La melodía salvaje
Guiris, emigrantes y viajeros en la canción popular (1958-2018)
El escritor, periodista y músico Fidel Moreno ofrece un recorrido sonoro a través de nueve canciones que han cantado en español artistas extranjeros de todos los estilos, porque «si hay un arte en el que se refleje de una manera esencial y gozosa el carácter cambiante y fronterizo es el de las canciones».
Estimados oyentes, los invito a una escucha guiada de canciones en español que invitan a transgredir las fronteras establecidas de la moral, la geopolítica y la sentimentalidad. El Festival Eñe, en palabras de su director Sergio del Molino, trata este año sobre la literatura fronteriza, sobre los libros que van más allá de la ficción, saltándose las fronteras entre géneros, entre la verdad y la mentira, entre lo biográfico y lo inventado.
El humano es un ser fronterizo y sus labores, por más que se presenten como folclóricas, no escapan nunca a esta naturaleza híbrida. A menudo nos enfrentamos a la incertidumbre del mundo y de la vida creyendo que somos de un lugar, protegiéndonos con una bandera o defendiendo nuestras raíces y, sin embargo, no somos como los árboles. George Steiner decía que los árboles tienen raíces y que las personas lo que tenemos son piernas; lo que nos define, por tanto, no es la permanencia en un sitio o en una identidad, sino el movimiento y el cambio.
Y si hay un arte en el que se refleje de una manera esencial y gozosa este carácter cambiante y fronterizo es el de las canciones. Las canciones son fruto de una transculturación constante. La denominación de origen de una canción es siempre bastarda. Cuando nos ponemos a buscar el origen de una música, si somos rigurosos, nos damos cuenta de que la música, si me permiten la licencia, es una auténtica hija de puta, de madre dudosa y padre desconocido. Las canciones van por el aire y no suelen respetar las demarcaciones establecidas por la estética, son por definición creaciones fronterizas y por eso nos gustan tanto, porque nos muestran lo que somos, lo que tenemos de particular y lo que tenemos en común con los demás.
Así que les propongo mirarnos por un momento en el espejo de un repertorio de canciones en español interpretadas con atractivos acentos foráneos, un repertorio popular que nos sitúa en esa tierra de nadie que es de todos, en ese baile donde los cuerpos se confunden y los corazones se acompasan a un mismo ritmo.
«Y hasta tu oído llegue»
El recorrido que les propongo será cronológico y abarca seis décadas. Empezamos por el gran Nat King Cole, quien a finales de los cincuenta grabó un repertorio en español de canciones latinoamericanas que arrasó en todo el mundo. En España se prohibió su radiodifusión porque la mayoría eran boleros que incitaban al baile apretado. Sin embargo, que se prohibiera en la radio no impidió que triunfara en los guateques y salones. En la España que acababa de salir de la posguerra había mucha necesidad de canciones como estas, que burlaran el corsé moral que sufrieron nuestros abuelos.
Vamos a escuchar Ansiedad (1958), una canción escrita por el venezolano Chelique Sarabia cuando tenía solo quince años y que retrata muy bien el deseo, la ansiedad de estar carnalmente con la persona amada. Porque somos animales fronterizos, pero nos gusta estar en compañía:
musitando palabras de amor.
Ansiedad de tener tus encantos,
y en la boca volverte a besar.
Este vals pretende vencer la distancia con el ser amado, traspasar la frontera de los kilómetros que separan los cuerpos de los amantes. Es una canción de un alto voltaje erótico. Y alude a una cierta telepatía cuando se fantasea con la idea de que la muchacha escuche mágicamente la melodía salvaje que él le está cantando:
y estreches mi retrato con frenesí.
Y hasta tu oído llegue la melodía salvaje
y el eco de la pena de estar sin ti.
Con este detalle metaliterario, la canción se retrata a sí misma como un objeto mágico que nos permite conectarnos telepáticamente y nos consuela de no tener cerca a la persona a la que amamos. Las canciones cumplen con esta función de curarnos la nostalgia, de permitir que nos reunamos en la imaginación con los ausentes. Como el narrador le canta a la destinaria en otros de sus versos: «el eco adormecido de este lamento / hace que estés presente en mi soñar».
La interpretación de Nat King Cole es magistral. Cole no sabía español, pero memorizaba palabra por palabra las canciones y aportaba en su interpretación extranjerizante esa exótica extrañeza que invita al viaje sentimental.
La gracia de perder el sentido
Damos un salto de diez años y escuchamos a otro cantante negro, el venezolano Henry Stephen, que fue criado en Trinidad y Tobago, lo que explica su seductor acento guiri. Se trata de la canción del verano de 1968, Mi limón, mi limonero, una canción surrealista que celebra al limón, en español, pero también en inglés y en francés:
entero me gusta más.
