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"Escríbeme, no me llores"

José Luis Gallero
Fotografía Mireia Sentís

Un poco de alegría de vivir

Madrid, marzo de 2020

Querido Ceesepe:

No quiso el destino que tu mirada, tan enamorada de los libros, llegase a contemplar los dos exquisitos volúmenes editados el otoño pasado en tu memoria: Vicios modernos —con los cómics de la década 1973-1983— y Cuadernos de dibujo, rutilante selección de apuntes, retratos y collages. La posteridad, a despecho de su ingratitud con los artistas, suele mostrarse propicia con los admiradores de sus obras.

Frédérique Bangerter (de quien dejaste un retrato inacabado) me ha hecho descubrir con treinta años de retraso tus Dibujos de alcoba, tal vez la única publicación capaz de competir en excelencia con tu bibliografía póstuma. En el conciso preludio, formulas una doble pregunta que constituye en el fondo una afirmación categórica: «¿La realidad? ¿Quién la necesita?». Perito en ilusiones, batallaste sin desmayo contra la inútil realidad desde el 31 de mayo de 1958 hasta el 7 de septiembre de 2018, cuando firmaste las paces con ella para siempre.

Alguien que también lo hizo, Eduardo Haro Ibars (1948-1998), identificó tu figura como el paradigma de una nueva «sensibilidad madrileña», necesariamente dolorosa, habida cuenta la dificultad histórica de armonizar casticismo y vanguardia, como han sugerido Borja Casani o Elsa Fernández-Santos. Nada tan gráfico como el nombre de vuestra primera empresa: Cascorro Factory. El Hortelano (1954-2016), otro que tomó la delantera, describió como «liturgia histérica» aquel intenso y extenso periodo en el que tu orden del día, valga la metáfora, estribaba básicamente en pintar, o en su defecto, en dar tumbos de fiesta en fiesta, de barra en barra, de París a Madrid, de Madrid a Nueva York.

En alguna ocasión hubo más que palabras, como atestigua Emilio Sola con motivo de una exposición que tampoco alcanzaste a ver (Poéticas de la democracia, MNCARS, diciembre de 2018): «El verano de la bomba en el bar La Vaquería, de la calle Libertad de Madrid (junio 1976), Ceesepe tenía 18 años y ya era una figura apreciada, con cara de niño perdido que lo observaba todo con una mirada tierna y profunda […] Los dos tableros pintados por él que sustituyeron a los destruidos por la bomba, con el añadido de los agujeros de las balas disparadas meses después por los mismos atacantes, se convierten en objeto sagrado, reliquia o fetiche, en torno a los cuales desplegar una amplia memoria generacional». No menos te habría gustado leer un texto en el que Carlos García-Alix discurre sobre la magnitud de tu empeño pictórico, la fertilidad de tu imaginación, el sustrato sentimental de tus delirios, la poesía escondida en tu paleta, tu alegría y tu pena de vivir.

Al epígrafe Manual práctico de pintura #3 –uno de cuyos ejemplares nos dedicaste por dos veces a Mireia Sentís y a mí, la segunda con la divisa «No hay penas»– podrías haber añadido: «y de escritura», pues muchas de sus páginas responden al proyecto de un verdadero escritor. En uno de los textos evocas la primavera parisina de 1978, cuando las campanas de Notre Dame te despertaban cada mañana en tu buhardilla. Bastaba un lápiz para hacer milagros. Recorrías la ciudad observando el abrazo tembloroso de las parejas y practicabas luego el sortilegio de hacer hablar a una hoja de papel o infundir cuerpo y alma a un pedazo de lienzo.

Acaso en atención a tu declarado «compromiso eterno con la dualidad», Francisco Umbral te otorgó en 1987 el doble título de «maldito involuntario de la posmodernidad madrileña» y cronista cotidiano de sus «sueños, mitos, ritos y refritos». No fue el menor de tus méritos saber encontrar los cómplices idóneos para semejantes juegos. Justo un año más tarde, Ouka Leele te subyugaba con aquella fotografía que de inmediato se convirtió en tu predilecta: dos calaveras coronadas de rosas a la orilla de un lago (Hasta que la muerte nos una).

