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CHILE. A 50 AÑOS DEL GOLPE

Un cine para la memoria del nunca más

Carolina Espinoza Cartes
Fotograma de El diario de Agustín, de Ignacio Agüero, 2008

Dentro de los actos celebrados en el Círculo de Bellas Artes para conmemorar los 50 años del golpe de Estado en Chile, el Cine Estudio acogió un ciclo de cine chileno, inspirado en la memoria de esos años. En él participaron realizadores, guionistas y productores de las películas El diario de Agustín, Mi vida con Carlos y Punto de Encuentro. La antropóloga y periodista Carolina Espinoza Cartes moderó los coloquios que se celebraron y escribe para Minerva esta crónica del ciclo.

«Un país sin cine documental es como una familia sin álbum de fotografías». Esta frase que repite una y otra vez el cineasta Patricio Guzmán en todas sus conferencias, se ha transformado en un mantra, un revulsivo, una especie de mandato para realizadores noveles y clásicos chilenos que han querido abordar la compleja cuestión de la memoria del país tras el golpe de Estado.

Desde diferentes géneros y utilizando recursos de la ficción, el reportaje, el documental o el teatro se han adentrado en un mundo que aún sigue siendo incómodo para algunos, pero que tiene, quizá, un solo objetivo: dejar constancia de las atrocidades de la dictadura y lograr que una situación así no se repita nunca más. Ambicioso fin, al que se suma la gran dificultad de llevar al cine la memoria de un país, en un contexto mundial cada vez más polarizado.

Difícil, pero no imposible, porque lo que caracteriza a las tres películas que fueron elegidas en el ciclo es que tienen detrás a equipos y productoras comprometidos con la memoria. Comprometidas con sacar a la luz hechos que durante años fueron «un secreto a voces», pero que carecían de pruebas o testigos que quisieran dar fe de lo ocurrido o simplemente de personas que quisieran hablar del tema. Sí, la democracia llegó a Chile en 1990, pero tuvieron que pasar años y años para que los protagonistas de las complejas historias que retratan nuestras películas pudieran hablar, y tomar distancia, de dolores que aún siguen muy presentes en las familias, en las personas, en las instituciones, en el país.

Así, el ciclo abre esta mirada con El diario de Agustín, abordando en clave de investigación periodística el caso de la intervención política y económica del periódico El Mercurio en el golpe de Estado; nos interpela también haciéndonos reflexionar sobre las consecuencias afectivas a lo largo de los años que implica el tener un familiar detenido desaparecido a través de Mi vida con Carlos, o nos interpela a través de la recreación con actores de las vidas sesgadas de los protagonistas de Punto de encuentro, un documental que pide prestados algunos recursos de la ficción para contar una historia que ha traspasado los límites generacionales.

Juntas, forman un complejo entramado donde la tristeza y la belleza se alían extrañamente. Donde el deseo de recordar y dejar testimonio de lo ocurrido hace visible estas vidas durante años invisibles, transformándose en el mejor antídoto para aquellos que ven en el negacionismo una manera de avanzar y «no revolver las heridas del pasado».

Avanzar sin memoria es un oxímoron. Una contradicción absoluta. No podemos caminar sin saber de dónde venimos, no podemos entender los vaivenes de un país sin conocer las historias familiares, una red de microhistorias personales que nos ayudan a comprender por qué la violencia sobrevino a un periodo en la historia de Chile donde todo fue posible.

La recepción del público fue buena a lo largo del ciclo: se pudo contar con realizadores, productores y personas relacionadas con la producción de estas cintas, que debatieron con el público después de la proyección. El equipo realizador contó parte de la experiencia del rodaje y de la acogida del público chileno de las cintas y respondió a preguntas que tuvieron que ver con la difusión y reflexión que promueven los temas tratados en los filmes. Reparación a las víctimas y búsqueda de justicia para los familiares fueron reclamos e inquietudes recurrentes entre un público que pudo preguntar directamente a los responsables de las películas.

La escritora e investigadora mexicana Esther Cohen decía que «el archivo es un arma de doble filo, porque supuestamente se archiva para guardar memoria, pero ¿en cuántos casos el archivo no es una forma irremediable de olvido?». Claramente, esta reflexión podría aplicarse al cine documental contemporáneo, que trata de recobrar a través del testimonio vivo las lagunas de la memoria de un país.

El diario de Agustín

El reconocido y prolífero cineasta documental Ignacio Agüero lanzó su película en 2008, en un Chile cuyo cine cuestionaba tibiamente la responsabilidad civil en el golpe de Estado de 1973 y el asentamiento de la dictadura de Pinochet. Es por eso que cuando entró en escena El diario de Agustín vino a reafirmar lo que en dictadura y transición era un secreto a voces: la responsabilidad activa de los dirigentes de El Mercurio en el derrocamiento de la Unidad Popular y de su líder, el presidente Salvador Allende.

