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Pequeño manual de instrucciones para disfrutar de eso que llaman poesía joven: La Mesa Redonda

Carlos García de la Vega
Fotos Miguel balbuena

Desde 2022, en el Círculo se celebra La Mesa Redonda, el evento de poesía que cada tres semanas convoca en La Pecera a poetas jóvenes y que encadena dos exitosas temporadas, reuniendo a poetas y aficionados en un contexto inusitado. En este artículo, su comisario, el gestor cultural Carlos García de la Vega, invita a los lectores de Minerva a unirse a ellos la próxima temporada.

Van pasando los años –ya están empezando a ser demasiados–, y aunque mi abuela decía, ya mucho antes de morir, «qué pena llegar a vieja» por todos sus achaques, yo he afrontado mi merma en la capacidad auditiva, los rocambolescos ajustes de la vista, la ralentización casi farsesca del metabolismo, etc., como una especie de tasa vital por seguir dando guerra y, sobre todo, por el privilegio relativo de que hace tiempo que ya de ninguna de las maneras voy a dejar un bonito cadáver. Es de lo más perturbador que la imagen que me devuelve el espejo no sea la del adolescente de dieciocho años que empezaba a abrirse al mundo, sino la de un señor completamente desconocido con el que al parecer comparto mi vida. Y a pesar de las canas en la barba, de la calvicie –que me ahorra ver las canas de la cabeza– y todo lo demás, ya me ha sucedido en varias ocasiones que gente quince o veinte años más joven que yo no acaba de creerse mi edad y vaticinaba que, como mucho, tengo diez años menos de los que dice el DNI. La primera vez que me sucedió fue en una de las noches pandémicas y poéticas de El Taller de CTXT. Ahora, después de mucho darle vueltas, acepto que esos seres mitológicos que son los jóvenes poetas y el resto de criaturas de la nueva literatura me perciban más joven por algún tipo de proceso mental que se me escapa, pero que asumo con gusto y cierta vanidad.

En lo que a mí respecta, tengo clarísimo que, gracias a haber sintonizado con las interferencias epistemológicas y metafísicas de estos jóvenes, he sido capaz de frenar el anquilosamiento del pensamiento y la ultraliberalización de mi propia percepción. Veo a gente de mi edad –y más joven– con mentalidades de vida de novela de Clarín, con toda la carga sarcástica que eso conlleva, y me siento afortunado por estar subido a esta especie de psicodelia que es el marco mental y la escritura de la gente joven. Por eso me gustaría recomendarte a ti, lector de Minerva, la mejor crema antiedad para el alma: si no puedes venir a las sesiones de poesía joven que cada tres martes hacemos en La Pecera y que llamamos «La Mesa Redonda», al menos intenta abrirte a la posibilidad de que en tus próximas lecturas haya poemarios de algún/a/e joven poeta. Para ello te ofrezco este pequeño manual de instrucciones. Pero, antes, permítaseme un disclaimer, la instrahistoria y un poco de crónica apócrifa.

LOS POETAS DE LA INFLUENCIA

Es vieja, más vieja que yo, la polémica que puso sobre la mesa Umberto Eco en 1964 con la contraposición retórica entre alta y baja cultura, y que él, brillantemente, denominó Apocalípticos e integrados. A riesgo de resultar un tanto apocalíptico, quiero dejar claro que cuando hablo y programo poesía joven no hablo ni programo a esos influencers que «escriben corto», citando a Pablo Messiez en el monólogo-diatriba que Felicidad, desde su silla de ruedas, lanza contra su hermana poeta en La voluntad de creer (Continta me tienes, 2023). No soy sociólogo ni neurocientífico, por tanto, no puedo valorar en su justa medida el fenómeno de masas de los influencers o creadores de contenido. Pero me parece una buena noticia que dentro de su amplísimo rango de temas de influencia (sic.) haya algunos que se dediquen a escribir versos y, en el peor de los casos, a rimarlos. No lo considero una mala puerta de entrada para mucha gente joven que por educación, hogar o recursos, no haya conseguido acceder a otro tipo de productos culturales más elaborados y, quién sabe, con suerte cuando acabe con los poetas de la influencia, quizá acabe cayendo en sus manos algún otro poemario que despierte otras sinapsis en su cerebro. Al fin y al cabo, habiendo llegado a ser musicólogo y a ganarme la vida en el mundo de la gestión en música académica, mi primer contacto con la «clásica» fueron los CD de la colección «Grandes Maestros de la Música» que traía mi padre a casa los lunes; la primera orquesta que oí en directo fue la de Luis Cobos haciendo aquellas campanudas Antologías de la Zarzuela de los primeros años noventa.

