La política del precariado
Entrevista con Guy Standing
Fotografía Minerva
Después de una larga carrera como experto en organismos internacionales relacionados con el trabajo –fue investigador de la OIT–, en los que desarrolló una visión panorámica de las relaciones y los mercados laborales a nivel global, Guy Standing editó el best seller sociológico El Precariado en 2013. En él describía, sintetizando casi una década de reflexiones sociológicas sobre el tema, el nacimiento de un nuevo estrato social, el precariado, caracterizado por las formas de contratación inestables que llevan a situaciones de precariedad e inseguridad de masas. En su nuevo libro El Precariado, un manifiesto (Capitán Swing, 2014), Standing aborda los aspectos políticos de su tesis y propone algunas líneas de lo que podría ser un programa político de este grupo social.
Desde 2011 estamos viendo toda una oleada de turbulencias políticas a escala global acompañada de muchas discusiones acerca de cuál es el sujeto de estas luchas. ¿Cómo sitúa el término precariado en este contexto?
El planteamiento dualista que separa entre el 1% y el 99% no es demasiado útil, creo que, a medida que el proyecto neoliberal se ha ido desarrollando, y mucho más ahora con la austeridad, se ha producido una fragmentación de clase. Creo que es mejor ver que hay una plutocracia que no pasa del 0,01%, un pequeño número de multimillonarios, debajo de ellos, una élite que obtiene sus ganancias del capital y, a un buen trecho de estos, el salariado. Es importante entender qué significa este término. En cierto sentido, es una clase media con seguridad en el empleo, con acceso a pensiones y todos los beneficios que se derivan de ello. Sería la vieja clase obrera para la que se construyeron los estados de bienestar y que se está contrayendo en todas partes. Por debajo de ellos está el precariado y, aún más por debajo, el lumpenprecariado.
El precariado debe ser visto como el estrato emergente que quieren el capital multinacional y el proyecto neoliberal. Y, en resumen, es el grupo de gente a la que se fuerza mediante regulaciones a aceptar una vida de trabajo inestable y unas condiciones de vida igualmente inestables. Y parte de esto tiene que ver con el asunto de la flexibilidad, aquellos que forman parte del precariado no tienen ninguna identidad ocupacional. No disponen de una narrativa que puedan dar a sus vidas y son la primera clase obrera de la historia que tiene mayores niveles educativos que laborales. En segundo lugar, dependen fundamentalmente de los salarios monetarios y, sin embargo, la realidad que estamos viendo en estos días es la bajada de los salarios reales en todos los países ricos. Es esencial que las nuevas políticas progresistas entiendan que en la era de la globalización los salarios reales continuarán bajando en toda Europa. Cualquier nueva agenda política deberá aceptar esto, porque significa que cada vez va a haber una mayor inseguridad y una mayor precariedad; y, al mismo tiempo, unas mayores desigualdades. En este último punto, no estoy de acuerdo con Thomas Piketty, una cantidad cada vez mayor del ingreso va a tomar la forma de rentas de distinto tipo: propiedad intelectual, patentes, etc. Y, a menos que tengamos una estrategia para redistribuir el capital, no seremos capaces de superar la inseguridad y la precariedad.
Otra cosa que es importante entender en este debate es que las personas que se encuentran en el precariado son –lo voy a decir utilizando una palabra inglesa que no tenéis en español– denizens (no ciudadanos). Es la primera vez en la historia en la que millones y millones de ciudadanos están perdiendo derechos civiles, culturales, sociales, políticos y económicos. En última instancia, lo más decisivo es que son suplicantes, casi mendigos, tienen que estar permanentemente suplicando y satisfaciendo condiciones burocráticas. En este contexto, la vieja agenda socialdemócrata del siglo XX está muerta. No tiene ningún sentido del futuro. Desafortunadamente, los sindicatos forman parte de esa vieja agenda. Así que, lo que tenemos que entender es que necesitamos una estrategia para las tres luchas que menciono en el libro: la lucha por el reconocimiento, algo que, por ejemplo, los indignados han hecho extraordinariamente bien a la hora de poner encima de la mesa ese sentido del reconocimiento; la lucha por la representación, que el precariado esté bien representado en las instituciones, en los sindicatos, etc.; y, después, una estrategia para la redistribución.
¿En qué se concretaría esta estrategia para la redistribución?
