Mircea Cãrtãrescu en castellano
Fotografía Miguel Balbuena
La escritora y catedrática emérita de la Facultad de Filología de la UCM Fanny Rubio traza un perfil de Mircea Cãrtãrescu, de quien ya publicamos en el pasado número su encuentro con los alumnos de la Escuela Sur. Autor de una obra que lo consagra como el máximo representante de la literatura posmoderna rumana, cuenta con una legión de lectores en castellano a ambos lados del océano, lo que le ha hecho valedor del premio FIL (Feria Internacional del Libro de Guadalajara) 2022 de Literatura en Lenguas Romances.
A este docente y escritor una dictadura salvaje le robó la juventud como a muchos de nosotros en la España del último franquismo (ciertamente, una dictadura menos cruel que al principio, que se rendía, pero con grandes dosis de violencia). Tanto en una como en otra, pese a la violencia y la censura, crecieron a la vez en los poetas que nunca se rindieron deseos irreprimidos e irreprimibles de libertad sin límites. No está de más recordarlo en España, donde una generación llamada «de la Transición» ha sido sutilmente borrada junto con las estéticas que había recuperado en su momento.
El escritor resistente «a mano», cuaderno tras cuaderno, logra crear luces cegadoras sobre un radiador del bloque gris de pisos bucarestiano en su habitación mágica de adolescente mientras mira los rincones de la ciudad triste, bella y misteriosa, que sueña echado en el somier a la espera del resplandor o de la pesadilla de cada página, sorteando las telarañas y los furores de la existencia humana, y nos regala en vertical (del suelo al cielo) sorpresas intermitentes y recompensas imaginarias. Reticente a la propaganda del comercio de la literatura de consumo, que compara con la venta de frigoríficos, no cree en el beneficio inmediato de productos fungibles y banales extraídos de un parque temático presente en nuestro tiempo, sugiriendo para la sociedad otras formas de protección a través del conocimiento y la cultura con la sana intención de que la vida no se degrade más. Suficiente alegato como para agradecerle y necesitarlo entre nosotros.
Como el Abel Martín de Antonio Machado, el sujeto poético-narrador vela mientras el mundo duerme: en su memoria, Catulo, Dostoievski, Cervantes, Proust, la física cuántica, las religiones, la religión alternativa, la poética surrealista, la psicología abisal y el sentido de libertad de la generación perdida norteamericana. Y es que, antes que narrador ha sido filólogo, poeta y docente; ha ejercido de académico doctor de la Facultad de Letras de la Universidad de Bucarest en la triple práctica de la filología, la investigación y la traducción, alimentos decisivos para el poeta. En 1980 presentó su tesis de licenciatura sobre el imaginario poético de la lírica eminesciana, y en 1999 obtuvo su doctorado en literatura rumana con una tesis acerca del posmodernismo rumano. Desde el último decenio del siglo pasado ha visitado universidades como investigador y escritor en foros internacionales que lo veneran ampliamente, como en otro tiempo se acostumbraba a venerar en el ámbito hispanoamericano y europeo a Gabriel García Márquez o a Carlos Fuentes.
Pero en el principio, y en la base de todo, fue el poema. El periodo de formación universitaria y de inicio creativo de Cãrtãrescu coincide con la dictadura de hierro de Ceaucescu, cuando Mircea despertó como poeta libertario de sesgo posvanguardista del Cenáculo del lunes, de la mano del crítico profesor Nicolae Manulescu, con escapadas metafóricas cuando traduce poemas cantados por iconos de los setenta. La presencia del hombre en la luna y los ecos utópicos del movimiento estudiantil del Mayo de 1968, bajo los acordes de las guitarras de John Lennon, Joan Baez y Bob Dylan, Georges Brassens y Leonard Cohen, (a quienes traduce precisamente Cãrtãrescu), los poemas de Ferlinghetti, leídos en las manifestaciones estudiantiles, el libro Aullido, de Allen Ginsberg, etc., dejan marcas en su poesía, que se editó en selección del autor en 2021 como Poesía esencial. De entre sus primeros poemas, el libro Faros, escaparates, fotografías, de 1980, fue premiado como mejor autor novel por la Unión de Escritores de Rumania. Como generación de los blue jeans, vive a su manera en los últimos años de la dictadura de Ceaucescu, ya comentados como un estallido de libertad en los textos. Compatriota de Tristan Tzara o de Ionesco, Cãrtãrescu también quiere cambiar el mundo con poemas como «La caída», un primer texto profesional dantesco en el que sonda las honduras infernales y pone las antenas en el ascenso en el límite de la locura y de la trascendencia, con ecos de Poeta en Nueva York, de Federico García Lorca —«anima, anima tus pulmones con el cincel, hasta que estallen, hasta que se llenen de musgo y moho, hasta que se cuele por ósmosis la primavera»— y otras composiciones bajo influencias de