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Las heridas son nidos de flores

Encuentro con Juan Gelman
Fotografía Minerva

El verso de Antonio Porchia que nos sirve de título parece encontrarse en el espíritu que anima la difícil poética de Juan Gelman. En una ardua pulsión entre el cuerpo simbólico del lenguaje y su manifestación coloquial, la poesía de Juan Gelman es un doloroso movimiento de esperanza. Lejos de una poesía instrumentalizada, ajenos a una estética que se desarrolle de espaldas a la vida y a la realidad, los versos de Juan Gelman se mueven en un precario equilibrio que Antonio Gamoneda acierta a definir: «Una realidad referida a circunstancias históricas está en el propio cuerpo de la poesía, que no se fundamenta, sin embargo, en la referencia directa a la vida, a la historia, a la injusticia y al dolor; en la poesía misma, esa realidad adquiere una especie de fe que está reservada únicamente a algunos poetas: uno de ellos es Juan Gelman». A continuación se transcriben las reflexiones en torno a su poesía con las que Gelman contestó a las preguntas que le plantearon alumnos de varios colegios en un encuentro celebrado en el CBA.

IDENTIDAD Y EXTRANJERÍA

El poeta, como cualquier persona, tiene una subjetividad en la que entran muchas cosas, mientras otras se quedan afuera. A veces es muy difícil encontrar las cuotas de esa experiencia exterior que se han incorporado a la subjetividad.

Conocí el mundo hebreo a través del relato de mis padres, ambos ucranianos. De pequeña, mi madre vivió en Balta, ciudad donde se firmó el tratado de paz ruso-turco de 1871. Vivía en el gueto, su padre era rabino y también su abuelo, su bisabuelo, su ta-tarabuelo... Sufrió un progromo en el que falleció su hermana menor y me contó algo que me conmovió mucho: en la familia había una suerte de cofre donde el padre guardaba un pergamino en el que estaban escritos los nombres de quienes habían sido rabinos, de la misma manera que en el Génesis, y que, según decía, comenzaba en 1747. Cuando había riesgo de progromo, mi abuelo abría el cofre, tomaba el pergamino y, simplemente, lo leía. Luego lo volvía a guardar. Era un acto que se ejecutaba para decir «nos matan, pero vamos a continuar».

Mi padre, que era un obrero social-revolucionario, se desilusionó de la Revolución Rusa en el año 28 y con su segunda esposa –mi madre–, mi hermano mayor y mi hermana, se marchó a Argentina, donde nací yo, el único argentino de esa familia. Yo no sé qué es el ser argentino, salvo el haber nacido en Argentina. En nuestro país se habla mucho del ser nacional, pero yo siempre me he preguntado qué es. ¿Ser argentino es únicamente ser porteño, nacido en Buenos Aires? Y dentro del mismo Buenos Aires, ¿es lo mismo el que vive en el rico barrio de Palermo Chico que en el barrio obrero de Mataderos? Y qué decir de lo que sucede en las provincias. Incluso hay formas distintas de acentuar el lenguaje. Siempre me divirtió lo que una vez me dijo un puntano, un san luiseño: «yo no sé, los sánjuaninos cántan, los mendócinos cántan y nojótros lo más nátural que háblamos».

Luego está la influencia del guaraní, que aún se deja sentir en provincias como Misiones, Chaco o la Mesopotamia, aunque no haya un problema real de bilingüismo como el que existe en México. Recuerdo que el gran poeta argentino Juan L. Ortiz, de quien tuve el privilegio de ser amigo y al que no se conoce como su poesía merece, me dijo: «Juan, tengo un problema: estoy escribiendo un largo poema sobre el río Gualeguaychu, que cruza la provincia. ¿Y cuál es el problema? Bueno, yo utilizo la palabra "mariposa", y ocurre que en guaraní se dice "panambí" y esa palabra vuela mucho más que la palabra "mariposa". Me consuelo pensando que en alemán se dice "Schmetterling": mariposas de alas cargadas de grasa que no pueden volar».

Entonces, nuestro ser argentino siempre ha sido un melting pot, como dicen en los Estados Unidos. Creo que el mestizaje ha dominado el mundo entero desde la antigüedad. Por España ha pasado medio mundo y tienen aquí varias lenguas. De modo que realmente no entiendo qué puede significar el ser argentino… Salvo quizá los chistes que se cuentan, por ejemplo, el que me infligió mi nieto menor, Iván, el otro día: «Abuelo, ¿sabes por qué los argentinos se bañan con agua fría? Para no empañar el espejo».

