Alfonso Berridi
De plomo y cartón
¿Qué hacen y quiénes hacen? es la pregunta que plantea el artista Alfonso Berridi (San Sebastián, 1958 – Madrid, 2013) en la exposición del mismo título, inaugurada en marzo del pasado año de manera virtual a causa de la pandemia. Sus piezas, hechas en plomo y cartón, en una fusión entre el dibujo y la escultura, muestran a grupos de individuos ensimismados en una tarea incierta que llevan al espectador a buscar pistas que desvelen respuestas, como le ocurre a la escritora y periodista Aloma Rodríguez, autora, entre otros libros, de Los idiotas prefieren la montaña (Xordica, 2016).
Un laberinto de cartón sobre el que figuras humanas, también de cartón, trasiegan entre papeles y periódicos. Eso es lo primero en lo que me fijo, aunque lo que está más cerca de la entrada sean las figuras –humanas también–, mirando en libros y papeles, de plomo, finas placas de plomo: un material que no es noble, como tampoco lo es el cartón. Materiales que se moldean y se malean, son vulnerables y, al mismo tiempo, mucho más resistentes de lo que parecen. Puede que, como nosotros, los espectadores de esta muestra, pospuesta un año y reconvertida a lo virtual por la pandemia. Se llama ¿Qué hacen y quiénes hacen?, y así fue concebida por su autor, Alfonso Berridi. El título es casi una provocación, una invitación a mirar bien, a buscar pistas, para tener lista la respuesta a la salida: lo sé, sé quiénes hacen y qué. Pero como suele suceder, lo que importa es lo que nos sugiere, todas esas pistas que creemos descubrir. Hay, además, dos lecturas posibles de esa pregunta: qué hacen esas figuras sería la inmediata, pero también qué hace el ser humano, qué es la identidad o cuál es el sentido de todo.
La muestra tiene dos tipos de piezas, de cartón, elevadas sobre enormes –sobre todo en comparación con las figuras– espirales también de cartón, y las de plomo, que reposan en baldas de cartón en la pared. El centro de la sala está tomado por el cartón, anaranjado, y las de plomo, grises, quedan dispuestas en las paredes. Los dos materiales –cartón y plomo–, dos materiales modestos, están pintados y hay una cierta unidad cromática en todo el conjunto. Eso en cuanto a la materia, que es importante pero no lo es todo. Las esculturas dibujadas de Berridi presentan figuras humanas, muchas en grupo, y lo que más llama la atención es que en todos los casos sujetan un libro o miran unos papeles, ensimismados en esa tarea que llevan a cabo. En muchas piezas hay maletas, las figuras son humanas y se distinguen entre sí: hay un laborioso trabajo detrás, pero al mismo tiempo fresco y nada recargado. Se adivina una cierta espontaneidad en la realización.
Esta muestra, como explica la comisaria, Pilar López, tiene su origen en una instalación de 2010 con el mismo nombre y las mismas piezas. De ahí la sensación de unidad que transmite, que exige una mirada atenta y paciente. Lo que hay aquí no es épica grandilocuente, sino cosas pequeñas, minuciosas en la forma y en el fondo. Es minucioso el trabajo de cada pieza: las planchas de plomo recortadas y después pintadas con acrílico; también las de cartón, las figuras humanas pintadas con tinta, pero también esas espirales laberínticas sobre las que se posan. Me gustaría acercarme mucho, pegar la nariz casi a ese señor con gafas que sujeta un libro y mira hacia uno de los dos hombres que están con él. Querría ver si de verdad no hay nada escrito en la portada de ese libro que ni siquiera sé si es un libro. A los pies de esos tres hombres, los tres calvos como tres soles, hay una maleta llena de libros; sobrepasan los bordes de la maleta, me digo que es imposible que esa maleta cierre. Me pregunto qué hace esa maleta ahí, dónde están, qué hacen esos hombres ahí y me doy cuenta de que he caído en la trampa de Berridi. Detrás de ese bloque veo al mismo señor, lo reconozco por el bolso en bandolera y las gafas, pero ahora hay otra pareja con él: un hombre y una mujer; me sorprende que ella lleve sandalias. Ahora el señor del bolso está con la cara casi metida entre las páginas de un libro, la maleta sigue abierta en el suelo y me asombra el detalle del trabajo de ilustración en el cartón. Me topo de nuevo con esa maleta abierta llena de libros en otro grupo, también de las esculturas de cartón. Berridi trabajó como ilustrador en periódicos, y eso me hace pensar que hay algo de homenaje a ese mundo, a las redacciones y al espíritu de camaradería que allí se crea. Me imagino que quizá una de esas figuras acaba de descubrir una errata en una entradilla. En algunos de esos grupos hay una mesa, en otros creo ver a alguien orientándose en un mapa o, más bien, pidiendo ayuda para terminar de ubicarse. Entre tanto papel y tanto libro me acuerdo de Una soledad demasiado ruidosa, de Bohumil Hrabal (Brno, 1914 – Praga, 1997). El protagonista de la novela de Hrabal trabaja en una prensa de papel. «Hace treinta y cinco años que trabajo con papel viejo», con esa frase comienzan varios capítulos. Entre ese papel viejo rescata lecturas y conversa con esos libros que destroza. El libro de Hrabal puede leerse como un recordatorio de que el paso del tiempo nos iguala a todos: al final, todos seremos polvo. Quizá por eso las acciones pequeñas también son valiosas, y ahí encuentro que esa asociación azarosa Berridi-Hrabal quizá tenga un sentido más profundo.
