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"Tenemos que conseguir que la democracia se viva como algo apasionante"

Entrevista con Judith Butler

Luis Alegre Zahonero | Daniel Valtueña
Fotografía Miguel Balbuena

El pasado 27 de octubre la filósofa Judith Butler recibía la Medalla de Oro del CBA en reconocimiento a una trayectoria marcada por una producción admirable de pensamiento crítico y un intenso compromiso social del lado de las comunidades más vulnerables. El filósofo y político, profesor de la UCM, Luis Alegre Zahonero y el comisario de arte e investigador Daniel Valtueña la entrevistan para Minerva durante su visita a Madrid.

Judith Butler es, sin lugar a dudas, una de las pensadoras más relevantes de nuestro tiempo. Su pensamiento ha marcado y seguirá marcando el devenir de nuestras sociedades en lo que queda de siglo. Desde la publicación en 1992 de El género en disputa, obra seminal de la teoría queer, hasta su obra más reciente acerca de la no violencia, pasando por sus monografías en torno al cuerpo, la precariedad o la asamblea, la producción teórica de Butler ha conjugado magistralmente una lectura brillante de lxs autorxs clásicos de la historia de la filosofía, como Hegel o Arendt, con una empática atención por los retos sociales del tiempo presente.

Su valentía ha ampliado los horizontes de posibilidad de aquello que pensamos como alcanzable. Su pensamiento ha reducido los márgenes superpoblados que el poder aspira a conservar. Cada conquista teórica, cada pensamiento articulado de forma legible, cada realidad marginada que se vuelve visible, cada derecho conquistado construye un mundo más amplio y más libre e invita a llevar aún más lejos la tarea de aspirar a mundos mejores. Y, sin duda, ha sido una de las grandes ingenieras en la articulación de conceptos que, una vez creados, se convirtieron en derechos posibles y hoy son ley.

La visita de Judith Butler a Madrid vino acompañada de dos conferencias, una en la Universidad Complutense de Madrid y otra en el CBA: «El problema de nuestras leyes: Nietzsche con Kafka» y «Juicio, libertad, solidaridad: Pensar con Arendt», respectivamente. Y es que el trabajo de Butler se caracteriza precisamente por ese «con» presente en el título de ambas conferencias. Sus mundos posibles –verdaderas utopías queer como las pensadas por su colega José Esteban Muñoz– no pueden sino pensarse en comunidad, en compañía de aquellas personas que hacen que los problemas, las leyes o las libertades tengan sentido. Para Butler, pensar «con» implica subirse a los hombros de nuestro pasado para dar el salto hacia el futuro que queremos construir. Es precisamente ella un nuevo trampolín desde el que aspirar a pensar más alto. Así, nos sentamos «con» Butler para hablar sobre la ola neoconservadora que acecha Europa, la cultura de la cancelación o el futuro de las teorías feministas y queer.

La primera pregunta que querríamos hacerle tiene que ver con el clima político actual. Es evidente que nos encontramos ante una nueva ola neoconservadora. En este sentido, ¿por qué cree que hay tanta gente que, en los últimos años, se está dejando seducir por discursos antifeministas y antiLGBTIAQ+, incluso entre los jóvenes?

Es una muy buena pregunta, pero para responderla debemos plantearnos antes otra cuestión: ¿por qué las personas viven con tanto miedo hoy en día? Los regímenes autoritarios y los movimientos neofascistas apelan al miedo de la gente. Y también inflaman y fomentan ese miedo. La gente está preocupada por la situación económica: no sabe si tendrá trabajo o si accederá a algo más que a un trabajo precario. No es fácil saber lo que está ocurriendo con el medio ambiente y la destrucción del planeta, del mundo en el que vivimos. Tampoco lo es entender la pandemia, y las personas tienen miedo a que haya nuevas crisis sanitarias, incluso a que entremos en una guerra. Ante esta situación, muchas se aferran a lo que las rodea, al sentido de orden social que puede proporcionar la Iglesia, su comunidad local o su familia. Y sienten miedo ante una cosa llamada «género», que se ha interpretado como una fuerza enormemente destructiva. Temen que algo llamado «ideología de género» venga y destruya aquello que les es más preciado. De este modo, Georgia Meloni dice cosas como que la ideología de género va a destruir el sentido que para ti tiene ser hombre o mujer, ser madre o padre; que va a destruir a tu familia y va a acabar con las comidas de los domingos. Meloni dice que todo eso será destruido por la ideología de género y por los movimientos que la defienden.

