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Guerra de Ucrania. Entre militarización y pacifismo en Europa

Debate Rafael Grasa | Alba Leiva | Xan López | Jorge Tamames

Los ponentes Rafael Grasa, Alba Leiva, Xan López y Jorge Tamames. © Miguel Balbuena

Desplazada de la primera plana por la masacre en Gaza, la guerra de Ucrania atraviesa su momento más difícil desde la invasión rusa, en febrero de 2022. Los dirigentes europeos hablan cada vez más de militarización y el gasto destinado a defensa aumenta en Europa. Sobre estos temas y las alternativas que puedan equilibrar la militarización con el pacifismo fundacional de la Unión Europea hablaron Alba Leiva, redactora de El Orden Mundial, el politólogo y profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad Autónoma de Barcelona Rafael Grasa y Xan López, editor de la revista Corriente Cálida y experto en economía política climática. El debate, moderado por el politólogo Jorge Tamames, se celebró dentro de Los miércoles del Grand Continent y el Círculo de Bellas Artes.

Jorge Tamames

Cuando estalló la crisis en Gaza, lo primero que se dijo es que desplazaría el foco de la guerra de Ucrania, que quedó parcialmente olvidada en los titulares, aunque parece evolucionar hacia un punto crítico. ¿Es inevitable aumentar el gasto militar en Europa, como sugieren Ursula von der Leyen, Josep Borrell o Margarita Robles? En segundo lugar, ¿cómo reconciliar una postura pacifista con el apoyo a Ucrania?

Alba Leiva

Respecto a la primera pregunta, la cuestión es para qué utilizamos ese gasto militar. Durante los últimos años, Europa lo ha aumentado de manera significativa. Existen variaciones por países: en algunos se han reducido ciertas partidas, en otros ha crecido notablemente. La sensación de amenaza generalizada puede hacer que ese aumento del gasto sea inevitable. Si se entiende en qué se empleará, puede ser incluso positivo. Lo que debemos plantearnos es si los líderes de los países europeos y de la Unión se están haciendo las preguntas adecuadas o si el aumento del gasto se debe únicamente al clima de inseguridad, sin importar en qué se gasta, ni cómo ni cuánto.

Sobre la segunda pregunta, creo que a veces nos equivocamos al pensar que el hecho de que exista una guerra, o que se apoye a un país en guerra, ya implica abandonar una política de pacifismo, cuando en realidad, dentro de lo que se entiende por mantenimiento de la paz, se incluye la legítima defensa, así como también la existencia de unas capacidades de disuasión dirigidas a evitar que esa paz se rompa, comunicando de manera clara que quienes la rompan no deben salir indemnes. Quizá habría que defender de una forma más honesta la conjugación de ambas cuestiones.

Rafael Grasa

«Militarización» significa una exagerada influencia de los factores militares en la organización de la vida política y social. Y el pacifismo es una actitud ética frente a las guerras que a veces se traduce en movimientos sociales, y donde se diferencia entre movimiento por la paz, que está en contra de algunas guerras o de algunas armas, y el pacifismo, que es contrario en general a todas ellas. En los últimos cincuenta años, este último ha pasado por tres grandes fases: no morir (el pacifismo en la etapa nuclear), no matar (el pacifismo diferente, a partir de Eduard Thompson) y, sobre todo a partir de la guerra de Irak [2003], la idea de «no en mi nombre».

Pero vayamos a los hechos: en febrero de 2022 hubo una agresión de Rusia contraria al derecho internacional, como lo fue la invasión de Kuwait por parte de Irak [1990]. Eso permitía usar el artículo 51 de la Carta de Naciones Unidas de legítima defensa, individual y no colectiva, porque Ucrania no es miembro de la OTAN ni de la Unión Europea, ni lo será en los próximos cinco años.

