"La UE está entrando en una lógica de sumisión a Estados Unidos que no le conviene"
Entrevista con Rafael Grasa
Fotografía Miguel Balbuena
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Carolina del Olmo, directora de Minerva, entrevista al politólogo, profesor de la UAB y presidente del Instituto Catalán Internacional para la Paz (ICIP) Rafael Grasa. Experto en geopolítica y en conflictos armados con perspectiva de paz, fue uno de los portavoces del «no a la OTAN» en los años ochenta. En esta entrevista insiste en la necesidad de abordar el detalle del gasto y la estrategia militar, distinguiendo entre inversión en armas defensivas y en armas de ataque. Asimismo, reivindica la necesidad de una estrategia autónoma para Europa, fundamental para desarrollar una postura coherente en el conflicto de Ucrania y establecer otras relaciones con Rusia y China.
Ayer, tras el debate, comentabas que siempre que se habla de gasto militar se usan datos incorrectos, y que así es muy difícil intentar ponernos de acuerdo.
En efecto, hace más de treinta años que hemos demostrado que se hacen los cálculos mal. Por ejemplo, no se incluyen las clases pasivas, es decir, el gasto en pensiones. Y la inversión en investigación militar –por ejemplo, para nuevos cazabombarderos– la colocan en el Ministerio de Industria o en el de Ciencia. Esto no es serio. Además, lo que se debe o no incluir al valorar el gasto militar no es materia de opinión, sino que es un cálculo estandarizado: la OTAN explica claramente cómo hacerlo, pero en España nunca se sigue el procedimiento. Por su parte, el centro Delàs [Centro de Estudios por la Paz J. M. Delàs] a veces se pasa un poco por el otro lado: calculan que estamos ya en el 2,1% del PIB, pero a mí no me salen las cuentas. Lo que sí es verdad es que el gasto militar real en España ha llegado en ocasiones a ser el doble que el publicado.
Cuando pensamos en la toma de decisiones gubernamentales relacionadas con cuestiones bélicas, ¿crees que la capacidad de la industria armamentística para actuar como grupo de presión es un dato a tener en cuenta?
Hace más de cincuenta años que se debate en la academia si la industria militar es o no un acelerador de la economía. Pero, al margen de ese debate, la capacidad de influencia del llamado «complejo militar-industrial» es innegable. La propia existencia de este término lo acredita: cuando el presidente Eisenhower, que además era exmilitar, terminó su mandato, declaró que el principal obstáculo para su capacidad de actuación habían sido los largos tentáculos del complejo militar-industrial. Hay otros ejemplos clásicos: Kennedy ganó las elecciones hablando de la diferencia, o «gap», en ciertas armas entre la URSS y Estados Unidos, y una de las primeras cosas que hizo cuando tomó posesión fue decirle a McNamara, su secretario de Estado, que había que resolver ese desequilibrio estratégico. Sin embargo, al cabo de una semana, McNamara le dijo al presidente Kennedy que no había tal desequilibrio, que, de hecho, tenía superioridad. El complejo militar-industrial, que tiene una fuerza enorme, le había vendido la moto.
A diferente escala, diría que en el caso español sucede algo parecido: la asociación de empresas de defensa es un lobby importante y ejerce un papel muy relevante. Es lo que está pasando con el comercio con Israel. Sobre el papel, el Gobierno de Pedro Sánchez ha cumplido: a partir de la respuesta israelí al atentado del 7 de octubre no se ha firmado ningún contrato nuevo de compraventa de armas, pero lo cierto es que se siguen entregando armas y, sobre todo, se siguen comprando armas a Israel. Ten en cuenta que la economía de la defensa es un mercado monopsónico, es decir, un mercado con un único gran comprador, que es el Estado. Y para abaratar, el Estado intenta ir a economías de escala, presionando para que se produzca más y poder exportar. Esto es lo que explica que, aunque España no es uno de los cinco principales exportadores de armas, sí está entre el séptimo y el décimo lugar en el ranking de países exportadores.
Entonces, ¿cuál es a tu juicio la postura sensata cuando se habla de gasto militar?
