¿Por qué humor y no angustia?
Ilustraciones CORTESÍA DE QUINO
Joaquín Salvador Lavado es Quino, humorista gráfico e historietista argentino, mundialmente conocido por las viñetas de Mafalda y sus amigos. Coincidiendo con una clase magistral para los alumnos de la Escuela SUR en el CBA, Quino hizo un repaso de su vida, desde su infancia hasta la actualidad, mostrando sus referentes, las cosas que le impactaron cuando era niño, sus inicios en la profesión, sus dudas… una lección de humor cínico, como el que destilan sus dibujos, capaces de arrancarte una sonrisa y, a la vez, de partirte el alma.
La vocación
Tiene mucho que ver con la tira de «lo que cabe dentro de un lápiz» porque cuando yo tenía tres años, mis padres se habían ido al cine y me dejaron con mis dos hermanos. Llamaron a un tío que era pintor, dibujante publicitario, y claro, no había televisión. Hoy para tener quietos a tres niños, les das la tableta y ya está, pero en esa época no. Mi tío, que no sabía hacer otra cosa, sacó un lápiz y empezó a dibujar lo que tenía en la cabeza. La mano te la guía el cerebro, pero uno no sabe si dibuja la mano o dibuja el cerebro. Es uno de los atractivos de esta profesión.
Entonces, mi tío empezó a dibujar montañas –yo soy de una provincia muy montañosa–, ríos, caballos… tuve la noción de que era lo que uno quisiera, como la lámpara de Aladino: puede salir Mi lucha de Hitler, fórmulas matemáticas o una receta de cocina, ¡cualquier cosa! Es maravilloso que de un lapicito salga todo lo que uno quiera, como pasa con la literatura. Así que a los tres años decidí que quería ser dibujante. No sabía de qué, pero me dije, «bueno, uno con este instrumento en la mano tiene un poder increíble».
La gente que hoy quiere dedicarse a la cultura no debe hacer caso a esto de que te vas a morir de hambre. Tengo un sobrino-nieto, cuya madre era profesora de piano, que desde muy chiquitito subía la tapa del piano y no es que hiciera «ton, ton, ton», sino que hacía acordes, estaba buscando armonía en los sonidos que salían del piano. Pero la madre dijo que no, que músico no, porque se iba a morir de hambre. Ahora está estudiando abogacía y se ha resignado a estudiar música cuando termine, pero ya va a ser muy viejito para eso. Creo que uno tiene que seguir su vocación, y luchar por defenderla.
Y fue a los 14 años cuando ya decidí que iba a ser dibujante de humor, porque era una época en la que a Argentina llegaban revistas de todos lados. Entonces, uno tenía acceso a mucho material de información. De Sudamérica había revistas mexicanas, brasileñas, venezolanas. Hoy todo eso se acabó. No sé si porque también Internet interfiere, no interfiere; ayuda y expande, pero yo con las nuevas tecnologías, y muchas de las viejas… en realidad me he quedado en el teléfono. A mí estos teléfonos que hacen de todo y te conectan con lo que quieras desde tu oficina o tu despacho y que sabes cuántos emails te han llegado…, de eso no entiendo nada.
El poder de la imaginación
Cuando era pequeño había también mucho radioteatro. Se hacían novelas famosas y uno tenía que imaginarse todo a partir de los ruidos que hacían los técnicos de sonido: los cascos de los caballos, las peleas con espadas… Por cierto, hay una película de Kiarostami que es maravillosa, que se llama ShirinShirin: dirigida por Abbas Kiarostami en 2008. Protagonizada por Niki Karimi, Golshifteh Farahani y Juliette Binoche., un poema persa del siglo XII. Lo que ha hecho este tipo es que la película uno no la ve nunca. Son varias mujeres, y hay algún hombre también por ahí mezclado, y uno lo va siguiendo como en el radioteatro de cuando era chiquito. Con la banda sonora y las expresiones de estas mujeres, uno se va enterando de cómo es. Me pareció una idea buenísima y para gente que le interesa el arte en todas sus formas, se trata de un ensayo que no se puede dejar de ver.