A partir de ahí, hubo una guerra en territorio ucranio y ahora cada vez más también en zonas limítrofes a la frontera con Rusia o en territorio ruso. Otra constatación es que, en los últimos cincuenta años, solo el 10% de las guerras han acabado con la victoria de alguna de las partes. Según un reciente estudio econométrico de 112 guerras, la gran mayoría acaba con un acuerdo, como sucederá en Ucrania, donde no habrá victoria en los próximos años, pase lo que pase con el dinero o el apoyo de Estados Unidos y de otros países. La situación es compleja y ha generado mucha inquietud, sobre todo en la Europa del Este. También ha desequilibrado a la OTAN, que ha pasado a tener 32 miembros, con la adhesión de Suecia y Finlandia. Pero solo podemos entender la guerra de Ucrania si ampliamos la mirada. Hay una guerra y tres conflictos: uno geopolítico, entre China como potencia aspirante a hegemón, y Estados Unidos, hegemón en decadencia, con Rusia a mucha distancia. El segundo conflicto es en el espacio euroasiático, y el tercero, que lleva años de disputas, se da en el espacio postsoviético.

Yo no creo que el aumento del gasto en armamento sea inevitable, pero sí es altamente probable que se siga produciendo, porque la Unión Europea ha tirado la toalla y ha comprado la visión geopolítica de Estados Unidos, que no le conviene ni a medio ni a largo plazo. Cuando nos despertemos de este mal sueño, y pase lo que pase en Ucrania, Rusia seguirá estando donde estaba, ahí al lado, y habrá que tener relaciones con ella. Por tanto, hay que pensar qué hacer al respecto y no engañar a la gente. El rearme, en el caso de la OTAN, tiene más que ver con el miedo de Europa a que Trump gane las elecciones y cumpla su promesa de irse de la OTAN.

Me gustaría añadir que los acuerdos de paz son muy complicados, pero hay que impulsarlos, y la UE no lo está haciendo.

Manifestación en Odesa, Ucrania, contra la invasión rusa del Donbass, 2014
Xan López

Antes de contestar a las dos preguntas, un pequeño preludio. Este tema se puede enfocar desde muchas perspectivas, y yo quiero hacerlo desde la de la izquierda española, tratando nuestras tradiciones, miedos y fobias y nuestras particulares formas de pensar. En esta materia, España necesita una postura propia, que no sea subalterna de las dominantes, que son muy variadas. El mundo se está dividiendo en una confrontación de bloques cuyos intereses no convienen a las personas que nos sentimos de izquierda. Partiendo de esa base, creo que necesitamos salir de la posición de repliegue teórico y político en la que nos encontramos. Desde la caída del Muro de Berlín la izquierda se siente desorientada respecto a lo que quiere y a cómo conseguirlo. Esa desorientación y ese repliegue la llevan muchas veces a posturas que se quedan en la mera denuncia de lo que ocurre en el mundo, en la política internacional o en los conflictos militares. Los «No a la guerra», «Alto el fuego», «Alto el genocidio», son necesarios, justos y éticos, pero impotentes, en la medida en que no van más allá de la denuncia moral.

Considero necesario hacer una propuesta en positivo, de acción, de orientación estratégica. Esto enlaza con el manoseado e interminable debate sobre la autonomía estratégica, que en abstracto funciona como un lugar común muy socorrido en el que refugiarse, pues uno puede defender que desea la autonomía estratégica de, por ejemplo, Europa, y a la vez rechazar cualquier paso concreto que lleve a una autonomía estratégica real. Así que, para mí, la pregunta sería esta: ¿cómo podemos, desde la izquierda, construir una estrategia posible o deseable? Para responder a esta cuestión y avanzar en autonomía estratégica es necesario tratar de conciliar la postura antimilitarista con lo que yo prefiero llamar el enfoque geopolítico, pero también con otra posición que denominaré nacional-popular; tres tendencias que, abordadas por separado, tienen elementos que las hacen necesarias, justas y defendibles, pero que son, en principio, imposibles de aplicar simultáneamente.