Para mí ser argentino es la infancia, es la lengua, que es la patria, prácticamente la única que existe en el exilio, especialmente en los países donde me tocó estar exiliado y no se hablaba el español. En Italia estaba desesperado: fue mi primer país de asilo mientras en la Argentina pasaban cosas terribles que seguramente ustedes conocen: la dictadura militar, los desaparecidos… y el italiano común –una especie de convención porque existe el calabrés, el piamontés, el siciliano…– es el lenguaje de la televisión, de los medios. Me resultaba muy líquido; me entraba por la oreja, y me causaba un choque interior muy fuerte entre la furia, el odio, la desesperación, el dolor que sentía y la dulzura con que se deslizaba inevitablemente esa lengua. Para liberarme escribí en romanesco –lenguaje popular de Roma que se parece bastante al porteño popular– una serie de poemas pornográficos que me sacaron ese ruido de la oreja.

En definitiva, fui desterrado, estuve casi catorce años de exilio debido a la dictadura militar argentina, que pasé sobre todo en Europa: en Italia, Francia y España. Pero ya no me siento un exiliado, ni un desterrado. Ahora vivo en México por elección propia, por lo que en todo caso sería un transterrado. Llevo allí ya veinte años, y eso me ha permitido tomar distancia con respecto a lo sucedido: la derrota de un proyecto, la brutalidad de la dictadura, las pérdidas. Distancia que me permite reflexionar sin presiones como las que la realidad impone, y también tener una nueva familia de amigos, incluso algún hermano.

EL MUNDO EN LA POESÍA, LA POESÍA DEL MUNDO

Si se trata de saber si mi poesía mira de frente al mundo y obliga a los lectores a que participen de su propuesta estética y de cierta voluntad de justicia social, la respuesta es desde luego que no. Mi poesía no pretende más que ser poesía. Para mí la poesía es una razón de vida, es algo que me ha descubierto territorios interiores que no sabía que tenía, es decir, me ha enriquecido. Pretender que se participe de una propuesta estética determinada es una pretensión desaforada. Basho, el gran poeta japonés del siglo XVI, decía: «no hay que imitar a los antiguos, hay que buscar lo mismo que ellos buscaron, es decir, la poesía». En cuanto a la voluntad de justicia social eso es algo que, como ciudadano, cada quien decide. En uno de mis poemas digo:

se sienta a la mesa y escribe
«con este poema no tomarás el poder» dice
«con estos versos no harás la Revolución» dice
«ni con miles de versos harás la Revlución» dice

y más: esos versos no han de servirle para
que peones maestros hacheros vivan mejor
coman mejor o él mismo coma viva mejor
ni para enamorar a una le servirán

no ganará la plata con ellos
no entrará al cine gratis con ellos
no le darán ropa por ellos
no conseguirá tabaco o vino por ellos

ni papagayos ni bufandas ni barcos
ni toros ni paraguas conseguirá por ellos
si por ellos fuera la lluvia lo mojará
no alcanzará perdón o gracia por ellos

«con este poema no tomarás el poder» dice
«con estos versos no harás la Revolución» dice
«ni con miles de versos harás la Revolución» dice
se sienta a la mesa y escribe«Confianzas», perteneciente al libro Relaciones, de 1973.

El poeta se sienta a la mesa y escribe. Cuando digo que el tema de la poesía es la poesía misma es porque lo que se intenta buscar es una expresión poética que se sustente en la verdad. Por eso mismo, a mi juicio, la poesía puede hablar de todo. Siempre ha existido el debate –al menos en América Latina– sobre la llamada poesía política o social. La Revolución Cubana, por ejemplo, impulsó la escritura de miles de poemas celebratorios de la Revolución que nada tenían que ver con la poesía. En los sesenta se menospreciaba a los llamados poetas de la torre de marfil, porque no escribían sobre los problemas sociales. Ahora el péndulo ha girado y ocurre que quienes supuestamente escriben sobre asuntos sociales o políticos son mirados con desprecio por quienes antes estaban en la torre de marfil. Yo creo que poesía política se ha escrito desde el fondo de los siglos, desde Arquíloco por lo menos. Se puede ver a Dante como un gran poeta político, y nadie como Shakespeare ha descrito las luchas de poder, de manera que con un mismo tema se puede hacer una gran obra o algo absolutamente deleznable. No desprecio en modo alguno la poesía política, siempre que sea poesía, como en el caso de César Vallejo, por ejemplo, o el de Paul Celan o el de Arquíloco, si queremos remontarnos a la Antigüedad. Lo que estoy diciendo es que un tema político de ninguna manera va a hacer bueno un poema; el poema es bueno o malo al margen del asunto que trate, porque sigo considerando que el único tema de la poesía es la poesía misma.