Un inglés dijo yeah, yeah,
Y un francés dijo oh là là.
Meu limão, meu limoeiro era originalmente una samba folclórica bahiana grabada por primera vez en 1937 por Sylvio Caldas & Gidinho, recuperada con éxito en 1966 por Wilson Simonal y adaptada de manera libérrima al español dos años más tarde en la versión que todos conocemos. De la letra inicial que cantaran los brasileños apenas sobrevive en español el título y el comienzo del estribillo. Mi limón, mi limonero es bastante más loca que su antecesora brasileña y tiene la gracia en su sinsentido, en cómo transgrede la convención de que una canción tiene que transmitir un mensaje concreto. A diferencia de otras canciones tropicales que recurren a metáforas frutales para hablar de atributos sexuales, no creo que aquí haya un doble sentido erótico. Aunque nuestra calenturienta mente, espoleada en busca de un significado claro, pueda encontrar incluso groseros algunos de sus versos, cuando dice aquello de «Me siento malo, morena, / cabeza hinchada, morena, / que no me paro, morena, voy, voy, voy»; o cuando aclara que además de para beber, ay, ay, ay, los limones se pueden chupar.
El limón es la fruta más nombrada en el cancionero popular en español. Será por la rima fácil o por el misterioso engaño de aparentar una dulzura, con su llamativo color oro y su fragancia refrescante, que se revela agria en el sabor. Un contraste que permite asociar el limón con la experiencia del desamor, o con el descubrimiento de la amarga verdad que esconde la apariencia. Sin olvidarnos del protagonismo de este cítrico en la repostería, que añade una vuelta de tuerca esperanzadora, la de que lo agrio tratado con amor se vuelve dulce.
Pero nada de esto encuentro yo en esta maravillosa adaptación que debieron de componerle a Henry Stephen, si es que no la hizo él, bajo los efectos de un buen canuto. Y esto lo digo porque el pobre cantante dio con sus huesos en la cárcel de Carabanchel por culpa de su afición cannábica. El éxito que había tenido en España hizo que se pasara unos años viviendo por aquí y en 1970 fue uno de los detenidos por la brigada de estupefacientes. Le pillaron fumándose un porro y lo metieron en el psiquiátrico penitenciario, como hicieron con Silvio Melgarejo, Miguel Ríos, Iván Zulueta, Eduardo Haro Ibars y otros miembros de nuestra incipiente contracultura. Lo mejor fue que, tan alto y negro como era, al entrar en la cárcel los presos lo reconocieron y se pusieron a cantarle a coro Mi limón, mi limonero. Henry Stephen entonces se quitó el largo abrigo de piel que llevaba y se puso a bailar y a cantar con ellos este éxito arrollador.
Ese no soy yo
Sigamos por la pendiente deslizante de la ebriedad, guiados ahora por el seductor acento de un italiano cantando en español. El tema que vamos a escuchar, Sé que bebo, sé que fumo (1975), se hizo popular en la voz de Nicola di Bari, y puede ser tomado por el lamento de un arrepentido, aunque a mí me gusta más interpretarlo como una defensa de la hombría a contramano, a contramano de ese modelo de hombre considerado como un buen partido para una mujer decente:
porque no tengo esta virtud.
Si lo buscas rico y fascinante no soy yo,
yo no he triunfado un solo día de mi vida.
El narrador protagonista de este tema está en contra de la moral, de la idea de éxito social y económico y hasta de las convenciones sentimentales. De hecho, reserva su mejor verso para aclarar que él escucha la verdad de los sentidos sin dejarse confinar en las estrechas fronteras de la sentimentalidad dominante, esa mentira romántica llena de hipocresía que trata de meter por el estrecho embudo de la pareja, exclusiva y excluyente, la inmensidad del amor y los placeres sensuales:
ni por supuesto el corazón,
porque escucho los sentidos no los sentimientos,
así que, niña, no te enfades porque te diga la verdad.
En fin, nos encontramos ante un hombre entregado a la sensualidad y a una ebriedad sin complejo de culpa. Más allá del aparente arrepentimiento que asoma en algún verso, esta canción incita a la transgresión, incluso, con ese atractivo acento italiano, invita al viaje sin desplazamiento, esos viajes que proporcionan el amor carnal y ciertas sustancias: «Sé que bebo, sé que fumo, sé que juego / y no me arrepiento, antes recomenzaré».
Un modelo de hombre alternativo al dominante a principios de los setenta, un hombre que llora cuando hay que llorar. Un luchador como tantos cuya sensibilidad le ha hecho quizá sufrir más de la cuenta, lo cual tampoco es tanto: «Yo comprendo que he luchado como muchos en la vida / y a la postre solo he pagado una lágrima de más».
