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Un green new deal para todos y en todas partes a la vez

Contra el diluvio

Huelga mundial por el clima, Madrid, 2019. Foto de Nicolas Vigier

El colectivo Contra el diluvio, nacido como «un modesto intento de contribuir a un movimiento contra el cambio climático y sus consecuencias», organizó en el CBA en julio del pasado año un debate con Thea Riofrancos, Daniel Aldana-Cohen y Kate Aronoff, coautores de A Planet to Win (2019) –el libro que describe los pasos a seguir para cumplir con el llamado Green New Deal–, a quienes acompañaron la socióloga ecomarxista brasileña Sabrina Fernandes y el diputado autonómico de Más Madrid y coautor de ¿Qué hacer en caso de incendio? (Capitán Swing, 2019), Héctor Tejero. En este artículo recogen algunas de las propuestas que allí se debatieron y explican por qué el Green New Deal sigue siendo necesario.

Hablar de Green New Deal en la calurosa primavera de 2023 parece casi un ejercicio de nostalgia. El que quiso ser (¿fue?) uno de los buques insignia de la política climática ha ido desgastándose, deshaciéndose por los bordes a medida que se rozaba con la realidad que pretendía transformar. Esta descripción puede parecer pesimista, pero no tiene por qué serlo: hebras de este barullo de ideas, que siempre fue más una maraña de sentimientos y propuestas que un paquete político cerrado, han ido adhiriéndose a los programas –y, lo que es más importante, a las acciones– de diversas facciones políticas. Poca gente y menos partidos siguen llevando el Green New Deal (en adelante GND) por bandera, ni en su país de origen, Estados Unidos, ni en España, pero su influencia en el debate sobre política climática ha sido duradera.

Como decimos, el GND, más que un programa político, es o era una amalgama de ideas y sentires. También un diagnóstico, el de que dos cosas son ciertas a la vez: que es imposible solucionar el cambio climático en un sistema capitalista y que no tenemos más remedio que empezar a intentarlo dentro de este mismo sistema. Dada la amplitud y la laxitud del GND, habrá quienes se encuentren más en la primera parte de la afirmación y quienes estén casi totalmente entregados a la segunda mitad. El GND es, también, trabajar con gente que nos incomoda. Al menos de momento.

La iteración más popular del GND, la que viene a la mayoría a la cabeza cuando escuchan el término y la que ha tenido más impacto en el discurso político global, es, con poca discusión, la promovida por Alexandria Ocaso Cortez (AOC) y otras figuras dentro del Partido Demócrata de Estados Unidos, especialmente en el periodo que va desde finales de 2018 (coincidiendo con la irrupción en el panorama mundial de Greta Thunberg) hasta el final de las primarias de los demócratas para las elecciones de 2020. Durante un tiempo, pareció que Bernie Sanders, que había abrazado la idea del GND, podía llegar a ser quien se convirtiera en candidato a presidente de Estados Unidos, y fue en ese contexto concreto en el que Thea Riofrancos, Daniel Aldana-Cohen, Kate Aronoff y Alyssa Battistoni escribieron A Planet to Win: Why We Need a Green New Deal, libro en el que delineaban un ambicioso plan que, a partir de las acciones de un posible gobierno progresista en el país, se proyectase hacia el resto del mundo. Como sabemos, finalmente fue Joe Biden quien se alzó con la victoria en las primarias demócratas y en las presidenciales estadounidenses, lo que ha condicionado el alcance y carácter de los posteriores desarrollos de la idea.

Foto de Niklas Pntk

En julio de 2022 reunimos en el Círculo de Bellas Artes a tres de los autores de A Planet to Win: Riofrancos, Aldana-Cohen y Aronoff. Junto con Sabrina Fernandes, socióloga y divulgadora ecomarxista brasileña, y Héctor Tejero, diputado autonómico de Más Madrid y uno de los principales defensores del GND en España, celebramos un debate que, bajo el título «Un planeta que ganar. ¿Por dónde empezamos?», sirvió como foto de la situación de las propuestas afines al GND en Estados Unidos, América Latina y Europa, particularmente en España, y también como breve repaso del recorrido pasado de la idea y de sus posibilidades de éxito futuro. Este breve texto debe entenderse como complemento del debate y contribución a la tarea de adecuar las políticas de transformación ecosocial a un contexto global.