La tendencia antimilitarista se opone al gasto militar excesivo, superfluo y antisocial. Entiende que es una manera de captación de los intereses del Estado o del gasto público, a veces en detrimento de otro más deseable, y que conlleva el peligro, casi inevitable, de que se desarrollen unas capacidades militares susceptibles de ser utilizadas por intervenciones militares expansionistas o imperialistas. En la era nuclear, tenemos un peligro aún mayor de escalada militar que puede llevar a la desaparición de la humanidad. Esta postura antimilitarista está muy afianzada en la izquierda. De hecho, en los discursos sobre la guerra estas cuestiones surgen constantemente.

La tendencia en principio opuesta, la que estoy llamando geopolítica, se centra en los intereses de los Estados y en la posible confrontación entre Estados a largo plazo. En ese sentido, la invasión de Ucrania supone una violación del derecho internacional sin precedentes en la Europa de las últimas décadas, que causa miedos muy justificados y reales en muchos países del Este y Norte de Europa, así como en los países bálticos. A nosotros nos queda más lejos, pero no es una cuestión de la que debamos desentendernos: tenemos que involucrarnos y hacernos cargo de esta situación que rompe las expectativas europeas de seguridad.

La tercera y última tendencia, a la que he llamado nacional-popular, también entra en conflicto con las dos anteriores. Entiende que cualquier pueblo agredido o invadido tiene el derecho legítimo de defenderse utilizando todos los medios a su alcance, algo que no suele cuestionarse. Sin embargo, sí se cuestiona qué obligaciones nos impone al resto, planteándose en qué medida podamos o debamos ayudar al agredido, moralmente, materialmente o incluso enviando tropas.

Es muy difícil alcanzar una postura que recoja elementos de estas tres tendencias en conflicto para avanzar hacia una propuesta política que pueda ser de mayorías. Pero, en mi opinión, si cada una elimina o limita sus aspectos más extremos, se podría llegar a un consenso de mínimos que respete las diferentes sensibilidades. Creo que así puede construirse una propuesta de izquierdas para la autonomía estratégica europea y también para la guerra de Ucrania.

Creo que el debate que plantea el antimilitarismo, y esto responde a la pregunta acerca del gasto militar, es, hasta cierto punto, falso, ya que la cuestión no es tanto gastar más dinero sino cómo. Pensar en cómo hacerlo puede romper ciertos bloqueos: gastar en unificar estructuras operativas y de mando, en armonizar protocolos y formas de funcionamiento y en armonizar la política industrial europea para que, entre otros intereses, sirva a los de defensa. Esta es una postura que aúna sensibilidades diversas, siempre que logremos atajar el miedo al expansionismo y la agresividad militar. Esto podría ir acompañado de un mandato de autodefensa para la estructura militar integral europea, un tipo de legislación por la cual se acuerde que los ejércitos solo pueden actuar en defensa de los Estados miembros.

Pancarta contra la guerra en una manifestación en Somerville, Massachusetts, Estados Unidos, 2020

Desde la perspectiva geopolítica, mi propuesta es que se aproveche esta crisis tan grave como un primer paso para un proceso de integración política real en la UE, incluso como preludio de un proceso constituyente, algo que se lleva intentando hacer desde hace mucho tiempo, pero de forma infructuosa. También se podría reforzar la autonomía de la OTAN, no solo por una cuestión de principios, sino por la posibilidad de que desaparezca o se vea gravemente inutilizada a corto o medio plazo.

Para el enfoque nacional-popular es fundamental defender tanto el derecho internacional como el derecho a defenderse de los pueblos agredidos. El primero es imperfecto en muchos sentidos, pero la alternativa es la ley del más fuerte, que no beneficia a casi nadie. Es un enfoque importante para España, a la hora de intentar mantener una postura mínimamente coherente en la guerra de Ucrania y en la agresión a Gaza. Puede ser una baza importante en el avance hacia la autonomía estratégica en las crisis militares. Espero que todo ello pueda dar pie a debates fructíferos en la izquierda y a superar ciertos bloqueos que nos condenan a la subordinación a intereses que no nos convienen.

