"El ecologismo te obliga a decir no la mayor parte del tiempo"
Entrevista con Santiago Martín Barajas
Fotografía Miguel Balbuena (Retrato) • Santiago Martín Barajas
Santiago Martín Barajas (Teruel, 1962) comenzó a militar en el ecologismo nada más «salir del cascarón», a los dieciséis años, y ahí sigue más de cuarenta años después. Integrante de la Comisión de Agua de Ecologistas en Acción e impulsor del plan de renaturalización del río Manzanares en Madrid, fue uno de los fundadores de esta organización y uno de sus primeros coordinadores. Con el ánimo de dejar constancia de estas cuatro décadas de defensa del medio ambiente, decidió escribir Río arriba (Libros en Acción, 2020), unas memorias que narran un recorrido personal desde los comienzos del ecologismo en España hasta la actualidad.
¿Cómo era el movimiento ecologista cuando empezaste a militar? ¿Tenía vínculos con el antifranquismo?
Iba bastante a su aire, no estaba ligado al antifranquismo. Nace del deseo de defender la naturaleza alrededor de 1975 o 1976. Lo conforma gente desencantada de ADENA (Asociación para la Defensa de la Naturaleza), que fue creada por Félix Rodríguez de la Fuente en 1969, en plena dictadura. Yo empecé en ADENA con dieciséis años; con esa edad no sabía si era de izquierdas o de derechas, lo que me sabía eran los equipos de fútbol. No tenía conciencia política, pero la fui adquiriendo en el movimiento ecologista escuchando hablar a la gente y, sobre todo, al ir dándome cuenta de quiénes son los enemigos del medio ambiente y quiénes destruyen la naturaleza. De alguna manera, las circunstancias van moldeando tu ideología.
¿La gente que militaba contigo tenía un perfil parecido?
Como dijo Juantxo [se refiere a López Uralde, uno de los fundadores de Equo y director de Greenpeace durante diez años] en la presentación del libro en el Círculo de Bellas Artes, en esa época éramos una mezcla de Greta Thunberg y Los cinco... ¡Porque éramos cinco! Muchos empezamos así. Otros, generalmente gente mayor que nosotros, venían de grupos de izquierdas. Los que no veníamos de grupos de izquierdas nos fuimos politizando con el día a día. Había un ecologismo más conservacionista y otro más político, antinuclear. Durante muchos años nuestra lucha consistió en tratar de unificar esas dos corrientes. Ahora tenemos Ecologistas en Acción, en la que confluyen ambas.
En tu libro cuentas cómo, cuando gana el PSOE en 1982, hay una gran desmovilización social y se vacían los grupos ecologistas.
Fue una hecatombe. Cuando ganó el PSOE, la AEPDEN (Asociación de Estudios y Protección de la Naturaleza) se desinfló. Se fueron casi todos, algunos al PSOE. Quedó algo muy residual. El nivel de desmovilización social en los años ochenta era tal que cuando sucedió el accidente de Chernóbil, en 1986, hicimos una acción de protesta frente a la embajada de la URSS y éramos veinte personas. El mayor accidente nuclear de la historia de la humanidad, con el que la radioactividad dio la vuelta al mundo, y éramos solo veinte personas protestando en Madrid.
Me ha llamado la atención las pocas mujeres que aparecen en tu relato de los comienzos del ecologismo: ¿eran muy pocas o es que estaban en puestos menos visibles?
La presencia de mujeres en lugares de visibildad ha sido un cambio radical que se ha producido en toda la sociedad española y también en el movimiento ecologista. Si miras hacia atrás, la participación de las mujeres era infinitamente menor y la relación con ellas también era diferente. ¿Había mujeres en el movimiento ecologista? Sí, pero el número de chicas era mucho menor al de chicos. Las mujeres estaban, trabajaban mucho, pero los hombres tenían una posición de primera línea mientras que las mujeres desempeñaban una labor esencial, pero menos visible: estaban en la administración, tesorería, etc., tareas que siempre han estado en manos de mujeres. Era algo muy sutil, disfrazado tras un reparto de tareas, porque la teoría la teníamos todos muy clara. Eso ha cambiado totalmente. Todos hemos cambiado… Aunque los que somos mayores tenemos más reminiscencias.
Y en cuanto a la otra corriente del ecologismo, la de los antinucleares, ¿era una escisión de partidos de izquierda?