Sin tener posturas maximalistas –porque es obvio que, si tienes fuerzas armadas, y si estás en una alianza militar como la OTAN, vas a tener gasto militar–, pienso que tener un gasto militar exagerado no tiene ningún sentido. En los años ochenta del siglo pasado, cuando yo era uno de los portavoces del «no a la OTAN», había debates sobre este tema que siguen siendo útiles. Sabemos que existen distintos tipos de riesgos y nadie niega el derecho a la legítima defensa. Yo, como pacifista, no estoy dispuesto a empuñar un arma, pero sé que hay gente que sí lo está y tiene todo mi respeto. Ahora bien, mi obligación es advertir que una respuesta defensiva exagerada ante una agresión siempre produce una escalada.
Desde la perspectiva de la paz, el discurso está claro: si se trata de invertir en defensa, hagamos una lista de armas que tienen lógica cuando hay que defenderse de una agresión y una lista de las que no. España tiene el triste privilegio de haber tenido un portaaviones, que ya está desguazado, que fue el pago a la legalización del Partido Comunista. Lo confesó Borrell cuando era secretario de Estado de Hacienda: el Gobierno de la UCD, para contentar a los militares cuando se comunicó que en Semana Santa se legalizaba el PC, les prometió el portaviones, que es una inversión absurda: en término medio, los portaviones están entre tres y cinco meses al año parados en astilleros para reparaciones y mantenimiento. Así que, si piensas que un portaeronaves es útil, tienes que tener al menos dos. En cambio, al comienzo de la presencia española en Irak, y más tarde también en Afganistán, hubo bajas en las tropas que habrían sido evitables, ya que se debieron a no tener vehículos acorazados; y fíjate que ya no digo tanques, digo vehículos acorazados. Enviar tropas sin vehículos acorazados es un disparate. Por otra parte, la OTAN es enormemente ineficiente: uno de los problemas que se está viendo en la ayuda armamentística a Ucrania es que en la OTAN se utilizan entre seis y ocho sistemas de municiones diferentes, por lo que las tropas no se las pueden prestar.
Tampoco se ha explicado nunca el porqué del 2% del PIB que fija la OTAN, cuando lo que ayuda siempre es mirar las cosas en detalle. Si, como parece, se va a aprobar en junio la nueva directiva estratégica europea que rebajará las expectativas en políticas medioambientales y transición energética –un completo desastre a la vista de la enorme emergencia climática que vivimos–, y se va a apostar por dedicar parte de esos fondos a apoyar la industria armamentística y de defensa, al menos hay que pensar bien en qué se gasta. Lo importante es disponer de buenos datos, tomar decisiones sensatas y no contar milongas. El gasto militar cero es inviable, de acuerdo, pero hay que ir con mucho cuidado en este camino.
La idea de la disuasión como argumento fundamental para justificar las inversiones en defensa, ¿tiene sentido?
Sí, pero depende de cómo la plantees. Para empezar, hay dos tipos de disuasión: la disuasión nuclear se basa en la idea de destrucción mutua asegurada. Es una estrategia que funciona, por eso no tiene sentido lo que se dice estos días de que hay más riesgo de guerra nuclear que nunca. La novedad, y no es cosa menor, es que Putin se atreve a mencionarlo como posibilidad. Pero lo cierto es que desde Hiroshima y Nagasaki no se han vuelto a usar armas nucleares en combate. Luego está la disuasión convencional, que consiste en comunicar a tu adversario que estás en condiciones de repeler su ataque y de infligirle un daño importante. Esta estrategia está inspirada en el viejo adagio latino «si quieres paz, prepárate para la guerra», y funciona. Pero lo cierto es que podría lograrse el mismo efecto desde otra perspectiva: un país podría, simplemente, tener misiles que ofrecen capacidad de represalia. O podría también enarbolar la imposibilidad de la ocupación: fíjate que ninguna gran potencia, ni Estados Unidos ni la Unión Soviética en su día, ha podido sostener en el tiempo una ocupación de un territorio. Es demasiado costoso. Y también es absurdo hablar de volver al servicio militar obligatorio. Después de la Guerra Fría todos los ejércitos del mundo tuvieron la misma trayectoria: profesionalización, eliminación del servicio obligatorio, reducción del número de efectivos y profesionalización de unidades reducidas de alerta temprana. Algunos países del Este o de Escandinavia están recuperando el servicio obligatorio, pero se trata, en varios casos, de un servicio de unas semanas que tiene un objetivo puramente ideológico o patriótico.