Errores de juventud
Hice la escuela primaria en mi provincia de Mendoza e inmediatamente después ingresé en la escuela de Bellas Artes en la Universidad Nacional de Cuyo, que es la región de Tres Provincias, en la frontera con Chile. Ya quería ser dibujante de humor, pero me encontré dibujando animales embalsamados, jarrones, bustos de Pericles y de otros griegos. Y me dije, «¿para qué quiero estudiar yo geometría del espacio, si yo quiero ser dibujante?». O sea, menospreciaba lo que quería ser y abandoné a los dos años. Me arrepentí mucho después, porque tuve que aprender solo y mal, lo que en esta facultad me hubieran enseñado bien y con buena orientación. Después vi el Museo Picasso de Barcelona, y vi cómo dibujaba Picasso a los nueve años y veo que hay gente, chicos jóvenes que dicen, «bueno, una vez que Picasso rompió la figura humana como la rompió, ¿para qué hay que estudiar? ¿para dibujar como Rubens o como Leonardo?». Si uno tiene que romper una figura, tiene que saber primero cómo era la forma de esa figura cuando estaba bien construida, y si uno la quiere destrozar, también debe saber dónde hay que dar el martillazo. Si uno es terrorista y quiere volar un puente, pero no ha estudiado ingeniería, pondrá las cargas donde le parezca y el puente no se caerá. Con esto ocurre igual. Pero es curioso, la resistencia que hay por parte de los jóvenes, –que también tuve yo erróneamente– a estudiar a los clásicos. Hay que estudiar, como para cualquier cosa.
El bien y el mal
Yo soy de una familia republicana española. En mi casa había muchas discusiones políticas y cuando yo tenía cuatro años comenzó la Guerra Civil en España. La perdimos, lo cual ya me dejó una amargura sobre lo que podía ocurrir en el futuro con cualquier cosa. Mi abuela era comunista, mis padres no, pero eran republicanos y había mucha discusión política. Se acaba la Guerra Civil española, empieza la Segunda Guerra Mundial, y en aquella época yo ya iba solo al cine –tenía ocho años cuando fui por primera vez solo al cine–. Y claro, pasaban los noticieros de la guerra, lo que estaba pasando en Europa, y vi, desde las invasiones alemanas a los países europeos, hasta la liberación de París. En esta época, los norteamericanos, como eran aliados de los rusos al principio, hacían películas en las que los rusos eran gente bastante buena, los japoneses eran malísimos, los italianos estaban ahí, que no se sabía nunca donde estaban. Se acabó la Segunda Guerra Mundial y el cine empezó a cambiar. Los rusos empezaron a ser malísimos, los japoneses ya no eran tan malos y eso me creó un desconcierto de dónde está el bien y dónde está el mal. Resulta que los que eran malos hasta hace poco ahora eran buenos y viceversa. Entonces siempre me he criado con esta historia de «dónde está el bien», «dónde está el mal».
Sodoma y Gomorra
Con la religión también se da esto del bien y del mal, porque a uno cuando es chico le meten también muchas tonterías en la cabeza, o se las quitan, como cuando mi abuelo me preguntaba: «Niño, ¿tú sabes lo que es una misa?». Yo contestaba que no y entonces me decía: «Pues una congregación de ignorantes adorándole el culo a un tunante». Me crié con esta cultura.
Cuando tenía nueve años, o diez, llegó un explorador vestido con casco de corcho, botas altas y dice, «¿en esta casa tenéis la palabra del Señor?», y me regaló una Biblia protestante. La empecé a leer y ahí también se me armó. La utilicé muchísimo para sacar ideas, porque la Biblia está llena de cosas también. La gente piensa que la Biblia es un libro religioso y no, es una colección fantástica de cuentos y poemas. En alguna feria del libro he dicho que he leído la Biblia sin ánimo religioso, y hay gente que se ofende. Una persona en un acto público de la feria de Buenos Aires se fue dando un portazo, pero es que en la Biblia hay historias muy trágicas y muy divertidas. Como la de Sodoma y Gomorra y las hijas de Lot y toda esa historia.
Es curioso, porque Dios ve lo que pasa en Sodoma y Gomorra, y dice «esto no puede continuar así». Manda dos ángeles, para ver si esto es así o no. Llegan estos ángeles a Sodoma y Gomorra, y se tienen que encerrar en la casa de Lot, ¡porque la gente de allí tenía obsesión sexual y quería aprovecharse de los ángeles! ¡Acoso sexual a los ángeles! Y Lot sale y dice: «No, no, los ángeles no, les doy a mis hijas». Y los otros: «No. ¡Queremos a los angelitos!».
