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Literatura escrita por fotógrafos

Conversación Eduardo Momeñe | Paco Gómez

Eduardo Momeñe y Paco Gómez comparten algo insólito dentro del panorama fotográfico: ambos utilizan la imagen para construir ficciones en torno a la fotografía, lo que les lleva a escribir libros en los que juegan con la ambigüedad entre realidad y ficción. A raíz de Eduardo Momeñe. Retratos y otras ficciones, la mayor exposición hasta la fecha sobre la obra del fotógrafo bilbaíno, que se pudo ver en el Círculo hasta el pasado enero, los citamos para que hablaran de todo lo que les une y les invitamos a que se trajeran la cámara para retratarse el uno al otro.

EDUARDO MOMEÑE

El tema que nos ha traído aquí es la integración de la literatura y la fotografía. Me ha alegrado enormemente esta propuesta de Minerva de juntarnos para conversar sobre ello, ya que tu obra, Paco, es una de las más sólidas que conozco en este aspecto. Tienes una gran solidez como escritor y como fotógrafo. Soy un incondicional de Kafka y de tu Kafka [se refiere al libro Proyecto K.]. Para mí es muy estimulante y gratificante ver la fotografía integrada con la literatura, porque tanto la fotografía como la literatura tienen un gran potencial integradas. Esa interacción entre palabra e imagen no solo es un gran presente, sino también un gran futuro.

PACO GÓMEZ

Compartimos también el amor por la historia de la fotografía integrada en la literatura. Sin haber tenido contacto, hemos llegado casi a la misma conclusión: hay un arma muy potente, pero muy poco utilizada en la historia, que es la literatura escrita por fotógrafos que hablan de fotografía. Ha habido experimentos entre escritores y fotógrafos; por ejemplo, la colaboración entre Gay Talese con Bruce Davidson en El puente. Cuando leí el libro de Eduardo Las fotografías de Burton Norton. Un relato de W. G. Jones, vi que hacíamos lo mismo.

EDUARDO MOMEÑE

Tiendo a dos tipos de fotografía: una en la que no busco palabras de una manera explícita, una fotografía que se enmarca con un buen cristal y se cuelga en una pared, y otra en la que la imagen interactúa con la palabra. Me gusta poner como ejemplo de esta última A sangre fría, la novela en la que Truman Capote se explayó hablando de aquellos dos asesinos en Kansas. En un momento dado, Capote se dio cuenta de que nadie sabía cómo eran Perry Smith y Dick Hickock físicamente, por lo que llamó a su amigo Richard Avedon para que hiciera el «fotomatón» y la gente supiera cómo eran. En A sangre fría nos encontramos con dos libros diferentes: uno es un libro de fotografías de Richard Avedon con un pie de foto de cuatrocientas páginas de Truman Capote –la extensión de un pie de foto puede ser de una palabra o de cuatrocientas páginas–, y el otro es una novela de Capote ilustrada con fotografías de Avedon. En este sentido, una de mis grandes influencias es la obra de W. G. Sebald.

PACO GÓMEZ

Cuando empecé el proyecto de Los Modlin, me ponían a Sebald como ejemplo. Sin embargo, no conecté demasiado con él como fotógrafo, pero sí como escritor. Su fotografía está algo menospreciada en sus libros. No me gusta cómo están maquetadas las imágenes. Para Los Modlin yo quería otro tipo de tratamiento, que las imágenes se vieran dignamente. Aún así, Sebald es uno de los pocos referentes mundiales de ese nicho que apenas se utiliza.

En mi opinión, la razón de utilizar la palabra para la fotografía radica en que la fotografía es un contenedor de emociones, de historias… La simple observación de una foto trae consigo muchas reminiscencias. La fotografía tiene el poder mágico de congelar un momento en el tiempo con todo lo que hay. La cámara no discrimina: capta todos los detalles. De ahí que toda esa cantidad de información que contiene una fotografía, a poco que la observes, pone en marcha tu imaginación y al final te conduce a la literatura.

Para mí, todos los libros acaban en fotografía. Cuando lees un libro, no guardas una sucesión de palabras, sino de las imágenes que te ha generado el leer aquellas palabras. Cuando leemos El Quijote, estamos viéndolo en imágenes y solo nos sabemos el párrafo inicial. Pero toda la literatura intenta conseguir que construyas una película en tu cabeza; es decir, una sucesión de imágenes.

EDUARDO MOMEÑE

Esa es la aportación de la literatura: te da imágenes que no puedes ver pero sí imaginar. A partir de las imágenes se crea un mundo. Las fotografías son un comodín perfecto. Te permiten decir lo que quieras a partir de ellas.

