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La fibra oscura de un mundo nuevo

Entrevista con Geert Lovink

Igor Sádaba
Fotografía Minerva

Considerado uno de los pioneros de la reflexión teórica en torno a los nuevos medios de comunicación, Geert Lovink (Amsterdam, 1959) comenzó a escribir sobre Internet, las nuevas tecnologías y la cultura digital en la década de los noventa como miembro de Adilkno (Fundación para el Avance del Conocimiento Ilegal). En 2004 fundó en Amsterdam el Institute of Network Culture, dedicado a la exploración, documentación y promoción de los nuevos medios de comunicación como herramientas del cambio social. Muchos de sus proyectos exceden los marcos puramente tecnológicos y se adentran en terrenos estéticos y culturales.

A menudo se le cita como uno de los fundadores del análisis de los nuevos medios de comunicación. ¿En qué punto se encuentra la teoría tras la definitiva consolidación de los medios digitales?

En primer lugar, no sé si se puede hablar de consolidación: los ingenieros trabajan a un ritmo frenético que impide que nos podamos olvidar de ellos de una vez por todas. Lamentablemente siempre hay algo nuevo que analizar, una nueva tecnología, un nuevo proceso... Me encantaría poder decir que ya está todo implementado, integrado y aceptado, pero no es así. Aún estamos presenciando la llegada de una ola de tecnologías muy novedosas, las revoluciones no han tocado a su fin. No obstante, es cierto que algunas tecnologías relacionadas con la comunicación entre personas están empezando a estabilizarse. La novedad ahora es que Internet ha alcanzado los mil millones de usuarios y los móviles en circulación han llegado a los dos mil millones. Mucha más gente, por lo menos tres o cuatro mil millones de personas, estarán conectadas dentro de poco, calculo que en unas dos décadas aproximadamente. Esta circunstancia va a cambiar completamente nuestra imagen del mundo. Quizá los nuevos medios de comunicación ya no resulten tan novedosos como antes, pero su impacto más significativo aún no se ha producido. En Europa sólo utiliza Internet el 40% de la población, a veces nos olvidamos de este dato. Vengo de un país, Holanda, en el que los únicos nichos de mercado que quedan son los que componen los niños de 2 ó 3 años y los mayores de 85.

En cuanto al paisaje político, es obligado preguntar si cree que la relación entre los medios y la política ha cambiado tras el 11-S.

No, no lo creo. Es cierto que se ha producido cierto estancamiento, pero también existen formas novedosas y muy interesantes de utilizar la tecnología, como los smart mobs. Se trata de pequeños grupos de gente que se reúne rápidamente para protestar en alguna parte bloqueando la calle. En ocasiones puede ser un acto teatral o artístico, pero otras veces es un mero sinsentido y no siempre se trata de política con mayúsculas; es más bien un uso fugaz, superficial, de esa tecnología. Esto es lo que pasa cuando los nuevos medios de comunicación se convierten en medios de masas. En Francia existen redes en Internet, como Sky Rock, que ya aglutinan a unos quince millones de usuarios. ¿Qué ocurre cuando esa gente empieza no sólo a comunicarse y a intercambiar archivos, sino también a organizarse? Es el paso de los smart mobs a lo que Ned Rossiter y yo llamamos «redes organizadas». No sé cuándo alcanzaremos ese nivel, pero probablemente será en los próximos cinco o diez años.

Buena parte de su trabajo se centra en la crítica de la mistificación simplificadora y la idealización romántica de las nuevas tecnologías que se derivan del imaginario mercantil y globalizador...