En enero de 2023, Sergio C. Fanjul escribió en El País un artículo, titulado, a modo de haiku: «El bum de la poesía joven que llegó a llenar pabellones pierde su efervescencia». Lo primero que quiero destacar es lo delirante, y hasta enfermiza, que es la obsesión del periodismo cultural madrileño con la fenomenología de llenar el Wizink Center. Lo segundo es que, mientras que Fanjul se fijaba en los poetas de la influencia, su radar de periodista cultural no estaba detectando que en el Círculo de Bellas Artes acaba de brotar un fenómeno para nada masivo, pero constante y sólido en su afluencia y recepción, que llevaba tres meses manteniendo no solo la efervescencia, sino también cierto tipo de ebullición: La Mesa Redonda.

En realidad, la tensión retórica entre alta y baja cultura de Eco tiene una muy fácil resolución: el capitalismo ultraliberal cultural está en permanente estado de vigilancia de las prácticas culturales más minoritarias y liminales para, cuando ve un fenómeno potencialmente escalable, depredarlo y replicarlo con la ferocidad con la que se replica un cáncer. Hay veces que una réplica resulta valiosa y, en su misma naturaleza parasitaria, por lo esencial de su mecanismo aporta un valor añadido. Hay otras en que los procedimientos de plagio son tan burdos, tan superficiales, que, aunque puedan alimentar el mercado durante un tiempo, acaban por no establecerse en la dinámica de lo que ahora llamamos industria cultural. Para mí, que hubiese poetas de la influencia que llenaran estadios y vendieran libros como carcasas de móvil no es la causa, sino el síntoma, de que la poesía joven desde hace unos años estaba adquiriendo una fuerza inusitada como movimiento cultural, pero también como clase social dentro de la industria editorial.

LA PROPUESTA DE «LA MESA REDONDA»

«Pero ¿seguro que vendría gente a este tipo de eventos?», me preguntó el director del Círculo, Valerio Rocco Lozano, cuando en otoño de 2022 le propuse el proyecto de hacer un ciclo de poesía joven. Nuestra reunión no duró más de veinte minutos, pero fueron suficientes para que me encargara comisariar el ciclo «La Mesa Redonda: poesía joven y otras literaturas», que aún no tenía nombre. «Solo te voy a pedir una cosa», le dije, «donde lo hagamos tiene que haber un bar».

Pasado el siglo XX, la cultura institucional se ha convertido en una sala de autopsias de autoridades artísticas y, por consiguiente, en el patíbulo de un disfrute más o menos carnal de los asistentes. No soy partidario de promover la cultura del alcohol, pero es cierto que el ambiente y el ruido de taberna, la libertad de movimiento, cierta pérdida de una etiqueta que nunca debió existir, hace que las manifestaciones culturales tengan más consistencia, agarren mejor en su capacidad de comunicar y, si acaso, de influir en la vida de las personas. Por más que nos engañen con pretensiones de solemnidad y respeto, la compostura en teatros, casas de ópera y museos solo tiene que ver con una mercantilización del propio fenómeno estético, con una domesticación del espectador que, al sentirse más civilizado y tener acceso a una experiencia de mayor sofisticación, está dispuesto a pagar más por ella. Qué tiempos aquellos de los corrales de comedias del Madrid del Siglo de Oro, cuando en el mismo espacio físico convivían todas las clases sociales en torno al hecho teatral.

