Vértice
Junio de 1939. Hemeroteca Municipal de Madrid
La España nacional es una España de símbolos. De liturgias rigurosas, de severo estilo: en los mástiles, la bandera rojigualda; en las fachadas, el yugo y las flechas; en las aulas, el retrato del Caudillo, y en las calles, el eco tachuelado de los gritos y vivas: ¡Franco, Franco, Franco! ¡España, Una, Grande y Libre!
Al otro lado de las líneas telefónicas de los organismos oficiales, la respuesta de las telefonistas era un demoledor: «¡Arriba España, dígame!», que podía helar la sangre a cualquiera. Y durante años se impuso la retórica del nuevo Estado: el contubernio judeomasónico, la horda roja, la hidra revolucionaria, mientras que los diarios se llenaban de adjetivos y epítetos: impasible, ardoroso, entusiasta, viril… Al «Dios guarde a Vd. muchos años» le sustituye el rimbombante «¡Por Dios, España y su revolución nacionalsindicalista!» y las cartas, documentos y exhortos se encabezan con un «Saludo a Franco, Viva España».
El saludo brazo en alto, expresión de un afán imperial según la prosopopeya de la época, es obligatorio en actos castrenses, culturales, religiosos… Se saludaba, brazo en alto, en los partidos de fútbol, en las corridas de toros, incluso en casa, cuando por la radio sonaba el himno nacional. Saludaban con indolencia los obispos, con marcialidad las milicias, con entusiasmo los adeptos, y con miedo, mucho, el resto, muchos.
Es lo que explica este anuncio de los almacenes Sepu: el brazo alzado, la enseña patria, el saludo entusiasta que no anuncia nada, salvo que en esa España de afectos y desafectos, de amigos y enemigos, era mejor, cuanto antes, sobre todo, situarse fuera de toda sospecha. Por si acaso.
Jesús Marchamalo
(Madrid, 1960)
Periodista, ha desarrollado gran parte de su carrera en Radio Nacional y Televisión Española, colabora habitualmente en el suplemento literario de ABC. Entre sus libros destaca Bocadillos de delfín: anuncios y vida cotidiana en la posguerra española (1996).