: hay cada vez más filósofos trabajando para la Interpol, dedicados a pensar cuáles van a ser los delitos del futuro, porque los malos ya están en ello.

La disyuntiva entre la arcadia y el apocalipsis ya está aquí: somos nosotros los que vivimos en la arcadia; somos la minoría que se puede permitir el lujo de leer libros por ejemplo. La diferencia entre la arcadia y el apocalipsis quizá sea la misma que entre twitter e instagram. En twitter el mensaje es: «Este es el fin y la especie humana no tiene arreglo», mientras que en instagram todo es postureo, con bodegones bien preparados. Los miedos que proyectamos al futuro son en realidad aquellos con los que convivimos. En El fin del mundo… rebusco en el pasado para adentrarme en el futuro. En el caso de los delitos, me remonto a cuando la última tecnología era asaltar un tren en marcha. Aquello era el no va más del I+D, por eso se hicieron tantas películas sobre el tema, porque era un despliegue tecnológico fascinante para la época. Nunca antes se había podido robar a 300 personas a la vez. Ahora somos capaces de robar a 300 millones o a 3.000 millones de personas que están conectadas a internet. Somos realmente innovadores tanto para el bien como para el mal.

Portada del primer número de Amazing Stories, abril de 1926. Ilustración de Frank R. Paul

Daniel Arjona: Luisgé, si el mundo feliz fuera realmente lo deseable y si, en el futuro, una simple pastilla nos otorgara toda la felicidad, la dulzura y la belleza que deseamos, ¿para qué valdrían los pintores, los músicos, los poetas o los escritores como tú?

Luisgé Martín: Para nada. Yo vivo como si todo lo que estoy diciendo no fuera verdad, porque pienso que somos incapaces de vivir de otra manera, pero estoy convencido de que en un mundo arcádico el arte no serviría de nada. Como decía Ramón, en El mundo feliz me río de la gente que prefiere preservar a Shakespeare antes que ser feliz. Una de las cosas que más felicidad me produce es leer, escuchar música o ir al teatro; es decir, no soy sospechoso en ese sentido, pero estoy seguro de que si pudiera follar todo el día, comer y vivir en un éxtasis de drogadicción, no necesitaría el arte y sería muchísimo más feliz.

Daniel Arjona: Antaño el ser optimista o pesimista parecía una cuestión de carácter, pero ahora fundamenta extensas filosofías, incluso programas científicos: desde los pinkerianos, que aseguran que nunca hemos vivido mejor, a otros que dicen que esta perspectiva está dejando de lado un montón de peligros que nos acechan a la vuelta de la esquina. ¿Cómo os definís vosotros respecto al futuro: pesimistas u optimistas? Luisgé, tú creo que sé más o menos por dónde vas…

Marta García Aller: Lo del sumidero de mierda lo define (risas).

Luisgé Martín: Todo lo contrario (risas), el optimista de la mesa soy yo.

Ramón del Castillo: Pero tu hipótesis no es Matrix. Tú no dices que las máquinas se vayan a poner chulas y a meternos en burbujas, sino que nosotros nos pondríamos de acuerdo para meternos en burbujas.

Cubierta de la novela City in the End of the World, de Edmond Hamilton (1953)

Luisgé Martín: Lo que yo sostengo, y desde el domingo pasado con más énfasis [se refiere 10 de noviembre de 2019, día de las últimas elecciones generales] es que desde el pensamiento de la Escuela de Frankfurt, del Mayo del 68, repetimos continuamente que lo que falla es el sistema, cualquier sistema: el capitalista occidental, el comunista o los sistemas mixtos. Dependiendo de a quién le preguntes te señalará un sistema u otro, unas disfuncionalidades u otras. Pero el problema no está en el sistema, sino en el ser humano. Pensad en las polémicas sobre la velocidad permitida en la carretera: hoy, igual que hace 30 años, se puede conducir a 120 km/hora. ¿Por qué, si hoy las carreteras y los coches son infinitamente mejores? Porque el ser humano sigue teniendo la misma capacidad de reflejos. ¿Cuál es la solución a eso? Los coches sin conductor. ¿Y cuál es la verdadera solución a que el domingo pasado tres millones de personas votaran a Vox? No la educación, como se dice, porque la educación ha evolucionado mucho desde los años treinta, cuando ya ocurrió esto mismo. La solución seguramente es la cirugía cerebral: hay que intervenir el cerebro humano, limar esas patologías que no van a cambiar ni con educación ni con bienestar ni con nada.

Ramón del Castillo: Tu teoría no me cuadra porque, si como argumenta Marta al final de su libro, la batería del móvil se gasta tan rápidamente o el cacharro que aspira solo se choca con las puertas, ¿cómo va a funcionar la cirugía que extirpa el filofascismo?

