Martín Chirino. Por Rafael Canogar
Escribir sobre Martín Chirino es como escribir sobre mi propia historia. Somos artistas diferentes, sí, pero ambos tenemos el mismo telón de fondo: nuestro historial artístico y responsabilidades en el ámbito cultural español, donde nuestras biografías se han solapado con frecuencia. Nuestros primeros encuentros fueron en el grupo El Paso, allá por el año 57-58. Y desde ese momento, nuestros encuentros han sido permanentes: en El Paso, claro y, a partir de ahí, en tantos y tantos momentos y lugares. Juntos hemos recorrido un largo camino, defendiendo un arte y una acción cultural siempre renovadores y puntuales.
Pero quisiera destacar algo de Martín Chirino que no es frecuente encontrar en otros artistas: su entrega y su infinita generosidad en todo proyecto cultural, como lo fue su implicación en el proyecto de la creación del actual Círculo de Bellas Artes, que con justicia rinde hoy un merecido homenaje a su persona, dedicándole un reportaje de su revista Minerva. En 1982, él aceptó la presidencia que le ofrecimos un grupo de artistas, y ahí estuvo durante años –algunos muy duros–, lo que posibilitó el crecimiento de un proyecto artístico de primer orden.
Podría escribir varios folios sobre su entrega y gestión, pero quizás lo que más me importe ahora y aquí, sea destacar mi admiración hacia su obra. No es el momento de un análisis de la escultura de Chirino, que no me corresponde, pero sí quisiera, al menos, dejar constancia de su significación como uno de los grandes escultores europeos y declarar que ser su amigo y compañero de viaje ha sido todo un privilegio.
Rafael Canogar es pintor, uno de los principales representantes de la abstracción en España, así como escultor y grabadista. Cofundador del grupo El Paso, recibió el Premio Nacional de Artes Plásticas en 1982 y fue parte de la Junta Directiva del Círculo de Bellas Artes que presidió Martín Chirino.