En realidad, la sensación de destrucción viene de otro sitio: es el resultado de la economía neoliberal, del hipercapitalismo, de la destrucción de la Tierra, de la pandemia, de la guerra, de la militarización en lo relativo a los flujos migratorios, de las cuestiones de seguridad nacional que se construyen sobre fundamentos racistas. En este sentido, nuestra tarea es identificar qué es lo que realmente teme la gente o cuáles son los asuntos por los que hay verdaderas razones para sentir miedo. De hecho, a lo que realmente se debería tener miedo es a los regímenes autoritarios y al neofascismo. En definitiva, tenemos que aceptar que la gente vive con miedo, y que es un miedo a la destrucción. Nuestro trabajo es mostrar que estamos del lado de la defensa de la libertad, de la igualdad, de la justicia, de las comunidades en las que la gente pueda vivir libremente sin temor a la violencia y a la discriminación. Ese es nuestro bando. Y, por lo tanto, son nuestras luchas; las luchas por la emancipación LGBTQIA+, por la justicia reproductiva, por los derechos de las personas trans, por los derechos civiles de gays y lesbianas... Todas ellas, luchas que forman parte de la democracia, de una democracia radical, de una nueva democracia. Tenemos que conseguir que la democracia se viva como algo emocionante y apasionante, que se convierta en algo que todo el mundo quiera apoyar, porque en este momento no despierta esa emoción: la democracia es emocionante para las personas que piensan como nosotrxs, pero no para ellxs. 

¿Cuáles cree que son las grietas que las fuerzas reaccionarias han sabido aprovechar? En su opinión, ¿hemos hecho lo suficiente para conjurar ese miedo?

No, aún no. Pero, desde luego, no creo que sea culpa nuestra. El fascismo está mintiendo. Lo que agita Meloni no es más que un fantasma. Lo que plantea, simplemente, no es cierto. Estamos pidiendo vivir libres de discriminación, de violencia, que no se nos patologice, que no se nos criminalice. Estamos pidiendo igualdad de derechos jurídicos, sociales y culturales, y que nuestras comunidades prosperen. Y esto no es peligroso para nadie. Quien quiera tener un estilo de vida tradicional, que lo tenga. No estamos diciendo: «Venimos a desmantelar tu familia». No vamos a desmantelar la familia de nadie. ¿Quieres ser un católico conservador y comer en familia los domingos? Perfecto. Nosotrxs queremos tener tipos distintos de relaciones e intimidades. Y nuestras vidas deberían ser consideradas igualmente valiosas.

La idea de la igualdad asusta mucho al fascismo, y quiere borrar esa posibilidad de nuestras vidas. Quieren despojarnos de nuestros derechos, cambiar nuestros géneros, regular nuestras vidas. A lo que debemos tener miedo es, por supuesto, a ese fascismo, porque si nos despojan de nuestros derechos, luego podrán despojar a la siguiente minoría de los suyos. Cuando se despoja a las personas migrantes de sus derechos, tendríamos que ver que seremos los siguientes. Debe existir, por lo tanto, mucha más solidaridad para oponerse al fascismo.

El truco brutal que emplean –y no encuentro las palabras adecuadas para expresarlo ni siquiera en inglés–, la treta terrible de los líderes neofascistas es decirle a la gente: «deberías tener miedo a las feministas, a las personas LGBTQIA+, a los derechos trans porque son estas cosas las que amenazan con destruirte», cuando son ellos quienes representan las fuerzas de la destrucción. Están buscando acabar con los derechos de las minorías sexuales y de género. Afirman estar protegiendo a la gente frente a la destrucción mientras destruyen esos derechos. Y esta es la circularidad de la situación. Tenemos que exponerla tal como es y contraatacar con todos los medios, incluyendo la política electoral, la sociedad civil, el arte, la cultura, los medios de comunicación… Tenemos que dar la batalla en todos los niveles.