Marta García Aller: Exacto: ¿cómo nos van a conquistar las máquinas, y este es el gran canto al optimismo y al futuro de los humanos, si se les acaba la batería en tres horas? ¿Qué tipo de conquista sería esa? Si hay algo que nos diferencia de las máquinas, y no creo que nos vayamos a fiar a la hora de descargar nuestra conciencia en ellas ni aunque nos prometieran la mejor de las ilusiones para alcanzar esa felicidad que reivindicaba Luisgé, es el hecho de que ellas no tienen voluntad. Podrán ser mucho mejores que los humanos a la hora de desempeñar aquello para lo que valen, pero no van a tener ganas de hacer nada. Las ganas son cosas nuestras, aunque sean ganas de votar a Vox. Son algo humano, como el enfado, la rabia, la capacidad de improvisación, algo que, por muy evolucionada que esté la inteligencia artificial, las máquinas no tienen. Atribuirles ese poder es tan ingenuo como cuando se inventó la aviación, en el siglo XIX, y se pensaba que las guerras acabarían porque una vez que la gente pudiera conocerse desde lugares remotos dejaría de matarse. Esa visión ingenua de ver solo lo bueno que tiene la globalización es comparable a creer que las máquinas nos van a permitir solucionar las pulsiones que han estado siempre con nosotros. Seguramente vivamos para ver eso que los tecnólogos más optimistas o ingenuos llaman transhumanismo y que tratan casi como una religión, más aún que la naturaleza de la que habla Ramón en su libro. La verdadera religión de hoy es la tecnología, vista como un pensamiento mágico que va a curar todas nuestras enfermedades, a darnos la vida eterna, a liberarnos del trabajo…

Luisgé Martín: Y del sexo reproductivo.

Marta García Aller: El sexo bueno nos lo quedamos nosotros (risas). Los robots sexuales que se están creando para satisfacer una necesidad no van a tener ganas de sexo: la necesidad o el deseo no la va a sentir la máquina, sino su cliente o su dueño. Seguiremos reproduciendo los mismos temores y pasiones que mantienen a Shakespeare vigente, por más que no vaya a solucionarnos la vida ni a hacernos felices. Gracias a la penicilina, hoy no morimos de un montón de cosas por las que hace cien años sí moríamos, y dentro de veinte años dejaremos de morirnos por cosas que hoy son un problema, pero nos inventaremos otros problemas nuevos que las máquinas no sabrán resolver.

Salida de la ópera en el año 2000. Litografía coloreada a mano. Albert Rovida, finales del siglo xix

Luisgé Martín: Las máquinas no, pero todo se va a poder medicar. Muchas de las mejoras de nuestra vida occidental de ricos tienen que ver con los avances en la farmacología y creo que podremos someternos a intervenciones que, a través de descargas, neutralicen en el momento aquello que queramos neutralizar.

Ramón del Castillo: Sin embargo, creo que la tercera causa de muerte en España son los fármacos. Puede ser que evolucione muchísimo la farmacología, pero, de momento, tomar pastillas no nos va bien.

Luisgé Martín: Mi teoría es una apuesta segura porque estoy hablando de algo que no voy a ver y que nadie me va a poder desmentir (risas). Pero reconóceme, Ramón, que los fármacos de hace treinta años y los de ahora no tienen nada que ver.

Ramón del Castillo: Quería decir una cosa a propósito del sumidero de mierda, que tiene que ver no con el mundo feliz, sino con el mundo de mierda. Y tiene que ver también con lo que ha dicho Marta antes y es que el trashumanismo no está reñido con el subhumanismo. Para que haya gente forrándose a pastillas y viviendo en la burbuja de Luisgé, también hay más explotación que nunca en el mundo. Lo trashumano y lo subhumano coexisten. El trashumanismo y ese tipo de utopías son high class, y suponen hundir más aún en lo subhumano a mucha gente.

Marta García Aller: No estoy de acuerdo en eso de que hoy hay más esclavos que nunca. No digo que ahora se viva bien, sino que antes se vivía peor. Si me dan a elegir en qué momento de la historia nacer, también como mujer, y aunque estamos lejos de vivir en una arcadia, este momento es lo más parecido que se me ocurre; al menos, ahora hay más personas que viven bien.

Ramón del Castillo: ¿Y si te tocara ser obrera china?

Marta García Aller: Si me tocara ser obrera china hace cien años, no se habría inventado la penicilina. Dentro de las desi-gualdades, el ser románticos hacia el futuro es lo mismo que serlo hacia el pasado.