Es cierto, pero también estoy muy en contra de cierto pesimismo cultural europeo. No me identifico con esas grandes figuras intelectuales completamente desinformadas que se dedican a sembrar dudas respecto a la utilidad de estos instrumentos de un modo extremadamente arrogante. Piensan que se encuentran por encima de las nuevas tecnologías, que al fin y al cabo la cultura es una herramienta más potente e influyente... Pero lo cierto es que estas herramientas definen nuestro mundo. Y para comprender su naturaleza no basta con denostar la intervención censora del Estado o criticar esa clase de optimismo mercantil que da por sentado que toda nueva tecnología mejorará el mundo haciéndonos más ricos y felices. Creo que todavía estamos sufriendo las consecuencias del desastre de las empresas punto.com cuando, en realidad, no se puede comparar la expectación que actualmente está provocando la web 2.0 con lo que ocurrió a finales de la década de los noventa. Hay una gran diferencia: ahora hay realmente una gran masa de gente que participa en todo esto, y bien pudiera ser que el entusiasmo que despiertan estos nuevos desarrollos fuera legítimo. Debemos ser críticos y evitar reacciones exageradas, pero hay ocasiones en que resulta difícil resistirse a cierta euforia, a mí mismo me pasa, por ejemplo, cada vez que uso Skype para comunicarme con amigos esparcidos por todo el mundo.

En efecto, ha dedicado un gran esfuerzo a cuestionar el sentido del concepto clásico de intelectual en el escenario globalizado e hipertecnológico actual, así como a promover la aparición de un nuevo tipo de intelectual que no se sienta intimidado por las nuevas tecnologías. ¿Cómo encaja su concepto de «net critic» en este esquema? ¿Cree que esta clase de intelectual es la base de las vanguardias contemporáneas?

Escribí mi primer artículo sobre este tema en 1997 y fue entonces cuando acuñé la noción de «net critic», que se ha quedado un tanto obsoleta, en la medida en que se centra en Internet y deja fuera, por ejemplo, el mundo de los móviles, que es mucho más amplio y también necesita sus críticos. En estos momentos, sólo hay un puñado de gente que se dedique a analizar lo que está ocurriendo en este campo, cuando existen dos mil millones de personas que utilizan esta tecnología. Con suerte, podríamos encontrar unos diez críticos que realmente entiendan lo que está ocurriendo. Pasó lo mismo con el cine y la televisión en la década de 1920. A los críticos les llevó tiempo definir un lenguaje y unos conceptos adecuados para comprender lo que estaba pasando. Hay mucha gente que se dedica a investigar los aspectos prácticos de estas tecnologías, pero por lo que toca a la crítica seria y a la teorización, la verdad es que no hemos progresado mucho. Hace cinco años abandoné mi empleo en el sector cultural para trabajar en la academia y no sé si fue un cambio muy acertado. No creo que las universidades estén haciendo un buen trabajo en este terreno: la tecnología avanza a gran velocidad y la academia es cada vez más reducida. La sociedad va demasiado deprisa para la gente que la estudia. Todo esto convierte la noción de vanguardia intelectual en algo ridículo. ¿Quién es hoy la vanguardia? ¿Google? Yo diría que sí, junto con la gente que está utilizando Internet y la telefonía móvil de manera muy creativa en algunas zonas pobres de África. Diría que ambos extremos –y también China, India y Brasil– conforman la vanguardia contemporánea, no un puñado de investigadores en algunas universidades europeas.

En el único de sus libros traducido al castellano habla de la «fibra oscura», el potencial oculto, sin descubrir o sin utilizar, de las nuevas tecnologías. ¿Ese concepto sigue resultando útil hoy?

Por supuesto, todavía existe una gran cantidad de fibra oscura. Aún no se han explotado todas las capacidades de los cables y conexiones de fibra óptica que hay casi por todas partes. Hay algunos contraejemplos como Skype, que está sacando bastante partido de esta tecnología. Pero en estos momentos vivimos en un mundo de abundancia en lo que se refiere a la conectividad. Existen algunos lugares en el mundo, como África, en los que no disponen de fibra oscura, pero en India y China ya están bien enganchados y también ahí encontramos ese mismo fenómeno de infrautilización. Tampoco los consumidores están utilizando toda la capacidad de sus móviles o de sus portátiles, de manera que todavía queda mucho terreno por explotar. De todos modos, no se trata sólo de las posibilidades técnicas; cuando hablé por primera vez de la fibra oscura también quería resaltar el hecho de que no se utiliza todo su potencial conceptual. Es un mundo nuevo que debemos definir. No podemos dejar que otros lo hagan por nosotros. Este es el verdadero mensaje de la fibra oscura y de mi trabajo.