A propósito de esta batalla, nuestra siguiente pregunta es sobre la cultura de la cancelación. ¿Cómo cree que afecta a la esfera pública? ¿Cuáles son, a su entender, los efectos o las consecuencias de esa cultura desde una perspectiva progresista?

No estoy segura de creer en eso a lo que se llama «cultura de la cancelación». Me produce curiosidad el hecho de que se utilice esa expresión. Me pregunto: ¿a qué se refieren?, ¿en quién están pensando? Es decir, si yo le digo a alguien: «no uses cierto lenguaje para describirme porque me ofende», ¿estoy participando en la cultura de la cancelación o simplemente estoy diciendo: «este es el lenguaje que necesito para sentirme reconocida»? Puedes elegir usarlo o no, pero te quiero hacer saber cómo me siento. ¿Es eso una cancelación? No lo tengo nada claro.

Hay quien intenta «cancelar» en las redes sociales, pero se trata de una denuncia momentánea contra alguien. La gente se olvida de quién ha sido «cancelado» o se te «cancela» de nuevo porque el primer intento no funcionó. Es una forma imperfecta de expresar indignación moral o ética, pero a veces es la única salida. A mi juicio, si alguien es homófobo, tránsfobo o racista, y ha podido intervenir en público con su homofobia, su transfobia o su racismo, o si alguien es culpable de acoso sexual o de violación, claro que podemos decir en las redes sociales que deploramos ese comportamiento. Y es importante poder hacerlo. Pero, por supuesto, no se puede confundir esto con cambiar el mundo. No es lo mismo que construir una cultura nueva en un sentido afirmativo, ni que aprender cómo producir de un modo afirmativo un mundo nuevo habitable para personas LGBTIAQ+. Se trata de algo negativo y puntual: es importante en el momento, sí, pero no dura y no llega a construir ese mundo nuevo en el que queremos vivir. Así que, no confío en la «cancelación» como técnica. Quizá lo que pone de manifiesto es más bien el miedo que sentimos al no tener ningún otro poder. Y yo confío en que consigamos algún otro poder.

Respecto a la necesidad de crear una cultura capaz de albergar mucha más diversidad, ¿nos resulta cada vez más difícil vivir la diversidad como fuente de enriquecimiento propio, como vía, precisamente, de ampliación individual?

Esta cuestión nos conduce a problemas filosóficos, ¿no? Porque, en definitiva, remite a la pregunta de para qué vivimos, cuál es el objetivo que marcamos para nuestra propia vida, qué es lo que queremos ser, en qué queremos que consistan nuestras vidas. ¿Queremos limitarnos a ser individuos que amasan riqueza a costa de los demás? ¿Queremos ser personas preocupadas exclusivamente por la libertad individual y la obtención de beneficios privados? ¿O queremos vivir en un mundo en el que podamos ver la igualdad extendida a todos los seres humanos, independientemente de su raza, sus convicciones religiosas o su nacionalidad? Por supuesto, elegir esto último implica necesariamente combatir el capitalismo. Porque el capitalismo fabrica y suministra una determinada idea de «vida buena» que se basa en el beneficio (al que llaman por ahí «prosperidad»).

Sin duda, todo el mundo quiere tener una buena vida con ciertas comodidades materiales. Pero ¿queremos vivir también en un mundo marcado por la pobreza, la precariedad o el racismo, donde ciertas personas no tengan derechos de ciudadanía, donde el acceso al trabajo sea tan difícil para ciertos colectivos? La cuestión es cómo entendemos nuestras obligaciones sociales y públicas. ¿Qué supone que nuestro propio ser para existir dependa de vivir en un mundo en el que se construyen la libertad, la igualdad y la justicia? La cuestión de la diversidad es personal: es mi vida, mi género, mi sexualidad, mi raza, mi religión. Todas estas dimensiones se cruzan en personas concretas. Por lo tanto, son problemas profundamente personales y, al mismo tiempo, asuntos públicos y políticos.