PACO GÓMEZ

Cuando yo leía tu Burton Norton, tenía la sensación de que me estaban engañando, de no saber lo que pasaba realmente, y eso me encanta. Es un libro hipnótico. Puedes entrar en él por cualquier lado y leer solo un fragmento; una píldora que se te mete en la cabeza. Yo no tengo una idea en conjunto de todo el libro, sino que entro y me sumerjo durante un rato en un sueño. Las imágenes llevan al lector a pensar que no pueden ser de aquella época [el siglo XIX]; son claramente actuales. Pero da igual, no tiene importancia. Estás tan metido en la historia que participas del juego.

EDUARDO MOMEÑE

Tampoco es confiable W. G. Jones, el narrador de Burton Norton. Él es con quien más me identifico. Burton, el fotógrafo, es el maestro del cual aprendo. Por suerte, en mi vida he tenido algunos maestros. Me interesaba ese joven, que sale de casa, como yo, a ver si aprende algo… Una de las cosas buenas que seducen de la fotografía es que puedes jugar con la realidad, enfrentarte a ella. Cuando hablamos de Photoshop, lo vivo como un medio pictórico para manipular fotografías, pero entiendo la fotografía como una herramienta extraordinaria para manipular la realidad. Y también hay algo que considero importante: su posibilidad irónica, ese lenguaje, en mi opinión apasionante, con el que podemos jugar. Lo que realmente me interesa son las posibilidades de su lenguaje.

PACO GÓMEZ

También compartimos algo que es inusual: la autoedición. Los dos nos autoeditamos nuestros propios libros [Paco Gómez en Fracaso Books y Eduardo Momeñe en AfterPhoto].

EDUARDO MOMEÑE

La autoedición me permite hacer ediciones diferentes de un mismo título. De las distintas ediciones de mis libros, ninguna es igual a la anterior. Siempre hay algo nuevo que quiero añadir o modificar… Y, por supuesto, me permite tener un control sobre mis libros.

PACO GÓMEZ

Además, no tienes que dar cuentas a nadie. Puedes cometer un error, pero es tuyo, lo que te da una ventaja brutal. Por ejemplo, a mí me gusta jugar con Los Modlin. Cuando empecé con el proyecto, la editorial Blackie Books me dio un adelanto, pero la cosa se ralentizó en el tiempo. Yo cumplía con las entregas, pero la editorial estaba creciendo mucho en ese momento y sentí que me menospreciaban. Después de dos años, les di un ultimátum de cuatro o cinco meses y, como no me llamaron, pasado ese tiempo les devolví el anticipo y decidí autopublicarme. Quise hacer un libro en cuatricromía (ahora ya no los hago así), lo que suponía mayor coste. Las imprentas que conocía por mi escasa experiencia en el mundo editorial eran caras y me pedían un dinero que no tenía. Entonces, decidí lanza una campaña de crowdfounding en Verkami.

A pesar de que nadie sabía cómo escribía, conseguí 21.000 euros. Ya había ganado dinero sin que la gente supiera si el libro molaba, porque había creado expectativas y confianza. A partir de entonces, me hice experto en campañas de crowdfounding . Llevo más de veinte y por ahora todas han salido bien.

Yo he llevado mi libro en persona a las librerías. Seguramente, estando en una editorial y teniendo un distribuidor, habría vendido 60.000 ejemplares, en lugar de 9.000, pero no me compensa publicar en una editorial. Prefiero tener la libertad de tardar tres años en sacar otro libro o de hacer dos libros en tres meses. Como he dicho, con la autoedición no tienes que dar cuentas a nadie y tú mismo defiendes tus propios libros en la medida de lo que puedes. Además, el beneficio es para ti. El beneficio de los ejemplares que vendemos por Internet es íntegramente para nosotros. Al autopublicarte, también eres consciente de que el libro no deja mucho margen. Quienes publican en una editorial y se quejan, si se convirtieran en editores, verían que la guinda del pastel está en hacerlo todo. Cuando alguien me llama para publicar en mi editorial, siempre les digo que es una tapadera para publicar mis propios libros.

EDUARDO MOMEÑE

En mi caso ocurre lo mismo: mi editorial es una tapadera para publicar mis libros. Los dos hemos tenido suerte en el arranque. Tú hiciste Los Modlin, que pegó automáticamente. Y yo tuve mucha suerte con La visión fotográfica. Nunca lo hubiera pensado. La idea surgió cuando se me ocurrió ordenar y publicar apuntes que utilizaba en mis clases. Lo autopubliqué pensando que solo lo comprarían unos pocos interesados en la fotografía. Recuerdo que fui a la librería La Central con tres ejemplares debajo del brazo. Era una sensación rara, porque ya no era un chaval de veinte años (risas). Hubo suerte y funcionó. Es el título que mantiene a los otros.