Recuerdo una anécdota de Paul Éluard que, cuando estalló la guerra de Corea, en 1950, pertenecía al Partido Comunista Francés. Todos sus compañeros poetas del Partido escribieron sobre el tema; Louis Aragon y otros muchos escribieron poemas en los que protestaban por la intervención de Estados Unidos, pero Paul Éluard no lo hizo. Cuando le preguntaron por qué no, contestó que él sólo escribía cuando la circunstancia exterior coincidía con la circunstancia del corazón. Creo que esto puede aplicarse a toda poesía, a toda escritura.

LA ESCRITURA POÉTICA COMO NECESIDAD

Lo que me lleva a escribir son las obsesiones. Yo no sé si un poeta o un escritor se puede obsesionar con muchos temas. En mi caso son pocos: el otoño, la niñez, la lengua, el amor, la muerte, la justicia social. Lo que ocurre es que a medida que el tiempo pasa es como si las obsesiones volvieran transformadas, como si se fueran desarrollando en una especie de espiral, y cuando llegan al punto de esa espiral en el que coinciden con la necesidad de escribir, la obsesión se ve de otra manera.

Cuando me siento a la mesa y escribo, yo mismo no sé lo que voy a escribir ni cómo. La poesía no es una cuestión de voluntad, nadie se puede proponer escribir de tal o cual manera. De lo que se trata es de encontrar la posibilidad de expresión en la que deben confluir la interrogación de la vivencia y la imaginación. A veces se produce ese momento feliz en que las tres coinciden: la interrogación de la vivencia, la imaginación, que tiene un rostro, y el rostro que le da la escritura. No ha sido la voluntad de relacionarme con estética de ninguna clase lo que me ha llevado a escribir tal o cual libro, de tal o cual manera, sino la necesidad de expresar la obsesión de vida, que me llevó a ciertos rasgos como pueden ser neologismos, eliminación de los nexos de enlace, versos quebrados, etc.

La poesía para mí es una necesidad. Hoy recordaba, en el discurso que pronuncié por la entrega del premio Cervantes, una frase de Marina Tsvetáieva, la gran poeta rusa destruida por el estalinismo: «El poeta no vive para escribir, escribe para vivir».

Escribir poesía es un acto absolutamente necesario, por eso puedo pasar meses o incluso años sin escribir porque, como decía antes, no es una cuestión de voluntad. Es cuestión de que la señora aparezca. Aparece sucia de besos y arena, como en el verso de García Lorca, viene después de haberse acostado con medio mundo, pero uno la recibe con mucha alegría. Si yo supiera cuál es la finalidad de mi poesía creo que dejaría de escribir.

DE INFLUENCIAS, LECTURAS, INCLINACIONES

Tal vez Pushkin esté en el origen de mi inclinación poética. Mi hermano mayor estuvo años viviendo en Ucrania en una época en la que el imperio zarista, como más tarde se haría en la antigua Unión Soviética, imponía el ruso como el idioma oficial de todo el Imperio. La literatura ucraniana es realmente muy rica, y la enseñanza se impartía en ruso. Cuando yo tenía cuatro, cinco, seis años, mi hermano me recitaba poemas de Pushkin en ruso de los que yo no entendía nada, pero que me atraían muchísimo por su musicalidad y ritmo. Le acosaba y le pedía que me los leyera a cada rato, todavía recuerdo alguno y sigo sin entender qué decía. Creo que eso ha contribuido a mi interés y amor por la poesía desde pequeño. Aparte de la poesía, leo de todo: ensayo, historia, sociología, filosofía... Gran parte de la poesía que me gustaba leer hace años la sigo leyendo hoy, por ejemplo Raúl González Tuñón, el gran poeta argentino –que estuvo en España y escribió un libro estupendo sobre la Guerra Civil–, César Vallejo… Y a medida que me fui adentrando en la lectura de otros idiomas fui apreciando la poesía de Baudelaire, Rimbaud, Mallarmé, Apollinaire, los surrealistas, René Char, y lo mismo con la lengua inglesa y la portuguesa. Y desde luego que tengo poetas preferidos: Shakespeare es el que prefiero.