Era gente que militaba en partidos de izquierda, pero también estaba en la lucha ecologista. Muchos acabaron dejando los partidos, pero siguieron en el ecologismo. Los movimientos sociales son mucho más llevaderos, más vivibles que los partidos políticos. Por ejemplo, Ladis [Ladislao Martínez, fundador de Aedenat (Asociación Ecologista de Defensa de la Naturaleza) y Ecologistas en Acción, fallecido en 2014] y yo éramos muy amigos, pero ¡menudas broncas teníamos en las asambleas! Eso sí, luego nos íbamos de cañas. Eso puede pasar en un movimiento social, pero no en un partido. También contribuyó que muchos de estos partidos de izquierda se fueron diluyendo.
En el movimiento ecologista, además, es muy importante estar siempre dispuesto a aprender unos de otros y de los temas que surgen. Cuando empecé con el tema del agua, lo único que sabía es que, cuando abres el grifo, sale agua. Y ahora llevo más de veinticinco años desarrollando campañas de agua. Estar abierto a aprender ayuda a que el ecologismo tenga una propuesta concreta de cómo se pretende que sea la sociedad. En la Comisión de Agua tenemos clarísimo cómo queremos que funcione la gestión del agua en nuestro país, ¡hasta la última gota! Compáralo con lo que ofrecíamos en 1979, que era «No pongas veneno a los animales». Era un mensaje importante, sí, pero no era un modelo de sociedad. Todas estas décadas nos han ayudado a conformar un modelo cada vez más amplio y con más temas.
Esto que dices me llama la atención porque muchas veces se acusa a la izquierda y a los movimientos sociales de no tener una propuesta clara de sociedad a la que tender. Lo que estás diciendo contradice esta acusación.
Totalmente. En el ecologismo tenemos dos visiones. Una visión amplia, que persigue cambiar totalmente la sociedad, que es esencial. Pero también tenemos la visión parcial de ir terreno a terreno, de amenaza en amenaza. Y las dos son igual de importantes. Hay que tener una visión global, pero la parcial también es fundamental, porque es lo que vas a dejar a quienes vengan detrás. Así de claro.
El ecologismo te obliga, la mayor parte del tiempo, a decir «no», algo que no es agradable. También tenemos muchos proyectos en positivo, pero nos dedicamos gran parte del tiempo a tratar de parar cosas; es una tarea muy importante. Por ejemplo, cuando se para un embalse se salva un valle. Un embalse es de las cosas más impactantes que hay, porque debajo no queda nada. Pensar que dentro de cien o doscientos años se podrá seguir disfrutando de ese valle, gracias a que dos siglos antes hubo gente que consiguió evitar que se destruyera, me produce una gran satisfacción personal. O cuando frenas unas urbanizaciones que se iban a construir en unos encinares y, años después, esos encinares siguen existiendo y están protegidos. En el libro hablo de la laguna del Campillo, una antigua gravera en Rivas Vaciamadrid en la que querían construir un club náutico. En los años ochenta paramos ese proyecto y conseguimos que la laguna se protegiese. ¡Éramos los únicos que lo pedíamos! Luego se creó el Parque Regional del Sureste y en la laguna pusieron un centro de interpretación de la naturaleza. Hace unos seis años llevaron a mi hija de excursión con el colegio a la laguna del Campillo, a visitar el aula de naturaleza. ¿Tú sabes la satisfacción que produce que uno de tus hijos vaya a ver esa laguna y que eso esté ahí gracias a tu trabajo?
¿En qué momento empezáis a confluir conservacionistas y antinucleares?
A finales de los ochenta. El proceso de aproximación se fue consolidando durante los años noventa. Estaban, por un lado, los grupos de la CODA (Coordinadora de Organizaciones de Defensa Ambiental) y por otro, Aedenat, que representaba al sector más radical. Pero Aedenat estaba federado en la CODA y había bastante relación. Yo era presidente de la CODA, pero también militante, y muy activo además, de Aedenat. Cuando entré en Aedenat, en 1989, tenía muy claro que había que aunar esfuerzos.
La relación personal ayudó mucho. Poco a poco nos fuimos conociendo y luego haciéndonos amigos. Al ser amigos ves las ideas de los demás de otra manera y te das cuenta de que no tiene sentido estar separados. Yo tenía muy claro que teníamos que estar unidos porque había vivido todas las escisiones previas del movimiento ecologista, bastante duras.
Hubo un proceso de acercamiento y en 1996 decidimos montar una organización estatal. Fuimos ciudad por ciudad, grupo a grupo, para sacar adelante la unificación. Como decía Ladis entonces, la pregunta no es por qué nos juntamos, la pregunta debería ser: ¿por qué estábamos separados? Y tenía razón. Ecologistas en Acción se crea en 1998.