Pero la novedad de la película es que habla con nombres y apellidos. Y trata de desenmascarar a un personaje, hasta ahora intocable: Agustín Edwards, director de El Mercurio. En poco menos de hora y media, Agüero nos cuenta cómo el diario que dirige Edwards se transformó en un agente político que estuvo detrás del derrocamiento del Gobierno de Salvador Allende y, posteriormente, del ascenso de la dictadura militar de Augusto PinochetGracias a una investigación del Congreso de Estados Unidos desclasificada en 2016, se señala: «El 15 de septiembre de 1970 fue un día dramático en la vida de Agustín Edwards Eastman. El dueño de El Mercurio comenzó ese día a las 8:00 en Washington, desayunando en la oficina de Henry Kissinger, entonces consejero de Seguridad Nacional del presidente Richard Nixon. A las 9:15, Kissinger había concertado una reunión para Edwards con Nixon en el Salón Oval de la Casa Blanca. A pesar de que no hay registros que confirmen que esa reunión se haya concretado, sí es seguro que ese mismo día, más tarde, en el Hotel Madison, en el centro de Washington D. C., Edwards se convirtió en el único chileno –civil o militar– del que se sepa que se haya reunido cara a cara con el director de la CIA Richard Helms. Luego, a las 15:25, el presidente Nixon llamó a Kissinger y a Helms al Salón Oval, donde les dio la instrucción de intentar "salvar Chile" de manera encubierta, orquestando un golpe militar. Tengo la impresión de que el presidente organizó esta reunión, por la presencia de Edwards en Washington y lo que… Edwards estaba diciendo sobre las condiciones en Chile, testificó luego Richard Helms ante el Senado de Estados Unidos», Archivo desclasificado traducido al español en Agencia Ciper Chile, 27 de abril de 2017.. Con sabiduría y astucia, el director lo hace dejando una responsabilidad en esta investigación a las nuevas generaciones y sigue a un grupo de estudiantes e investigadores de la Universidad de Chile para desentrañar «el misterio de Agustín».

Quizá se ha ahondado poco en este hecho, pero puede ser interpretado como un gesto transgeneracional, de pasar el testigo a los jóvenes que nacieron tras la dictadura, algo que habíamos visto en la última parte de La memoria obstinada (Patricio Guzmán, 1997). Sin embargo, en El diario de Agustín, los jóvenes son sujetos activos más que receptores, son ellos –estudiantes de periodismo– los que investigan, interpelan a los responsables que evaden con infantiles escaramuzas su responsabilidad en un pasado que afecta y sigue afectando a todos los chilenos. Es el quiebre de la impunidad en la que se han instalado durante años las clases dominantes del país por parte de una generación que exige explicaciones y quiere profundizar en la complicidad civil que tuvieron empresarios de la derecha política en el golpe.

De antología es la escena en la que uno de los responsables de El Mercurio se niega a responder preguntas que considera comprometedoras ante el equipo de jóvenes periodistas, y se va tan raudo que choca con la pértiga que graba el sonido en la película. Metafórico choque contra una sociedad que en 2008 comienza a interpelar a sus responsables, incomodándolos y exigiendo las primeras respuestas. De esto precisamente habló Fernando Villagrán, coguionista y coproductor, que acompañó la exhibición de la cinta y respondió las dudas de los asistentes.

Imagen promocional de Punto de encuentro, de Roberto Baeza, 2022

Mi vida con Carlos

Mi vida con Carlos (Germán Berger, 2009) fue la segunda película exhibida en el ciclo. Con la presencia de su director y productor, la cinta nos trasladó hasta 1973, cuando Carlos Berger, abogado y periodista militante del Partido Comunista de Chile, fue asesinado por el régimen de Pinochet. No fue él solo. En tres días, 75 presos políticos fueron secuestrados, torturados y ejecutados y, en muchos casos, sus cuerpos desaparecieron; como el padre de Germán, que desapareció cuando él tenía menos de un año.

La cinta nos adentra en esta valiente exploración –quizá la más difícil, la que ocurre al interior de la familia– que hace Germán Berger, tratando de reconstruir una parte inconclusa de su puzle al que le falta una pieza estratégica: conocer quién fue su padre desde el punto de vista personal. Como señala el propio Germán Berger, quien contó en este viaje personal con una ayuda profesional de lujo: el cineasta catalán Joaquim Jordà:

La familia solo hablaba de Carlos como un icono político, nunca como persona, como un hermano, un esposo o un humanista. Mi vida con Carlos es la búsqueda personal, por parte del hijo, de la memoria de su padre asesinado, revisando y revalorando la reciente historia y el presente de Chile a través de las vidas de una familia concreta. Es la historia de un drama familiar que refleja el drama de todo un país.