Mi única petición para Valerio Rocco se basaba, además de en cuestiones de método como gestor cultural, en que sabía por propia experiencia que la comunidad poética que pretendía trasladar al Círculo de Bellas Artes bebía mucho. Pero mucho. Tras una breve visita a La Pecera, mientras le esperaba en el vestíbulo, me confirmó que los eventos que planeábamos se harían en ese espléndido espacio de sabor decimonónico con ventanales a la calle de Alcalá sobre el que el edificio de Antonio Palacios se alza en su flanco más visible en la confluencia con la Gran Vía.

SALTARSE LAS INSTITUCIONES LITERARIAS

Hace años, Miguel Mora, director y uno de los fundadores del semanario digital CTXT, en el que colaboro escribiendo sobre música y temas LGTBIQ+, me retó a programar sin presupuesto el local que tuvieron abierto como redacción y espacio cultural en Chamberí entre 2019 y 2022. Enseguida pensé que la poesía joven podía fácilmente sentir ese espacio como una casa. En Madrid, todavía la poesía se consideraba como algo excesivamente institucional, al contrario que en otras ciudades y localidades más pequeñas donde ya existían festivales con cierto recorrido. Por más que la idea primerísima fuese motivada por una carencia en lo económico, poder ofrecer un espacio apropiado a la forma poética y un punto de reunión a esa chispeante juventud fue un ejercicio maravilloso de simbiosis entre el medio de comunicación y aquella gente estupenda. Supongo que el factor pandémico, y hasta cierto punto distópico, de los toques de queda, los aforos limitados, esa especie de clandestinidad insólita hicieron que El Taller de CTXT, cuando había un evento poético, se revistiera de un aura especial que, me consta, mucha gente aún echa de menos. Su propia localización, a menos de doscientos metros de la fatídica calle Ponzano, hacía que lo que allí abajo pasaba –tras la desescalada pudimos volver a usar el sótano– tuviera todavía un carácter más de resistencia: combatíamos el uso torticero del concepto de libertad con el uso de la palabra, convertidas ambas en poemas, vino y mucha inteligencia. Los eventos enseguida se convirtieron en un éxito y, gracias a las redes sociales, lo que pasaba en aquel sótano del barrio madrileño de Chamberí era mirado con cierto deseo por poetas de otros puntos del país. Siendo el anfitrión de aquellos recitales, presentaciones de poemarios y revistas, y hasta de una boda con la filosofía, me di cuenta de dos cosas. La primera, que estaba seriamente enganchado al punto de vista con el que los y las poetas enriquecían mi vida. La segunda, que aquello no era solo una yuxtaposición de poetas. Era una verdadera comunidad con comportamiento de bandada, mediante el que todos, colectivamente, pretendían asaltar las instituciones literarias. Pero es que, además, se querían y sabían divertirse juntos. Bueno, y bebían mucho. Pero mucho. Además, había un grupo muy fiel de lectores que les seguían y llenaban los eventos, precisamente porque se sentían vitalmente reconfortados al, por fin, poder leer cosas que les interpelaban directamente, algo que en muchos casos no conseguía toda esa supuesta literatura del establishment. Lo más emocionante era que se admiraban mutuamente y se alegraban con total sinceridad de los logros de los demás. Era como si la competitividad estuviese completamente neutralizada. Es probable que el ciclo poético en El Taller fuera tan exitoso porque el sistema de promoción de cada evento en redes sociales, como un aleccionado enjambre de escritores y lectores, era secundado con diligencia por otros miembros de aquella comunidad. Por eso, cuando Valerio me preguntó si a los eventos que le estaba ofreciendo vendría gente tuve meridianamente claro, y no dudaba de mi órdago, de que así iba a ser. Y, dos temporadas después, así ha sido.