PACO GÓMEZ

Para mí es Los Modlin. En la segunda parte [Los Modlin. Capítulos finales, 2024], empiezo así: «Yo he hecho cinco libros, que a mí me gustan y han tenido mucho éxito, pero no tiene nada que ver con el dinero».

EDUARDO MOMEÑE

Yo no llegué a tu obra por la fotografía, sino por la literatura. Tus libros tienen un recorrido muy exterior al mundo fotográfico. En el caso de Burton Norton, nunca pensé que lo comprarían fotógrafos. Es un libro que pienso que está en otro lugar. No es un libro sobre fotografía como La visión fotográfica, sino que es una novela con fotos. No habría nada extraño si no estuvieran las imágenes, sería simplemente una novela, donde te puedes permitir toda la ficción que desees. El problema es cuando aparecen las fotos, que advierten al lector: «Cuidado, que lo que crees que es ficción, no lo es. Mira la foto. Las fotos no son ficción; están ahí». Esa idea es muy divertida. Para gente sin un cierto sentido del humor no funciona.

PACO GÓMEZ

Fontcuberta también tiene ese punto, pero es más arty.

EDUARDO MOMEÑE

Su «seriedad» quizá es otra, desde un punto de vista conceptual. En todo caso, siempre estamos en ese juego ambiguo de realidad-ficción.

PACO GÓMEZ

En los libros intento hablar de abandonar la fotografía sin ponerme serio. Pero es una de las cosas que me interesan. Cuando trabajaba en el laboratorio con Castro Pietro, él se lamentaba de que Cartier-Bresson hubiera dejado la fotografía por la pintura. Yo le decía que la obra principal se hace de joven, debido a la fuerza que se tiene en ese momento. Con el paso del tiempo, me pasa lo mismo que a Cartier-Bresson: me gusta la fotografía, sin embargo, cada vez me gusta menos hacer fotos. Me ocurre también en los viajes; ya no disfruto como antes haciendo fotos. Creo que se debe a que todo lo hemos visto. Cuando haces una foto, te vienen referentes de cosas que has visto. Muchos de los proyectos que veo parecen hechos en el siglo XIX. Hay muy pocas cosas en la fotografía actual que me llamen la atención. Lo mismo me ocurre con los libros de fotografía: lo compras y acabas la experiencia en dos minutos, mientras que por menos de diez euros te abonas a Filmin y tienes una cantidad de experiencias brutales.

Lo que también me interesa de los libros es alargar esa experiencia. Proporcionar una experiencia fotográfica, pero que no se vea de una sola vez. Es una de las cosas que no dan los fotolibros. Hay quien se queja de que en España no existe cultura visual para disfrutar de un fotolibro, pero yo creo que el reducido número de lectores de fotolibros se debe a que son objetos de lujo que no todo el mundo puede consumir.

EDUARDO MOMEÑE

Ambos reivindicamos un uso culto de la fotografía. Es importante para el fotógrafo esa cultura en tantos órdenes que se le exige al escritor; un escritor sin una sólida cultura es impensable. Quizá ahora la fotografía se encuentra en una situación algo incómoda. Se escucha que es muy popular, ahora todos hacemos fotos… Pero no estoy seguro de que la fotografía sea popular, pienso que continúa siendo una gran desconocida. Esa supuesta popularidad responde más a un fenómeno simplemente sociológico que fotográfico. Es bueno que nos aislemos de ese mundo plagado de imágenes que poco tienen que ver con la creación fotográfica. Pienso que debemos salvaguardar una cierta fotografía de esta avalancha de imágenes.

Lo que me llevó a la fotografía no fueron referencias estrictamente fotográficas. La literatura siempre ha estado ahí presente. De hecho, hay obras concretas que han influido directamente en mi trabajo fotográfico, y sin duda en mi interés por interrelacionar la palabra y la imagen fotográfica. Antes de todo ello, indudablemente, el interés me viene porque mi padre era un gran aficionado a la fotografía y el cine. No se dedicaba a la fotografía, su profesión era otra, pero los fines de semana salía con su cámara. Yo era el niño que veía a su padre haciendo fotos.

PACO GÓMEZ

Mi pasión por la fotografía viene por casualidades. A mí me pasa lo contrario: lo que me lleva hasta ella es la ausencia de imágenes. Mis abuelos eran agricultores. No hay ninguna foto de ellos trabajando o en su época, solo la típica foto del carné de identidad. Otra cosa que me obsesionaba es que no tenía fotografías de mi infancia en movimiento. Solo una, en una capea, que me vi de lejos. Fue la primera vez que me vi desde fuera. Eso me interesaba. Otra cosa fue la portada de un libro de viajes de un fotógrafo anónimo. En el último libro que he publicado [Agencia de detectives zurdos] le dedico un capítulo entero a esa foto.