Jorge Tamames

Dependiendo del año, la autonomía estratégica europea goza de mejor o peor salud. En 2022 se dijo que había muerto porque, en el apoyo a Ucrania, Europa iba a rebufo de la Administración Biden. Sin embargo, ahora nos encontramos con la posibilidad no menor de que Trump vuelva a la presidencia y cambie completamente la orientación de Estados Unidos en este conflicto y, por tanto, Europa se desmarque. ¿Cómo ha afectado la guerra de Ucrania a este proyecto de una Europa con autonomía estratégica respecto a Estados Unidos? ¿Realmente está desarrollando esas capacidades, o la autonomía depende de quién ocupe la Casa Blanca y, como la política exterior de Estados Unidos no es coherente, Europa alterna entre momentos de relativa autonomía o discrepancia y otros de alineamiento?

Rafael Grasa

No tiene mucho sentido hablar de autonomía estratégica si no sabes cuál es la estrategia. En Alicia en el país de las maravillas, hay un momento en el que Alicia está perdida y le pregunta al gato de Cheshire hacia dónde debe ir. El gato le dice: «Eso depende de dónde quieras ir». Ella le contesta que no lo sabe, a lo que el gato responde: «Entonces, da igual el camino». La UE no sabe dónde va. Sigue hablando de transición energética para 2030, cuando es imposible. En julio hay que aprobar un documento sobre la visión estratégica de la Unión en los próximos cinco años. Los borradores que se manejan son absolutamente decepcionantes. La Unión Europea comenzó a hablar de crear una comunidad europea de defensa en los años cincuenta, cuando fracasó por primera vez –entonces, por la negativa de Francia– y desde entonces no ha avanzado demasiado. La autonomía estratégica también es tecnológica. En este momento, hay cuarenta minerales estratégicos y raros en el mundo y la UE solo tiene minas de tres de ellos. Se está insistiendo mucho en distanciarse de China, pero no podemos prescindir de algunos elementos que nos proporciona.

Europa ha dado muestras de tener capacidad para construir autonomía estratégica, como demostró con la compra unificada de vacunas durante la crisis del covid. El segundo ejemplo es la autorización de mecanismos de crédito y compra de armas para Ucrania, aunque este es más discutible, ya que ha habido posiciones muy diferentes. Sin embargo, los documentos que se están utilizando para el desarrollo de autonomía estratégica son muy defectuosos. Lo primero que hay que pensar es que Rusia estará siempre ahí y que su cultura de seguridad es diferente a la nuestra. Recordemos los problemas que ha habido con las ampliaciones al Este: lo de Hungría se sabía que iba a pasar; Polonia, de momento, se ha resuelto con Tusk en el poder… En la UE existe un debate constante entre profundización y ampliación, y siempre gana la ampliación. Si no hay un cambio en la toma de decisiones, no es posible alcanzar ninguna autonomía estratégica. Las decisiones importantes se siguen tomando a veintisiete, por unanimidad. Eso tiene que cambiar.

En general, soy escéptico con lo que pueda pasar, porque el Consejo Europeo, el Consejo de Ministros y la Comisión, por decirlo brutalmente, se están contagiando del gran defecto del Parlamento Europeo, que es politológicamente un talking shop. La Unión Europea se está convirtiendo en una tertulia que luego no es capaz de ejecutar las cosas que anuncia retóricamente. Y lo digo como europeísta militante, absolutamente convencido. La solución es más integración, pero para eso hay que ceder soberanía. Ese elemento nacional popular que planteaba Xan, que hoy se encuentra sobre todo en los países del Este, está dificultando las cosas.

