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EL FUTURO DEL RASCACIELOS

La torre de Tatlin

Antonio Miranda

Mientras en Moscú (1919) la Modernidad de Tatlin inicia su Monumento a la Tercera Internacional, en Nueva York se sigue edificando en altura a partir del ejemplo modernista y ornamentado del Flatiron (1902). Es así como, con el nuevo siglo, empiezan a brotar en Estados Unidos unos gigantescos edificios del Modernismo neogótico, cuyas altas fachadas de estilismo vetusto se postulan bajo el altivo, vulgar y poco edificante nombre de «rascacielos».

Todavía en 1930, el Chrysler o el Empire State mostrarían alguna verdad del Capital, en cuanto sujeto de la impostura arquitectónica y del kitsch edulcorado. La falsificación neomodernista o déco viste deliciosamente cada enorme y esbelta momia petrificada –por más que apuntalada interiormente con poderosos perfiles de acero–. Así se logra con un solo objeto, además de la multiplicación crematística de la parcela, un poderoso instrumento ideológico para la formación de masas. El monumentalismo del rascacielos, con su imagen antiurbana –aunque de exhibición propagandista– eleva el canto a la usura liberal, al patriarcado misógino, al individualismo gregario, al alarde falocrático; en resumen, a la inelegancia misma, propia del mercado imperial.

Vemos entonces, que en los aún modernistas, Estados Unidos, la oscuridad oscurantista, o ausencia de modernidad, es flagrante durante una década. En esos años, la baja calidad arquitectónica unida a la alta cantidad (o estatura), sólo parece tener excepción en algún intento de Wrigth, y en el Concurso del Chicago Tribune. Habría que esperar a 1931 para que Hood (con su magnífico McGraw-Hill) en sinergia con Howe y Lescaze (en el P.S.F.S. de Filadelfia) abrieran el camino de los que luego serían, por fin, los primeros rascacielos verdaderamente nobles, elegantes, racionales y modernos de todo el mundo.

Sobre los dibujos de Chernikhov y las maquetas de Tatlin (durante el arranque de la brevísima Revolución Soviética: del final de la Guerra Civil a la muerte de Lenin) se levanta la corriente más importante de la arquitectura del siglo xx. Que es tanto como decir: la arquitectura auténtica (o libre de contaminación artística) más valiosa de la historia. Dentro de la vanguardia soviética, Tatlin, a la cabeza de los productivistas, se enfrenta por medio de sus rudos artefactos técnicos a los puros idealistas místicos.

Tatlin, que inauguró un movimiento radicalmente poético, moderno o antiartístico, no fue capaz de comprender entonces que también los idealistas Malevich y Kandinski (en sus mejores obras abstractas) repudiaban las Artes Plásticas como antiguallas decrépitas. Aun así, la Torre de Tatlin –llamada oficialmente «Monumento»– es también un Manifiesto certero que identifica materia y modernidad, racionalidad y revolución, en un todo.

La Torre de Tatlin puede ser calificada injustamente de maquinista; pero allí no existe ninguna aparatosa imitación de la máquina, aunque sí un gran mecanismo cargado de sentido. Dentro del helicoide exterior que soporta el conjunto (un imponente reloj de sol con 400 metros de altura), tres edificios de acero y cristal giran a diferentes velocidades de calendario. Abajo, el Cubo de los Congresos con su giro anual; más arriba, la Pirámide para la Administración con su rotación mensual; y sobre ella, el Cilindro de la Información con su ritmo periódico circular y diario.

Contra las Artes Pláticas y Visuales, contra la Academia, contra la Imitación y el Símbolo, la estructura utópica y poética de Tatlin emerge obligada, animada por el siempre optimista soplo de la nueva historia. Gracias a la abstracción geométrica, la Torre produce poética dialéctica, porque no representa sino que construye una praxis (laboratorio experimental) entre los nuevos materiales intelectuales y tecnológicos; entre la ciudad y la arquitectura, entre el espacio y el tiempo.

En la Torre de Tatlin también se produce otro prodigio revolucionario formal: la femenina contrafigura excluyente del sudoroso y viril rascacielos americano. Allí no existe la tediosa, mostrenca y especulativa acumulación vertical y usuraria de pisos repetidos. Tampoco el «bulto redondo» de la torre americana: esa negación del espacio colectivo, del patio, de la ciudad y de la polis.

Hasta hoy mismo –cerca de un siglo después– casi todos los rascacielos –con su arrogancia y testosterona– han quedado en ri-dículo ante las propuestas arquitectónicas soviéticas con las que el Constructivismo (empezando por la Torre de Tatlin) aún nos ilumina con su noble reflector ilustrado, ferroviario y locomotor.

MONUMENTO A LA III INTERNACIONAL
(PROYECTO)
PROYECTO VLADIMIR TATLIN
LOCALIZACIÓN PREVISTA MOSCÚ O SAN PETERSBURGO
DIMENSIONES ALTURA 400 M
CRONOLOGÍA PROYECTO 1919-1920