La identidad entre interrogaciones
Si el buen escritor es aquel que da a las palabras de uso común un brillo novedoso o inesperado, los extranjeros aportan, con sus anacolutos y su particular dicción en español, un extra de verosimilitud a las historias que cantan. Reparen si no en el encantamiento que nos produce escuchar a Nicola de Bari o a Franco Battiato, el disfrute que nos brinda su manera de acentuar sílabas inapropiadas, vocalizar con un forzado relajamiento y ordenar las respiraciones en curvas melódicas poco transitadas por los nativos.
En esta charla sobre guiris, emigrantes y viajeros no podía faltar Battiato. Su cancionero es un viaje múltiple a otras vidas, a otros lugares, por el universo y el multiverso, por el desierto, por la nueva era y por el tiempo de los dinosaurios, por los países del Este y por el Oriente, por el espacio exterior y por el espacio interior… Battiato, pese a que aspire a la quietud, a encontrar un centro de gravedad permanente, no para de moverse. Vamos a escuchar Chanson egocentrique una de aquellas canciones que estaba en el primer disco que sacó en español, Ecos de danzas sufí (1985). No es de las más conocidas, pero muestra bien quién es este viajero, que viene «de la isla de Sicilia, que no está lejos del África», un primitivo del futuro que duda de su identidad, de su lugar, de sus orígenes y de su destino; que se siente fuera de sitio incluso dentro de sí mismo:
cuando estoy fuera de mí?
¿De dónde vengo?, ¿dime dónde voy?
Chanson egocentrique.
El fantasma en la grande Babylon
Manu Chao es junto con Battiato el guiri que en las últimas décadas ha tenido una relación más cercana con el público español. El disco Clandestino, que salió en otoño de 1998, fue un éxito mundial que sirvió como banda sonora a los movimientos antiglobalización que empezaban a reclamar otro mundo posible.
La canción Clandestino es la historia narrada en primera persona de un emigrante sin papeles, que está perdido en la «grande Babylon», entiéndase Babylon como la gran ciudad contemporánea. Hay una estrofa en la que este emigrante ilegal dice que ha muerto entre Ceuta y Gibraltar –esos dos lugares fuera de sitio–, como si el que contara la historia fuera el fantasma de uno de los miles de ahogados que han muerto en el Estrecho queriendo llegar a una ciudad del norte. El protagonista de esta canción acaba siendo un símbolo del emigrante pobre y excluido que ha cruzado nuestras fronteras, una encarnación de ese fantasma que recorre Europa, que es el fantasma de la pobreza y de la emigración ilegal:
fantasma en la ciudad,
mi vida va prohibida,
dice la autoridad.
El problema de Manu Chao es que fue tan escuchado, tuvo tanto éxito, que sus canciones sufrieron un desgaste muy rápido. Lo que no impide reconocer la gran importancia que tuvo en la música popular de su momento. Con su particular mezcla de ritmos y sonidos, de la chanson francesa al calipso jamaicano, del Mediterráneo a Latinoamérica, Manu Chao demuestra cómo lo extranjero nos enriquece, cómo nos gusta escuchar a los guiris cantando en nuestro idioma, cómo nos transporta y nos contagia de la mirada del de fuera. Canciones como Clandestino nos hacen sentirnos viajeros en nuestro propio idioma, emigrantes sin papeles en nuestro propio país. Y esa ruptura de las fronteras de nuestra cerril identidad nos libera gozosamente de ser los mismos de siempre.
Lorenzo no puede vivir sin tu amor
Vamos a escuchar ahora una canción de amor del bueno que cerraba un disco que no tuvo el impacto que merecía. Estoy hablando del único disco que grabó en español el gran cantante jamaicano Laurel Aitken, allá por 1999. Laurel Aitken, el padrino del ska, en realidad se llamaba Lorenzo y había nacido y vivido durante su infancia en Cuba. Cuando ya había cumplido los 70 años, el disquero madrileño y productor musical Antonio Marazuela lo convenció para que grabara con un grupo de músicos de Móstoles, los Skarlatines, un repertorio en español con versiones de sus canciones y clásicos de siempre. A última hora añadieron Mi vida sin tu amor, una canción que compuso Lorenzo Aitken con Antonio Marazuela en el mismo estudio de grabación, en Boadilla del Monte. Sabemos que el amor al otro nos salva de la propia idiotez, es un tópico, sí, pero necesitamos que nos lo recuerden. Y si es con acento guiri, nos permite de paso ensoñarnos en los brazos de un extranjero y vivir en poco más de tres minutos un romance apasionado y eterno:
Viviendo mi vida sin ti es un gran dolor.
Si supieras como sufro cuando no estas aquí,
mi llanto florece por culpa de ti.
Cambiaste mis sueños por la realidad
y no quiero dejarte, mi vida, es la verdad.
Y ahora que estoy junto a ti nunca, nunca, te dejaré.