Alba Leiva

Cuando hablamos de la Unión Europea frente a Ucrania debemos ir más allá del conflicto y preguntarnos qué mundo queremos, pero los líderes europeos esquivan esta pregunta. Xan ha mencionado la cuestión de que el derecho internacional es imperfecto, pero es nuestra única herramienta para defender un sistema internacional pacífico. Volviendo al gasto militar, podemos plantearnos aumentarlo, si eso nos lleva a avanzar hacia el mundo que queremos construir. ¿Cuál es la estrategia? ¿Cuál es el mundo queremos construir? ¿Qué universalismo queremos defender? Cuando defendemos a Ucrania, defendemos que Rusia está violando el derecho internacional y, por tanto, debe ser castigada. Al preguntarnos cómo se castiga a Rusia es cuando nos adentramos en mayores discusiones.

La autonomía estratégica es defensa y también, como ha explicado el profesor Grasa, una cuestión económica, de transición energética. La lucha por los recursos, por las materias primas estratégicas, incluso por mantener un cierto bienestar de los ciudadanos con la cuestión de la gran crisis climática de fondo, lleva a los países y a la UE a ser en exceso pragmáticos y velar por los propios intereses, lo que también puede acabar degradando el derecho internacional. ¿Cómo conjugar el interés nacional estratégico con ese mundo ideal y pacífico que queremos lograr? Eso es lo que se tiene que plantear la Unión Europea. Me interesa la línea de una mayor integración, pero pienso que es más factible en términos económicos que en defensa, un ámbito que conserva una lógica nacional. Ahora bien, creo que hay fórmulas intermedias.

Cuando hablamos de la guerra en Ucrania y nos preguntamos por qué queremos aumentar el gasto en defensa, podemos responder, simplificando mucho, que para ser más eficaces a la hora de evitar retrasos en la entrega de munición o porque no nos podemos fiar de Estados Unidos, cuyos bloqueos en el Congreso hacen que la ayuda no llegue y que cada vez esté más cerca la derrota ucraniana, con las consecuencias psicológicas que supone para un país el que le hayas prometido todo y, de repente, se le retire esa ayuda o empiece a planteársele la rendición. Debemos coordinar esfuerzos, quizá no tanto para avanzar hacia esa UE de la defensa, que parece muy lejana, pero sí para crear opciones intermedias que respondan a la urgencia del momento. Hay que establecer una estrategia largoplacista, pero, sobre todo, hay que responder a los retos del corto plazo, que son los que van a determinar el mundo de hoy y el que queremos para mañana. Y, sobre todo, no debemos minusvalorar la importancia de la disuasión.

Sin duda, es muy importante plantearnos cómo será nuestra relación con Rusia. Pero si queremos ir a ese mundo que respeta el derecho internacional, deberíamos avanzar hacia un escenario en el que sea Ucrania quien decida que haya negociaciones con Rusia. En los escenarios tan pesimistas que manejamos hoy no parece posible, pero sería lo mejor.

Jorge Tamames

¿Cómo se concilia nuestra posición de apoyo a Ucrania y el envío de material defensivo, proclamando que es una decisión ética que responde a una agresión al derecho internacional, con la política apocada, cuando no directamente cómplice, de muchos Gobiernos europeos ante lo que está sucediendo en Gaza? ¿Dónde deja eso a nuestros valores universales? Y una segunda cuestión: ¿de qué cosas deberíamos hacernos cargo, en tanto que europeos, si tuviésemos una acción exterior más cohesionada? Me refiero a la cronificación de la guerra de Ucrania, y entronca con lo que acaba de comentar Alba: ¿en qué medida es legítimo que, como europeos, tengamos una visión de lo que para nosotros sería una paz aceptable para todas las partes? ¿Plantea esto un cierto riesgo ético, ya que son los ucranianos quienes deben decidir hasta qué punto y cómo defenderse?

