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Adonis y la épica de las preguntas

Amalia Iglesias Serna
Fotografía Miguel Balbuena

El pasado mes de septiembre el CBA entregaba su Medalla de Oro al poeta sirio-libanés Adonis. Con este galardón se reconocía la trayectoria del que se considera el mejor poeta contemporáneo en lengua árabe y uno de los más traducidos y celebrados, tanto por su obra poética como por su labor de ensayista, profesor e intelectual comprometido con el diálogo entre culturas y la defensa de los valores humanos, la libertad y la dignidad, por encima de cualquier otra condición política o religiosa. La periodista cultural y poeta Amalia Iglesias Serna traza para Minerva un perfil del poeta.

Ali Ahmed Saïd Esber adoptó el seudónimo de Adonis en su juventud más temprana; un nombre no elegido al azar, que denotaba ya su firme postura frente a la vida y al lugar en el que quería situarse como creador. Con ese gesto estaba apostando claramente por una vocación universal y dialogante entre culturas, sin renunciar a sus orígenes. Adonis representa ese Mediterráneo plural, atravesado por la historia, un sincretismo cultural que siempre le ha acompañado, desafiando la rígida tradición de la cultura árabe en todo lo relacionado con fundamentalismos religiosos o políticos, para reivindicar un humanismo sin límites impuestos por ningún poder, sea terrenal o divino. Más preocupado por lo que une al ser humano en su condición existencial que por lo que le separa en sus circunstancias.

Nació en 1930 –su madre no recordaba qué día concreto, pero sí que había sido a comienzos del año nuevo–, en Al Qassabin, un pueblo montañoso, en el extremo oeste de Siria más cercano al Mediterráneo, al norte del Creciente Fértil. Este lugar geográfico estratégico de su niñez va a tener una especial relevancia como la encrucijada de caminos siempre presente en su obra, como gozne permanente entre Oriente y Occidente, puerta y llave entre el mar y el desierto, entre el territorio árabe y Europa; un Mediterráneo que para él no solo es puente entre civilizaciones y cuna de un legado cultural que atraviesa lenguas y siglos, sino también tumba de exilios y lugar trágico de las migraciones contemporáneas.

Como él mismo ha contado, nació «dentro de la poesía»; sus padres eran campesinos, pero amantes de la poesía árabe clásica, que leían con frecuencia. En su pueblo no había escuela, por lo que fue su padre quien le enseñó a leer y a escribir al aire libre, y muy pronto él comenzó a escribir sus propios poemas. Apenas era un niño sin escolarizar, que hasta los doce años no conocía la electricidad ni los automóviles, cuando, en 1943, Shukri al-Quawatili, el primer presidente de la república Siria, anunció que iba a realizar un viaje por distintas zonas del país. Pasaría por su pueblo. Adonis soñó entonces que le daba la bienvenida leyéndole un poema que había escrito para la ocasión y en el sueño le pedía ir a la escuela. Y escribió aquel poema y se lo leyó al presidente, y el sueño se convirtió en realidad. Y consiguió ir a la escuela, primero en el Liceo francés, hasta licenciarse en Filosofía en la Universidad de Damasco en 1954. En 1955 fue acusado de subversivo por pertenecer al Partido Socialista Sirio y fue encarcelado durante seis meses. Después se fue a Beirut, donde trabajó como periodista. En 1960 consiguió una beca para estudiar en París, su primer contacto con el país galo. En 1962 adoptó la nacionalidad libanesa, y entre 1970 y 1985 regresó al Líbano para impartir clases como catedrático de Literatura árabe en la universidad y al comenzar la guerra civil en el Líbano, en 1980, se exilió definitivamente en Francia, donde ha sido profesor en La Sorbonne y en el College de France y donde sigue viviendo en la actualidad.