Y cuando ya Dios ve que eso es un desastre, decide destruir todo. Una vez que Dios ha destruido todo, las hijas de Lot dicen: «Bueno, pero si se ha acabado la humanidad, tenemos que continuarla nosotros». Entonces emborrachan al padre… y también…Descrito en el Capítulo 19 del Génesis en la Biblia. Tras la destrucción de Sodoma y Gomorra y la muerte de su madre, convertida en estatua de sal por echar la vista atrás durante la destrucción, las hijas de Lot emborrachan a su padre y mantienen relaciones incestuosas con él para perpetuar las generaciones ante el temor de que no quedaran más varones en la tierra..
Primaveras e ideologías
Hoy, ante la pérdida de ideologías, es muy difícil saber hacia dónde tira uno. Antes la cosa era bastante más fácil. Si uno era de izquierdas o de derechas, estaba bastante más definido. Entonces uno tenía ideales, de democracia, las nuevas generaciones…
Yo conocí París en mayo del 68, a mí me impresionó mucho. Caí ahí, sin proponérmelo. Me lo propuse, pero no estaba enterado del follón que se iba a formar. Y me tocó de lleno la policía. La policía francesa es terrible –todas son bastante terribles–, pero estos, que realmente eran los que llaman la guardia de infantería, llevaban los palitos estos que ellos llaman matraques, que son de goma por fuera, pero de plomo por dentro. Entonces te dan un cachiporrazo y este instrumento se achata un poco y te abarca una franja del cerebro que te corta la circulación. Es un arma terrible. Todo esto, los gases lacrimógenos, todo. Fue una batalla campal. Y los eslóganes que tenía esta gente, como «La imaginación al poder», era una cosa muy hermosa. Y después me tocó más adelante, ya en los años 70, ver manifestaciones estudiantiles, que lo que querían no era cambiar el mundo, era que el mundo no cambiara para ellos, tener el empleo que habían conseguido. Era muy triste la cosa.
¿Adónde va a parar el mundo? Es la pregunta que nos lleva a todos para adelante. Después de todo, como protagonistas nos preguntamos: «¿Qué haría yo para que esto cambie? ¿Cómo?». Lo que pasa es que los viejos somos mucho más amargados que los jóvenes. Creo que tenemos motivos. Esto de haber vivido la Segunda Guerra Mundial, la Guerra Civil Española… y cada guerra que se acababa decíamos, «ya estamos, el mundo es feliz, las Naciones Unidas…» ¡Qué sé yo! Y ves que a los pocos meses otra vez están liados. Vas perdiendo la ilusión. Pero bueno, hay que seguir adelante, porque uno piensa, estamos mejor que antes de la Revolución Francesa, sí. No quería ponerlos tristes, pero eso existe.
Referentes suicidas
Los dibujantes españoles me han gustado mucho. Tuve la suerte de ser amigo de Mingote, Chumy Chúmez y esa camada, que es de donde ha salido El Roto. Fui muy amigo de Gila, porque vivió en Argentina durante 20 años y nos hicimos muy amigos. Tenía un dibujo muy precario, pero te contaba la Guerra Civil española y luego grababa discos de humor contándote lo mismo. ¡Era terrible!«Terrible», tomando la tercera acepción de la RAE: «muy grande o desmesurado». Luego, cuando yo tenía 18 años, me cayó Paris Match y allí había dos dibujantes franceses, uno se llama Bosc y el otro Chaval, que hacían humor mudo que no tenía nada que ver con lo que hasta el momento se hacía. Esta gente salió con una cosa surrealista muy simpática, muy alocada y sobre todo, basado en el humor mudo, algo que me atrajo mucho.
Llegué a Buenos Aires con mi carpetita, desde mi provincia y tuve un intento fallido que me dijeron: «Mira pibe, las ideas son muy buenas, pero el dibujo es un desastre». Entonces, me volví a mi provincia, hice la mili, y cuando terminé la mili, ayudado por mi hermano mayor, volví a Buenos Aires, empecé a recorrer todas las redacciones, hasta que en una me dijeron: «Bueno, se nos acaba de ir el humorista que teníamos, así que vamos a publicarte». Y así empezó.