Ahí creo que el precariado se separa del viejo proyecto socialista. No estamos hablando de la redistribución de los medios de producción en el sentido marxista, sino de las necesidades del precariado. La primera de ellas es tener seguridad, porque la inseguridad es uno de los principales problemas a los que hacemos frente y la distribución de la seguridad es todavía más desigual que la del ingreso. Necesitamos una estrategia para redistribuirla y, por eso, soy partidario de avanzar hacia un sistema de renta básica como derecho, que resdistribuya tanto las rentas de capital como la seguridad. El precariado entiende perfectamente por qué necesitamos una renta básica, de hecho, cada vez más gente está llegando a esta conclusión. La segunda cuestión es que necesitamos una estrategia para redistribuir el tiempo, necesitamos una política del tiempo. Los que están en los escalafones más altos de nuestra sociedad tienen todo tipo de medios para controlar el tiempo; pueden comprar conocimiento experto y tienen todo el ocio que quieran. Sin embargo, si estás en el precariado, no tienes ningún tipo de control sobre el tiempo. Siempre estás en espera de algo, tienes que hacer networking, reciclarte profesionalmente de manera que esto se come tu tiempo. Las estadísticas que utilizan periodistas, economistas y sociólogos, no reconocen la cantidad de tiempo que emplea el precariado en hacer cosas que realmente no quiere hacer. Y la tercera cosa que necesitamos es una estrategia para desmercantilizar la educación. En todas partes del mundo las élites están accediendo a una educación desmercantilizada y liberadora, mientras que, si estás en el precariado, estás sujeto a formaciones para aumentar el capital humano, módulos educativos y cosas así. Y necesitamos también –y esto el precariado lo entiende también–, una estrategia para redistribuir el acceso al espacio de calidad. En este punto, la agenda para revitalizar los comunes se vuelve importante, porque el precariado necesita los comunes más que ningún otro grupo social; si tienes dinero y estás en el salariado, puedes irte a tu isla desierta, tener tu segunda residencia, irte a la montaña, etc. Pero el precariado necesita los comunes geográficos para reforzar su obtención de ingresos. De ahí, lo que ha sucedido recientemente en el parque de Gezi en Estambul o en Brasil. Y, para terminar, necesitamos una estrategia para redistribuir el capital financiero y rentista, las ganancias de la alta tecnología y los recursos naturales. Aquí tenemos el comienzo de una lucha exitosa, ya que estamos viendo cómo muchos países están poniendo en marcha fondos soberanos de capital y creo que los demás deverían hacer lo mismo con el objeto de que una buena parte del ingreso rentista se pueda utilizar para financiar una renta básica, construir infraestructuras y revivir los comunes sociales.
Sus análisis son claramente de clase. Y, en gran parte, son análisis sociológicos, posicionales: quién está en el precariado, quién en el salariado, etc. En lenguaje tradicional, la clase en sí. Pero, sin embargo, el objetivo de este libro es político, atañe más a la formación de una nueva clase consciente de si mísma, la clase para sí ¿Qué es necesario para que el precariado haga este paso de un tipo de clase más sociólogico al otro más político?
Estamos entrando en una fase muy interesante en la que el precariado en todo el mundo empieza a tener una noción de identidad común. En 2011 si eras parte del precariado, te mirabas en el espejo y veías un fracaso, veías a alguien de quien tener pena, alguien inadecuado. Hoy cada vez más gente se mira en el espejo y se ve como parte de una clase social. La lucha por el reconocimiento es fundamental en esa transición, desde la clase en formación, a la clase para sí. En 2008, cuando estalló la crisis, el precariado estaba dividido en las tres facciones. Y todavía existen esas tres facciones, mientras sea una clase dividida no puede ser una clase para sí. Si nos ponemos dialécticos, la lucha del precariado ahora mismo consiste en estar lo suficientemente unido y volverse lo suficientemente fuerte como para abolir las condiciones que definen su existencia y, por lo tanto, abolirse a sí mismo. Esto le convierte en la única clase potencialmente transformadora y potencialmente peligrosa para los partidos políticos establecidos, porque no compra los programas de los partidos de centro-izquierda tradicionales.
Pero hasta que no pueda definir un nuevo programa de políticas progresistas, esa primera facción del precariado formada por personas de clase obrera, sin niveles demasiado altos de educación formal, que están siendo expulsados de las comunidades de clase obrera, van a tender a mirar hacia atrás, van a ver lo que tenían sus padres y van a escuchar a la extrema derecha y a los neofascistas. Pueden convertirse en xenófobos y racistas. Esta fracción ya está dando apoyo a estos grupos y provocando que el espectro político tradicional se desplace hacia la derecha. La ley mordaza española es un buen ejemplo del tipo de ley que los antiguos partidos de centro hubieran considerado una desgracia y, sin embargo, vuestro parlamento acaba de aprobarla. Son leyes muy poco liberales, muy orientadas al control y con muy poco respeto por los derechos de los grupos sociales más vulnerables. Se podrían poner también muchos otros ejemplos, los tipos de ayudas sociales condicionadas que se están introduciendo, las nuevas tendencias del workfare, todo esto, en parte, quiere satisfacer a esta primera facción del precariado.
