"¿No os parece que estáis provocando?"
© Imágenes del documental Gesto
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Surgieron desde abajo en lo peor del conflicto vasco, se movilizaron contra todas las violencias, fueron elogiados y premiados y luego olvidados y orillados: el documental Gesto, de Xuban Intxausti, recupera la memoria de Gesto por la Paz de Euskal Herria, el movimiento pacifista que rompió el silencio desde el silencio y del que el historiador especializado en movimientos sociales y periodista Diego Díaz, director de la revista Nortes, traza aquí una breve historia.
«¿No os parece que estáis provocando?». Esto les dijo el alcalde de Zarautz, de Eusko Alkartasuna, a un grupo de militantes de Gesto por la Paz de Euskal Herria cuando fueron a reclamar protección frente a la campaña de acoso que estaban sufriendo en el pueblo por parte de la izquierda abertzale. El grupo local de Gesto se había formado un tiempo antes, y ya desde su primera presentación pública había sido recibido con una campaña de señalamiento, agresiones y contramanifestaciones a las que algo después se sumarían atentados contra comercios y domicilios, pintadas amenazadoras y carteles con las fotos de sus líderes más destacados empapelando las paredes de Zarautz.
«¿No os parece que estáis provocando?». Eran los años noventa y la frase resume bien una actitud que durante décadas fue hegemónica en la sociedad vasca: pasar, no mojarse, no llamar la atención. No apoyar a ETA, pero tampoco destacar con una crítica excesivamente fuerte; guardar las formas en público y evitar ser identificado como un defensor del Estado, un españolista o un cómplice de la guerra sucia, las torturas y la política penitenciaria del Gobierno. También, y no menos importante, no buscarse problemas. Txema Urkijo, que fue un destacado activista de Gesto, señala tres grandes grupos sociales en cuanto a la actitud frente a ETA: apoyo, rechazo e indiferencia. «El grupo más numeroso era el de los indiferentes, ya fuera por miedo o por desidia, los que nos miraban sin unirse, pero tampoco iban con la contramanifestación de la izquierda abertzale que nos gritaba "¡ETA mátalos!". La gran pelea de Gesto por la Paz fue ganar a esa gente que eran como espectadores en el teatro», señala este abogado, director de Derechos Humanos del Gobierno Vasco entre 2002 y 2005, que en la actualidad trabaja como asesor del Ministerio de Cultura.
En lo más crudo del conflicto
Entre 1980 y 1989, ETA asesina a 401 personas y los GAL a otras 27. Muertes a las que hay que sumar las cometidas por ETA político militar y los comandos autónomos anticapitalistas, la extrema derecha y las fuerzas del orden público. La Coordinadora Gesto por la Paz de Euskal Herria nace en ese contexto, en 1989, a partir de la confluencia de pequeños grupos pacifistas que habían ido surgiendo en diferentes lugares del País Vasco y Navarra desde 1982 para protestar contra la violencia política. En el origen hay muchos cristianos de base, pacifistas que vienen del Movimiento de Objeción de Conciencia (MOC) y de hacer campaña contra la OTAN y los euromisiles, así como algunos militantes de Euskadiko Ezkerra y de IU, como Javier Madrazo, que con el tiempo será consejero del Gobierno vasco. El éxito del movimiento, que despega con fuerza a partir de principios de la década de 1990, consistirá, no obstante, en trascender con mucho el grupo promotor inicial y ensanchar su base social y territorial con la adhesión de socios y voluntarios de todo tipo de ideologías, contextos sociales y culturales.
La metodología de Gesto es muy sencilla, y ahí radicará en gran medida su eficacia. Se trata de manifestarse en silencio cada vez que tiene lugar un acto violento: ya sea cometido por ETA, por los GAL o las fuerzas de orden público. Todas las semanas, algunas, varias veces. Un silencio para romper el silencio de una mayoría de la sociedad vasca.
La filosofía pacifista del grupo es radical: se manifiestan incluso cuando militantes de ETA mueren accidentalmente preparando el explosivo para un atentado. «Yo venía del Movimiento de Objeción de Conciencia, de decir aquello de "La mili no mola, ni vasca ni española". Era antimilitarista y eso valía tanto para el Ejército español como para ETA», explica Txema Urkijo, que compaginó su militancia en Gesto con su trabajo como abogado defendiendo a jóvenes insumisos al servicio militar.
En 1993 el empresario Julio Iglesias Zamora es secuestrado por ETA. Pasará 116 días en cautiverio. Tomando el precedente del exitoso lazo rojo contra el SIDA, Gesto populariza el lazo azul diseñado por Agustín Ibarrola, un símbolo que imita una «A» de Askatu, libertad en euskera, y que se reparte masivamente para que la ciudadanía lo luzca en la ropa, mostrando así su solidaridad personal con el secuestrado y sus familiares. La campaña supone en muchos casos un enfrentamiento cuerpo a cuerpo con los partidarios de ETA y las familias de los presos. Como explica la historiadora Irene Moreno, en esos días «se popularizaron lemas como "Los asesinos llevan lazo azul", "A los del lazo navajazo" o "EspañoLazos"».