Estos dos dibujantes franceses me influyeron muchísimo. Curiosamente los dos se suicidaron, que no es una idea que rechace, pero es un lío conseguir los medios de hacerlo sin impresionar a nadie, dejar todo lleno de sangre… porque ahorcarse es muy feo… encontrarse a un tipo ahorcado... Es barato, pero es feo.
El tío de un historietista amigo mío se suicidó tirándose a las vías del tren, pero antes se compró un paquete de galletitas y una lata de 20 litros de pintura roja. O sea que cuando se tiró al tren y reventó la lata de pintura roja fue un espectáculo. Como el de las dos torres.
Humor mudo y humor negro
Yo vi mucho cine mudo, con películas de Chaplin y Buster Keaton, que me encantaban también. Para mí el humor era una cosa muda, por eso estos dos dibujantes franceses (Bosc y Chaval) me habían impresionado tanto. Yo tengo dificultades para hablar aunque no lo parezca. Tenía una abuela, la que era comunista, que era andaluza y tenía mucho sentido del humor, muchísimo. Me acuerdo de cuando mataron a Carrero Blanco, estaba muy feliz y contenta y decía: «Yo nunca he visto volar un coche por los cielos. Debe de haber sido estupendo estar allí». No sé, me pareció una fórmula que resume todas las cosas. Para quienes hayan visto de Chaplin La Quimera del oro, la escena en la que él se come su botín y chupa los cordones como si fueran tallarines –después hice una página con eso– es muy graciosa, pero es de un dramatismo espantoso. Me pareció entonces que el humor es una forma que amalgama estos dos sentimientos. Porque otra cosa que me llamó siempre la atención es que todo el mundo te pregunta qué es el humor, y nadie, qué es la angustia. Y es que tiene ese misterio: cosas que te resultan dramáticas, al mismo tiempo son muy graciosas. Hay situaciones en que uno lee una noticia que es tan horrible, que te da risa.
Trabajando el humor
¿Qué es el humor? Al principio leía libros de Freud y Bergson sobre humor y un día me dije: «¿Para qué me voy a estar preocupando yo?». Es como si un marinero se preguntara todos los días ¿qué es el agua? No, uno sale a navegar y ya. El humor para mí es el agua donde yo salí a navegar. Dejé de plantearme el querer encontrar la raíz de la cosa.
Lo que tiene el dibujo de humor, o cualquiera, es que uno nunca sabe lo que se le va a ocurrir. Y Freud decía que era como irse a la cama y decir «esta noche voy a soñar que estoy con Penélope Cruz». No, uno sueña lo que no sabe que tiene adentro. Mi método de trabajo –a menos que lea una noticia en el periódico que me indignara mucho, que entonces me propongo hacer algo sobre ese tema–, consiste en que uno empieza a publicar, y una vez que empieza a hacerlo se da cuenta de los errores que ha cometido en su dibujo, que dibujaba árboles o nubes que no hacían falta. Eso me dura hoy todavía con el cine. Muchas veces voy, por ejemplo, en el avión, veo una película –cuando veía, porque ya lamentablemente no– y le quitaba el audio, para ver si viendo solo las imágenes me enteraba de qué iba la historia, porque uno muchas veces dibuja una idea en varios cuadritos; a veces pone cuadritos de más; a veces uno se da cuenta, después de publicada, de que ahí habría hecho falta un cuadrito más para que se entendiera mejor la idea. Y ese es un tema que siempre me ha preocupado mucho: que el lector no entienda lo que quiero decir. Entonces, yo me ponía a trabajar con un bloc en blanco, y a veces salía algo, pero nunca enseguida. Siempre hay que estar pensando seis o siete horas para que salga algo. Y si no, hay ideas que uno empieza a pensar y sabe que pueden servir, pero no sabe cómo terminarlas. Tengo un alto así de páginas, de las que me gustaban su principio y desarrollo, pero que no sabía su final.
Una cosa que siempre me dio mucha rabia es que en las revistas está el fantasma de la entrega: «Hay que entregar el viernes a tal hora». Y, ¿por qué si uno lo que tenía que entregar el viernes, lo empezó a pensar el martes y se le ocurre el viernes a la mañana, a última hora, cuando uno ya está comiéndose las uñas por ver qué es lo que va a entregar? Es como si uno tiene dentro una persona que te tiene que tirar la idea y te mantiene en vilo, y no te la tira, y no te la tira... Hasta que al final llega un momento como diciendo: «Bueno, toma, ¡ahí está la idea!».