Luisgé Martín: Daniel ha mencionado a toda la corriente de filósofos optimistas que han demostrado con datos, de manera irrebatible, que el progreso es continuo, que jamás ha habido más escolarización, incluida de las niñas que durante siglos han estado desescolarizadas, ni menos guerras, menos pobreza y menos gente que muere de hambre que ahora.

Portada de la mítica revista Galaxy Science Fiction, junio de 1952

Daniel Arjona: Hace unos pocos años se decía que las redes sociales iban a unir a la humanidad en un proyecto colectivo, que todos íbamos a conocernos, que el cosmopolitismo inundaría el mundo... Sin embargo, lo que surge son identidades a la gresca, salvajemente opuestas entre sí, con las extremas derechas brotando por todas partes. Aunque fuera verdad que el mundo va a mejor, ¿no es un riesgo no prestar atención a este auge de identidades perversas? ¿Quizá somos como esos alemanes de la República de Weimar que no sabían lo que se les venía encima?

Marta García Aller: Puede que sí lo supieran porque, al leer sobre los años treinta, vemos que había voces que advertían de que la situación se estaba extrapolando demasiado, algo que recuerda a lo que está ocurriendo hoy. Esa polarización no es inocente. No digo que sea una conspiración y haya alguien acariciando un gato y deseando que empecemos a matarnos los unos a los otros, pero sí creo que las grandes tragedias de la historia suceden por mucha irresponsabilidad y por la ejecución de un pensamiento inmediato, y las redes sociales polarizan el pensamiento. El año 2011 fue el de la Primavera árabe, cuando se decía que, gracias a twitter, el pueblo era capaz de derrocar a un tirano. Se pensaba que twitter traería la democracia al planeta y ahora vemos que puede acabar con ella. Y si pensamos cómo funcionan estos mercaderes de la atención que son las redes sociales veremos que esta polarización no es inocente. Está demostrado que cuanto más tiempo pasamos en las redes, y cuanto más nos dan la razón, más a gusto nos sentimos con nuestros propios prejuicios. Contra todo pronóstico, y al igual que pasó con la aviación hace cien años, tener 500 amigos en twitter en los cinco continentes no está acercando a la gente, al contrario, está creando burbujas de personas que nos damos la razón continuamente, lo que nos distancia más del pensamiento divergente y crítico. Y es el propio algoritmo el que está diseñado así, en un diseño voluntariamente buscado por empresas que no se hacen responsables de los contenidos que transmiten. Cuando Mark Zuckerberg compareció en el Congreso de Estados Unidos en 2018 por la filtración masiva de datos personales de usuarios de Facebook, ya avisó de que él no va a censurar contenidos, porque una empresa no es quien para determinar qué es verdadero y qué es falso. Es un canto al liberalismo que a mí no me convence. Si en tu canal se producen contenidos que pueden generar guerras, como ha ocurrido con el genocidio en Myanmar, que surge de afirmaciones publicadas en Facebook, esa empresa tendrá que ser responsable de lo que está difundiendo. Y no es algo que le pase solo a los rohinyá, también en Europa y en Estados Unidos Facebook polariza a la gente, porque aún no tenemos un pensamiento crítico adecuado a la tecnología del presente. Nos parece muy ingenuo que, en los años treinta, con La guerra de los mundos, los oyentes pudieran creerse que había una invasión extraterrestre porque lo había dicho la radio. Pero ahora nos creemos lo que nos manda el cuñado por WhatsApp. Dentro de veinte años, cuando superemos esta credulidad al entender a fondo cómo funcionan las tecnologías de la información, habrá otra forma de manipulación. De ahí que me cueste mucho creer que, por más que nos prometan la felicidad, vayamos a confiar lo suficiente en las máquinas como para conectarnos a ellas. Estamos hartos de empresas que nos prometen la felicidad y lo que en realidad están haciendo es empeorar las cosas.

Luisgé Martín: Pero no son las máquinas, somos nosotros mismos diseñando esas máquinas. En El mundo feliz pongo un ejemplo que es muy de bar, pero en el que creo: el autocontrol que se construyen los ludópatas para que nos les dejen entrar en los casinos. Podemos llegar al punto de que seamos conscientes, políticamente hablando, de nuestras limitaciones y podríamos programarnos como especie para limitar esos problemas en los que tropezamos una y otra vez. Hoy la tecnología, la genética, la farmacología, la robótica, el big data, algo de lo que no hemos hablado pero que da juego para hacer una construcción real de la identidad humana como no se había podido hacer hasta ahora, nos van a permitir hacer diagnósticos que compartiremos sí o sí porque serán pura ciencia. Insisto en que yo no lo voy a ver, pero nos van a permitir tomar soluciones en las que estarán implicadas las máquinas, la modificación genética, toda una serie de cosas a las que renunciamos porque la tradición romántica nos dice que son malas. Por ejemplo, se supone que modificar genéticamente un bebé es malo y yo me preguntó: ¿por qué?