Tal vez la llamada web 2.0 pueda sacar partido de esa fibra oscura. ¿Es cierto, como se dice muchas veces, que estas herramientas se centran en el usuario y están produciendo efectos novedosos?

No, no lo creo. Me resulta muy extraña la idea de que basta con estar conectado para que surja una relación estrecha; creo que surge de una percepción del vínculo social superficial e ingenua, bastante típica de un país como Estados Unidos, donde basta con darle la mano a alguien para considerarlo un amigo. Puedes disponer de mis datos, mirar mi perfil e incluso compartir cosas conmigo, pero eso no significa en absoluto que nos una un vínculo profundo. En Europa lo copiamos todo casi inconscientemente, pero creo que deberíamos pararnos a pensar para qué necesitamos realmente estas redes. Otra cosa muy distinta son las redes locales, formadas por amigos de verdad, por familiares, vecinos, gente con la que estás en contacto cada día. En este sentido más fuerte las redes son muy interesantes y pueden convertirse en una herramienta muy poderosa. Desde mi punto de vista, la mayor parte del boom de la web 2.0 constituye una forma de expansión social muy rígida sin demasiada justificación.

En su momento también acuñó la expresión «medios tácticos», ¿sigue siendo útil?

Sí, sobre todo en un momento en el que escasean los movimientos sociales. Es muy interesante ver cómo algunos artistas y activistas experimentan libremente con estas herramientas. De hecho hay cada vez más ejemplos. Por ejemplo, hay un sitio web en el que se reúnen las historias de lo que ocurre con los llamados smart mobs. También hay otra colección muy rica y creciente de las acciones –manifestaciones y demás– que convoca gente de todo el mundo. Pero los medios tácticos no sirven sólo para movimientos progresistas o de izquierdas. Todo el mundo puede utilizarlos. Vivimos en una época en la que el populismo de derechas está ganando protagonismo y en la que existen grandes tensiones alrededor del Islam, de los refugiados, de los extranjeros, etc. En este contexto se pueden encontrar muchos ejemplos de utilización de la tecnología como «medio táctico».

El motivo de su visita a España es su participación en un seminario sobre cultura libre y conocimiento abierto, ¿cree que existe realmente la «cultura libre»?

Sí, al menos estoy seguro de que existe una subcultura libre. Pero si nos centramos en la cultura mainstream, resulta obvio que la cultura libre está teniendo lugar en las redes P2P, un fenómeno que debemos observar con frialdad, nos guste o no. Se trata de un tema sobre el que no se habla mucho porque es semi-ilegal. Pero, más allá del bien y del mal, para mí la cultura libre es lo que está sucediendo ahí fuera, es el africano que vende CD y DVD en la calle por un par de euros. Y, por supuesto, esos fenómenos no forman parte de la información «oficial» que recibimos de los grandes protagonistas de la cultura libre, gente como Lawrence Lessig o Richard Stallman.

En efecto, últimamente se muestra usted bastante escéptico frente a las licencias Creative Commons y la retórica de Lawrence Lessig...

Las licencias Creative Commons se derivan de la legislación empresarial estadounidense. Pese a que las intenciones de Lessig son muy buenas y su propuesta se basa en la cultura del «hazlo tú mismo», en realidad no cuestiona la estructura de la propiedad intelectual que subyace al capitalismo. Forma parte de un grupo de liberales bienintencionados con los que realmente no sé muy bien qué hacer... Se les puede criticar, sí, pero no estoy seguro de que merezca la pena dedicarles tanta atención.

¿Qué opina de las políticas de conocimiento abierto u open access?

