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Sobre Martín Chirino

Jorge Franco
1997 Alfaguara (1). © Alfredo Delgado

Es apenas lógico que para enaltecer el prestigio del Premio Alfaguara de Novela, se entregue también como galardón una escultura del español Martín Chirino. Es además un parte de tranquilidad para quien aspire al premio. No recibirá una copa de trofeo, ni una placa metálica con laureles grabados, sino la obra de un escultor contemporáneo de reconocida creatividad y trayectoria. Yo nunca antes había visto la escultura que acompaña al Premio, aunque sí podía reconocer algunas de las obras de Chirino. De ahí mi curiosidad por saber cómo sería la que me entregarían el día de la premiación. Antes de recibirla la vi desde lejos, muy discreta en una esquina del escenario, y sentí una emoción adicional a las que ya habían invadido por completo mi sistema nervioso. Ahí estaba el hierro de Chirino, manipulado, doblegado, dócil en apariencia, después de haber sido intervenido por su genio. Minutos más tarde, cuando la tuve en mis manos, aquello que parecía ligero por sus ondulaciones en el espacio hizo valer su verdadera naturaleza de metal y sentí su peso, en un sentido físico y simbólico. A primera vista, percibí en esa escultura la movilidad con la que se representa el sello editorial que me premiaba: Alfaguara. En las curvas caprichosas vi su significado: el agua que brota con fuerza. Y cuando pude sentarme a detallarla, ya con la emoción más controlada, vi en el hierro retorcido una metáfora en tres dimensiones de todo lo que me había sucedido. Los vaivenes, la fragilidad del oficio y la solidez de la devoción, los vericuetos del camino recorrido, la fuerza de la pasión por lo que se hace y, en el todo, la recompensa.