Tengo la impresión de que muchas veces al movimiento por la paz se le pide una solución cuando ya es tarde. Igual habría que haber escuchado a los expertos de estudios por la paz antes de llegar a cierto punto, ¿no?
Sí, en el caso de Ucrania ha habido numerosos momentos en los que se había ido avisando. Para empezar, los pacifistas y objetores ucranios han sido fuertemente represaliados, se les ha considerado traidores y no se les ha acogido como refugiados o exiliados en otros países. No cabe ninguna duda de que la agresión es rusa, y que es una agresión de manual que da derecho a la legítima defensa. Pero no podemos olvidar que Putin fue un fiel aliado de Occidente los primeros seis años de su mandato. Otra cosa que tampoco podemos olvidar, y que se puede ver en los archivos de Estados Unidos recientemente desclasificados, es que, durante años, diversos altos cargos del Gobierno estadounidense prometieron, primero a Gorbachov, después a Yeltsin e incluso a Putin, que iba a haber una contención, que se iba a respetar la política de los «patios traseros» o de zonas de influencia que se pactó después de la crisis de los misiles de 1962. Numerosos politólogos estadounidenses advirtieron del peligro de arrinconar a Rusia. Y es que es obvio: Estados Unidos jamás aceptaría que Cuba o México entraran en ningún tipo de alianza militar alternativa contraria a ellos. Pienso que en los últimos años se ha jugado de una manera que me atrevería a calificar de cínica. La OTAN ni siquiera se había tomado en serio la posibilidad de que Ucrania entrara en la Alianza, ¡pero lo dijo! La cuestión a la que hay que prestar atención en todo esto es la reconfiguración del espacio postsoviético. La OTAN debería haber desaparecido después de la caída de la URSS, y si no lo ha hecho ha sido porque, excepto Rusia, los antiguos adversarios han querido formar parte, lo que le ha dado mucha legitimidad.
¿Cómo piensas que puede afectar la posible victoria de Trump en las próximas elecciones de Estados Unidos?
Trump ya dijo varias veces durante su mandato que no entendía por qué Estados Unidos seguía en la OTAN: geopolíticamente, a los estadounidenses Europa no les interesa tanto, igual que les pasa con Oriente Próximo. Ahora que Estados Unidos cuenta con capacidad de fracking, ni siquiera su acuerdo con Arabia Saudí tiene ya sentido. Y es que, más allá de las bravatas de Trump, lo cierto es que a Estados Unidos le interesa más el Pacífico, y que seguramente se irán desentendiendo de la defensa europea. Y es cierto también que Rusia plantea inquietudes y hasta amenazas, sobre todo para los Estados más cercanos geográficamente. Pienso que sin el cemento estadounidense los otros 31 países de la OTAN no tienen capacidad para seguir juntos: hay muchos países en la Alianza que se fían bastante más de Estados Unidos que de Francia o Alemania…
Has dicho en varias ocasiones que la Unión Europea está comprando el discurso estratégico a Estados Unidos y que eso es un error. ¿En qué políticas se declinaría la autonomía estratégica europea en general, y en qué se concretaría en el caso del conflicto de Ucrania?
Hay una lucha global entre Estados Unidos y China para conseguir, entre otras cosas, un dominio estratégico de metales y minerales claves para la descarbonización. Esto es lo que subyace a la prohibición estadounidense de negociar con Huawei y a otras muchas medidas comerciales recientes. Hay que tener en cuenta que ya no estamos ante el clásico made in China, ahora lo que vemos son productos y tecnologías pensadas, diseñadas y producidas en China. En este escenario, la Unión Europea está entrando en una lógica de sumisión a Estados Unidos que no le conviene en absoluto. Europa tiene a Rusia al lado, mientras que Estados Unidos, por más que tenga problemas con Rusia, puede desentenderse en parte.
