Dibujando en el aire
Martín Chirino, maestro de muchos escultores, ha elevado la técnica de la forja a la vanguardia internacional, pero además ha extendido su influencia a otras disciplinas artísticas como la joyería contemporánea o el diseño.
El artista, de manera aparentemente fácil, es capaz de dibujar en el espacio formas sutiles con un material aparentemente tan abrupto como el hierro. Malea ese hierro consiguiendo hacerlo brillar en el espacio. «Mi escultura fluye de mis manos, porque el hierro es moldeable cuando consigues no imponerte a él, sino establecer una relación buena con él».
En sus esculturas logra concretar una extrema vitalidad gracias a su obsesión por retorcer el hierro, «parece que brota de mis manos cuando lo meto en la fragua y se vuelve maleable, es muy bello, muy importante lo que te va contando en la medida que flota en el aire, que tú lo retuerces».
Trabaja con pocos elementos para crear, en el aire, movimientos sinuosos y delicados. Juega con el espacio vacío ocupándolo y estabilizándolo con la inclusión de formas explícitas y a su vez elementales.
Martín Chirino siempre ha buscado la pureza de las líneas jugando con ellas, parte de lo más sencillo e investiga hasta convertirlo en sublime. Sin embrago, el maestro nunca pierde su capacidad de aprender y asombrarse, «dispuesto a dejarse sorprender por los hechos y así acumular experiencias y saciar su apetito de conocimiento».
En sus obras no hay solución de continuidad de un extremo a otro, el continuo se sucede sin principio ni fin, con el objetivo, como afirmaba Lehmbruck, de mostrar «la esencia de las cosas, de la naturaleza y de lo eternamente humano».
Lo más admirable es su increíble capacidad para hacernos percibir con todos los sentidos la naturaleza. Cuando nos situamos en el entorno de sus obras, experimentamos con claridad elementos como el viento, el mar, la naturaleza… Parece que Chirino nos quiere regalar atributos, por él tan añorados, de su Canarias natal «mirando y aprendiendo del entorno y a la vez soñando otros mundos». Su pasión por representar el viento le ha llevado a ofrecernos la posibilidad de visualizar su propia sombra: la sombra del viento.
Y cómo no, allí en su obra aparecen las espirales. Un bosque de espirales como las creadas con la arena levantada por el viento al depositarse de nuevo en tierra. Espirales que son parte del arquetipo unido a sus orígenes y alegoría de un viento que inunda las islas jugando una y otra vez. «¿Por qué? Porque realmente es mi origen y yo creo que se va desde el origen al universo».
Pero Martín Chirino no ceja en su empeño de dialogar con la materia; ella le habla, le orienta, y él la ablanda y provoca que las figuras fluyan de su interior. El artista descubre, analiza y concreta las formas mediante la unión entre el escultor y la materia, para al fin juntos y compenetrados alcanzar el resultado final, la pieza maestra.
Pero Chirino, además, es un trabajador incansable y un ser humano de estos tiempos que ha sabido compaginar su labor escultórica y la gestión cultural en la que se ha implicado activamente. Extremadamente comprometido con la cultura, ha sido un soplo de ingenio y aire fresco en la tan necesaria difusión de la cultural que demanda nuestro país.
Elena Blanch es escultora y profesora de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Complutense de Madrid, de la que también es Decana desde mayo de 2014.