A pesar de la campaña de hostigamiento y agresiones, el movimiento del lazo azul supone la eclosión de Gesto por la Paz, que llega a formar 150 grupos locales en toda Euskal Herria. Aunque sufre una escisión —Bakea Orain [Paz Ahora]—, encabezada por Javier Madrazo, Gesto vive su momento de esplendor. El nombre de la asociación se populariza en toda España, recibe reconocimientos y premios, como el Príncipe de Asturias de la Concordia, e incluso el Parlamento Vasco la propone para el Nobel de la Paz. A pesar del acoso cotidiano que sufre por parte de la izquierda abertzale, y del coste personal que puede suponer, sobre todo en las localidades más pequeñas, cientos de personas se acercan a Gesto. Muchos de estos voluntarios son jóvenes, estudiantes de secundaria y universitarios.
El prestigio y la relevancia de la Coordinadora coexiste con una organización relativamente modesta y austera en lo económico. «Solo llegó a haber dos personas contratadas para coordinar todo el trabajo, y eso en el momento más álgido», recuerda Urkijo, para quien Gesto fue posible gracias al esfuerzo voluntario de «unas pocas personas que entregaron todo su tiempo y otras muchas que pusieron un poco».
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Disputar la calle, disputar Euskal Herria
Las movilizaciones sociales contra ETA se habían dado en Euskadi casi desde el inicio de la Transición. En un principio impulsadas por el PCE-EPK y el PSE-PSOE, algo más tarde secundadas también por el PNV y Euskadiko Ezkerra. Se trataba de una estrategia de deslegitimación social de la violencia en la que habían creído sobre todo las izquierdas: comunistas, socialistas y Euskadiko Ezkerra a partir de su desvinculación del apoyo a la lucha armada. Nunca había interesado demasiado a los partidos españoles de derechas, para los cuales el conflicto vasco se debía resolver por vías exclusivamente policiales. En cuanto al PNV, el principal partido político del País Vasco, había oscilado entre la movilización y la pasividad en función de las coyunturas y del tipo de atentados.
Si bien los partidos de izquierdas habían tratado de arrastrar al PNV a un Frente por la Paz, las manifestaciones contra ETA nunca habían pasado de ser manifestaciones puntuales frente a algunos atentados concretos, y no habían llegado a generar nunca una dinámica de movilización permanente. Después, sobre todo tras la victoria del PSOE en las elecciones generales de 1982, los socialistas virarían a una política de «mano dura» contra ETA, recurriendo incluso a la guerra sucia contra el terrorismo, olvidando así el discurso más pacifista y vasquista que habían sostenido en la Transición, cuando apostaron por un rápido desarrollo del autogobierno como herramienta de deslegitimación de la lucha armada.
La novedad de los grupos pacifistas locales que terminarían dando lugar a la Coordinadora de Gesto por la Paz de Euskal Herria sería su voluntad de movilización permanente, su autonomía de los partidos, la condena de todas las violencias, la búsqueda de consensos por encima de la división entre nacionalistas y no nacionalistas, por ejemplo usando el bilingüismo y Euskal Herria como marco territorial, y un fuerte componente de base y de autoorganización popular. Gesto priorizaba formar grupos locales que dieran la cara en sus pueblos y barrios, construyendo liderazgos y referentes comunitarios, a las grandes movilizaciones, más anónimas, en Bilbao o San Sebastián, a las que también recurrió en determinados momentos y con notable éxito. La idea era disputar la calle a la izquierda abertzale y escenificar que el rechazo a la violencia política era mucho mayor de lo que se suponía entre la sociedad vasca. En ese disputar la calle también estaba cuestionar el monopolio de la denuncia del terrorismo de Estado por parte de Herri Batasuna. La guerra sucia contra ETA practicada durante los Gobiernos de Felipe González, lejos de derrotar a la organización independentista, había supuesto un elemento de relegitimación de la lucha armada. Por eso, en paralelo a los primeros juicios de miembros de los GAL, y ante el temor a un juicio que solo arañara la superficie del caso, Gesto iniciará una campaña por el esclarecimiento de los crímenes y la depuración de responsabilidades políticas bajo el significativo lema de «Si la democracia mata, la democracia muere». Molesta porque se entrara en lo que consideraba su terreno, su patrimonio político y sus víctimas, la izquierda abertzale boicotearía los actos de la campaña contra los GAL, llegando incluso a la agresión física de los militantes de Gesto durante un acto en Bayona.