Sobre la versión primera del GND y su historia, logros, limitaciones y fracasos habló Kate Aronoff. El plan razonablemente radical que se planteaba desde grupos de base como el Sunrise Movement y los Democratic Socialists of America (DSA) se encontró con que la Administración demócrata con posibilidades de llevarlo a cabo no era la de Bernie Sanders, sino la mucho más moderada de Joe Biden. Este cogió algunas propuestas del GND a nivel de legislación (foco en la creación de trabajo, programas de inversión…), pero no se quedó con la lección política que ellos sacaban del proceso: la creación de coaliciones políticas amplias en torno a programas públicos que se articulen desde demandas locales, de base. En esta línea, y de forma independiente a la acción presidencial, grupos locales y estatales de DSA y Sunrise Movement han seguido trabajando en afianzar estas alianzas mediante propuestas legislativas concretas (la última, de mayo de 2023, el impulso a una empresa pública de energía en Nueva York).

Un ejemplo del tipo de demanda que podría ayudar a concretar esas coaliciones amplias –entendidas no como coaliciones de partidos, algo inexistente en Estados Unidos, sino como alianzas informales de votantes de procedencia ideológica y social distinta pero con intereses comunes–, y sobre el que no ha habido avances significativos en estos años, es la vivienda pública. En palabras de Daniel Aldana-Cohen, «la política de vivienda pública es justicia climática que literalmente puedes tocar». Esto resuena intensamente en el contexto español, en el que la vivienda –y la propiedad de la misma– es uno de los principales factores de desigualdad, tanto financiera como económica o de salud. En una situación en la que las olas de calor son cada vez más intensas y frecuentes, gran parte de la población paga alquileres exorbitantes por pisos mal aislados térmicamente, que no han sido renovados desde que se construyeron hace décadas. Una política de vivienda justa y adecuada a los desafíos climáticos que tenemos por delante debería garantizar de forma efectiva el acceso a un hogar –de forma individual, no recurriendo a la socorrida entelequia de la familia– que permitiera vivir tanto en invierno como en verano sin depender de tener la calefacción puesta seis meses al año y el aire acondicionado otros tres o cuatro. Esto, de forma inmediata, podría pasar por obligar a los caseros a rehabilitar energéticamente las viviendas, algo que es mucho más efectivo y justo si va ligado a un límite a los precios del alquiler. No se trata de algo revolucionario, pero podría ser el primer paso para evitar que esta crisis climática la paguen una vez más los que están en situación más vulnerable.

Marcha bajo el lema «Haz de Detroit el motor del GND», 2019. Foto de Becker1999. CC BY 2.0

Por supuesto, si estamos hablando de un programa con vocación de justicia global e internacional, no podemos pasar por alto que los más desfavorecidos de Estados Unidos o España no son los más desfavorecidos a nivel global. Uno de los puntos más endemoniados (no el único; por desgracia, tenemos de sobra) del cambio climático, y en general de la crisis ecosocial en la que nos encontramos, es que no basta con pensar la dimensión local y nacional (¡como si fuera poco conseguir victorias ahí!), sino que es un problema global que solo podremos resolver de manera global.

Esa es la tensión: afrontar la crisis a nivel planetario de una manera que sea factible a nivel local y nacional para evitar las peores consecuencias a corto plazo de la catástrofe climática, y teniendo en cuenta que los países imperialistas y Occidente en particular son los culpables de la situación y que tienen, por tanto, una responsabilidad primordial, así como el deber de encontrar una solución justa con los países del sur global. Estos últimos no solo han contribuido de menor manera a la situación actual, sino que son los que van a sufrir (y están sufriendo ya) las peores consecuencias de la crisis climática. Casi nada.

