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El vampiro corporativo al descubierto

Entrevista con Susan George

Irene G. Rubio
Fotografía Minerva

Al comienzo de su conferencia en el CBA, Susan George (1934) pregunta: «¿Cuántos de ustedes no habían oído hablar del TTIP hasta ahora?». Diez manos se alzan, en una sala repleta de unas 150 personas. George sonríe contenta: «Veo que estamos progresando». George viene a España a presentar su último libro, Los usurpadores (Icaria), un ácido retrato sobre cómo las transnacionales han tomado el poder en las últimas décadas. Presidenta de Honor de ATTAC Francia y del consejo del Transnational Institute de Ámsterdam, George lleva tiempo dedicada a denunciar las consecuencias de la globalización. Afincada en Francia desde 1954, es autora de una decena de libros que, según confiesa, tratan básicamente de dos cosas: dinero y poder.

Fotografía de Mark Sebastian. © Creative Commons

Los usurpadores podría considerarse un análisis de cómo el neoliberalismo es una puesta del Estado y sus instituciones al servicio de las corporaciones, a nivel internacional. ¿Cree que es una descripción ajustada?

Creo que las corporaciones no quieren gobernar directamente, pero ciertamente quieren influir en la forma en que los gobiernos toman decisiones. Y esto lo pueden hacer hoy en día mucho más fácilmente que hace años. Así que sí, utilizan a los gobiernos, pero a la vez los gobiernos quieren que les utilicen. Habría que preguntar en nombre de quién están gobernando, si lo hacen para el pueblo o para el 1%. Esto es trágico, en el sentido de que al final estas grandes corporaciones no son las que proporcionan empleo. Eso lo hacen las pequeñas y medianas empresas, que son responsables del 88,5% de la creación de empleo en prácticamente todas las economías europeas. Es una vergüenza estar solo en el bando de las más grandes, pero así son las cosas. No hay diferencias entre Estados Unidos o Europa en ese sentido, en ambos tienen el mismo tipo de influencia sobre los gobiernos.

En el libro muestra cómo el discurso neoliberal de rechazo de la intervención gubernamental se contradice con los hechos. Pero aun así, a pesar de todas las evidencias, el discurso neoliberal (que dice que el sector privado es más eficiente, que enfatiza la libertad de elección, etc.), todavía funciona. ¿Por qué cree que sucede esto?

Tienen muy buenos comunicadores, los lobbies que contratan tienen mucha experiencia. Y claro que hablan de la libertad de elección del consumidor, usan un lenguaje muy positivo, son listos. Pero también son herméticos respecto a lo que pasa. Ahora ocurre que las empresas tienen estas organizaciones colectivas que llaman fundaciones, consejos o lo que sea. Hay una para el tabaco, otra para bebidas alcohólicas, otra para las farmacéuticas, otra para vehículos, etc. Siguen la misma línea que con los gobiernos, pero es mucho más sutil. Por ejemplo, con la industria alimentaria, en la que encuentras a Coca-Cola, pero también a Monsanto, llegan a decir que los europeos tenemos miedos irracionales, que negamos a la gente la posibilidad de escoger. Son muy eficaces, porque usan científicos «domesticados» que colocan artículos aquí y allí, que consiguen crear dudas. Creo que una de las máximas de los grandes lobbies, una de sus consignas, es precisamente que basta con generar dudas. Y esto es lo que hacen, incluso con el cambio climático. En los Estados Unidos mucha gente todavía cree que el clima no está cambiando.

También critica el término stakeholders (algo así como «sectores implicados»), de amplio uso en el ámbito europeo, porque considera que ha sustituido al de ciudadanía. 

Creo que muchas personas cuya primera lengua no es el inglés (e incluso muchas para quienes sí lo es) no saben bien lo que significa este término. Stake es algo que siempre implica propiedad, inversión de algún tipo, o una apuesta. Jugar al póker con altas apuestas (high stakes) implica que puedes perder mucho dinero. Si haces una apuesta en un caballo (stake on a horse) significa que, por ejemplo, posees el 10% de ese caballo y si ganas consigues un 10% de las apuestas. Los colonos en el siglo XIX en Estados Unidos viajaban al Oeste y donde fuera que encontrasen un buen terreno podían reclamar al gobierno una estaca (stake) y conseguían 40 acres… y una mula. Ponían estacas en las esquinas, porque stake significa también estaca o poste, y así conseguían un terreno. En definitiva, tiene que ver con la propiedad.

La razón por la que odio la palabra stakeholder es porque han conseguido que sustituya a «ciudadanía». Tú y yo nunca vamos a ser stakeholders. Ellos deciden quiénes son los stakeholders, y son siempre personas que tienen algún tipo de interés. Normalmente comercial, pero también pueden ser empleados, clientes, etc. La cuestión es que ellos deciden. Es una palabra que excluye a una gran cantidad de gente.

¿Cree que estos cambios en el lenguaje implican cambios de mayor calado, cambios políticos?