El reto de una nueva política progresista pasa por reconocer estos miedos y estas inseguridades, pero dejando claro que no tenemos por qué seguir esta dirección que va a generar aún más división. La ironía del asunto es que cuanto más crezca la extrema derecha, más personas que, de otra manera se habrían reconocido como parte de la clase media, van a estar dispuestas a aceptar una nueva agenda política progresista como forma de contenerla. Creo que estamos en una situación en la que ese primer grupo del precariado no va a crecer más. Sin embargo, lo que yo denomino el tercer grupo del precariado: jóvenes con altos niveles de educación formal, conciencia ecológica y progresistas, están sufriendo esa inseguridad, pero no van a ser atraídos por la extrema derecha. Estamos en un momento políticamente muy interesante en el que vamos a comprobar qué posibilidades hay para el cambio. Y es muy importante que las nuevas formaciones políticas en España, Italia y el Reino Unido comprendan las inseguridades y las necesidades de esta tercera facción del precariado. Creo que ahí es donde nos encontramos hoy. Sería una pena que partidos como Podemos intentasen ir hacia posiciones demasiado cercanas a las del viejo establishment porque perderían su potencial para ofrecer una visión del futuro. Una vuelta hacia viejas recetas socialdemocrátas o keynesianas sería desastroso para Podemos y desastroso para España porque perderían su potencial para ofrecer una visión del futuro. Sería un desastre para mucha gente fuera de España, como yo mismo, que estamos ilusionados con la aparición de una orientación izquierdista que no esté atrapada en el «trabajismo» del siglo XX.
En el libro afirmas que la radicalidad potencial del precariado reside en que no puede ser absorbido por el capitalismo. Es una visión muy contundente ¿Podrías desarrollar un poco esta idea?
El gran logro del capitalismo en el siglo XX fue hacer creer a los trabajadores que tenían interés en preservar el capitalismo. La prioridad política fue crear empleos, y se produjo un intercambio entre la provisión de empleos y seguridad a cambio de la aceptación del sistema por parte de los trabajadores. Ya seas marxista o no, se puede argumentar que esto llevó a una especie de falsa conciencia en la aceptación de pertenecer a una fuerza de trabajo vinculada a este sistema y, de paso, en la aceptación de los patrones de distribución de la riqueza o de la jerarquía en la gestión de la empresa. Lo interesante es que al precariado no se le está ofreciendo ese pacto que se realizó en el siglo XX. Si estás situado en el precariado tienes una cierta libertad de conciencia frente al sistema. No se te ofrece seguridad en el trabajo a cambio de aceptar el sistema, por ejemplo. Los miembros más jóvenes del precariado quieren trabajar, quieren desarrollar sus capacidades, pero no sufren esta forma de falsa conciencia: «dame un trabajo pero no me cuentes que voy a encontrar la felicidad en él». Esta forma de pensar revela una distancia frente a esas estructuras y la disposición para enfrentarse a ellas.
Eres un defensor de la renta básica universal. Desde luego, y como dejas claro en el libro, hay motivos éticos y económicos para defenderla, pero ¿los hay también políticos? ¿Podría la renta básica ser un catalizador para la formación de esta nueva clase emergente?
La lucha por la renta básica es parte de esta catalización del precariado en el sentido que he mencionado antes. Es una lucha por activos como la seguridad, el control del tiempo, la liberación de la dictadura del empleo. La renta básica puede ser parte de una estrategia para vencer a la extrema derecha porque, a menos que tengamos una estrategia atractiva para el precariado, más y más gente va a ser seducida por las sirenas de la extrema derecha. Lo interesante es que mucha gente educada e inteligente, pero no de izquierdas, se está dando cuenta de que, a menos que tengamos algo parecido a una renta básica, las desigualdades se van a volver insostenibles. La sociedad se volverá ingestionable. Y además, llegaremos a una situación en la que no habrá demanda agregada y, por tanto, no se estimulará el empleo ni la productividad. Estaremos en un sistema fuera de control. Para mí, la renta básica es fundamentalmente un asunto ético, pero es evidente que tiene un enorme componente político, incluso en los argumentos económicos más instrumentales.
Desempleo y flexibilidad del mercado laboral en el Reino Unido (Unemployment and Labour Market Flexibility: The United Kingdom), Madrid, Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, 1988.
Desempleo y flexibilidad del mercado laboral en Suecia (Unemployment and Labour Market Flexibility: Sweden), Madrid, Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, 1990.
Desempleo y flexibilidad del mercado laboral: Finlandia y Austria (Unemployment and Labour Market Flexibilitv: Finland, with R. Lilja and T. Santamäki-Vuori), Madrid, Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, 1992.
Los salarios mínimos en la Europa Central y Oriental: de la protección a la exclusión (Minimum Wages in Central and Eastern Europe: From Protection to Destitution, edited with D. Vaughan-Whitehead), Valencia, Tirant Lo Blanch, 1998.
El Precariado: Una nueva clase social (The Precariat: The New Dangerous Class), Barcelona, Pasado & Presente, 2013.
Precariado. Una carta de derechos (A Precariat Charter: From Denizens to Citizens), Madrid, Capitán Swing Libros, 2014.