Hay múltiples asuntos que podrían servir para ilustrar e intentar desentrañar esta tensión: la producción de bienes y la extracción de materiales y recursos son ejemplos clásicos, pero hay uno que es particularmente interesante por cómo se entrecruzan en él cuestiones que van desde la justicia territorial en el norte y sur global hasta la política industrial de los grandes bloques políticos y las posibilidades de supervivencia de lo que queda del estado del bienestar en el primer mundo. Hablamos del inevitable abandono del coche particular como modo privilegiado de desplazamiento en nuestra sociedad. En el abandono de los vehículos de combustión fósil y su sustitución por vehículos eléctricos podemos ver, aparte de otras muchas complicaciones, la tensión entre la escala local y global del problema. Desde nuestro punto de vista de centro imperialista, «localmente» necesitamos dejar atrás el modelo de coche individual, quemando gasolina y diésel que contaminan nuestro aire, ocupan nuestras calles y condenan nuestro planeta. Las empresas automovilísticas, y no digamos visionarios tecnooptimistas como Elon Musk, nos aseguran que con cambiar cada coche por un SUV eléctrico bien grande podremos acabar con el problema. Como insiste Thea Riofrancos, no solo es que esto sea mentira, sino que además es una manera más lenta de descarbonizar que pasar a un modelo de transporte público muchísimo más masivo del que tenemos ahora, que además nos permitiría imaginar unas ciudades donde miles de coches se ven sustituidos por autobuses eléctricos. La tensión a nivel global, por supuesto, es que este transporte público electrificado sigue necesitando materiales como el litio que han de ser extraídos, en gran parte, de países del sur global.

El coche es un caso interesante: las consecuencias de su uso son fundamentalmente negativas para la sociedad, pero sigue siendo imprescindible para la vida de muchísimas personas en el norte global. Su desarrollo y popularización ha condicionado el urbanismo, el mercado de la vivienda y la disponibilidad de transporte público. Su fabricación sigue proporcionando bienestar económico a comarcas enteras, fuerza a los sindicatos y condiciones dignas de vida a miles de trabajadores, a la vez que la producción de su combustible ha supuesto la conversión de los países ricos en petróleo en actores fundamentales en la política internacional. Y ahora su desaparición o, al menos, su reducción es inevitable. Cualquier intento, por tímido que sea, de alcanzar los objetivos de los acuerdos internacionales sobre cambio climático, pasa por eliminar la inmensa mayoría de los coches de combustión. Sea sustituyéndolos por vehículos eléctricos (inviable, además de indeseable a escala global) o transformando completamente nuestra forma de desplazarnos y distribuirnos en el territorio: la cancelación de la aspiración desarrollista de «una persona, un coche» es inevitable. Por supuesto, no va a ser fácil. Por citar algunos problemas: los trabajadores y sindicatos no querrán que se pierdan los puestos de trabajo con buenas condiciones asociados a la fabricación de coches, y menos en un contexto de crisis; los habitantes de zonas de difícil acceso que no tienen buena conexión de transporte público –la mayoría de pueblos de España y no pocos barrios de grandes ciudades– difícilmente van a ver con buenos ojos el encarecimiento u obstaculización de su movimiento; los coches eléctricos necesitan, de momento, litio para las baterías, un material que está cada vez más demandado, etcétera.

Por supuesto, la complicación –otra más– del asunto es que, desde el punto de vista de las comunidades indígenas del desierto de Atacama, de donde se extraería ese litio, la cara local del problema no es el uso o no del coche de gasolina, sino la minería del litio y el no querer que se sequen las aguas de las que dependen sus vidas o, como mínimo, poder decidir cómo y en qué condiciones se realiza la extracción. Este problema se da también, a otro nivel, en la relación entre centro y periferia de los países ricos: las regiones donde se produce o podría producirse litio (en el caso de España, la proyectada mina de Cáceres) querrían impedir la degradación de sus condiciones de vida debido a la agresiva extracción del mineral o, al menos, recibir una compensación adecuada –la forma que tomaría esta es, por otro lado, tema de agria discusión entre los afectados–. Pero también serán problemas locales, tanto en Atacama como en Cáceres, Nueva York o Madrid –no igual para todos, nunca igual para todos– las olas de calor, la sequía, los incendios, el aumento del nivel del mar. El agua que estás intentando salvar podría desaparecer igualmente en unos años, la dehesa que no quieres que agujereen puede secarse antes de 2040 pese a todo tu esfuerzo. Y, sin embargo, hay que estar muy ciego para no entender que alguien vuelque todo su esfuerzo en evitar el daño inmediato, por mucho que se le diga que la intención de los que van a producir el daño –la de quienes lo autorizan e impulsan, al menos– sea prevenir males mayores; que descarbonizar la economía de España, Europa, Estados Unidos, China es una necesidad inmediata, y el litio oculto bajo tus pies es imprescindible en la tarea. Cualquier intento de articular un programa de transición ecosocial tiene que hacerse cargo de estas resistencias de forma honesta y realista.