¿En la actualidad siguen existiendo esas dos corrientes? ¿O ahora el ecologismo es más político?
Ahora es muy diferente. Ahora no hay ni una discrepancia en Ecologistas sobre, por ejemplo, nuestra posición ante la caza, que sería un tema más conservacionista, pero tampoco sobre nuestra posición ante las multinacionales, que es un tema más político. Una iniciativa como la renaturalización del Manzanares es un ejemplo claro de proyecto de medio natural que también tiene un componente social tremendo.
Te quería preguntar por las campañas que recuerdas con mayor cariño. ¿De cuáles estás más orgulloso?
Estoy muy orgulloso de los grandes embalses que hemos parado porque, como decía antes, proyecto de gran embalse que cae, valle que se salva. Y llevamos más de cincuenta embalses parados. Me siento particularmente satisfecho de eso, de las cosas que hemos salvado, urbanizaciones que hemos echado abajo, infraestructuras viarias que hemos impedido que se hicieran. También de haber conseguido que se declararan muchos nuevos espacios naturales protegidos. Recuerdo con especial cariño la campaña contra el polígono militar de Cabañeros: éramos jóvenes, ocupamos la finca, lo pasamos bien y encima, al final, ganamos. Cabañeros iba a ser un campo de tiro de la OTAN y ahora es un parque nacional.
Y al revés, ¿qué fracasos te duelen más?
Me dolió mucho no conseguir parar los embalses de Riaño (León) y de Itoitz (Navarra), y no haber logrado frenar el desdoblamiento de la M-501 en Madrid. Hubo otros fracasos, pero no me duelen tanto. No porque no fueran importantes, sino porque no dediqué tanto trabajo a pararlos. En Itoitz me dejé la piel y no lo conseguimos. Durante la campaña contra la M-501 hasta la prensa local me llamaba «enemigo público número uno». En esa campaña ganamos todas las demandas en los tribunales, hasta el Tribunal Supremo nos dio la razón, pero ahí está la infraestructura. Eso legitima la política de hechos consumados. Pero en estos fracasos también veo un punto de optimismo, en el sentido de que Riaño e Itoitz sirvieron para que muchos otros embalses no se construyeran.
En Gran Bretaña existen organizaciones conservacionistas de derechas y en otros países las organizaciones de extrema derecha están asumiendo algunos postulados ecologistas. ¿Crees que el ecologismo puede ser transversal?
Para mí no es transversal. Hay muchos elementos de la protección del medio ambiente que asumen organizaciones de derecha y de extrema derecha, y eso es bueno. Por ejemplo, ahora mismo tenemos unos 1.400 espacios protegidos en España. Nadie los pone en tela de juicio ni cuestiona que sigan estando protegidos. Son avances de la sociedad. El cambio climático es otro ejemplo de este avance. Cuando hablábamos de cambio climático hace veinticinco años, ¡madre mía!, nos decían que si éramos el profeta Jeremías. Pero ahora el cambio climático está asumido por la mayoría de la sociedad. Y estoy convencido de que, en cinco años, la extrema derecha también lo habrá asumido. Es decir, la idea de la protección de la naturaleza se ha ido haciendo transversal.
¿Qué ocurre? Que la conservación del planeta es incompatible con el modelo socioeconómico capitalista actual. Un modelo basado en el crecimiento no es sostenible porque el crecimiento infinito choca con los límites del planeta, que es finito. La conservación del medio ambiente es incompatible con un crecimiento ilimitado de la economía. A medio plazo es imposible y, en muchos casos, incluso a corto.
Ecologistas en Acción ha cumplido veintiún años, ¿qué te llevas de esa organización?
Es una organización en la que ha ocurrido todo lo que pensábamos que iba a ocurrir; gracias a la unificación somos mucho más eficaces, tenemos mucha más fuerza. La unificación ideológica que hay ahora mismo es tremenda y la capacidad de incidencia es brutal: con trescientos grupos llegamos hasta el último rincón del Estado.
© Irene G. Rubio, 2020. CC BY-NC-SA 4.0
13.02.20
PARTICIPAN ERIKA GONZÁLEZ BRIZ • SANTIAGO MARTÍN BARAJAS • JUANTXO LÓPEZ DE URALDE • THEO OBERHUBER
ORGANIZA ECOLOGISTAS EN ACCIÓN
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