Comenzó su andadura poética en 1957, con el colectivo poético de la revista Si’r, que apostaba por la renovación de las formas poéticas (inspirada en las vanguardias experimentales europeas) y huía de los procedimientos retóricos tradicionales (en defensa de un humanismo universal). Es entonces cuando publica su primer libro, Hojas al viento. Tras él más de cincuenta títulos que le han llevado a ser traducido a varios idiomas y reconocido en todo el mundo; además de poeta, destaca su labor como activista cultural, ensayista, periodista, traductor…, en definitiva, agitador de la conciencia cultural y modernizador de la cultura árabe contemporánea. A sus 92 años, la presencia de la obra del autor sirio-libanés no deja de crecer en todo el mundo. Aunque la Academia sueca lleva años pensándose la esperada concesión del Premio Nobel, Adonis ha sido ya reconocido con algunos de los más importantes premios internacionales: Chevalier de la Légion d’ Honneur (2012), Premio Nazim Hikmet (1994), Medalla Picasso de la UNESCO (1984), Premio Goethe (2011), entre otros muchos. Su primer libro traducido al español (por Pedro Martínez Montávez) fue Canciones de Mihyar el de Damasco, en 1968. Desde entonces su presencia ha sido constante en nuestro idioma a través de otros traductores tan prestigiosos como Federico Arbós y Clara Janés, ambos grandes especialistas en su obra. Así, en las últimas décadas hemos podido leer en español obras suyas como Epitafio para Nueva York (Hiperión, 1987), Homenajes (Huerga y Fierro, 1995), Este es mi nombre (Alianza, 2006), Árbol de Oriente (Visor, 2010)… o los más recientes editados en Vaso Roto: Sombra para el deseo del sol (2012), Zócalo (2014), una visión insólita de la cultura maya y el México actual, y Principio del cuerpo, final del mar (2020). Y entre sus obras mayores: El Libro (Al Kitab), una trilogía de más de dos mil páginas, publicada en España en 2018 por Ediciones del Oriente y el Mediterráneo, en la que «relee» la literatura árabe clásica en varias dimensiones. En la presentación del primer libro de la trilogía, en 2005, Pere Gimferrer afirmaba con rotundidad que Adonis «es el poeta vivo más grande del mundo actual». En casi todos sus libros, y especialmente en esta trilogía, hay un tono épico, de epopeya vital e intelectual, una épica que enlaza con las grandes epopeyas en su sentido más clásico, de recuperar las voces tradicionales de la historia árabe, pero desde una nueva interpretación a la luz de los acontecimientos, una lectura capaz de dialogar con nuestro tiempo y progresar por nuevos caminos estéticos para dar continuidad a la pulsión creadora. Renovación y ruptura desde el conocimiento profundo de esa tradición, una «relectura crítica». Conocimiento no solo de lo árabe, sino abierto también al rastro de la épica de las grandes epopeyas occidentales como la Ilíada o la Odisea o la dantesca Divina comedia… y, por supuesto, la épica contemporánea con otros matices diferentes, como la Anábasis de Saint John Perse (cuya obra completa ha traducido Adonis su idioma árabe) o las Hojas de hierba de Walt Whitman. Adonis ha sabido renovar la poesía desde su corazón, sin renunciar nunca a escribir en su lengua materna, a la que considera su verdadera casa, y a partir de un profundísimo conocimiento de esa tradición que se disponía a transgredir.

«El proyecto poético de Adonis giraría en torno a la creación de una nueva historia de la poesía dentro de la historia árabe. Trasladar el legado árabe poético, lingüístico, religioso e histórico desde su marco académico tradicional exigía una relectura crítica, dándole una nueva interpretación y reordenación en un contexto actualizado y moderno. De ahí que su libro Lo fijo y lo mudable. Estudio sobre la creación y la tradición en la cultura árabe, compuesto por cuatro tomos, fuera la base de una comprensión y relectura completamente originales de la cultura árabe». Sin olvidar, como él mismo apunta, el magno Diván de la poesía árabe, una antología abarcadora de prácticamente toda la poesía árabe en cuatro tomos. Y otros cuatro tomos dedicados a El diván de la prosa árabe. Lo explican Jaafar al Aluni y Trino Cruz en la esclarecedora introducción a Adoniada (Vaso Roto, 2022), el nuevo libro de Adonis que se publica estos días en España. Sobre esa base de profundo conocimiento de los caminos del pasado y de la sociedad de su tiempo, la poesía de Adonis es un ejemplo de libertad creadora, de creación pura en el mejor sentido de la palabra, de nuevas ideas y nuevas formas, como un auténtico semillero de futuro.

