Fathy Salama
Fusión a orillas del Nilo
Fotografía Eva Sala
El jazz ha sido la música del siglo xx. Una música de origen popular que alteró los esquemas de los académicos de todo el mundo e hizo bailar con desenfreno al resto de la humanidad. Pero los grandes maestros del jazz están ya muertos, los pocos que quedan vivos son ancianos y todo parece indicar que, en el siglo xxi, el jazz sólo va a sobrevivir en las aulas y en los planes de estudio de las facultades.
Nada más lejos de la realidad, sin embargo: el jazz ha ido dejando un profundo reguero de influencias por todos y cada uno de los lugares por los que ha pasado y una miríada de maneras de entenderlo allá donde originalmente surgió y en todos los rincones del mundo donde algún oído ha prestado atención a la magia de sus armonías y a la fuerza de sus improvisaciones. El egipcio Fathy Salama es un buen ejemplo de ello.
Nacido en El Cairo dentro de una familia muy tradicional, Fathy empieza a estudiar piano con seis años mientras da muestras de una insaciable avidez por todo lo que sea música o musical. Disfruta con las escalas y los ritmos de la música clásica árabe que tiene que estudiar, lo mismo que con los compositores europeos, como Tchaikovsky o Bartok, que muy pronto comenzará a admirar. A través de la radio descubre el jazz y se convierte en uno de los muchos estudiosos de esta música en el mundo. Aprende todo lo que puede en su país natal y, como tantos otros, se marcha a Estados Unidos a seguir estudiando. Allí, Barry Harris, Hal Galper, Malik Osman, Pat Patrick y Sun Ra serán sus maestros.
De vuelta en Egipto, Fathy se convierte en un productor de éxito y trabaja con los más afamados artistas locales, incluyendo al popularísimo Amr Diab, y es considerado como uno de los inventores del moderno pop árabe, una música muy actual que incorpora con toda libertad las últimas novedades de la informática, mientras, con la misma sorprendente facilidad, permanece fiel a las melodías y escalas –y a veces también a los ritmos– de la tradición oriental. Es lo que se llama jeel. Fathy compone, graba y produce, hace música para películas, compone para el Teatro Nacional, da clases en los conservatorios de mayor prestigio del mundo y funda su propio grupo, Sharkiat, con los que ha recorrido todo el planeta desde 1989.
Describir la música de Fathy Salama es hablar de un rico conglomerado de influencias, recursos y técnicas. La libertad con la que se aproxima a la creación musical no es comparable con nada de lo que nos tienen habituados los músicos occidentales. Tradición y clasicismo oriental, elementos étnicos, vanguardia occidental, fusion post Miles Davis, teclados electrónicos, cantos religiosos y canciones contestatarias norteafricanas, unidos unos a continuación de otros, entrelazados o superpuestos, con fluidez o forzadamente, creando patrones inusuales y sorprendentes o sacudiendo la sensibilidad del espectador con lo inesperado e incluso lo incoherente.
Las dificultades de la búsqueda en la que Fathy Salama está inmerso son evidentes y quizá por ello su discografía es breve –dos álbumes, Camel Dance de 1991 y Camel Road de 1996, ambos editados por Face Music, de Suiza–, mientras sus colaboraciones y experimentos constituyen una lista inacabable: en noviembre de 1994 grabó en vivo en el Festival de Jazz de Berlín el concierto que dio con Malachi Favors del Art Ensemble of Chicago (AEC) y otros percusionistas bajo el título de Color Me Cairo, que fue editado en Alemania por Enja Records. Don’t Climb The Pyramids salió en 1998 a través de Barraka, otro sello suizo, y se trata de una colaboración con el grupo de rock suizo Maniacs.
