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Martín Chirino. Por Marta Chirino Argenta

Marta Chirino Argenta
2003 Martín Chirino junto a El Alisio II. © Alfredo Delgado

Las palabras que he elegido para escribir sobre mi padre muestran muy superficialmente retazos de algunas vivencias en una relación que siempre es tan especial como la que existe entre padres e hijos pero que quizás, en nuestro caso, sea algo peculiar por nuestra marcada sensibilidad artística. Por ello, porque me resulta más fácil, he decidido abandonarme a un estado emocional compartido, nutrido de la «poética de la cotidianeidad» y que transita en un espacio en el que las cosas son pero pueden no ser y en el que el paso del tiempo no existiría si no fuera porque se empeña en golpearnos haciéndonos volver a una realidad que dura ya cincuenta y un años.

– Yo siempre he estado a tu lado.

Verano:

– Marta, hay que cortar el seto un poco más bajo.

El horizonte del mar.

– Quiero que la espiral sea del azul de mi tierra.

Otoño / Primavera:

Cerros erosionados del antiquísimo paisaje castellano.

– ¿Vamos a ver el jardín? Mira, las rosas son también espirales. Las de color rosa son las más hermosas.

Invierno:

Lienzo en blanco sobre grises.

Entre sus manos el dibujo; me mira con asombro.

– «Tu patria es una roca», la mía es una rosa gracias a ti, Martín.
Distintos caminos de cipreses y olivos seducen nuestras miradas. «So long, fame». El corredor de fondo alcanza su sueño. Menos es más. Imponente, suena Mahler…
Simbología y cosmos. Paisaje intelectual forjado con hierro. PAM, PAM, PAM, PAM… el herrero no descansa.

Soplan fuertes los vientos Alisios y los Solanos y los originados en el Barranco de Balos. Emergen las Raíces y los Aeróvoros planean. Entre las arenas, las Sabinas peinan sus ramas y, entre soplo y soplo, a veces se escucha la canción del poeta amigo, mientras las Ladys silentes contemplamos siempre alerta, ante las Reinas Negras y las máscaras de miradas sesgadas de los Afrocanes en la otra orilla, los trazos de un maestro atlante que, en el aire y con el agua, nos crea Alfaguaras para con gran delicadeza dejar posar, justo en su origen, aquella espiral, la de la rosa rosa, la del color más bello. Gracias, Martín.