Por supuesto. El lenguaje nunca es inocente. Otra de las palabras que odio es «gobernanza» (governance), porque no significa «gobierno». Es diferente. Es un gobierno sin nadie que, como votante, diga «lo siento, pero no pueden hacer eso». Excluye los principios democráticos, las normas legales, la separación de poderes… Todas esas cosas parece que han quedado obsoletas.

No sé si está al tanto del término «casta», que usa Podemos en España para definir a quienes gobiernan a favor de las empresas y en contra de los intereses de la gente. 

¿Casta? ¡Ah, como oligarquía! 

«Casta» se ha convertido en un término muy eficaz para explicar la situación política. En el libro usted propone palabras similares, como «corporatocracia».

Bueno, a ese no le tengo mucho cariño, lo puedes emplear pero no es de uso general. No, el término que he inventado es uno que creo que es bastante bueno, la «clase Davos». Realmente se trata de una clase social, y es la primera vez que tenemos una clase social internacional. La clase alta en España o en Francia tienen las mismas características. Todos hablan la misma lengua, el inglés, van a las mismas tiendas en todo el mundo, mandan a sus hijos a las mismas escuelas, todos han acudido a alguna prestigiosa escuela de negocios, van de vacaciones a los mismos sitios… Son básicamente los marcadores de una clase social en cualquier sitio del mundo. 

En cuanto al TTIP, creo que uno de los principales problemas para combatirlo es que es muy complicado de explicar, abarca multitud de ámbitos y muy diversos.

Sí, a veces cuento que cuando empecé hace muchos años, decías: «EE.UU. fuera de Vietnam» y la gente estaba de acuerdo contigo o no, pero comprendían de qué estabas hablando. Eso era lo único que había que decir. Y ahora, con un problema como el TTIP, tienes que dedicarle un tiempo, es complicado. Así que mi vida consiste en tratar de hacer estas cosas más sencillas para que la gente, si les dedicas un mínimo de tiempo, pueda entender las partes básicas. Algunas de estas partes básicas sobre el TTIP son: que el tratado es una carta de libertades y derechos para las corporaciones, como una declaración de derechos; que es un golpe contra la democracia; y que tenemos que librarnos de él porque va a tener un impacto muy importante, no solo en el poder judicial, por el mecanismo de arbitraje inversor-estado (ISDS por sus siglas en inglés)ISDS: Investor-state dispute settlement (Arbritaje de diferencias inversor-estado)., y no solo en la legislación, ya que las corporaciones quieren regular sus propios productos, sino que también tiene un efecto en el poder ejecutivo, porque le puede atemorizar. Especialmente a los países pequeños y débiles, aunque en realidad a cualquier país, porque pueden pensar: «Si elevo el salario mínimo, o si hago una ley dura con las emisiones de CO2, voy a tener a 20 empresas demandándome». Esto hace que los países se lo piensen dos veces antes de hacer cualquier ley nueva. Es muy peligroso desde ese punto de vista. Pero el TTIP también supone un peligro para el día a día de la gente, porque afecta a lo que comes, a los precios de las medicinas que usas, a si estas pueden ser genéricas o no, a las privatizaciones y a los servicios públicos… Funciona en definitiva en todos los niveles de gobierno, afecta tanto al ayuntamiento de Madrid como a todo el país. Me gusta decir que cualquiera puede encontrar algo que odiar en él. Sea lo que sea lo que te interese, estoy segura de que encontraré algo por lo que odiar al TTIP.

Describe al TTIP como un vampiro al que hay que arrojar a la luz. ¿Cree que si la gente supiese de qué trata realmente el tratado, este no se aprobaría?

Sí, nuestra experiencia es que, en cuanto la gente se entere de lo que hay en él, dirán que eso no es posible. Estamos recogiendo muchas firmas contra el tratado, creo que llevamos 1,6 millonesStop TTIP! Plataforma de la que Susan George es miembro y que recoge firmas contra el Acuerdo Transatlántico para el Comercio y la Inversión.. Creo que la estrategia de Drácula es la que hay que seguir, exponerlo a la luz. Cuando hicimos esto con el AMI (Acuerdo Multilateral sobre Inversiones), hace bastantes años, en el 1997-1998, funcionó. Cuando empiezas una campaña así, la prensa suele decir, «uf, es demasiado complicado, a nuestros lectores no les va a interesar». Pero una vez que se interesan y se dan cuenta de que ahí hay una historia, entonces los medios son de gran ayuda. La cantidad de entrevistas que he dado en España muestra que hay una historia, que no se trata solo de un libro, sino de lo que en él se cuenta.

Creo que podemos ganar esta batalla. Lo diré luego en la conferencia: os voy a dar muchas malas noticias, pero creo que podemos ganar esta batalla. Es la primera vez que hay una campaña unitaria así en Europa. Fue embrionaria cuando hicimos la del AMI, fue un poco mejor con el GATT (Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio) de la Organización Mundial de Comercio, pero ahora realmente es en toda Europa y cada vez se están uniendo más países. 

Si un solo país decidiese decir que no al TTIP, ¿no podría lograrlo?