Berger reconstruye la historia de su padre a través de largas conversaciones con su madre, la abogada y activista de derechos humanos Carmen Hertz, quien a veces enfrenta, a veces evade, las preguntas difíciles de su hijo. El realizador tiene el objetivo primario y personal de conocer a su padre, pero también es el objetivo de esta nueva familia que ha formado y cuyo sentido de búsqueda pareciera tratar de hacer heredar en sus hijas. Por eso, no es una búsqueda solitaria, sino que esta nueva familia entra a ratos en entrañables escenas, ayudando a marcar los contornos de la foto de la figura del padre que en cincuenta años se ha desdibujado. Es también, una carrera urgente contra el olvido y la desmemoria.

En la película hay recursos que hacen posible descubrir la belleza en el dolor de la tragedia. Por nombrar algunas, las propias escenas de su padre en 35mm, filmación familiar en la que se inspira esta búsqueda, donde el realizador asume que es lo único que tiene de Carlos: unas imágenes en movimiento de su padre, haciendo alusión a una antigua película familiar donde se ve a un joven Carlos Berger saltar y nadar en el Pacífico en un paseo familiar. La otra escena no sucede ante nuestros ojos, pero no importa, porque el relato es, en esencia, cinematográfico. Se trata de la narración de las circunstancias en las que ocurre la detención de Carlos, cuando él retransmitía en la radio del campamento de Chuquicamata (el centro de explotación minero de cobre más importante del país). Como si de un campo magnético se tratara, como si ese acto le blindara ante la fatídica decisión de los perpetradores de su crimen, el relato nos cuenta cómo Carlos Berger coge el micrófono y sigue retransmitiendo por altavoz a todo el campamento, relatando en directo el momento de su captura.

De nada sirvió esta icónica imagen. Carlos fue una víctima más de la macabra «Caravana de la muerte», nombre que recibió una comitiva del ejército chileno encabezada por el general Sergio Arellano Stark, que recorrió el país durante 1973 con la misión de «agilizar y revisar los procesos de personas detenidas tras el golpe de Estado», operación que terminó con el asesinato y desaparición forzada de 97 presos políticos.

En 1998, el juez Baltasar Garzón, basándose en las querellas presentadas precisamente dentro del caso Caravana de la Muerte, investigado por el juez chileno Juan Guzmán Tapia, ordenó la detención de Augusto Pinochet en Londres bajo los cargos de secuestro y homicidio calificado. Ante el fallido caso Pinochet, en los años sucesivos continuaron en Chile procesos judiciales de los responsables del crimen de Carlos y sus compañeros; el último, en 2018, concluyó con el encarcelamiento de un excomandante en jefe del ejército chileno, en calidad de encubridor del horroroso crimen.

Punto de encuentro

Aquí quizá tenemos la apuesta más arriesgada de las tres películas del ciclo y la más reciente. Punto de encuentro (Roberto Baeza, 2022) es la expresión de una mezcla que hace originales a las dos anteriores: una nueva generación que pregunta por el pasado reciente del país y la reflexión al interior de la familia, sobre la desaparición de víctimas tan cercanas.

Dos cineastas, Alfredo García y Paulina Costa, filman con actores lo que sus padres vivieron juntos en un centro de tortura, revelando tras las cámaras las repercusiones emocionales que este trauma familiar tiene hasta hoy, ya que solo uno de los torturados sobrevivió –el padre de Paulina–, el otro es hasta ahora un detenido desaparecido.

La película nos hace retroceder hasta 1975, momento en que se conocen Alfredo García y Luis Costa. Ambos acababan de convertirse en padres, habían nacido en Valparaíso y eran militantes del Movimiento de Izquierda Revolucionario (MIR). Ese año pasarían a ser compañeros en una celda tan pequeña en la que apenas cabían sus cuerpos. Estuvieron presos en La Torre de Villa GrimaldiEn el año 2006 Villa Grimaldi se transformó en el Museo de Sitio Parque por la Paz Villa Grimaldi, gracias al trabajo de la Corporación Parque por la Paz Villa Grimaldi y el apoyo de organizaciones sociales, vecinales, de derechos humanos y de familiares de detenidos desaparecidos., uno de los mayores centros de detención y tortura del Gobierno militar de Augusto Pinochet. Luis, el padre de Paulina, sobrevivió, pero de Alfredo nunca se supo más.

La cinta muestra esta cuarta pared y los procesos de negociación entre protagonistas reales y actores profesionales, que son los que ahora recrean escenas que fueron ciertas. La ficción aquí tiene un efecto reparador del trauma. Una especie de contrafactual, de ver lo que hubiera pasado si hubiera ocurrido esto o aquello, con el difícil peaje de visualizar escenas que han habitado durante años en la cabeza de quienes tuvieron que asumir el duelo del ausente. En ese momento quizá no hubo tiempo para pensar, tuvieron que seguir adelante sobreviviendo y criando a sus hijos en medio de una dictadura que mató y siguió matando hasta el último día.