La organización busca romper la política de bloques, aislar el apoyo a la violencia, desvincular el rechazo a la violencia de una opción política concreta y generar una mayoría transversal, de nacionalistas y no nacionalistas, en favor de la paz y los derechos humanos. Por eso, en 1994 Gesto se pronuncia también a favor de un acercamiento de los presos de ETA a cárceles vascas, denunciando que la política de dispersión penitenciaria supone un doble castigo para presos y familiares, así como un lastre para lograr su reinserción.
No todo el independentismo reacciona de igual manera al crecimiento de Gesto por la Paz. Sectores de la izquierda abertzale cada vez más incómodos con el apoyo incondicional a ETA fundan a finales de 1992 Elkarri, una organización de mayoría nacionalista, pero favorable a una solución pacífica y dialogada del conflicto vasco. Gesto y Elkarri llegarán a realizar varias colaboraciones conjuntas, como actos en defensa de los derechos humanos y contra la política penitenciaria del Gobierno.
El asesinato de Miguel Ángel Blanco y la nueva estrategia de ETA, «la socialización del sufrimiento», van a dinamitar los puentes que Gesto pacientemente había ido construyendo a lo largo de la última década del siglo XX.
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La crisis del pacifismo vasco
El 10 de julio de 1997 ETA secuestra al concejal del PP en Ermua Miguel Ángel Blanco. Tres días más tarde es asesinado tras no haber aceptado el Gobierno de José María Aznar las exigencias de la organización armada. El asesinato provoca un estallido de indignación popular sin precedentes en toda España, pero muy especialmente en el País Vasco. Irene Bonilla explica que «lo excepcional de estas protestas, altamente emotivas, es que movilizaron a personas que no solían ir a las manifestaciones». El estilo contenido y silencioso de Gesto da paso a unas movilizaciones mucho más airadas que señalan y se dirigen contra la izquierda abertzale. En Ermua queman la sede de Herri Batasuna, y también se producen ataques en otras localidades. En Vitoria-Gasteiz la manifestación convocada por Gesto por la Paz acaba con miles de personas descolgándose del recorrido oficial para ir a protestar frente a la sede de HB.
En este contexto de catarsis colectiva, un grupo de intelectuales vascos, bastantes de ellos entonces cercanos al PSE-PSOE, promueven el Foro de Ermua y después ¡Basta Ya!, que une a su denuncia de ETA un ataque a todo el nacionalismo vasco. Los medios de comunicación españoles y parte de los vascos se volcarán con estas nuevas plataformas en las que la reivindicación de «paz» va cediendo terreno a la de «libertad», y que sustituyen el antagonismo violencia frente a paz, por nacionalismo frente a constitucionalismo.
«Gesto creció en un ambiente que era el del Pacto de Ajuria Enea entre nacionalistas y no nacionalistas, pero a partir de 1998 el clima es otro, la polarización es máxima, y nosotros pasamos al ostracismo. Sufrimos críticas muy duras, se nos acusó incluso de flojos y entramos en un contexto muy complicado», explica Urkijo.
Con Euskadi fracturada en dos bloques, el PP y el PSE-PSOE en uno, y el PNV, HB, Eusko Alkartasuna, IU-Ezker Batua, Batzarre y Zutik en otro, Gesto queda en tierra de nadie, ya que ni se suma al autroproclamado constitucionalismo ni al Pacto de Lizarra y el Plan Ibarretxe. En ese tiempo, la organización, que pierde foco y protagonismo y es incluso cuestionada como «ambigüa» por parte de populares y socialistas, encuentra una nueva vía de intervención en el apoyo a las víctimas de ETA y de otros grupos armados. Muy invocadas, pero escasamente atendidas, la organización les prestará soporte para, por ejemplo, reclamar las indemnizaciones económicas contempladas en la ley. Unas ayudas a las que muchas víctimas y familias desconocían tener derecho.
En su estudio histórico sobre Gesto por la Paz, Irene Bonilla señala la progresiva pérdida de afiliación y de capacidad de marcar agenda que va experimentando el colectivo con la entrada en el siglo XXI: «Aunque siguieron convocando a decenas de miles de personas, e incluso a la clase política en sus manifestaciones de enero, los gestos se volvieron por lo general invisibles». Pese a todo, el colectivo resistiría una década más, movilizándose en defensa de la paz, los derechos humanos y la convivencia democrática hasta el 4 de mayo de 2013, dos años después del alto al fuego permanente de ETA, cuando la asamblea de Gesto por la Paz acordará su autodisolución con el 97% de los votos a favor y ningún sufragio en contra.
El documental Gesto (2022), de Xuban Intxausti, recoge la historia de un grupo pionero en denunciar las violencias políticas en el País Vasco y rechazar que estas se hicieran en nombre del pueblo vasco. Con ETA ya en los libros de historia, pero el relato sobre su desaparición todavía en disputa, cabe preguntarse qué importancia tuvo, por tanto, el pacifismo en el definitivo final de la violencia política en Euskadi. «Ni tan importante como dicen algunos, ni tan poco como quisieran otros», concluye Txema Urkijo.