Borges ha sido un maestro, para mí y para muchísima gente. Me gustaría contar algo al respecto: es verdad que estaba ciego, y que vivía aislado socialmente, recluido en una clase social casi aristocrática en la Argentina, pero en una ocasión una amiga suya, perteneciente también a esa clase, le habló de otra amiga de la misma ascendencia social cuya hija había sido secuestrada y estaba desaparecida. Era el año 1979, y aunque el fenómeno de la desaparición de personas era ya bastante conocido –no a través de los medios, sino por la llamada «radio bemba», es decir, de boca a boca–, él lo ignoraba. Pidió entonces ver a aquella señora, que le explicó lo que sucedía y quedó muy impresionado. En aquel momento las Madres de Plaza de Mayo recogían firmas para un manifiesto reclamando la devolución con vida de sus hijos, que se pudo publicar en el diario La Prensa, un periódico tradicional argentino, debido a ciertos disensos existentes en el ejército. El jefe de la Marina, responsable de este periódico, era entonces el almirante Macera, que siempre quiso hacer carrera política. Quienes le conocieron decían que a veces se ponía de perfil y decía: «¿No me parezco a Perón?». El caso es que el manifiesto circuló de forma clandestina durante un mes hasta que finalmente se publicó. Un tal Julio Lagos, agente de los servicios secretos, que tenía un programa de radio, llamó a Borges por teléfono a micrófono abierto y le preguntó si él había firmado un manifiesto que había aparecido aquel día. Borges, que ya se había olvidado porque fue de los primeros en firmar, preguntó «¿qué manifiesto?», y el otro, apurado, dijo, «ya sabíamos que estos subversivos hacen de todo, usan la firma ajena, la suya en este caso…», pero Borges insistió: «¿De qué se trata?». «Es de esas locas de la Plaza de Mayo que dicen que los hijos han desaparecido y en realidad están en la clandestinidad, en la subversión o paseando por Hawai o por París y ahí lo hicieron aparecer a usted firmando». Borges dijo: «Disculpe, efectivamente yo he firmado ese manifiesto». Y ahí se cortó la audición, curiosamente. Además, en los últimos años de su vida, Borges concedió una entrevista en inglés a la BBC en la que le preguntaron por el tema. Él contó las circunstancias en que vivía, su ignorancia de lo que ocurría en el país, y es curioso porque se le empozan los ojos y aunque no tenía mirada, se podía descubrir tristeza en sus ojos, y dice, como dijo Samuel Johnson: «Ignorancia, señora, pura ignorancia». Él se autocriticaba, a diferencia de otros que como él elogiaron la dictadura militar, que asistieron también a la comida que ofreció Videla en mayo, a dos meses del golpe, pero que jamás han abierto la boca sobre su colaboración con la dictadura, con la que Borges, por cierto, jamás cooperó.

Por lo demás, la relación entre escritura e ideología sigue siendo para mí un fenómeno difícil de indagar. Piensen en Ezra Pound, un fascista que bajo la Italia de Mussolini hacía propaganda en inglés a favor de la dictadura fascista dirigida a los Estados Unidos. Pound escribió un poema sobre la usura que ningún marxista, leninista o maoísta ha conseguido superar hasta el presente. Después tenemos el caso de Céline, autor de los panfletos –algún nombre hay que darles– más terriblemente antisemitas de la Francia ocupada. Sin embargo, su novela Viaje al fin de la noche es realmente estremecedora porque habla de la pobreza. Él fue médico de pobres y plasmó su experiencia en la novela –que, por cierto, fue muy elogiada por la izquierda francesa cuando apareció–. Yo creo que la ideología y el posicionamiento político forman parte de la subjetividad de los escritores, de los artistas y, en general, de cualquier persona, pero no constituyen toda la subjetividad. En Borges, lo que yo descubro como emoción profunda, es un intenso sentimiento de desolación ante la vida.