Alfredo García se desplazó hasta Madrid para presentar la película y participar en el coloquio. Contó experiencias del rodaje y, en especial, de lo que había significado rodar la película junto a su madre, Silvia, una decisión que también le permitió descubrir aspectos de su padre que no conocía.

Descubrí cosas de Alfredo que no sabía. Un poco más del revolucionario; por ejemplo, que iba a fiestas con los marinos para sacar información. Pensé que hacía otro tipo de cosas. Fue fuerte porque me enteré también de historias donde andaba con armas o escondiendo cosas. Pero fui reconstruyendo también toda su historia con Valparaíso, el lugar donde yo nací, y al que volví después. En ese sentido, me sirvió para construir un poco la historia y contársela a mis hijas. Mi padre es un detenido desaparecido y la película le da un lugar al que uno puede ir a situarlo. Construye ese espacio que se crea cuando tú puedes enterrar a alguien, que no es mi caso. Porque no sabemos dónde está.

Esto cuenta el guionista, que confesó que la experiencia de rodar con su madre, lejos de ser una experiencia de «amenaza o exposición», como algunos sectores en Chile calificaron este recurso, fue una experiencia de amor: «Con Silvia la historia siempre ha sido de amor. Ese traspaso de la historia hacia mí siempre ha sido sin ningún miedo, sin ningún límite, brutalmente abierto en el fondo», dijo García.

Punto de encuentro aún sigue presentándose en festivales y muestras internacionales, dejando ver con esta atractiva puesta en escena, que otra lectura de la búsqueda de los desaparecidos es posible y necesaria. La búsqueda que hace la segunda o tercera generación de sus ausentes, sin la presión de la tortura o la persecución, nos conecta con realidades de tantos otros países que reclaman no solo justicia ante los atroces hechos, sino también explicaciones, para tratar de entender la aniquilación de una generación «por el solo hecho de pensar distinto», como dice el «Matador» de los Fabulosos Cadillacs.

De esta manera, con El diario de Agustín, Mi vida con Carlos y Punto de encuentro, el ciclo «Cincuenta años del golpe de Estado en Chile» ha querido rendir homenaje a un pasado reciente visto con los ojos inquisidores del presente. Un intento por completar un puzle inconcluso que no pudo completar la transición, pero tampoco los primeros gobiernos de la democracia. Hay traumas que necesitan décadas y décadas para que salgan a flote, en especial, los que se producen al interior de las familias.

La generación de cineastas chilenos que nació en dictadura trata en cada una de sus producciones de ser bisagra entre lo no hablado por décadas y las condiciones democráticas actuales. En muchos casos, la justicia es la gran ausente. Por eso, gran parte de las herencias de la dictadura y sus consecuencias salieron a flote en el gran estallido social de Chile en octubre de 2019. Reivindicar las violaciones de los derechos humanos cometidas durante diecisiete años de dictadura ha sido la gran encrucijada chilena. Para este reclamo no solo valen las calles, sino también las transformaciones sociales que se pueden generar tras discusiones promovidas por estas historias llevadas a la gran pantalla.

LA MONEDA EN LLAMAS. IMAGEN Y MEMORIA EN CHILE A 50 AÑOS DEL GOLPE DE ESTADO
CONFERENCIAS Y DEBATES
28.09.23 > 06.02.24

PARTICIPAN VALERIO ROCCO • JAVIER IGNACIO VELASCO VILLEGAS • ALFREDO RIQUELME • MANUEL GÁRATE • MÁRIAM MARTÍNEZ-BASCUÑÁN • RODRIGO CASTRO ORELLANA • CRISTINA MONGE • VÍCTOR BERRÍOS


PROYECCIONES
MISSING • MIMESIS, CAMUFLAJE Y RESISTENCIA. VIDEOARTE CHILENO 70’S Y 80’S

PARTICIPAN RODRIGO CASTRO ORELLANA • ANTONIO RIVERA • MIGUEL RUIZ STULL • ISABEL GARCÍA


CICLO 50 AÑOS DEL GOLPE DE ESTADO EN CHILE

PELÍCULAS EL DIARIO DE AGUSTÍN • MI VIDA CON CARLOS • PUNTO DE ENCUENTRO
PARTICIPAN CAROLINA ESPINOZA CARTES • FERNANDO VILLAGRÁN • GERMÁN BERGER • ALFREDO GARCÍA
ORGANIZA DEPARTAMENTO DE FILOSOFÍA Y SOCIEDAD DE LA UCM • EMBAJADA DE CHILE • ORGANIZACIÓN DE ESTADOS IBEROAMERICANOS • CÍRCULO DE BELLAS ARTES