Un solo país sí lo podría hacer, podría revocar el tratado. Sería un gesto muy radical y no creo que ningún país pequeño lo haga.

¿Grecia quizás? 

Bueno, si queda poco para firmarlo, y hay un gobierno de Syriza, o de Podemos, sí, podrían decir «no queremos firmar esto, nos retiramos», y esto supondría una crisis.

En el libro hace duras críticas a la Unión Europea. ¿Cree que la UE se puede reformar?

Sigo teniendo la esperanza de que así sea, porque ciertamente no quiero salir de la Unión Europea. Creo que la Unión Europea podría ser fantástica, podría ser un modelo de democracia para otros países. Pero está claro que hoy en día no es así. Este proceso empezó hace bastante tiempo, pero quedó claro cuando se votó la Constitución Europea. Todo el mundo pensó que era algo bueno, los famosos salían en televisión animando a votar a favor, y muchos de mis amigos españoles no entendieron por qué luego en mayo en Francia votamos en contra. Pero era claramente un voto contra el modelo de Europa que tenemos ahora. Y la prueba es que no aceptaron ese voto y simplemente aprobaron el Tratado de Lisboa, que es exactamente lo mismo. Eso es como decir, vaya, qué lástima por la democracia. Eso dejó muy claro que no iban a ser democráticos, y ahora lo sigue siendo: quieren negociar en secreto, hacen muchísimas reuniones y encuentros con corporaciones y poquísimas con sindicatos, ecologistas, asociaciones de consumidores... Está claro de qué lado están.

Pero yo no creo que haya que salir de la Unión Europea. Debatimos sobre esto a menudo y hay gente a la que respeto, incluyendo a personas que están en Syriza y que aunque sean minoría, defienden la salida de la Unión Europea. Como sabes, esta no es la postura de Syriza. Y creo que tienen razón. Deberíamos seguir y tratar de arreglarla, porque ahora mismo hay cosas que un solo país, aunque fuera de los más ricos como Alemania, no puede hacer solo. Si queremos, por ejemplo, tener un continente verdaderamente ecológico, tenemos que hacerlo juntos; si queremos tener un sistema financiero que funcione, tenemos que hacerlo como continente, etc. Por eso creo que hay que permanecer en la Unión Europea. Pero es una buena pregunta porque va a ser una cuestión crucial. 

Mientras leía Los usurpadores, me ha llamado la atención el estilo desenfadado y entretenido con el que cuenta las cosas, su sentido del humor y cómo interpela a los lectores constantemente. 

Bueno, hago lo que puedo. Siempre estoy aprendiendo sobre la marcha, y me doy cuenta de que puede ser difícil introducirse en algunas cuestiones, así que trato de explicar las cuestiones que encuentro complicadas. Muchas cosas se pueden explicar en términos más sencillos. En el fondo siempre se trata de dos cosas: poder y dinero. Si escribiese novelas, serían sobre poder, dinero y sexo. En este caso, hasta donde yo sé, no hay nada de sexo. Las cosas son relativamente sencillas: quién consigue qué y cómo. Todos mis libros tratan sobre el poder, de un modo u otro.

La mayoría de textos que he encontrado sobre el TTIP son muy complicados y arduos de leer, pero sin embargo su libro es muy divulgativo.

El TTIP no es complicado, lo son los detalles. Lo puedes hacer complicado si quieres, y esto es lo que están haciendo nuestros oponentes. Y a la vez hacen afirmaciones como «esto supone empleo y crecimiento», que son falsas, porque tenemos estudios que demuestran que en realidad provocaría la destrucción de empleo. Según un estudio que se publicó en octubre, Francia perdería 100.000 empleos y Europa en general 600.000. Todos los tratados del estilo del TTIP hasta ahora han destruido empleo y no hay razones para creer que vaya a ser diferente. 

En el libro se define como «académica-activista». ¿Puede explicar en qué consiste esa figura?

No soy una académica porque nunca he tenido relación con la universidad. Soy una investigadora independiente y una activista porque creo que el trabajo de un intelectual debe tomar partido. No creo que las ciencias sociales sean neutras. Todo el mundo tiene un sesgo y un académico honesto debería reconocerlo. Yo trato de tomar partido por la mayoría y estar en contra de todo aquel que ostente demasiado poder. Soy presidenta honorífica de ATTAC (Asociación por la Tasación de las Transacciones financieras y por la Acción Ciudadana) y pertenezco a varias organizaciones. Voy a manifestaciones pero no hago nada peligroso, básicamente porque no puedo, soy demasiado mayor. Mucha gente que está en el consejo científico de ATTAC tiene la misma actitud. Ahora me he incorporado a un partido político por primera vez en mi vida, un partido pequeñito de izquierdas, porque el gobierno es tan terrible… Lo que queremos es unir a la izquierda, a los diferentes pequeños partidos de izquierda. También hay muchos socialistas descontentos que seguramente se unirían a algo así, porque el Partido Socialista en sencillamente inútil. Así podríamos hacer algo. No tenemos un Podemos en Francia y aquí tampoco tenéis un Frente Nacional, tenéis mucha suerte.