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Construir bajo los cerezos

Toyo Ito
Imagen Eva Sala y archivo personal de Toyo Ito

La arquitectura contemporánea sería incomprensible sin la obra de Toyo Ito, uno de los arquitectos vivos más innovadores e influyentes del mundo. Su trabajo rastrea el correlato constructivo del universo digital, se mueve en la frontera misma entre lo físico y lo virtual. En diciembre, Toyo Ito recibió la Medalla de Oro del CBA. Tras la entrega del galardón, expuso al público asistente su historia personal como arquitecto.

De los cerezos a la ciudad futura

En Japón, cuando florecen los cerezos, nos reunimos bajo sus ramas para festejarlo. Por medio de unas cortinas alargadas separamos el espacio que, de ese modo, se transforma en un lugar de celebración durante la ceremonia, para volver tras ella a formar parte de la naturaleza. En mi opinión, no hay otra arquitectura mejor. Hay una fotografía que documenta esta ceremonia, en la que aparezco con apenas diez años junto a mi padre y mi madre. Aunque no se ven las flores del cerezo, estamos celebrando un banquete para contemplarlas. Crecí en un pueblo situado cerca de la montaña, y el sentimiento que experimenté aquel día ha perdurado. Mi padre era un hombre de negocios, ajeno a la arquitectura, pero le gustaba el arte. Recuerdo que un día me enseñó un cuadro de Picasso y me dijo «mira este cuadro, ¿no resulta misterioso? Se trata de una persona, pero está dibujada de frente y de lado, en varios ángulos».

A los dieciséis años me marché a Tokio. Me gustaba jugar al béisbol, deporte por el que en Japón tenemos mucha afición, viene a ser el equivalente del fútbol aquí en España. Mi ilusión era seguir con el béisbol en un entorno universitario y pensé que quizá en las facultades de derecho o económicas sería posible, pero me centré demasiado en el deporte y acabé suspendiendo, por lo que no pude acceder a ninguna de ellas. Si hubiera aprobado, ahora sería un empleado de banca o trabajaría en una gran empresa. Tuve que cambiar mi rumbo hacia la Facultad de Ingeniería y allí escogí la especialidad de Arquitectura. Estaba en cuarto de carrera cuando se celebraron los Juegos Olímpicos de Tokio. Eran los años sesenta, el momento del boom arquitectónico japonés, cuando se empezó a oír hablar de Kenzo Tange y de otros muchos arquitectos jóvenes.

En 1965, con veinticuatro años, empecé a trabajar en el estudio del arquitecto Kikutake. Fue una época laboralmente intensísima, trabajé más que nunca en mi vida. Uno de cada tres días incluso me quedaba a dormir en la oficina. En esa época, la segunda mitad de los años sesenta, se vivió en nuestro país un auge del vanguardismo arquitectónico. Constantemente se hacían planes con la mirada puesta en un futuro renovador en el que el pasado quedaría subvertido. Al principio, cuando daba mis primeros pasos como arquitecto, me sumé con entusiasmo a este movimiento, tenía la ilusión de poder seguir la senda vanguardista. Pero, por diversos motivos, a medida que nos acercábamos a la década de los setenta me fui decepcionando. Por una parte, Japón vivió un fuerte conflicto universitario, que provocó que en 1969 varias universidades cerraran sus puertas. Fue un acontecimiento que tuvo una amplia repercusión en toda la sociedad. Por otro lado, en 1970 se celebró la Exposición Universal de Osaka. En principio, debería haber sido una oportunidad inmejorable para materializar las ideas acerca de la ciudad futura de Kenzo Tange o Kisho Kurokawa. Pero, francamente, para mí resultó una desilusión. Imaginaba todo aquello mucho mejor o, al menos, diferente. En el pabellón principal de la Exposición, diseñado precisamente por Tange, estaba el RM Robot, obra de Arata Isozaki. Era un gran robot bicéfalo que podía desplazarse y elevar objetos a nueve metros del suelo, pero la mayoría de los visitantes apenas le prestaba atención. Les resultaba mucho más interesante la Torre del Sol, una enorme escultura de estilo modernista de Taro Okamoto. Mi maestro Kikutake también diseñó una torre para la Exposición, pero me supo a poco, era demasiado pobre como para llenar mi esperanza e ilusión por la ciudad futura. Traté de regresar a la universidad, pero con el conflicto en las aulas no me fue posible, así que decidí abrir mi propio estudio. Se puede decir que mi actividad como arquitecto comenzó justo cuando se desvanecieron las ilusiones futuristas.