Rafael Grasa

Cuando se habla de derechos humanos y universalismo, existen diferentes visiones. Estamos en un momento de desoccidentalización profunda del mundo, y es un proceso que se incrementará en los próximos treinta años. Hemos perdido legitimidad y credibilidad. Demográficamente, no somos nada ni lo vamos a ser. La Unión Europea necesita entre sesenta y ochenta millones de trabajadores. Sin ellos no hay sistema de pensiones que funcione ni impuestos para políticas públicas. Sin embargo, tiene grandes problemas relacionados con la migración. Desde la crisis de los migrantes de 2011 y 2012 está actuando en contra de sus valores fundacionales. Si hoy aplicáramos los artículos del Tratado de la Unión sobre derechos humanos, habría que expulsar prácticamente a todos, a los veintisiete, porque los están incumpliendo. Obviamente, esto es en parte una provocación, pero no deja de encerrar una verdad.

Por otro lado, en el Sur global, se está dando un cambio importante en los BRICS+ [originalmente, Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, a los que se han sumado Irán, Egipto, Etiopía, Arabia Saudí y Emiratos Árabes], que incluyen a Irán. Por primera vez, Irán ha intervenido contra el Estado de Israel desde su territorio, rompiendo con las ideas de defensa avanzada que había utilizado con sus aliados irregulares (guerrillas que recurren a conductas terroristas) en cuatro o cinco países de la zona.

Hay que respetar el derecho internacional, pero hay que hacerlo siempre. No vale la doble vía. En el caso de Ucrania y Rusia, dicen que se van a denunciar mutuamente por delitos de guerra, pero ninguno de los dos ha ratificado el Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional, como tampoco lo han hecho China, Israel ni Estados Unidos. Por su parte, la Corte Penal Internacional, que tiene competencia en tres delitos internacionales –genocidio, crímenes de guerra y delitos de lesa humanidad–, tendría que incluir agresión, pero lleva diez años de retraso porque no ha habido una definición jurídica consensuada al respecto. La decisión genérica, y se ve muy bien en las votaciones en la Asamblea General de los países del Sur global sobre Gaza y Ucrania, muestra cambios importantes que habría que tener muy presentes. La India de Modi, que ya es demográficamente más importante que China, será uno de ellos.

El segundo tema crucial es la autonomía de la OTAN. ¿Puede darse? Sí, pero entonces juguemos en serio. ¿Se plantea la autonomía de la OTAN la salida de Canadá y Estados Unidos a medio plazo? Sin eso no podemos hablar de ampliar la autonomía de la OTAN. Por último, la UE tendría que decidirse sobre la reindustrialización estratégica, cuáles son los elementos claves y, nuevamente, plantearse la transición energética.

Campaña contra la guerra de Irak
Xan López

En 2022 escribí el artículo «Socialdemocracia de guerra», publicado en El cuaderno digital, en el que, a raíz de la crisis del neoliberalismo y la invasión de Ucrania, intentaba pensar una posible respuesta política de los países de nuestro entorno a esa coyuntura. Esa respuesta consistía, básicamente, en una vuelta al keynesianismo de guerra. A pesar de todos sus peligros, supondría recuperar cierto contrato social. El tronco moral de esa propuesta era que una gran mayoría sentía la invasión de Ucrania como una agresión injustificada. Era un caso bastante obvio a nivel ético o moral. Sin embargo, la lamentable postura de la inmensa mayoría de los países occidentales en Gaza ha aniquilado esta posibilidad, al menos como propuesta política seria.

Sobre la cuestión de la transición energética, existen tres grandes fases energéticas históricas: la del carbón, la del petróleo y la mineral. En la primera, Europa tuvo suerte porque contaba con grandes depósitos de carbón y no dependía de nadie; en la del petróleo, no tuvimos ninguna suerte, y en la mineral tenemos quizá incluso menos. En la segunda y la tercera fase, partimos de una posición de gran desventaja. Esto encaja con la cuestión de la autonomía estratégica, en el sentido de que debemos tener una postura propia y una capacidad de actuar sin vernos arrastrados por los intereses de Estados Unidos y de otros países y esto es así por dos motivos: en primer lugar, necesitamos llegar a acuerdos con terceros para acceder a minerales imprescindibles para esta transición energética. Si nos vemos atrapados en conflictos geopolíticos que nos superan, es posible que se nos cierre esa posibilidad de acceso, con las graves consecuencias que conllevaría. En segundo lugar, dependemos, al menos a corto plazo, de la tecnología china y la capacidad de producción de energías renovables chinas, mientras que Estados Unidos se encuentra en una trayectoria de confrontación brutal con China. Si nos dejamos arrastrar en ese conflicto es absolutamente imposible que cumplamos los objetivos de descarbonización, porque los países de la UE no tienen capacidad de producir todo lo que necesitan para ello. Este es un buen ejemplo de por qué es necesaria una postura internacional independiente, o que dependa de otros, pero con margen para desarrollar nuestros intereses de forma autónoma.