Pensando en el mundo futuro que queremos construir, ¿considera que está garantizado el relevo generacional en la producción teórica feminista y queer, teniendo en cuenta el cambio radical que han sufrido en los últimos años la comunicación y la creación de contenido?

Sí se ha producido un cambio. La noción misma de «creación de contenido» no existía cuando yo era joven y al oírla pienso: «vaya, ¿qué es la "creación de contenido"? Vivo en otro mundo». Una parte de mí desea que los jóvenes lean más historia o estudien la historia de los movimientos sociales de los que forman parte, porque las generaciones anteriores les ayudaron a llegar adonde están. Al mismo tiempo, no paro de aprender de la gente joven, y eso me conmueve. Me da esperanza. Tengo esperanza en lo que están haciendo. Son tan inteligentes con las redes sociales, con las conexiones digitales, que pueden convocar una gran manifestación en cuestión de horas. Están experimentando con un nuevo lenguaje, con nuevas formas de representación cultural. Y eso es muy bueno. Incluso si en ocasiones lo vivo con cierta extrañeza debido a mi edad, también estoy comprometida con estos movimientos. Mi sensación es que las nuevas generaciones son más progresistas. En Estados Unidos, por ejemplo, están más a la izquierda que las generaciones anteriores. 

Su carrera intelectual se caracteriza por el estudio minucioso de grandes figuras del pensamiento y, al mismo tiempo, desempeña un papel clave en el debate público. ¿Cuál es la conexión entre estas dos ramas? 

Yo vivo esa conexión, así que no pienso en ella. Creo que lxs filósofxs, lxs críticxs literarixs, lxs críticxs de arte deberían participar de la arena pública. No me gusta la idea del intelectual que dice: «yo tengo un conocimiento privilegiado y se lo voy a entregar a ustedes, la gente». Me gusta la idea de las humanidades públicas, de que la filosofía se integre en la vida pública, de que las discusiones filosóficas públicas sean reconocidas como una parte de lo que ocurre en el mundo. Las instituciones artísticas, como la que estamos ahora [la entrevista se hizo en el CBA], tienden a ser lugares donde distintos públicos pueden juntarse con intelectuales fuera de la universidad. A veces se da la conexión, otras no. En los medios de comunicación sucede lo mismo. Y esto es importante sobre todo si queremos defender las humanidades, algo que sin duda debemos hacer en un mundo neoliberal. Si salimos en su defensa tenemos que dejar claro qué hacemos y por qué. En todo el mundo, los gobiernos y las industrias apoyan la ciencia y la tecnología, mientras que las humanidades y las artes siempre tienen que buscar otras formas de financiación. Algunos gobiernos son sensibles a este asunto, pero otros muchos no lo son. Así que también tenemos que dejar claro lo que hacemos dentro de la academia, explicar por qué se trata de algo importante para nuestras vidas. Y eso significa que debemos hablar de un modo que permita traducir el lenguaje más complejo de la filosofía, la teoría literaria, la crítica de arte o la filosofía política. Tenemos que traducirlo a un medio más público. Es lo que hacemos cuando damos clase, ¿no? Lxs estudiantes preguntan: «¿qué es la fenomenolo…? A ver, dilo de nuevo». No pueden ni siquiera pronunciar la palabra «fe-no-me-no-lo-gí-a». Y nosotrxs decimos: «No hay problema, vamos a empezar desde el principio». Tanto si ejerces como docente como si intervinienes en el debate público, debes adaptar los registros. Eso es lo que intento hacer. Eso es lo que soy. No lo vivo como «en realidad soy una académica y después finjo otra cosa en público». No, yo soy todas estas cosas al mismo tiempo. 

Para terminar, ¿algún pequeño consejo a las generaciones futuras respecto al estudio?

Tengo la sensación de que tomarse el tiempo suficiente para leer despacio y con cuidado es un arte que se ha perdido, o que corre el riesgo de perderse. Vamos a toda velocidad con internet, pero pienso que también necesitamos tener tiempo para sentarnos con un texto, leer con atención, analizar históricamente una situación, estudiar una pintura. Tomarse ese tiempo es crucial para entender nuestro mundo.

MEDALLA DE ORO DEL CBA A JUDITH BUTLER
27.10.22

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