«POESÍA JOVEN», UN CONCEPTO PROBLEMÁTICO

El concepto «poesía joven» es problemático en sí mismo. En estas dos temporadas de La Mesa Redonda, han participado poetas nacidos entre 1986 y 2003. Por tomar una referencia más o menos objetiva, si nos ceñimos al Premio Nacional de Literatura / Modalidad Poesía Joven Miguel Hernández, que concede el Ministerio de Cultura, se establece la edad límite de 31 años en el momento de la publicación del poemario para ser galardonado. Sin ser un experto en la historia del término, simplemente como testigo del fenómeno, habiendo retenido ciertos datos y siendo capaz de establecer relaciones un tanto anómalas, tengo la sensación de que en realidad lo de poesía joven siempre ha sido un señuelo de la industria editorial para vender (más) libros bajo una etiqueta que pudiese resultar atractiva y que ampliara un segmento en el grueso de consumidores.

Cuando en 2002 Elena Medel publicó Mi primer bikini con solo dieciséis años, la presencia de voces jóvenes en la industria seguía siendo testimonial y me puedo atrever a decir que ella, a quien pretendieron convertir en «la niña» de la poesía, fue la única que supo capitalizar esa pretensión perversa y patriarcal. Estando en la cresta de la ola montó La Bella Varsovia, la primera editorial independiente con visibilidad y atención de la crítica en apostar por nuevas voces. De hecho, da la sensación de que tanto los certámenes de poesía joven, incluido el Premio Adonais, que se convoca desde 1943, como las grandes apuestas de la industria por las nuevas voces hasta hace bien poco no eran más que pruebas de fuego para seleccionar candidatos aptos a entrar al sancta sanctorum de la industria editorial. Rompiendo con el sistema de validación tradicional, Medel publicó a Luna Miguel por primera vez en 2010, cuando tenía diecinueve años. Una de las obsesiones de Luna, a través del blog «Tenían veinte años y estaban locos», fue la de «descubrir» y dar voz a jóvenes poetas de toda España. Aquella aventura acabó por conformar una antología, publicada por La Bella Varsovia en 2011. La única diferencia entre esa primera hornada de jóvenes poetas que por primera vez desafiaron al sistema editorial y los de ahora, me atrevo a decir que es el sentimiento colectivo al que antes hacía referencia. También tiene que ver el papel de Internet como catalizador de amistades poético-virtuales, propiciado por la inmediatez y cercanía de redes sociales, como Instagram o Twitter, disponibles a todas horas en manos, pulgares y bolsillos de nuestros poetas-cíborg. La primera generación tuvo que apañárselas con redes como Tumblr, Blogspot, Myspace, Tuenti y similares, cuyo funcionamiento era mucho más ortopédico, ya que solo se podían usar desde el ordenador personal. Aparte de la relación personal, el ecosistema ahora es más propicio. Además, de los festivales pioneros, han surgido eventos de poesía joven por todas partes, hay bastantes editoriales independientes que trabajan muy bien y que basan casi enteramente su catálogo en los jóvenes autores, y abundan los premios y las revistas que descubren en cada número muchas voces nuevas e interesantes.

¿QUÉ ES «LA MESA REDONDA»?

La Mesa Redonda no es una ponencia, aunque también lo sea en dos tramos de cada evento. La Mesa Redonda es un objeto icónico que ocupa el mirador de la columnita –esquemáticamente jónica– del vértice del edificio del Círculo de Bellas Artes, con vistas a la sede del Instituto Cervantes. Es a la vez tótem y escenario para nuestros recitales de poesía a tres bandas y en tres partes. Cuando fui a visitar La Pecera para imaginar de qué manera podríamos escenificar allí el ciclo, supongo que resulté un tanto molesto por pretender modificar de una manera tan drástica su morfología habitual. Desde que vi nuestra Mesa Redonda de la esquina, supe que ese iba a ser el epicentro del ciclo. También supe que los Chester que habitualmente conforman los saloncitos de té tenían que recorrer el perímetro de aquella parte de la sala para hacer hueco. Para el espacio restante, mi primera idea fueron mesas altas de cóctel con banquetas, para hacerlo más distendido e informal. Sin embargo, el equipo de Espectáculos de Círculo consideró, y ahora me alegro mucho de ello, que era mejor formar un pequeño auditorio improvisado con filas de sillas orientadas hacia la propia Mesa Redonda.