Portada del número de noviembre de 1931 de la revista Everyday Science and Mechanics

Marta García Aller: La selección genética ya se está utilizando para eliminar enfermedades y se podría usar para intervenir en la selección del género del bebé o de su color de ojos; incluso se está pensando en seleccionar el embrión que será más inteligente o más sano. Es algo controvertido, pero existen empresas que aseguran ser capaces de ello. Si tecnológicamente en el futuro fuera posible programar humanos que nacieran sin maldad y solo pudieran ser felices, tendrían el monopolio del mal, podrían dominar al resto de incautos que han anulado su posibilidad de salirse del carril.

Luisgé Martín: En ese caso, nos cargaríamos a los malos…

Marta García Aller: No, porque hemos nacido para ser buenos. Ya no podemos.

Luisgé Martín: Cargárnoslos es ser bueno. De todas formas, yo soy partidario de la extinción de la especie.

Marta García Aller: Eso sí que acabaría con la huella de carbono (risas).

Ramón del Castillo: Me gustaría volver a lo que decía antes Luisgé de que nos sobraría el arte… Yo no sé si nos sobraría el arte, pero sí me he dado cuenta de estoy dejando de leer utopías o distopías filosóficas y es porque leo más periodismo, frente al cual la ciencia ficción se ha quedado muy corta. El periodismo de investigación es la verdadera política ficción. No te tienes que inventar nada, si sales vivo de la investigación, cuentas una historia que no se le habría ocurrido ni a dios. La ciencia ficción nos puede trasportar a planetas y a galaxias lejanos, pero lo realmente delirante está aquí. Mi pregunta para mis compañeros de mesa, una periodista y un escritor, es si el periodismo va a superar a la ficción.

Luisgé Martín: El otro día circuló un tweet de no sé qué cura que dice que uno debería pagar cada vez que se masturbe. ¿A qué escritor se le puede ocurrir algo así? A ninguno. Las redes sociales y el periodismo, que, por cierto, están en un momento de arenas movedizas en el que los poderes se mezclan y tendrá que llegar el día en que haya un corte que aclare qué es qué, son una gran fuente de inspiración para mí. Entre otras cosas, como apuntaba antes Marta, esa creación de identidades falsas, ficticias, como de novela, que la gente hace con sus vidas a través de las redes, es maravillosa.

Ramón del Castillo: Los periodistas son los nuevos realistas sucios, dicho en el mejor sentido de la palabra sucio. En la ciencia ficción había una estilización y una moraleja o mensajes edificantes, mientras que cuando algunos periodistas te dicen que el mundo es un sumidero de mierda no son nada edificantes. Ahora bien, ser realista, e incluso pesimista, como dice Luisgé, no significa ser un amargado. Cuesta creer cosas que están pasando en nuestro mundo, historias que parecen salidas de un cuento de Ballard, pero resulta que, comparado con las historias a las que nos ha acostumbrado el periodismo comprometido, Ballard parece un romántico cursi del siglo XIX.

Marta García Aller: Pero nunca han circulado tantas noticias falsas como ahora, y esto es gravísimo en términos de democracia. Esta edición de Eñe tiene como lema lo fronterizo, y la frontera entre lo que es verdad y lo que es mentira es cada vez más difícil de diferenciar. En el futuro, la verdad va a ser un bien muy escaso. En ese sentido, el periodismo juega un papel muy importante, especialmente si vamos a dejar votar a todo el mundo. Si la gente se informa con contenidos falsos, algo que ya está pasando, se votará a algo que no existe. Y estamos entrando ya en la fase de los deep fake: no se trata solo de noticias falsas escritas, sino de ver o escuchar a un político en un vídeo o en audio tan bien manipulado que no hay forma de saber si realmente ha dicho eso o no.

No sé si habéis visto un vídeo en el que sale el Equipo A con las caras de los cinco candidatos a las elecciones de noviembre de 2019. Si se cambian las caras en los vídeos para hacernos reír, es muy entretenido, pero si lo que estás viendo es al jefe del Estado declarándole la guerra a otro Estado y eso viaja lo suficientemente rápido como para que alguien se lo crea y apriete el botón equivocado, estamos creando un mundo realmente peligroso, y esto solo en el eje verdad-mentira. Vamos a necesitar a las máquinas capaces de hacer esos vídeos para que nos ayuden a diferenciar cuáles son verdad y cuáles no. Ojalá todo esto le dé al periodismo un valor que hoy está perdiendo.