Respecto a Ucrania, hay que comenzar diversificando la dependencia energética, por supuesto, para evitar importar tanto gas ruso, pero además hay que apostar por soluciones negociadas. Sobre el papel, hay que decir que Ucrania no tiene que perder ni un centímetro de territorio, pero, seamos serios: Crimea se la anexionó Rusia en 2014 con un referéndum ilegal y seguramente amañado, una anexión que nadie ha aceptado, pero ante la que nadie protesta. Entre otras cosas, porque Crimea (Sebastopol), al menos mientras el cambio climático no avance más, es el único puerto que tiene Rusia que está deshelado todo el año, el único que le permite sacar buques todo el año por el mar Negro hacia el Mediterráneo y cualquier otro destino. El resto de puertos rusos no pueden usarse durante los meses más fríos y esto explica muchas cosas. En el Donbass la situación no ha cambiado tanto, Rusia apenas ha mejorado su posición. Entonces, ¿qué quería Rusia? Un pasillo estratégico que les pueda llevar del Donbass a Sebastopol, para evitar tener como única opción el famoso puente que une Crimea con suelo ruso, y que es un punto muy vulnerable, como se ha visto en este conflicto.
Pienso que tampoco hay tantas dificultades para una negociación que desemboque en algo así. De hecho, creo que es algo que va a pasar tarde o temprano: hay que buscar una solución negociada porque esa guerra no la puede ganar nadie. Además, ese pacto podría impulsar una solución a ese otro gran problema que es el régimen ruso. Tiene que haber un cambio de régimen en Rusia, pero tienen que hacerlo ellos. Deshacerse de Putin con un atentado en este momento podría ser un desastre, ya que podría venir alguien peor.
Pensaba preguntarte si el belicismo de la Unión Europea era, en parte, una respuesta impulsada por no querer tomar sanciones comerciales serias contra Rusia, pero por lo que te estoy oyendo, esto no es así. ¿Rusia no necesita para nada a Europa?
Las sanciones económicas y comerciales están estudiadísimas y no funcionan. La que tiene más impacto, pero afecta a la población, es la congelación de los fondos de personas físicas en bancos extranjeros, algo que ya se ha hecho. Para las sanciones comerciales, Rusia ha buscado alternativas. En primer lugar, hay casi un 40% de comercio de petróleo ilegal, por triangulaciones. De hecho, se acaba de publicar que Rusia va a crecer tres veces más que la UE, ¡con embargo comercial y todo! Por otro lado, la India está creciendo mucho y está comprando petróleo ruso a precio de saldo. Por esa vía no vamos a ningún lado.
Una última pregunta: parece que a la izquierda le está costando tener una posición sensata en el caso del conflicto de Ucrania. Cuando Estados Unidos invadió Irak nadie mostraba reticencias a la hora de protestar contra la guerra, argumentando la dudosa catadura moral de Sadam Husein, mientras que con Ucrania estamos oyendo excusas de todo tipo para no condenar la agresión rusa.
Sí, esto es así, y creo que se debe a dos motivos. En primer lugar, es difícil aceptar que los conflictos actuales son diferentes a los de antes, que son conflictos en los que ninguno de los contendientes es enteramente malo o bueno. Es como las películas del Oeste: al principio los indios son malos sin ambages, luego empiezan a mostrarse otras realidades. Posicionarse en un mundo en el que están cambiando las alianzas no es fácil. El segundo motivo es el antiamericanismo genérico, que era, digamos, una opción muy fácil. Para algunos, que sí habíamos hecho críticas a la Unión Soviética –Manuel Sacristán, que fue mi maestro, decía siempre que la URSS era un país de base no capitalista, pero no era en modo alguno un país socialista–, no es tan difícil, pero para otros sí lo está siendo.