Torres Blancas
Fotografía Eva Sala
Al hablar de un rascacielos o una torre parece inevitable hablar de eficacia estructural y economía. Si empezamos a indagar en la estructura de Torres Blancas enseguida llama la atención la descripción que ofrece Sáenz de Oíza en la memoria: «La estructura es de cemento armado sin pilares, ya que son las paredes verticales externas y algunos elementos verticales internos los que realizan las funciones de sustentación, formando un conjunto monolítico, una roca de cemento, una estructura estáticamente muy interesante».
Esta descripción, lejos de basarse en cuestiones técnicas, parte de una idea espacial poderosa, la de una roca monolítica encastrada en el lugar, que consigue elevarse desde su nacimiento bien profundo, en el interior de la tierra, y cuyos huecos y plataformas se pueden habitar. En este caso, la eficacia estructural está ligada inseparablemente a la eficacia espacial, sensorial y de la fantasía, cosa que raras veces ocurre en un rascacielos.
Esta particular respuesta arquitectónica viene dada, en parte, por el modelo natural en que se basa Torres Blancas como ejemplo de arquitectura orgánica, de ciudad-jardín vertical, de estructura arbórea que alberga a lo largo de su desarrollo diversas oportunidades para habitar, y en parte por razones más intuitivas y personales. Torres Blancas parece el resultado de cartografiar las inquietudes espaciales de Oíza en su más alto nivel de de-sarrollo; es, en cierto modo, un registro de sus deseos, no mermados por las implicaciones técnicas derivadas de la construcción en altura. Se aprovecha hasta la última oportunidad que brinda el recorrido vertical para llevar al extremo cada una de las ideas espaciales topológicas ligadas al habitar –entre ellas, como señalaba Gaston Bachelard, las virtudes de los sótanos, por estar enterrados, de las terrazas, por estar elevadas, la relación con el universo, los recovecos o rincones, la relación con el exterior o con el cielo…–, con cierto énfasis sobre el entrelazamiento de las diferentes unidades espaciales a través de un recorrido. Este recorrido se interrelaciona en todo momento con el movimiento del cuerpo, y cada espacio que lo acoge se adapta a diversas escalas sensacionales como si de una cristalografía dinámicaHago referencia a las teorías del espacio que rodea el cuerpo enunciadas por Rudolf von Laban en la ciencia que bautizó como «coréutica» y que desarrolló a partir de los años veinte. Cf. Choreutik: Grundlagen der Raumharmonielehre des Tanzes, Wilhelmshaven, Noetzel, 1991. del cuerpo se tratara, en la que cada espacio se adhiere en cada punto al cuerpo y cambia ligado al movimiento de éste.
Para empezar, se accede al edificio bajando, entrando en una especie de gruta, ya sea para acceder a los sótanos de aparcamiento o al portal. Estas «grutas» no se encierran en sí mismas sino que, inmediatamente, y por un efecto de transparencia –en la acepción que definió Gyorgy KepesGyorgy Kepes, El lenguaje de la visión, Buenos Aires, Infinito, 1969. y más tarde Colin RoweColin Rowe, Manierismo y Arquitectura Moderna y otros ensayos, Barcelona, GG, 1978.–, nos empujan a subir, a seguir nuestro recorrido ascendente. La transparencia (fenomenal) a la que nos referimos es la que hace posible que existan «percepciones simultáneas de diferentes localizaciones espaciales», dos localizaciones espaciales entrelazadas que no se eclipsan la una a la otra sino que, más bien, se potencian mutuamente. En los sótanos de aparcamiento, la estancia en un espacio semienterrado se potencia por las visiones cruzadas de la coronación de la torre y del plano del jardín a través de los lucernarios, una transparencia que hace posible observar simultáneamente las diversas situaciones topológicas. En el vestíbulo de acceso peatonal, es el entrelazado con el espacio de la escalera, al que se dirige uno de forma natural, el que abre esta superposición de localizaciones espaciales. Es la escalera un lugar especialmente atractivo, llena de rendijas y huecos por las que escapa la mirada en dirección al interior elevado del edificio, perdiéndose la percepción clara del mismo, de modo que tan solo quedan los huecos borrosos u oscuros en los que imaginar esos otros lugares en las alturas que pertenecerán ya a otra realidad espacial.
En este vagar del cuerpo por el edificio, la geometría circular o redondeada favorece tanto el movimiento como la rigidez de las pantallas de hormigón que configuran su solidez estructural. Tanto la visión como el tacto, gracias al cual aprehendemos la geografía del edificio, reaccionan a estos espacios. Es en las viviendas donde se aprecia mas intensamente que en este caso la función del cuerpo (en su totalidad: la visión, pero también la piel y los órganos motores) es en realidad la de conocer el mundo por medio del interfaz que supone la construcción, en el sentido heideggerianoMartin Heidegger, Construir, habitar, pensar, Barcelona, Serbal, 1994. de las auténticas construcciones, lugares en los que el hombre «habita» y por tanto «es», y es capaz de unir su espacialidad a la del resto del mundo y sus moradores.
El recorrido continúa hasta las últimas dos plantas, donde la torre se ensancha y se abre al cielo en la cubierta que, lejos de ser un único plano, vuelve a ser un enlace de plataformas, lo que dota de profundidad a ese espacio más elevado y rodeado de aire. De nuevo coexisten localizaciones espaciales de diversa escala: la de lo gigante de la atmósfera y la ciudad, junto a la de lo pequeño de las reducidas áreas de estancia o de la piscina laberíntica, convertida en un receptor que contiene y pone al alcance de la mano la imagen del cielo y lo lejano, consiguiendo así poner en contacto la experiencia íntima, el espacio del cuerpo, con la esfera del mundo.
Torres Blancas, aparece así, al fin y al cabo, como una oportunidad bien aprovechada de experimentar intensamente el espacio ligado a la edificación en altura, de una complejidad espacial tan atractiva y sensible como la que subyace en las descripciones laberínticas de Borges, en la topología de la casa que sugieren las imágenes poéticas de Gaston Bachelard, en los eventos que tienen lugar en los relatos de Sánchez Ferlosio, o en la poesía de Cesare Pavese. Todas estas referencias que Sáenz de Oíza mencionó en diversas ocasiones no son casuales; releyéndolas, Torres Blancas se reviste de pensamientos y espacialidades que forman casi un diario, un cúmulo de tesoros descubiertos por su autor en diversos momentos y que, escogidos y seleccionados, conforman un universo espacial completo, que se ofrece al que decide, en un momento dado, subir a la torre.
PROYECTO ARQUITECTÓNICO FRANCISCO JAVIER SÁENZ DE OÍZA
[CON LA COLABORACIÓN DE JUAN DANIEL FULLAONDO, JAVIER MANTEROLA Y RAFAEL MONEO]
EMPRESA CONSTRUCTORA HUARTE
LOCALIZACIÓN AVENIDA DE AMÉRICA 37 / CORAZÓN DE MARÍA 2, MADRID
DIMENSIONES PLANTAS 23 • ALTURA 81 M
CRONOLOGÍA PROYECTO 1961 • FINALIZACIÓN DE LA CONSTRUCCIÓN 1968