Urban Robot

En 1971 inauguré el estudio de arquitectura Urban Robot. El nombre alude a un robot modesto, que no encabeza la marcha veloz hacia un brillante futuro estratosférico, sino que se limita a moverse a ras de suelo. En la pared de mi despacho colgué un cartel de la película Easy Rider, ésa en la que los protagonistas decían aquello de «nosotros no tenemos futuro». Solía ver ese tipo de películas. Abrí el estudio en un momento en el que a menudo no se veía claro qué futuro le esperaba a la arquitectura o cuál podía ser el papel que podían desempeñar los arquitectos en la sociedad. Creo que ese punto de partida me sigue influyendo todavía hoy.

Por aquel entonces, solamente recibía encargos de mis hermanas. En la década de los setenta la economía japonesa se desmoronó. La crisis del petróleo afectó de forma muy dura a Japón y cortó de raíz una larga época de crecimiento que había tenido su correspondencia en la eclosión de la arquitectura japonesa. En medio de estas desafortunadas circunstancias diseñé una casa para mi hermana, White U, que se caracterizaba por ser un espacio clausurado al exterior, cerrado a la ciudad. Era una vivienda con mucho vacío, basada en el aprovechamiento de los espacios subterráneos. El interior era enteramente blanco y se creaban ritmos espaciales por medio de la luz.

En 1982 me invitaron a una reunión muy importante, la P3 Conference, que se celebró en Virginia, en Estados Unidos, a instancias de Peter Eisenman y Philip Johnson. Allí nos reunimos veinticinco arquitectos procedentes de América, Europa y Asia para mostrar nuestras obras e intercambiar críticas y criterios. Por vez primera tuve la ocasión de encontrarme con los arquitectos más famosos del mundo. De España participó Rafael Moneo, mientras que de Japón asistimos Arata Isozaki, Tadao Ando y yo. El requisito para participar era acudir con un proyecto realizable que todavía no estuviera terminado. A mí se me ocurrió presentar el proyecto de mi propia casa, ubicada justo al lado de White U. Casi todos los arquitectos presentes afirmaron que White U estaba muy bien, era una vivienda condensada y bella, pero que el otro proyecto resultaba muy disperso. La verdad es que me criticaron bastante. Llamé a mi propia casa Silver Hut. Al comparar estas dos casas, las diferencias resultan evidentes. White U es un proyecto hermoso pero muy cerrado física y socialmente. En cambio, mi casa no es una vivienda bonita, pero aspira a dar testimonio de que vivo en ella. De alguna manera, la distancia entre ambos edificios establece el espacio de las inquietudes que tenía en ese momento, cuando empezaba a interrogarme acerca de qué camino personal debía seguir como arquitecto y cómo podía irme abriendo hacia el entorno y la sociedad.

Visiones de Japón (y España)

Desde principios de los años ochenta el aspecto de Tokio cambió radicalmente y esas transformaciones afectaron a mi trabajo. Entre los proyectos que llevé a cabo en aquella época se cuentan el restaurante Nomad, que se inauguró en 1986 y estuvo abierto dos años, la Torre de los Vientos y el Pao de la Chica Nómada de Tokio. Este último fue un proyecto virtual que consistía en una tienda o cabaña que se puede trasladar de un punto a otro, y en cuyo centro está colocada la cama con otros tres muebles a su alrededor. Tanto los muebles como el propio Pao están hechos de una película translúcida, al igual que la propia ropa que cubre el cuerpo de la chica. La idea que guiaba el proyecto era que, en realidad, no hacen falta muchos elementos para construir una casa, sino que todo lo necesario se puede concentrar en una tienda de campaña. Estábamos viviendo el punto álgido de la burbuja financiera y la ciudad estaba cambiando a gran velocidad. El Pao recogía de algún modo ese proceso. Para la chica nómada el concepto de casa estaba difuminado por toda la ciudad, lo que le permite incorporar fragmentos de espacio urbano en forma de collage.