Estoy más de acuerdo con la idea de conocimiento abierto que con la política de Creative Commons, porque el conocimiento abierto y las iniciativas open access se desarrollan en un 95% en universidades financiadas por el Estado, y eso para mí es conocimiento, un conocimiento certificado, revisado, etc. Es una forma institucional de conocimiento y, dentro de ese marco institucional, se está librando una lucha muy interesante, aunque el choque más fuerte está aún por llegar. ¿Por qué la investigación científica, subvencionada por el Estado, se entrega a editores comerciales a cambio de nada y luego éstos conservan la propiedad intelectual para siempre? El conocimiento se convierte, así, en un artículo comercial y ni siquiera la gente que llevó a cabo la investigación puede compartir esa información con los demás. De modo que apoyo completamente la lucha en pro del open access que se está librando con los editores y, además, estoy a favor de que se extienda a escala nacional y europea. Podríamos llegar a un punto en el que ganemos la batalla, porque las empresas que quieren obtener beneficios de las investigaciones tendrán que empezar a desarrollar sus propios trabajos de investigación si quieren conservarlos. En algunos contextos, es posible que en unos diez años todas las revistas científicas sean abiertas y estén disponibles para todo el mundo.

Al calor de estos nuevos temas, parece que estamos redescubriendo la idea de cooperación...

Sí, y debemos pensar muy seriamente en este concepto. Hay que volver la vista atrás, a la Guerra Civil española, a Kropotkin y compañía, para teorizar acerca de la verdadera cooperación libre. Debemos retroceder casi un siglo para encontrar un pensamiento arraigado en las prácticas sociales cooperativas. Hay mucho conocimiento empresarial basura circulando en torno a la idea de cooperación, pero estamos cerca de poder acallarlo. En cualquier caso, debemos introducir en los discursos sobre la cooperación las teorías de las redes de nexos débiles, no podemos limitarnos ya a hablar de cooperación sobre la base de la microecología del grupo, en la actualidad existen múltiples relaciones sociales alejadas de la idea de grupo.

¿Nos puede hablar de la teoría sobre los blogs en la que está trabajando ahora? ¿Realmente considera que los blogs forman parte de un «impulso nihilista»?

No me refiero al nihilismo del siglo XX, a ese movimiento contra Dios, contra el sacerdote, contra el partido, la fábrica, etc. El nihilismo, para mí, significa anular la influencia de los grandes medios de comunicación dominantes y crear un espacio personal propio donde reflexionar sobre lo que haces, sobre lo que piensas acerca del mundo real y también sobre el mundo mediatizado. Hoy día es muy difícil distinguir entre el mundo mediatizado y el mundo en sí. La mayoría de los blogs constituyen un intento un poco extraño de llegar a muchos sitios, pero también de esconderse.

¿Qué opina del riesgo de una proliferación de actitudes solipsistas en los blogs, teniendo en cuenta la asombrosa ausencia de comentarios en la mayor parte de ellos?

Bueno, es una realidad. He leído que en China ya hay setenta y tres millones de blogs. ¿Quién los lee? Son cifras enormes, y analizar esa masificación constituye un reto de gran importancia. Todos esas páginas sin comentarios que nadie ha visitado nunca son como un nuevo continente ignoto, una especie de África para nuestra generación. Ahí es donde deberíamos estar, porque las páginas más visitadas ya las conocemos.

BIBLIOGRAFÍA RECIENTE

Blog Theory, Cambridge, Polity Press, 2008 [con Jodi Dean]

Zero Comments. Blogging and Critical Internet Culture, Nueva York, Routledge, 2008

The Principle of Notworking, Amsterdam, Amsterdam University Press, 2005

Fibra Oscura. Rastreando la cultura crítica de Internet, Madrid, Tecnos, 2004

My First Recession: Critical Internet Culture in Transition, Rotterdam, V2, 2003

Uncanny Networks: Dialogues with the Virtual Intelligentsia, Boston, MIT Press, 2002

Catalogue of Strategies, California, Gingko Press, 2001 [con Mieke Gerritzen]

LINKS

Institute of Network Cultures: www.networkcultures.org

Adilkno: http://thing.desk.nl/bilwet

Página personal de Geert Lovink: www.laudanum.net/geert