Además de la ausencia de imágenes, me lleva a la fotografía idolatrar ciertas imágenes de la infancia, algunas de la televisión. El momento crucial fue cuando estudiaba en la Escuela de Caminos y vi salir una imagen de la cubeta del revelador. Es un momento mágico, alucinante. Cuando ves que en el papel blanco empieza a aparecer algo, pero todavía no sabes… Luego empiezas a ver las formas y se construye la imagen con esa atmósfera de luz roja… Todavía me sigue emocionando. ¿Qué me hubiera pasado si hubiera visto una cámara oscura, como he visto, por primera vez, hace poco? No tiene parangón con la alta definición ni con nada.

EDUARDO MOMEÑE

El laboratorio es pura magia, ese ritual que posee el proceso. El olor a revelador siempre me pareció más erótico que el Chanel n.º 5.

PACO GÓMEZ

Y el tiempo que se perdía en los laboratorios... Entonces el tiempo tenía otra densidad. Recuerdo que usaba el laboratorio de la Escuela de Caminos y a veces salía a las diez de la noche con cuatro pruebas malas y una sensación de fracaso que me hacía preguntarme: «¿Para qué hago esto?». En el laboratorio se fracasa mucho, y es algo que me encanta. Me gusta mucho preguntarme por qué hago algo. Incluso cuando escribo, me gusta plantearme: «¿Esto le va a interesar a alguien?». Me gusta más la sensación de fracaso que la del éxito (risas).

EDUARDO MOMEÑE

El laboratorio podía ser en ocasiones muy frustrante, pero ahí estaba el placer de estar aislado del mundo, todo oscuro y en silencio… no siempre (risas). No tengo absolutamente nada en contra de lo digital, de hecho es un privilegio; entre otras muchas cosas supone una gran comodidad. En definitiva, la fotografía es un mundo apasionante de lentes, de alquimia, de cámaras oscuras, de revelaciones (de ahí el término «revelador»), más de sombras que de luces. La cámara oscura ha sido una herramienta mágica durante siglos. Toda esa magia que compartimos es una parte importantísima de la fotografía. Tan solo hay que añadirle las palabras correctas.

PACO GÓMEZ

Yo tampoco tengo nada en contra de lo digital. La prueba es la cámara que he traído [una Fujifilm XY5; Momeñe trajo una SONY R100]. Pero hay algo que distancia mucho. Nosotros, que hemos sido jurados en numerosos concursos de fotografía, antes, aparte de la visión fotográfica, también contaba la labor como positivador, qué técnicas se conocían, las imperfecciones de la foto… Todo eso sumaba a la hora de valorar una fotografía. Ahora, debido a la perfección en la salida del digital, en los concursos de fotografía ya no se puede evaluar esa parte. Era muy interesante porque otorgaba una personalidad distinta a cada fotógrafo. Hoy el resultado es mucho más monótono. Dentro de que lo otro tenía su punto de cutrez, era muy artesanal. Sin embargo, la artesanía prácticamente se ha perdido.

EDUARDO MOMEÑE

Mi percepción quizá sea muy personal, pero yo veía que la fotografía analógica «tocaba» más la realidad; son fotografías más «reales». El gran reto es conseguir mediante lo digital este «tocar» lo real… No quiero que la realidad se vaya de la imagen, que toda esa parte documental de la fotografía desaparezca. Soy de los que piensan que no me hubiera importado demasiado que la fotografía se hubiera acabado con el siglo XIX. En mi opinión, toda la fotografía está ya en el siglo XIX. Me refiero a todo el extrañamiento que la fotografía lleva consigo, a toda su alteridad, eso ya estaba ahí. En cualquier caso, es una forma de hablar.

PACO GÓMEZ

Yo también, pero incluiría a Cartier-Bresson. Disfruto mucho viendo sus imágenes, porque son composiciones mágicas en movimiento. Me interesa mucho la parte del siglo XX, cuando las cámaras se hacen móviles. El cambio, en mi opinión, llega en el momento en el que se le pierde el respeto a la cámara. Ahí es cuando la fotografía me deja de interesar. Al disponer todo el mundo una cámara en su móvil, ya no hay respeto por la fotografía. Hoy la actitud ante la cámara es siempre la misma, hay una serie de normas que funcionan como plantillas. Comparto contigo la opinión de que todo está en el siglo XIX.

EDUARDO MOMEÑE

Sin duda, hay que recuperar ese respeto por la cámara. Es una herramienta muy compleja.

EXPOSICIÓN EDUARDO MOMEÑE. RETRATOS Y OTRAS FICCIONES
24.10.23> 21.01.24

COMISARIADO EDUARDO MOMEÑE
ORGANIZA CÍRCULO DE BELLAS ARTES