Y ese descontrol que uno tiene sobre su propio pensamiento siempre me dio mucho fastidio. Entonces, tengo muchas ideas inconclusas. Pero bueno, cada tanto las reviso, y les cambio un detalle: si en lugar de que el protagonista, sea un señor, es una señora… de repente aparece la cosa que te hacía falta. La relación con todo ese material es muy aleatoria. Uno no sabe bien cómo gobernar las ideas que a uno le van saliendo.
Este trabajo de inventarse situaciones humorísticas, es lo que dice siempre mi mujer, que parece que yo soy un tipo que tiene mucha fantasía y no es así. Por ejemplo, mi mujer me dice: «¿Dónde te parece que quedaría mejor este sofá acá o allá?» Y yo no tengo la menor idea: «Hasta que no lo vea puesto acá o allá no te sé decir». Y entonces me dice siempre: «No tienes imaginación». Con todo lo que he hecho… Pero es cierto, una cosa es la vida práctica y otra es el mundo volátil, por ejemplo, de Felipe (amigo de Mafalda), porque uno también se imagina cosas que quisiera haber sido y no sé… es muy complicado.
La música
De no ser dibujante, me hubiera gustado ser músico. Pero no tengo vocación para la música, para escucharla sí, por supuesto. Pero nunca aprendí a bailar, ni a seguir un ritmo con las manos, ni nada de eso. Pero me gustaría ser músico, sí.
A mí me gusta mucho la música clásica y clásica moderna. Estamos en un siglo en que, por primera vez, se da el fenómeno de que la música que es culta, el público no está preparado para escucharla. De Debussy para acá, la gente empieza a toser, a moverse en la butaca, es un fenómeno muy curioso. Cuando uno piensa que Mozart iba en la diligencia componiendo lo que iba a tocar el domingo en el pueblito al que llegara... Tiraba todas las partituras y fue el señor Köchel el que reconstruyó las partituras que había abandonado Mozart en todos los caminosLudwig Alois Friedrich Ritter von Köchel (Stein, Baja Austria, 14 de enero de 1800 - Viena, Austria, 3 de junio de 1877) fue un escritor, compositor, botánico, editor y admirador de la obra musical de Wolfgang Amadeus Mozart, cuya obra catalogó a mediados del siglo XIX, recogiendo sus partituras sueltas de los lugares por donde actuaba.. En cambio, hoy la música contemporánea con un sonidito, y al rato, otro, es difícil de seguir. Durante un periodo pasó también con la pintura, pero creo que en este momento la pintura está como perdida. No se sabe qué camino seguir. Ni en política, ni en economía ni en nada se sabe qué camino seguir. No es que uno esté muy convencido de todo lo que piensa, ¿por qué uno piensa una cosa y no otra? Eso es curioso, es como buscar pareja. ¿Por qué uno elige una pareja?
Mafalda, ese óvalo con pelo
Empecé a pensar en Mafalda cuando me encargaron un trabajo. La pensé primero para una campaña de electrodomésticos, lo que pasa es que esa era la idea de una agencia de publicidad, de crear una familia como si fuera un tebeo normal, un tebeo gracioso, divertido, y que dijeran: «¡Qué buenos son los aparatos de tal marca!». Que si la mamá abría el frigorífico, se pudiera leer la marca…, pero los diarios dijeron: «No, esto es publicidad; tienen que pagarlo». Nunca se hizo y yo guardé unas tiras que me habían quedado con la idea de esta familia. A los dos años, un amigo que era secretario de redacción de un semanario de actualidad política, cultural, espectáculos, me dijo que si además de mis páginas de humor no tenía otra cosa y le mostré esto y empezó a publicármela sin decirme nada.
De pronto me encontré con un personaje que yo tampoco conocía, porque tenía diez o doce tiras. Entonces, una vez que vi que me estaban publicando una cosa que yo no sabía ni cómo iba a seguir, pensé, bueno, a ver este personaje qué características puede tener. Las físicas ya las tenía resueltas por lo de la geometría, o sea, porque yo pienso siempre que un personaje tiene una forma geométrica. Para Mafalda era el óvalo con el pelo. Susanita era alargada. Felipe era un triángulo. Manolito era un cuadrado, y así. Entonces me hice una pregunta: «¿Qué piensa este personaje?». Pensé que en ese momento el movimiento de liberación de la mujer era muy fuerte y que estaría bien que fuera una nena. «¿Qué dicen las mujeres sometidas que protestan sobre su condición?». Entonces de ahí salió la idea de que esta nena tenía que ser una libertaria. Luego, que a los chicos siempre se les dice: «No hay que pelearse con los compañeritos, no hay que hacer tal cosa, no hay que hacer tal otra». Y luego ves que los adultos hacen justamente lo que no hay que hacer. Y con esos dos datos o tres ya le di forma.