Por último, sobre esa tensión entre hacernos cargo y la paz, yo no soy ningún experto en diplomacia, pero entiendo que es imposible derrotar a Rusia militarmente. Es la segunda o la primera potencia nuclear; como mucho, se la podría forzar a retirarse del territorio ucraniano. Lo deseable, o lo probable, es que lleguen a una paz acordada o, como ha ocurrido en Corea, que haya un cese de las hostilidades permanente, tácitamente acordado. Para forzar ese tipo de acuerdo tienes que hacer creíble tu capacidad de defensa. No sé qué aceptaría Ucrania para llegar a un alto al fuego. Putin es quien ha invadido Ucrania y quien ha demostrado que no quiere negociar. Ante la posibilidad de que Trump gane en noviembre, y viendo que los aliados de Ucrania están flaqueando, optará por seguir tirando. Está teniendo pocos incentivos para negociar. Tenemos que ver cómo responder a esa coyuntura, cómo hacernos cargo.

Alba Leiva

Hacernos cargo supone hoy facilitar un escenario en el que la paz sea la opción más atractiva. En este momento no lo es; la mejor opción es la guerra, tanto en Ucrania, por las dos partes, como en otros conflictos. Israel actúa con una impunidad absoluta, hasta el punto de que Biden parece el títere de Netanyahu. Un país tan pequeño como Israel tiene de títere a la primera potencia mundial. En este sentido, también hay que preguntarse cómo se está viendo afectada esa visión de potencia que proyecta Estados Unidos. Es interesante reflexionar sobre ello desde el ámbito europeo, pero también hay que reflexionar sobre nuestras hipocresías: apoyamos a Ucrania porque defendemos la democracia, la libertad y la unidad territorial, pero el tema de Gaza nos da un poco más igual porque tenemos lazos con Israel, acuerdos armamentísticos y comerciales de todo tipo, y lo vemos como un escenario más lejano. En este caso, los países europeos adoptan posiciones diferentes: España tiene una postura más crítica, pero pierde fuerza frente a países con mayor peso geopolítico, como Alemania, donde se está censurando cualquier defensa de la causa palestina, hasta el punto de no admitir los crímenes evidentes que se están cometiendo. Pero la hipocresía de la Unión Europea es global. Por ejemplo, algunos países de los BRICS, como Sudáfrica o Brasil, que son defensores de la causa palestina, señalan la hipocresía europea al tiempo que evitan cuidadosamente señalar que Rusia ha cometido una agresión.

En ese escenario de pragmatismo, en el que cada uno va a lo suyo y a lo de sus socios y afines, se nos queda el mundo, dicho mal y pronto, hecho unos zorros. Todos debemos pararnos a reflexionar. Desde la perspectiva europea, vuelvo a insistir en la necesidad de preguntarnos hacia qué mundo queremos avanzar, lo que también nos obliga a plantearnos esas cuestiones en las que tenemos que ser pragmáticos, como la reindustrialización o el acceso a materias primas estratégicas. Podemos ser los grandes productores de una tecnología concreta, pero si esta requiere materiales que no tenemos o que no queremos explotar en nuestro territorio, dependeremos de otros. Habría que trabajar con una mirada global a largo plazo que muchas veces se pierde.