Elegir el título y hacer de aquel objeto una parte central de cada evento respondía a una obsesión literaria de cuando era joven –más o menos de la edad del más joven de los poetas que ha recitado en el ciclo– que me hacía gracia traer a colación. En Manhattan, en la calle 44, en pleno Midtown, hay un hotel que se inauguró en 1902, el Algonquin, donde se rodaron bastantes secuencias de Ricas y Famosas, la última película de Cukor que, precisamente, va sobre la vida de dos escritoras amigas pero rivales. En su restaurante-cafetería, situado en la planta calle, se celebró durante todos los años de la década de 1920 una acerada –y temida– tertulia literario-teatral que tenía dos nombres: La Mesa Redonda (Round Table) o El Círculo Vicioso (Vicious Circle). Tengo que confesar que el segundo título me resultaba más sugerente, por jugar con el nombre de nuestra institución, pero seguramente mucho más inapropiado para mi primera colaboración con ella. El alma mater de la tertulia fue la excelente cuentista, poeta, guionista de cine y crítica teatral Dorothy Parker (1893-1967). En La Mesa Redonda del Círculo somos corrosivos a nuestra manera y para los tiempos que corren, pero estamos absolutamente en conjunción con los principios que rigen el espíritu del Círculo: somos un espacio feminista, transinclusivo y queer. Lo antisistema consiste, además, en seguir dando espacio a la palabra, escrita y hablada, para imaginar y entender el mundo, huyendo en cada sesión de la prisa y el espíritu de tertulia crispada que todo lo inunda. Cada uno de los tres poetas que participan en una sesión me manda la selección de textos que quiere leer, sin cortapisa ni sugerencia previa, y solo a raíz de la lectura de los materiales aflora el tema transversal sobre el que vamos a charlar entre tramo y tramo de recital.

Esta temporada que acaba hemos hablado de amor, extrañeza, hogar, intimidad, curiosidad, mutación, lucidez, desencanto… Siempre tratando de conectar con los poetas a través de sus vivencias personales y de escapar, en la medida de lo posible, de la solemnidad y excesiva ampulosidad en el lenguaje que suele rodear a los eventos poéticos, hasta los más informales. En La Mesa Redonda valoramos mucho el sentido del humor, la complicidad y, sobre todo, la escucha a lo que el otro tiene que decir.

PEQUEÑO MANUAL DE INSTRUCCIONES

Prometía en el título un pequeño manual de instrucciones para acceder al disfrute de la poesía joven y todavía no he cumplido con mi palabra. Aquí va:

  1. En estos tiempos que corren, la lectura de un poemario es gratificante porque se puede hacer de una sentada, en un breve espacio de tiempo y con la sensación de haber asistido a un hecho literario completo sin necesidad de invertir largas horas de lectura que se pueden prolongar durante semanas o meses, si se está muy ocupado con lo laboral o mundano. En un momento en el que las películas duran cada vez más y la ficción audiovisual se expande sobre sí misma en largas temporadas, asistir al fenómeno intelectual del poemario provoca una extraña sensación de eficacia que, si bien no debería ser per se valiosa para el placer de la lectura, sí que nos ha colonizado la mente en esta disparatada sociedad urbana y, para qué negarlo, provoca cierta dosis de placer narcisista.
  2. No hay que dejarse desmoralizar por cierto hermetismo inicial en las fronteras formales del poemario. Se debe tener en cuenta que cada vez más los libros de poemas son sistemas con lógica propia. El tiempo de las recopilaciones de poemas sueltos, con el lazo-abrazadera de un título más o menos representativo del tono general, ha pasado. Ahora se escribe desde la conceptualización. Se debe leer por el mero placer de ir leyendo, transitando las pequeñas baldosas amarillas de cada poema sin la necesidad conclusiva de estar –automáticamente– entendiéndolo todo. No hay que sentirse como una Alexa que no se entera de nada. De hecho, lo mejor es prescindir de entender y seguir leyendo. Para la preparación de las más de treinta sesiones de La Mesa Redonda que llevo coordinadas, he leído muchos poemarios completos, además de las selecciones para el recital, y he experimentado una sensación que no me ocurre al leer a poetas mayores, que el gesto primero que ilumina y engendra un poemario es una pregunta bastante oblicua sobre la realidad. A partir de ahí, el o la joven poeta –este tipo de joven poeta– inventa y yergue un microcosmos con lógicas de discurso, retóricas y del lenguaje, que solo funcionan entre sí y dentro de ese mismo marco. Si se deja pasar un primer rechazo que pueda provocar su lectura, como quien salta una ola, la escritura es tan poderosa que permite a la larga aprehender sus lógicas sin esfuerzo.
  3. Una vez llegados a este punto, similar al estado en el que se entra cuando se ha hecho el suficiente ejercicio aeróbico, cuando se deja de notar el cansancio, lo más recomendable es hacer el esfuerzo mental deliberado de prescindir del propio bagaje vital para tratar de aprender del punto de vista de gente mucho más joven. No hay que prejuzgar si las referencias que manejan se nos escapan o nos hacen sentir mayores. Hay que tener en cuenta que nunca usan nada a la ligera y que, como comentaba antes a propósito del debate entre apocalípticos e integrados, tan de Mayo del 68, estos jóvenes escritores no solo lo tienen superado, sino plenamente integrado; son nativos de ello. De haber conseguido todo lo anterior, solo queda dejarse fascinar, como forma de plantar cara al envejecimiento intelectual.