Eliott, Joyce, Gingsberg, Kerouac y referentes de la literatura norteamericana como Jonh Ashbery, creando poemas llenos de ritmo, apoyados en el lenguaje coloquial, salpicados del humor y la ironía de la vanguardia y los procedimientos intertextuales de base posmoderna, pero ligados al onirismo rumano, que concibe el sueño como parte de realidad más lúcida. El onirismo enriquece a favor del sueño visionario el concepto surrealista latente a lo largo del siglo XX en Europa e Hispanoamérica. El extensísimo poema-epopeya El Levante (1990, Premio de la Unión de Escritores Rumanos) surgió en sus años de profesor de instituto, cuando el país fue «saqueado y las poblaciones se convirtieron en ruinas y entre estas simas proliferaran las serpientes». Un tour de force experimental que domina los recursos del historiador y recompone el territorio para el lector rumano que vive en la miseria pero contempla el nacimiento de una flor sobre el óxido del país en vísperas de la caída de Ceaucescu. A diferencia del caso español, en la Rumanía de los años setenta subsistieron poetas marginales de espíritu libertario y anticonvencional, y su influencia, sumada al fondo local original de la corriente onirista, pasó de una generación a otra, impregnando la novela, recordándonos hoy lo que en España todavía tenemos pendiente de rescate para el lector que ahora ejerce de rehén de la comunicación de masas. Tal vez sea por la frescura de esa recuperación en la escritura narrativa de Cãrtãrescu por lo que el escritor rumano despierta en nuestro país especial adhesión y en Hispanoamérica verdadero entusiasmo. De su onirismo surge el sorprendente telar de la memoria anclado en un somier de sueños al que recurre el narrador en cada página con un ritmo poético que no solo diagnostica y conmueve, sino que libera nuestro frágil presente creando infinitas posibilidades interpretativas que al mismo tiempo son salidas vitales, no escapadas, ante complejas situaciones de lo vivido.
En El ojo castaño de nuestro amor (1989; 2016) Mircea Cãrtãrescu ofrece una lectura autobiográfica y metaliteraria enmarcada en la «ciudadela de la literatura», donde aparecen los modelos de escritores identificables (el «ingeniero», el «constructor», el escritor de lo «inefable» o el escritor superior que mira la literatura como su religión, así Cãrtãrescu). El pasado se reconstruye reinventado por el narrador desde su nacimiento y luego como párvulo entre dos mundos familiares; más adelante, como estudiante solitario de instituto, la universidad que le da la oportunidad de alimentar su conciencia con las preguntas de la modernidad y posmodernidad en un presente de indagación en la ciudad de la belleza triste. Relata Cãrtãrescu cómo, a la edad de cinco años, en la pintoresca barriada donde vivía en Bucarest, «los niños pasaban por la ceremonia del "corte del mechón" y entrega de regalos al niño en su bautizo». Recuerda el narrador que agarró con fuerza el lapicero del padrino, que era carpintero, y no quiso elegir nada más. Era un lápiz con el mismo cuerpo del lapicero en que Ovidio hace dos mil años escribiera la lengua de la infelicidad en su exilio por el destierro de Augusto en los confines de Imperio, antes de fallecer en Temis, hoy Constanza (Rumanía) en el año 43 a. C. Cãrtãrescu meditará muchos años después acerca de la función de poeta, con su alegato «¿Quién pagará por todos los poetas del mundo exiliados?». Y la respuesta conmovedora: «Los imperios se han hundido pero Ovidio vive», escribe en El ojo castaño de nuestro amor. La sustancia del exilio interior («densa la soledad del instituto») le pesa todo el tiempo de evocación, y en ese vértigo le alumbra la escritura, «como una araña que tuviera una única víctima en la red, a ella misma con otra edad: el chaval delgado, obsesionado por la literatura, de ojos morados, que es el personaje central y el espíritu vivo de cada uno de mis libros. A veces pienso que la propia literatura es un sueño gigante y que, como dijo Valéry, todas las obras de todos los tiempos son solo un inmenso poema, brotado de la mente de un solo poeta que sueña».
A partir de 1993 el primer volumen de prosas, Nostalgia (1993; 2012, premio de la Academia Rumana, escrito cuatro años antes con el título de Visul, El sueño, ya libre de censura), reúne cinco historias destacadas en las que aparecen aspectos que más adelante Cãrtãrescu recreará en sus novelas largas: la fortuna con la ruleta rusa, los poderes mágicos o la ira de los jóvenes, los amores por un estudiante de instituto, las obsesiones de la sociedad de consumo… «El Ruletista» (1993; 2010), verdadera obra maestra en las apuestas de la literatura que integra una teoría de la ficción, publicada de manera independiente por Impedimenta, su editorial en España, con traducción e introducción de Marian Ochoa de Eribe; Travesti (1994), novela tortuosa y genial, que indaga en el misterio del doble.