Adoniada es un libro que merece el calificativo de «épico» en el mejor sentido del término. Lo definen los traductores Al Aluni y Cruz con precisión en su prólogo: «Una autobiografía poética e intelectual en la que el poeta emprende un viaje inédito que se desarrolla en veinte capítulos: etapas que jalonan un itinerario metafísico cuestionando la tradición poética tanto oriental como occidental, a la vez que indagan en el sentido de la actividad creadora (…) La escritura poética es cuestionamiento de uno mismo y del mundo, pero también de la persona que la crea (…) Un viaje a las entrañas de la historia, del poeta y del ser humano en este mundo que se ha vuelto un mercado sin escrúpulos ni límites…».

Adoniada es un libro impactante, en el que el poeta se supera a sí mismo y traza su epopeya autobiográfica con una fuerza poética nunca antes lograda. Como ha dicho Clara Janés: «En cada libro suyo hay una profundidad mayor», y en este consigue de forma más rotunda que nunca que «su poesía sea toda una teoría del pensamiento y del universo». Adonis trama un denso y luminoso tapiz verbal que, desplegado desde Gilgamesh y Babel, llega hasta nuestro tiempo como un testamento lírico de intuiciones, causas, búsquedas, realidades y deseos, preguntas y respuestas, preguntas sin respuestas, nudos y encrucijadas en los que se cruzan vivencias, lugares y culturas, mitos y personajes reales: Confucio, Shanghái, Momik, Beirut, al-Maarri, París, Buda, Ulises, Gilgamesh, Damasco, Éfeso, Hong Kong, Aylan, Venus, al-Mutanabbi, Borges, Labaki, Londres, Artaud, Osiris, Bagdad, Rimbaud, Zeus, Europa Simbad, Narciso, Baudelaire…, referencias reunidas todas en «un solo cuerpo sobre el que se tatúan / los gemidos de las civilizaciones». Su vida entera atravesada por la pulsión creativa y la necesidad de defender «el arte en general y el espacio poético en particular como el único espacio posible que puede iluminar en la búsqueda de un nuevo sentido humano y de una nueva imagen para sus obras y su pensamiento». Es un llamamiento urgente a la creatividad, y la única esperanza para nuestra supervivencia, ya que: «La filosofía ha perdido hoy la capacidad que tenía de proporcionar respuestas a las grandes incógnitas humanas, y las ciencias humanas en todas sus variantes ya no pueden abrir horizontes de creación a la búsqueda de soluciones y desenlaces; si bien la ciencia y la religión brindaban soluciones a los problemas de la humanidad, estas mismas plantean hoy los problemas más complejos a los que el ser humano haya tenido que enfrentarse», como afirma el autor en su ensayo Entre lo fijo y lo mudable, ya citado. Solo la poesía puede iluminarnos en este «zoco enloquecido». María Zambrano lo indicaba también al reclamar en su «razón poética» la lectura del sentido del mito y la épica, como catarsis frente a lo trágico de la historia y la culpa de los acontecimientos, para rescatar «la esperanza de la fatalidad» (véase su ensayo «Las ruinas», en El hombre y lo divino). Ella lo concentra en las preguntas de Edipo: «¿qué es lo que yo he hecho?… ¿qué es lo que me han hecho? Pregunta trágica que todo el que arriba a "la edad de la razón" siente que se formula en su angustiada conciencia».