En su trayectoria como artista, Berridi había prestado atención a las masas y al movimiento. De hecho, antes de esta serie, había hecho otra sobre plomo a color dedicada al movimiento en las grandes ciudades, siempre partiendo del trabajo de campo y la observación y tomando fotos que luego empleaba como modelos. Si en esos trabajos anteriores se había interesado por los trayectos, aquí se centra en los encuentros, en los cruces entre personas que se dan en diferentes situaciones. Aquí las personas se encuentran para hacer algo entre ellas, aunque no sepamos qué, pero eso, explica López, que el misterio quede sin resolver, que no podamos responder a la pregunta del título de la muestra, es lo que hace universales las esculturas.
Hablo de esculturas y de dibujos porque son esculturas, grupos escultóricos dibujados, y, además, por los dos lados. Berridi usa los dibujos, pero los saca del plano y permite así que los rodeemos. Poco a poco he ido entendiendo el funcionamiento de las flechas y ahora giro virtualmente alrededor de las esculturas de cartón. Me sorprende ese otro lado cada vez, aunque lo haya visto ya, aunque sepa lo que voy a ver. Me sorprende, como sucede a veces al darle la vuelta a un calcetín y descubrir que el otro lado es igual y a la vez distinto. Hay algo ambivalente en las piezas de Berridi, su doble naturaleza: son esculturas y son dibujos. Pilar López dice que los dos lenguajes están fusionados y que esa mezcla está presente desde los comienzos en la obra de Berridi. En la reversibilidad de las piezas López cifra, además de la fusión de lenguajes, la fusión de conceptos. Me gusta ver las sombras que proyectan las finísimas piezas de plomo en la pared y las de cartón en sus espirales, y me digo que eso tuvo que tenerlo en cuenta Berridi. En cuanto a las espirales, como señala la comisaria, también tienen una doble función: por un lado, enmarcan las figuras, las destacan, pero, al mismo tiempo, pueden leerse como símbolos de una realidad enorme, inasible, que rodea a los seres humanos. Es decir, que hay una lectura existencial. Al ver esas espirales, pienso en laberintos, y los veo también en las tramas de algunas de las peanas de plomo.
El folleto de la muestra explica que para Berridi se trataba «de crear espacios de incertidumbre y murmullo»; casi oigo los susurros de esas figuras encerradas en su quehacer. En la biografía que Natalia Ginzburg escribió de Chéjov dice que «tenía una forma extraordinaria, una forma brusca y ligera, fulminante e imperiosa, como si de pronto alguien abriera de par en par una puerta o una ventana para ofrecer al lector los rasgos humanos o de un grupo de figuras humanas, permitirle escuchar el sonido de sus voces, intuir sus estados de ánimo, el servilismo o la afectación, la paciencia o la prepotencia, y a continuación cerrar esa puerta o esa ventana ante el lector absorto, divertido y estupefacto». Y creo que no hay mejor manera de explicar lo que hace Berridi con sus esculturas que esas palabras de Ginzburg sobre Chéjov, y en esta promiscuidad veo también para qué sirve el arte: para fijarnos en cosas sobre las que habíamos pasado demasiado rápido.
© Aloma Rodríguez, 2021. CC BY-NC-SA 4.0
26.03.20 > 06.09.20
COMISARIADO PILAR LÓPEZ
ORGANIZA CBA