Quico Rivas (1953-2008), el más refractario de tus camaradas, te consideraba un gran cineasta secreto. Formando tándem con Alberto García-Alix, rodaste un puñado glorioso de secuencias cinematográficas. Dibujos de alcoba permite comprobar, por cierto, hasta qué punto la huella de la convivencia entre artistas reverbera incluso en la manera de titular las obras: El reloj de Ceesepe (Alberto García-Alix, 1982), El aire de una tarde (Ceesepe, 1985), Autorretrato con la mujer que amo (García-Alix, 1984), Un amor que se escurre entre los dedos (Ceesepe, 1985), El eterno desconocido (García-Alix, 1986), Habitación con detective y bailarina (Ceesepe, 1986)...

Siempre compartí tu aversión a las instalaciones, género que juzgabas «funesto». Para instalación artística, tu estudio de la calle Mayor, número 23, piso tercero. A diferencia de Duchamp, jurabas que morirías amarrado a los pies de tu caballete. Y sin embargo —con permiso de Javier Utray (1945-2008) y Sigfrido Martín Begué (1959-2011)—, eras el más duchampiano de los pintores madrileños. No en vano, consignabas en «Cuaderno de Venezuela»: «El arte está en las personas, está vivo». ¿Para qué pintar, entonces? Tú mismo anticipabas la respuesta: «Siempre intenté dar un poco de alegría de vivir con mi pintura». En efecto, querías conmover, para lo cual resultaba indispensable despreciar el éxito. «Melancolía es sentir nostalgia por una felicidad que no se ha tenido nunca», declarabas concentrado en la construcción de una pirámide de copas de champán o en la búsqueda un disco de Duke Ellington. Disponías igualmente de un selecto repertorio de «música para llorar», pues llevabas siempre a flor de piel la conciencia de la imposibilidad de contar todas las estrellas del cielo en el curso de una vida.

En la encrucijada donde se jugó tu destino, una vía derivaba del Mayo francés de 1968, otra procedía del punk anglosajón de 1976 y una tercera, mal que te pese, entroncaba con la movida madrileña de 1980. Hacia el año 1984 experimentaste una supuesta «catarsis personal del fin del mundo», que nunca he sabido muy bien en qué consistió, ni tú parecías demasiado interesado en recordar, a juzgar por aquella conversación con Gonzalo García Pino donde afirmas: «He perdido la memoria. No me interesa el pasado». ¿Estaría en lo cierto Quico cuando aseguró que la expresión que mejor definía el estado en que trabajabas y vivías era «conflicto sentimental permanente»? Proseguiré mis pesquisas...

Entretanto, recibe un fuerte abrazo de tu amigo,

José Luis Gallero

Bibliografía

Ceesepe, Dibujos de alcoba 1983-1990, Madrid, Ediciones Cúbicas, 1990.

VV. AA., Vicios modernos. Ceesepe 1973-1983, con textos de Elsa Fernández-Santos («Bestias de lujo»), Jordi Costa («Baile de máscaras en la ciudad salvaje»), Onliyú («Nuestro hombre en Madrid») y Alberto García-Alix («Mis años Ceesepe»), Madrid, La Casa Encendida, Archivo Lafuente & Fulgencio Pimentel, 2019.

VV. AA., Ceesepe: Cuadernos de dibujo, con textos de Carlos García-Alix («Los cuadernos de Ceesepe: El diario de una vida») y Lucía Osuna («Ceesepe y su atelier»), Madrid, Cabeza de Chorlito & Archivo Lafuente, 2019.

VV. AA., Ceesepe. Manual práctico de pintura #3, reúne textos ya publicados, entre otros, de El Hortelano («Sal en los ojos», Ceesepe. Dibujos, 1981); Eduardo Haro Ibars («Retrato al desgaire», La Luna de Madrid, 1985); Borja Casani («El juego del arte», Ceesepe. Pinturas, 1987); Francisco Umbral («Ceesepe», El País, 30 de mayo de 1987); Ceesepe («Cuaderno de Venezuela», El Europeo, 1993) y Quico Rivas («Ceesepe: El sueño continúa», Sala Pelayo, Barcelona, 1995), edición de micromecenazgo, 2014.

Gonzalo García Pino, «Engullidos por la época», en Solo se vive una vez: esplendor y ruina de la movida madrileña (José Luis Gallero, ed.), Madrid, Árdora Ediciones, 1991.

Emilio Sola, «Carlos Ceesepe, in memoriam: al final libres y, también, ajenos…», Archivo de la frontera, http://www.archivodelafrontera.com/congresos-eventos/carlos-ceesepe-in-memoriam-al-fin-libres-y-tambien-ajenos/, 8 de septiembre de 2018.