UNA MÍSTICA PORTEÑA

Había leído a Santa Teresa y a San Juan antes de mi exilio, pero en el exilio los leí desde otro lugar. Y no sólo a ellos, también a las beguinas, Hadewijch de Amberes, el legado de Hildegard von Bingen, Meister Eckhart, la Cábala... Y encontré que ellos me estaban hablando a mí de algo que yo sentía profundamente, que es la presencia ausente de lo amado: Dios para ellos; mi país y todas las pérdidas en mi caso. Por lo demás, siempre me pareció que la experiencia mística se terminaba de cumplir en la escritura. Y pienso que realmente existen tres cosas –el amor, la poesía y la experiencia mística– que producen el éxtasis, el salir de uno mismo. Y en ese sentido hay cosas que han dicho San Juan o Santa Teresa que se podrían aplicar perfectamente a la definición de cuestiones poéticas. Creo, además, que San Juan de la Cruz es el mayor poeta en lengua castellana. Leeré ahora uno de mis poemas, la «Cita XXXIX», que es un comentario en torno a Santa Teresa:

alma que revolás/no te parás/
volás donde podés/andás/buscás
no ves rostro/ni boca/ni porfía/
te desvolás de vos una conmigo/
y amor tiernísimo te sube de
conciencia grande que tenés del alma/
alma que ves amor que no cambiás
por otro mundo o vos/almita como

navegando las ocho de la noche
acompañada de tu luz mismísima/
no asombrada de vos/como morida
a todo engaño/capitán de vosDel libro Citas y comentarios, 1982.

DE SILENCIOS Y LENGUAJE

Creo que la poesía se vuelve inefable cuando trata de apresar la inefabilidad. En mis versos «la poesía es un árbol sin hojas que da sombra / el poema está lleno de silencios / las cosas callan / los seres humanos callan / calla el espejo y la voz que contaba tu paso hacia la nada / también calla» no se cuestiona la realidad del lenguaje, de lo que se habla es de que la palabra tiene un silencio anterior y un silencio posterior. La realidad del lenguaje suele ser mucho más vasta que la de la palabra dicha. Sin embargo hay un hecho –por lo menos es lo que ocurre en mi caso–, y es que, en determinados momentos, en particular durante el exilio, el lenguaje me resultaba insuficiente para expresar todo lo que sentía y me ocurría. Chocaba con los límites del lenguaje, límites que de algún modo certifican su realidad. Esto me ha llevado a cambiar géneros, a convertir sustantivos en verbos y viceversa por una necesidad de vida, de experiencia, de evidencia. Claro que en ese silencio hay muchos silencios, entre otros, la palabra de los muertos, las palabras de los desaparecidos, los silencios de esas palabras, pero, sobre todo, están los silencios del lenguaje.

Mundar, Madrid, Visor, 2008

Otromundo: (antología 1956-2007), Madrid, Fondo de Cultura Económica, 2008

La voz de Juan Gelman, Madrid, Publicaciones de la Residencia de Estudiantes, 2008

Gotán y otras cuestiones, Madrid, Visor, 2008

Oficio ardiente, Madrid, Visor, 2005

País que fue será, Madrid, Visor, 2004

Valer la pena, Madrid, Visor, 2002

Sydney West y otros poemas, Madrid, Visor, 2002

Tantear la noche, Las Palmas, Fundación César Manrique, 2000

Cólera buey, Alzira, 7 I Mig Edicions, 1999

Los salarios del impío y otros poemas, Madrid, Visor, 1998

De palabra. Poesía, Madrid, Visor, 1993

Anunciaciones, Madrid, Visor, 1988

Com-posiciones, Barcelona, Ediciones del Mall, 1986

Citas y comentarios, Madrid, Visor, 1982

Hechos y relaciones, Barcelona, Lumen, 1980

Si dulcemente, Lumen, Barcelona, 1980

XII LECTURA CONTINUADA DEL QUIJOTE


23.04.08 > 25.04.08

ORGANIZA CBA
PATROCINA DIRECCIÓN GENERAL DEL LIBRO Y BIBLIOTECAS DEL MINISTERIO DE CULTURA


ENCUENTRO CON JUAN GELMAN


23.04.08

PARTICIPANTES JUAN BARJA • JUAN GELMAN • CARLOS RUTA
ORGANIZA CBA
COLABORA FUHEM • LA NOCHE DE LOS LIBROS