Foto de Niklas Pntk

Si hablamos de algo como un «Green New Deal global», quiera decir eso lo que quiera decir, tenemos que partir de ese punto de vista en el que todo es local y todo es global. ¿Cómo afrontar un cambio de la matriz energética mundial que sigue requiriendo grandes cantidades de materiales extraídos sin que repitamos las dinámicas de extractivismo y colonialismo que han definido el sistema mundo durante los últimos quinientos años? El escepticismo o, directamente, la incredulidad ante tal posibilidad es más que razonable. Los que son recordados como los mejores años de la socialdemocracia y los estados del bienestar en Europa Occidental estaban basados en la continua depredación de colonias, e incluso el New Deal original en Estados Unidos excluyó sin miramientos a comunidades negras, latinas, nativas americanas…Incluso ahora el Green Deal de la Comisión Europea, habiendo superado aparentemente el paradigma de la austeridad más ortodoxa y abrazado un plan de inversiones a nivel europeo, no es un marco en el que se pueda imaginar ni siquiera la posibilidad de la reparación y justicia necesarias en el plano de las relaciones internacionales.

No por obvio es menos necesario repetirlo: es el capitalismo el que nos ha traído adonde estamos. Es el capitalismo el que comenzó a desarrollarse en el siglo XV como un sistema de alcance global basado en el expolio de energía, alimentos y trabajo barato, y el que, a partir del siglo XIX, comenzó a quemar combustibles fósiles de manera masiva para aumentar los beneficios de unos pocos sin importar que eso supusiera sentenciar a la pobreza y, en muchos casos, a la muerte, a gran parte de la humanidad. No podemos perder esto de vista, pues solo la superación del capitalismo posibilita que podamos seguir existiendo en este planeta sin llevarnos toda la vida (humana y no humana) por delante. Sin embargo, la conciencia de la culpabilidad del capitalismo y la necesidad de un sistema alternativo no puede llevarnos a la inacción por lo titánico de la tarea, igual que tampoco nos puede servir como excusa y justificación teórica para posponer cualquier trabajo que se puede comenzar a hacer desde ya, con el sistema capitalista tal y como lo conocemos ahora mismo. De igual forma, a las cada vez más frecuentes críticas al movimiento ecologista por parte de la derecha, que consideran que las políticas verdes son un caballo de troya para introducir medidas socialistas, comunistas o, en suma, anticapitalistas en el discurso general y en las propuestas políticas de los principales partidos, solo podemos responder de una forma: sí. O, si nos sentimos más realistas, ojalá. Una de las virtudes del GND como programa, como idea, es su capacidad de aunar propuestas pragmáticas y realistas, aun a riesgo de caer en lo timorato, con una visión amplia del camino que hay que recorrer. Por resumir: hay que ganar todo lo que se pueda ahora, unir a todos los que se pueda mediante conquistas parciales e inmediatas, para acumular fuerza que nos permita evitar los huracanes de dentro de veinte, diez o cinco años.

Porque los huracanes ya están llegando: las olas de calor del verano pasado han dado paso a uno de los comienzos de año más secos de las últimas décadas en la Península ibérica; las respuestas públicas, aunque existentes, son enormemente desiguales –ambiciosas pero atropelladas en lo energético, prácticamente inexistentes en lo referido a agroganadería, dejadas al albur de los mercados en el caso de las transiciones laborales de sectores estratégicos–, además de insuficientes. Cada año, cada mes y cada semana de retraso en la reducción de emisiones y la adaptación de nuestras viviendas, lugares de trabajo y formas de vida al cambio climático suponen más sufrimiento y más dificultades para llevar a cabo las transformaciones necesarias. El colapso civilizatorio con el que sueñan algunos es improbable, pero el sufrimiento provocado por la inacción es moralmente aberrante. La desesperación es una reacción racional.

Y, sin embargo, no podemos tirar la toalla, tenemos que creer que la que tal vez sea la primera amenaza realmente global de la historia puede ser una oportunidad de luchar por un auténtico internacionalismo que, con pequeños pasos primero y muchísimas contradicciones, pueda sentar las bases de un sistema global menos injusto. El momento político actual en Latinoamérica, con los recientemente elegidos gobiernos de Boric, Petro y Lula en Colombia, Chile y Brasil respectivamente, ofrece una oportunidad fundamental de poder comenzar a pensar y establecer lazos internacionales a todos los niveles. Es fácil ser suspicaz respecto a las posibilidades de estos gobiernos, pero basta con recordar que hasta hace nada era Bolsonaro quien legislaba sobre el Amazonas. No es que tengamos que quedarnos de brazos cruzados ante situaciones de «tenemos el mal menor»; de hecho, como indica Sabrina Fernandes, debemos tener la imaginación política para aprovechar las situaciones «menos malas» para seguir avanzando.