Al mismo tiempo, mantiene su grupo de música tradicional, The Rango Tanbura Group, y consigue que el Teatro de la Ópera de El Cairo programe las actuaciones de Sharkiat con varios disc jockeys ingleses en un insólito festival de música electrónica (Big Chill, 1999). Años atrás, había subido ya a aquel escenario para explorar, en compañía de Manuel de Paula (cante) y Antonio «Niño» Carrión (guitarrra), las relaciones entre la música árabe y el flamenco. En Occidente, el más renombrado de sus trabajos ha sido la producción del álbum del senegalés Youssou n’Dour, Egypt, editado por Warner en 2004, para el que compuso las canciones y los arreglos y por el que recibió el premio Grammy al Mejor Disco de World Music Contemporánea en aquel año. En París produce el primer álbum de la cantante, actriz y bailarina Karima Nayt, colaboradora de Sharkiat, que edita el sello Les Disques Sérieux.
Tras su visita a Dakar, donde grabó con Youssou n’Dour, Salama quedó prendado con la vida de la capital de Senegal: «nada más llegar comencé a preguntar cuánto podía costar allí un piso, para quedarme a vivir. Me encanta su cultura. Es un país con música y diversión por todas partes, en donde la gente adora bailar, ir de fiesta, salir hasta tarde… Me gustó mucho la versión del islam que tienen allí porque, de algún modo, se amolda a lo que yo siempre he pensado. El término “islam” proviene de silm o salaam, que quiere decir paz, así que debería ser una religión pacífica. Hay gente –son minoría, pero influyen mucho– que trata de mover esto a otro nivel y lo convierten en una religión de fanáticos. Algunos hablan de la música como haram, prohibido; resulta que si tocas este instrumento está bien, pero si tocas aquel otro, entonces ya no está bien… En Dakar, en cambio, me impresionó muchísimo la forma en que siguen rezando y siguen teniendo sus mezquitas pero, al mismo tiempo, en la puerta de al lado puedes encontrar un club con gente bailando y pasándolo bien. Así que, para mí, Dakar es algo parecido al paraíso».
Salama también colabora con disc jockeys y vídeo disc jockeys en el proyecto Kouchari, un show multimedia creado en 2001 con el que pretende convertir la electrónica en la tabla de salvación de los ritmos más antiguos del mundo. En efecto, frente a la tendencia a utilizar la música árabe como mero banco de samples para la música electrónica, Salama asegura que pretende emplear la electrónica para devolver la música árabe a un primer plano. La idea es intentar contrarrestar el olvido progresivo en el que se va sumiendo esta música tradicional, mostrando que las formas musicales creadas hace siglos a orillas del Nilo, especialmente en el sur de Egipto y en Sudán, constituyen una fuente inagotable de descubrimientos. Como señalaba en una entrevista, «en El Cairo, en estos momentos, la música que se escucha es una copia de la de la MTV. A veces me asombra pensar de dónde puede venir todo el dinero que hace falta para producir un número tan elevadísimo de canciones. La moda consiste en utilizar exactamente el mismo material que en Occidente: más secuencias que se repiten, menos instrumentos orientales».
Éste es Fathy Salama: infatigable e indescriptible, difícilmente asimilable a nada de lo que el mundo del espectáculo occidental sea capaz de proveer, autosuficiente y radicalmente opuesto a las débiles figuras de los escasos entretenedores árabes que la industria del disco nos permite, de cuando en cuando, entrever.
© Patricia Godes, 2007. Artículo publicado bajo una licencia Creative Commons. Reconocimiento – No comercial – Sin obra derivada 2.5. Se permite copiar, distribuir y comunicar públicamente por cualquier medio, siempre que sea de forma literal, citando autoría y fuente y sin fines comerciales.
Egypt, WEA Warner, 2004 [Youssou N’Dour interpreta canciones compuestas y mezcladas por Fathy Salama]
Don’t Climb The Pyramids, Barraka, 1998 [en colaboración con Les Maniacs]
Camel Road, Face Music, 1996
Color Me Cairo, ENJA Records, 1994
Camel Dance, Face Music, 1991