Cuando ya era sabido que dejaba el Taller de CTXT para centrarme en mis proyectos personales, un poeta, sinceramente no recuerdo cuál, me preguntó: «Y ahora, ¿qué vamos a hacer nosotros?». No sé muy bien por qué –ya bastante tenía yo con lo mío–, le dije: «No te preocupes, en septiembre buscamos algo». Pensaba en algún bar de Lavapiés donde nos dejaran un micrófono una vez al mes. Soy un optimista patológico, pero ni en la mejor de mis proyecciones delulu (del inglés delusional, «delirante»: ya balbuceo; jerga centenial) podía haberme imaginado que la mudanza la haríamos nada menos que al Círculo de Bellas Artes.

CICLO LA MESA REDONDA (POESÍA JOVEN & OTRAS LITERATURAS)
17.10.23 > 25.06.24

COMISARIADO CARLOS GARCÍA DE LA VEGA
PARTICIPAN ELIZABETH DUVAL • EDUARDO FRAILE • ARTEMISA SEMEDO • MARIO OBRERO • ROCÍO SIMÓN • AMALIA BAUTISTA • MARÍA M. BAUTISTA • LAURA R. DÍAZ • AURORA CAMERO • SOFÍA CRESPO MADRID • ROSA BERBEL • BERTA GARCÍA FAET • GUILLERMO MARCO REMÓN • EDDI CIRCA • LARA ALONSO • RICARDO GALIANO • IRA HYBRIS • ALBA MOON • ANA ROCIO DAVILA • CANDELA DE LAS HERAS • CARMEN ROTGER • GUDRUN PALOMINO • IRENE DOMÍNGUEZ • IRIA FARIÑAS • LAURA SANZ • LOLA TÓRTOLA • RAQUEL VÁZQUEZ • MARÍA LIMÓN • MARÍA PAZ OTERO • MARÍA GARCÍA DÍAZ • MARÍA DE LA CRUZ • SARA NAVARRO RIOBOÓ • CARLA NYMAN • VANESA PÉREZ-SAUQUILLO • ALEJANDRO SIMÓN PARTAL • CARLOS BUENO VERA • LUIS ANTONIO DE VILLENA • RODRIGO GARCÍA MARINA • MILLANES RIVAS • ÁNGEL BORREGUERO • JAIME DE FRESNO • ANDREA ABELLO • ANDER VILLACIÁN • ALEJANDRO PÉREZ-PAREDES • ALBA MOON • JUAN F RIVERO • JAVIER NAVARRO • POL GUASCH • MAYTE GÓMEZ MOLINA • MARÍA ELENA HIGUERUELO • CON LA FALDA ALMIDONÁ

ORGANIZA CÍRCULO DE BELLAS ARTES