Inspirados en la vida real
Jorge Timossi era un poeta que se enamoró de la Revolución Cubana apenas tomó el poder en La Habana. Se fue para allá, se hizo ciudadano cubano, tiene dos o tres libros que yo le ilustré. Él es Felipe. Otro personaje inspirado de la vida real es don Manolo, que era el padre del amigo mío que me dijo que si además de las tiras de humor no tenía otra cosa distinta. Mi amigo quería ser periodista y su padre era panadero y quería que su hijo fuera panadero. Entonces un día se peleó con su padre, rompió una puerta de una patada y se vino a la pensión donde yo vivía a vivir conmigo, y nos hicimos muy amigos.
Lamentablemente, durante la dictadura militar desapareció. Y luego estaba Guille, que era el hermanito de Mafalda, que se sigue llamando Guille, tiene 51 años, toca la flauta travesera en la orquesta de la Universidad de Chile. Después Susanita, todos conocemos chicas que pretenden tener hijitos… De los demás personajes, el que me gustaba para continuar era Libertad, con esa cosa de que le gustan las cosas simples, pero ella es complicadísima y Miguelito es otro que también me gustaba mucho.
Luego en Argentina empezó a correr sangre y, o Mafalda hablaba del tema –caso en el cual no me hubieran publicado las tiras– o dejaba de hacerla, y la dejé de hacer. Al poco tiempo después, me tuve que ir de ArgentinaSe publicaron viñetas de Mafalda de 1964 a 1973. En 1976 Quino abandonó Argentina y se marchó a Europa coincidiendo con el golpe de estado militar de Jorge Rafael Videla..
Mafalda en el entorno del creador
Revisando a Mafalda, pienso que tengo cinco sobrinos y que desde que estos tenían entre un año y nueve, no he tenido contacto con nuevas generaciones como para «pescar» qué es lo que piensan. No tengo ni la menor idea de qué es lo que piensa un niño que se pasa el día con estas maquinitas. Me parece que es un mundo fabuloso, porque lo que antes uno tenía que buscar en una enciclopedia, ahora lo tiene todo ahí, pero no sé cómo piensan hoy los jóvenes y nunca me ha gustado dibujar sobre cosas sobre las que no tengo cierta experiencia. He dibujado astronautas y nunca estuve en una nave espacial, pero es distinto. También de deportes tengo muy poco material, porque a mí la competitividad en el deporte me revienta bastante, ¿por qué un señor por una décima de segundo es ese día campeón y al día siguiente una porquería? No, sé nada de deporte, y con los jóvenes me pasa igual. Tienen a disposición un mundo que desconozco. Por ejemplo, esta fotocopiadora, que la fotocopia sale en tres dimensiones y después uno se lo da a otro aparato, y el aparato es capaz de fabricar una maquinita como la que está en la fotocopia. Esto no me entra en la cabeza, es como cuando dicen, «el banco ganó tantos millones de no sé qué», y es una cifra que yo siempre me pregunto: «Bueno, pero ¿es dinero físico o no es nada?»
Capítulo final
Cuando terminé de hacer la historieta, terminé de hacer la historieta. Nunca me pregunté cómo viviría Mafalda hoy, qué sería, cómo viviría, además hay gente que se enfada cuando digo que Mafalda es un dibujo como cualquier otro dibujo mío; le tengo el mismo cariño. Pienso siempre que soy una especie de carpintero, que a cada mueble que hace le pone el amor con que lo ha hecho y lo quiere tanto como a cualquiera. Se dará cuenta de que hay muebles que le han salido más feos que otros, pero los quiere a todos por igual. Para mí no hay diferencia entre los personajes que tenían continuidad, los de una página semanal que trata un tema que nunca había tratado antes y los personajes que nunca más volverán a aparecer. Considero que son producto de un trabajo y a todo le tengo el mismo cariño.