En 1988 recibí el primer encargo de un edificio público, el Museo Municipal de Yatsushiro. Resulta difícil explicar la ilusión que me hizo, era la realización de un sueño largamente acariciado. Era un edificio de acero con una fisionomía muy ligera que, aunque formalmente me pareció logrado, me dejó muy insatisfecho. Al margen de la dimensión expresiva del edificio, me quedé con la sensación de que sus aspectos funcionales no estaban bien resueltos, que no lo había pensado adecuadamente para satisfacer todos los programas y actividades que se iban a realizar allí dentro. Tuve una decepción similar con otro museo que diseñé en mi ciudad natal.

En 1995 se convocó un concurso abierto para la Mediateca de Sendai. Me presenté tratando de incorporar estas enseñanzas de mis obras públicas anteriores. Los miembros del jurado se decantaron por mi proyecto, pero desde el momento en que hicieron pública su decisión empezó mi propia travesía del desierto, ya que la prensa local realizó una crítica despiadada. Cuando la obra finalizó, al cabo de seis años, me di cuenta de que había aprendido muchas cosas y de que había conseguido labrarme el apoyo de gran cantidad de personas. Desde el día mismo de la inauguración cesaron las críticas y el edificio tuvo muy buena acogida. Mi objetivo era crear una arquitectura que ofreciera al visitante el equivalente de un paseo por el bosque, quería que pudiera deambular, pararse, descansar… En la ejecución de este proyecto gané en fuerza y valentía y me sentí por fin realizado, por primera vez tenía la sensación de que había realizado una verdadera contribución a la sociedad.

En lo que respecta a mi relación con España, visité el país por primera vez en 1992, cuando se celebraron los Juegos Olímpicos de Barcelona. No vine para trabajar en ningún encargo sino como jurado, junto con Norman Foster y Frank Ghery. Sentí envidia y admiración por aquellos arquitectos que tenían la oportunidad de trabajar en Barcelona, por lo que empecé a realizar algunos proyectos en España, como un balneario con tres edificios y un espacio interior muy interesante. Intervine también en la remodelación de la fachada de un hotel que se inauguró el pasado marzo en el Paseo de Gracia de Barcelona, y en el complejo Fira Gan Vía de Barcelona, que iniciamos en 2003. Este último proyecto consiste en una estructura de varios pabellones unidos por un eje central y dos torres gemelas, una de oficinas y otra de hotel, que tardará unos tres años en acabarse. En Madrid he trabajado en el proyecto del Parque de la Gavia, que se está construyendo ahora en el sudeste de la ciudad y será la primera zona verde autosostenible de Madrid.

Cada proyecto es diferente, un nuevo reto al que no quiero imponer mi propio estilo. El japonés se caracteriza por ir refinando lo que tiene a mano, tal vez sea un atrevimiento por mi parte, pero pienso que más allá de esta sofisticación no hay gran cosa. Si queremos dedicarnos a algo creativo, es necesario ir a la búsqueda de alguna otra cosa, algo incierto e inexplicable. Por eso, mi proyecto más reciente es mi propio museo, que se está construyendo en una pequeña isla de Japón. Yo nunca imaginé que podía crear algo así. Fue idea de un cliente que me encargó un museo para él, pero cuando estábamos dándole vueltas al proyecto cambió de opinión y me preguntó: «¿por qué no hacemos tu museo?» Hoy en día me interesa mucho ayudar a los arquitectos jóvenes, tanto o más que avanzar en mi propio trabajo. Así que le propuse a mi cliente que pensáramos en un espacio donde los nuevos arquitectos puedan presentar sus creaciones, pero también trabajar y desarrollar ideas nuevas. El municipio donde pensamos ubicarlo acogió la idea con entusiasmo, por lo que va a convertirse en un museo municipal, que dispondrá de un espacio expositivo y un taller de proyectos. Tengo la intención de trasladar mi residencia a esta isla dentro de poco, los dos edificios ya están en obras y espero que se inauguren a mediados de 2011.

Arquitectura de límites difusos, Barcelona, Gustavo Gili, 2006

Toyo Ito. Conversaciones con estudiantes, Barcelona, Gustavo Gili, 2005

Escritos, Murcia, Colegio Oficial de Aparejadores y Arquitectos Técnicos, 2000

MEDALLA DE ORO TOYO ITO


12.11.09

PARTICIPAN TOYO ITO • JUAN MIGUEL HERNÁNDEZ LEÓN
ORGANIZA CBA
COLABORA CASA ASIA