Prosas fantásticas de raíz poética como lo es toda su escritura, haciéndole decir que no cree en los narradores que no sean poetas y que su poesía, gracias al ritmo y a las distintas fórmulas que emplea, es un poema en prosa. «Cisterna de oro líquido» de la humanidad, sustancia que buscamos en todas partes, en cada esfuerzo humano: poesía. De ella parte también el plano de las sombras o cavidades infernales que aguardan en la hondura de los relatos «cegadores» hasta ser alumbradas. Cãrtãrescu levanta un templo de palabras al hacer compatibles los ángeles malos y demonios benévolos a partir de los frescos medievales rumanos y los sueños que encierran la verdad. Acompaña el proceso la negación reactiva.
Sus cumbres a partir de ese momento son Solenoide (2015; 2017), compleja y ajustada novela centrada en un profesor frustrado y soñador obcecado que medita en medio de las ruinas y la locura, una deslumbrante autobiografía con recursos de ciencia ficción y numerosos procedimientos intertextuales reconocibles por el lector atento como parte de la obra de Cãrtãrescu (entre paréntesis, y en línea con la humildad mostrada acerca de los premios, destacó como uno de los mejores libros de 2015, y en 2018 obtuvo el Premio Formentor de las Letras). La cumbre más esperada, la trilogía Cegador, escrita entre 1996 y 2007, con el tomo primero, El ala izquierda (2018), y el segundo, El cuerpo (2020), obras verdaderamente maestras (premio Von Rezzori 2016 y Thomas Mann 2018, entre otros), y el recién aparecido El ala derecha, sumados a Las Bellas Extranjeras (2013), que le valió el Premio Euskadi de Plata de Narrativa 2013.
El antihéroe solitario levanta, entre otras visiones sorprendentes, soberbias mariposas con las alas en llamas, una gran mariposa sobre el Danubio, imagen hipnótica de la existencia con cientos de miles de alas de mariposas de colores haciendo el paraíso sobre el cielo de Bucarest. Mircea Cãrtãrescu une este universo magistral rico en estratos ficcionales con un hiperescritor, puro instrumento de la escritura, a través de la cual se manifiestan el hipertiempo, el hiperespacio y el hiperpensamiento, así de claro; los ejes de una novela-nave espacial de ritmo poético a partir de algo tan aparentemente insignificante y visionario como una ventana oval situada en un bloque de pisos de la melancólica Bucarest, donde un adolescente con las piernas sobre un radiador, o echado en «el somier de los sueños», recrea el mundo que tiene a su alcance en cuadernos manuscritos sin correcciones hasta conseguir darle forma humana.
Al leerlo comprendemos que Cãrtãrescu hable de no formar parte del mundo literario, sea local o universal, y de haber publicado siempre casi por casualidad. Por eso gratifica profundamente compartir su visión actual del triste panorama «de una civilización sin cultura, de una cultura sin artes, de unas artes sin literatura, de una literatura sin poesía y de una poesía sin lirismo».
Con Cãrtãrescu nos hacemos la misma pregunta: ¿hasta cuándo se paseará como trofeo ante sociedades desorientadas e irritadas la cultura del entretenimiento ignorante, mientras poderes diversos interfieren en vidas y en obras con precio en la solapa?, a la que él responde en «El Ruletista»: «Pero hay un lugar en el mundo donde lo imposible es posible. Se trata de la ficción, es decir, de la literatura. Allí las leyes del cálculo de probabilidades pueden ser infringidas, allí puede aparecer el hombre más poderoso que el azar».
«Más poderosa que el azar» es la mariposa sorprendente que da acceso a la estancia prohibida. Como un vendaval de diamantes sobre el cieno de Bucarest capaz de transmutar en belleza las heridas infligidas y celebrarlas con goce estético. Providencial autor «suspendido entre dos mundos», pese a la irrealidad del mundo tecnológico, que entona quinientos noes mayúsculos en Nostalgia y en Solenoide repite la palabra «socorro» durante diez páginas, que recuperan al poeta experimental, recordándonos que la literatura es «un órgano vital y colectivo», «un estremecimiento del corazón ante la ruina de todas las cosas», pues levanta una novela-cráneo junto a cientos de cráneos soñadores en su proceso de lectura.
26.10.21
PARTICIPAN MIRCEA CÃRTÃRESCU • DAVID SÁNCHEZ USANOS
ORGANIZA CBA • ESCUELA SUR
COLABORAN ACCIONA • UC3M • INSTITUTO CULTURAL RUMANO • IMPEDIMENTA