Portada de la revista Popular Science, 1955

Daniel Arjona: Respecto a lo que acabas de decir, Marta, sobre «dejar votar a todo el mundo», si lográramos implementar un algoritmo que tomara las mejores decisiones a la hora de gestionar un país, ¿para qué necesitaríamos seguir votando? ¿Por qué no dejar esa decisión a unas máquinas que supieran cómo gestionar el destino de una nación? ¿Qué opinión os merece esta distopía?

Ramón del Castillo: Yo vuelvo a lo mismo: hoy se solapan mundos muy antiguos con otros muy modernos, pero nadie ha dicho que los viejos modos de manipulación estén caducados.

Luisgé Martín: Hay algo recurrente en lo que hablamos, que es el despotismo ilustrado, y que aquí estamos sustituyendo por un algoritmo. Es verdad que muchas noches, mientras veo First Dates, descreo de la democracia y me pregunto cómo es posible que todo el mundo tenga derecho al voto. Es una boutade; evidentemente, sé cuál es la respuesta, no soy un fascista. Pero lo que sugiere Daniel, que es algo probablemente difícil de medir, yo lo compro.

Marta García Aller: Yo no y te digo por qué. Estoy de acuerdo en el uso del big data, y ya se está haciendo, a la hora de tomar decisiones muy delicadas en ámbitos que pueden despertar dudas éticas profundas. Por ejemplo, en el ámbito de la justicia, en Estados Unidos hay sistemas de inteligencia artificial que deciden si dar la libertad condicional a un condenado o no, en función al riesgo que el big data predice que tiene esa persona de volver a delinquir. La decisión, aun así, la tiene que tomar el juez y hay evaluación de resultados. Cuando comenzó a usarse, era un sistema profundamente racista, porque los jueces de los que aprendía esa máquina lo habían sido. Lo están tratando de mejorar para quitar esos sesgos y creo que esto puede ser útil para decidir políticas públicas en el día a día. Entonces, ¿para qué serían útiles los humanos si la máquina, una vez ajustado algoritmo, puede tomar decisiones perfectamente? Pues porque tienen que ser los humanos y los votantes que votaran a esos humanos, en el mejor de los casos, quienes se planteen qué es lo justo, y a lo largo de la historia de la humanidad nunca nos hemos puesto de acuerdo a la hora de establecer qué es justo y qué es injusto. La motivación, las prioridades, las ganas de hacer cosas las plantean los humanos. Si es más justo que el que más se esfuerce gane más dinero o si es más justo que todos ganemos lo mismo es una decisión política. Una cosa es el diagnóstico y otra la solución. Los cuatro podríamos estar de acuerdo en que una situación es injusta, pero nos costaría acordar cuál es la forma de resolverla. Y no podemos pedirle a una máquina algo si no sabemos qué queremos.

Detalle de la ilustración de Karel Thole para la cubierta de la edición italiana de 1962 de Starman’s Quest, de Robert Silverberg (1958)

Daniel Arjona: Una última pregunta. Si llegáramos a ver esa pastilla, esa tecnología capaz de librarnos de la muerte, ¿la tomaríais?

Luisgé Martín: Ponnos las condiciones.

Daniel Arjona: En un estado aceptable.

Marta García Aller: No hay ninguna duda.

Ramón del Castillo: A los filósofos nos caducaría la pastilla, le damos tantas vueltas a las cosas que se nos pasan hasta las pastillas (risas).

Marta García Aller: Vivir eternamente es más un concepto filosófico que biológico, pero sí es verdad que el avance tecnológico hace que ya no sea solo algo filosófico: hay empresas invirtiendo miles de millones no en alargar la vida, sino en alargar la juventud y en hacer, al menos, verosímil la idea de que están trabajando en vencer a la muerte, aunque los biólogos nieguen que exista esa posibilidad.

Luisgé Martín: Facebook te ofrece una vida post mortem, ¿no?

Marta García Aller: En un capítulo de Black Mirror titulado «San Junipero» se planteaba el poder chatear con tus seres queridos una vez que han fallecido. Hoy es tecnológicamente posible seguir whatsappeándote con alguien que quieres y que ha muerto. Si le dejas a un sistema artificial procesar los millones de mensajes que te has intercambiado con esa persona, un sistema tecnológico podría predecir sus respuestas y crearía la ilusión de que la persona sigue allí.

Luisgé Martín: Yo creo en ello firmemente. Insisto en que no lo veré, pero me apuntaba sin ninguna duda.