«Hoy cruzo la frontera»
No crean que nos vamos a ir sin escuchar voces femeninas. Siguiendo el hilo cronológico, nos encontramos con Lhasa de Sela, quien en 2003 publicó su segundo disco, con la mitad de sus canciones en español.
Lhasa era hija de un mexicano y de una norteamericana, y, cuando canta en español, su acento resulta un poco desconcertante al principio, pero si nos dejamos arrastrar por su voz, llegamos a sitios muy profundos. Lhasa de Sela murió de un cáncer de mama con 37 años, en 2010, un 1 de enero. Fue una mujer con una vida nómada desde niña, cuando en compañía de sus padres y sus tres hermanas, tres gatos, un loro, dos tortugas y un perro vivían en un autobús escolar recorriendo México y Estados Unidos. A los 13 años ya cantaba por los cafés de San Francisco, y a los 19 se trasladó a vivir a Montreal, ciudad donde grabó su debut, La Llorona (1997), álbum con el que tuvo mucho éxito. Seis años después grabó The Living Road, donde estaba la canción que vamos a escuchar, titulada La frontera.
Lhasa decía que lo suyo era hacer música fuerte y humana. La canción de La frontera es fuerte y humana. Aquí la protagonista es una mujer que está perdida, pero perdida en el buen sentido. Está explorando las fronteras que la constituyen. Porque por mucho que los productos culturales, la política o el territorio en el que hemos nacido nos quiera encerrar en una identidad fija somos seres de frontera. Y tenemos que seguir abriendo caminos más allá de lo establecido, rebelarnos contra nuestro destino de hombres y mujeres y tentar a la suerte: «Bajo el cielo de acero, soy el punto negro que anda a las orillas de la suerte», canta Lhasa con su arrebato sereno, «a veces combate despiadado, a veces baile, a veces nada». El viento la lleva y a nosotros con ella:
otra vez he de atravesar.
Es el viento que me manda,
que me empuja a la frontera
y que borra el camino
que detrás desaparece.
«Soy el fuego que arde tu piel»
Tuyo, la canción que el brasileño Rodrigo Amarante compuso para la serie Narcos (2015) habla de la entrega al otro. El amor, ya lo hemos dicho, es la manera más efectiva de ir más allá de las fronteras de la propia identidad y fundirse con el otro. En esta fusión amorosa siempre está la duda de si aquel con el que nos fundimos está tan entregado como lo estamos nosotros. En esta canción parece que el amor es correspondido: «¿Y cuáles deseos me vas a dar? Dices tú: "Mi tesoro basta con mirarlo, y tuyo será y tuyo será"».
La letra tiene algunas incongruencias gramaticales, sí, pero la sensualidad que despierta esa manera de cantar acaba con nuestros escrúpulos y nos hace apreciar esos anacolutos como los tropiezos de un brasileño apasionado que nos entrega en cada verso su corazón tropical. En casos como este, pasen por alto la cursilería, llegarán más lejos:
soy el agua que mata tu sed,
el castillo, la torre yo soy,
la espada que guarda el caudal.
Tú, el aire que respiro yo
y la luz de la luna en el mar,
la garganta que ansío mojar,
que temo ahogar de amor.
«¿Qué vendrá?, ¿qué vendrá?»
A modo de despedida, vamos a escuchar ¿Qué vendrá? (2018), una canción que está mitad en francés, mitad en español. Zaz, su intérprete y compositora, es un buen ejemplo de la Francia multicultural: musicalmente parte de la chanson para abrirse a ritmos latinos y africanos, y en sus letras defiende un ideal jipi de vida nómada sin rendir pleitesía al confort burgués.
A esta cantante francesa se le nota poco el acento, porque su madre, profesora de español, le enseñó bien nuestro idioma. Si escuchan con atención verán que también esta es una canción viajera que se interroga sobre el porvenir con esa despreocupada confianza que da saber que el extravío es una forma de encuentro:
Describo mi camino,
si me pierdo es que ya me he encontrado y sé
que debo continuar.
Ahora que a muchos les ha dado por defender su identidad y sus raíces, inventando un origen mítico como destino, no está mal recordar que si eso es lo que nos espera mucho mejor es perderse. Henri Michaux decía que «aquel que no es capaz de cambiar su destino, será para siempre un apartamento alquilado». Así que, frente a los himnos que quieren convencernos de que somos lo que somos y frente a esos que quieren encerrarnos en un destino de fronteras bien delimitadas, yo prefiero seguir el camino abierto que señalan estas canciones en voces extranjeras. Un camino que consiste en seguir bailando juntos, renunciando a ser lo que el poder espera de nosotros, perdiendo a ratos el sentido y escuchando al otro para dejar de ser uno.
Cambiemos así nuestro mundo, entonando con emoción y confianza esta melodía salvaje.
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© Fidel Moreno, 2020. CC BY-NC-SA 4.0