Hay muchas críticas posibles al GND desde la izquierda, que pueden resumirse, grosso modo, en que es una forma del capitalismo de perpetuarse en una situación de crisis, y los ecologistas que lo apoyan son tontos útiles del capital. Sin duda, hay parte de verdad en esto, y cualquiera que trabaje en estas o similares coordenadas deberá estar constantemente en alerta ante el riesgo de que el avance sea más de los intereses de las empresas de energía renovable que de la mayoría social y de las probabilidades de supervivencia de la biosfera. Sin embargo, como indica Héctor Tejero, las posiciones afines al GND no son el enemigo político que batir: su victoria no está ni mucho menos garantizada. Aunque en determinados estamentos y en ciertos países haya algo así como un viento a favor de una salida ecocapitalista y tecnocrática de la crisis, e incluso asumiendo que el GND fuera esto –si bien hay un cierto solape entre propuestas liberal-tecnocráticas como el Green Deal de la Unión Europea y la gran caja de sastre que es el GND, este contiene muchas otras propuestas, mucho más radicales y justas–, el capitalismo tiene otras vías de salida de esta coyuntura, y las explora constantemente: la política de fronteras de la UE, de la que el Gobierno español es pata fundamental, es un paso hacia el tan teorizado ecofascismo: transición ecológica para los de aquí y derecho a decidir quiénes pueden estar aquí y quiénes no. No mencionamos a Bolsonaro en vano: sus cuatro años fueron un ejemplo, ahora extremo pero que podría ser habitual en el futuro, de las políticas antiambientales que pueden normalizarse en países que tengan que elegir entre la cuenta de resultados y la etérea cifra de CO2 en la atmósfera. Los macroinvernaderos de Murcia y Almería son otro ejemplo, más cercano.

Foto de Dominic Wunderlich

Llegados a este punto, hay que preguntarse: ¿es necesario un Green New Deal? ¿Sigue siendo necesario? Creemos que sí. Igual no tiene sentido seguir polemizando sobre el nombre, igual a estas alturas hace más mal que bien. Pero, como planteaba Thea Riofrancos, no debe desdeñarse la potencia de compartir un sentimiento y las líneas maestras de un plan de batalla. Algunas de las ideas que pueden guiarnos las hemos apuntado arriba, muchas otras las mencionaron los ponentes en el debate que dio lugar a este texto. Nuestra capacidad de acción es limitada y el problema es enorme, pero por algún sitio podemos empezar. Vivienda pública y de calidad para todos, transformación del modelo de movilidad (y, por tanto, del urbanismo) en otro que no deprede los recursos del sur global, y a la vez que no implique pasar horas en un vehículo camino del trabajo; reducción de la jornada laboral y reparto del trabajo; transición laboral justa, ayudada de una renta básica, para los que pierdan su trabajo en sectores que necesariamente deberán desaparecer o reducirse a su mínima expresión. Hemos hablado de la automoción (que seguirá teniendo un papel, centrado en el transporte público), pero otro de los sectores más afectados será el de la aviación, que junto con el resto de patas del turismo deberá transformarse radicalmente. Reformas, sí, y en muchos casos conquistas que pueden parecer menores (aumentar las zonas verdes y espacios peatonales en las ciudades, garantizar la atención médica de calidad en todos los pueblos), pero que nos permitirán, por un lado, romper con la idea de que la transición ecológica tiene que hacerse de acuerdo con principios neoliberales o empobrecedores y, por otro, sentar las bases humanas, ideológicas y vitales que nos permitirán seguir luchando. Porque esto no va de ganar ahora. La lucha contra el cambio climático va a acompañarnos el resto de nuestras vidas, y tenemos que seguir ganando todo el rato y en todas partes.

DEBATE UN PLANETA QUE GANAR. ¿POR DÓNDE EMPEZAMOS?
06.07.22

PARTICIPAN DANIEL ALDANA-COHEN • KATE ARONOFF • SABRINA FERNANDES • XAN LÓPEZ • THEA RIOFRANCOS • HÉCTOR TEJERO
ORGANIZA CBA • CONTRA EL DILUVIO