Últimamente he notado que, en el vocabulario de los jóvenes cada vez es más frecuente el uso del adjetivo «épico» (e incluso, también, de «epiquísimo»). Me llama la atención por el contexto en que lo utilizan y la naturalidad con que lo usan, sea para describir un triple en baloncesto o para nombrar la sensación que les produce las lágrimas de Nadal y Federer en la despedida de la competición del tenista suizo. Alguna vez he preguntado qué quieren decir exactamente con esa palabra y su respuesta siempre es la misma: expresar una hazaña, un logro de algo que parecía imposible y también «la emoción intensa que produce un logro», o «algo que conmueve mucho». Evidentemente, debe de ser una de esas expresiones que está de moda en el ambiente, sobre todo a través de la prensa deportiva, pero no solo. Tengo la impresión de que este nuevo concepto de «épica» ha sufrido un desplazamiento con respecto a su significado clásico, es una épica «sin» tragedia. Un «sin» muy de nuestro tiempo (tan «ligero y líquido») que hace que lo épico sea algo que borra todo lo incómodo, una nueva «épica de metaverso y videojuego» que evita mirar hacia la tragedia de la realidad.

Esta digresión viene a cuento porque creo que lo que hace Adonis precisamente en su poesía –y en Adoniada de forma mucho más contundente– es justo lo contrario: re-semantizar el significado de lo épico a través de la recuperación del sentido trágico, de la duda y de la pregunta existencial. Adonis restituye la gravedad y la profundidad urgente de la épica de la poesía, frente a la banalización generalizada o la indiferencia con que nuestra época contempla su decadencia. La poesía de Adoniada es «conmoción épica» frente a la realidad brutal de nuestro tiempo y del paso del tiempo y de la perspectiva del «fin de los tiempos». Su Adoniada está llena de preguntas tendidas sobre el pentagrama del abismo: «¿Qué es este gran cucharón que revuelve la caldera de la historia?». «¿Quiénes son los que convierten los libros en espadas, / el lenguaje en patíbulo / y la razón en guillotina? / No, no quiero que respondas, / quiero que preguntes». «¿Porqué siento que vengo de las fisuras del mito?». «¿Acaso todo lo que has dicho es / un ejercicio de labranza y cultivo en un tiempo baldío?». «¿Será mi cuerpo nada más que palabras?».

Una autobiografía poética que emprende un camino en el que el punto de partida y la meta coinciden en un recorrido circular, todos los pasos regresan al interior de uno mismo, que es el poeta y es cada uno de nosotros: «Tú eres tu propia revelación, eres el espejo de tu rostro / y el camino que un día emprendiste desemboca en uno mismo». Por eso, en esta monumental obra que es Adoniada, se propone un viaje al interior del cuerpo como territorio de la creación, porque: «la escritura no sale de la mente / solo es auténtica la escritura del cuerpo y su respiración / solo se escribe con las células, los pulmones, los pies y los hombros, / y en la noche corre la tinta en el pecho y el corazón», aunque siga sin saber «por dónde entrar, cómo penetrar / en esta oscuridad». Y el cuerpo es una casa al fondo del zoco, a la que ya no se puede entrar por una puerta, sino que solo se llega «por su herida».

Por las venas de sus versos circula la tinta de su obra total, las grandes preguntas y las grandes dudas y las grandes evidencias que atraviesan su vida y tejen esa épica del corazón y de las preguntas conmocionadas que bombean de siglo en siglo y percuten entre la memoria de las civilizaciones y la voluntad rupturista de emprender caminos nuevos, senderos sobre la herida de este tiempo, como la mirada puesta en la esperanza de la creatividad renovada, donde el amor y la poesía puedan fundar un nuevo espacio de mujeres y hombres sin daño, como alternativa a la «máquina» y al «dios» que nos devoran en «su movimiento pendular frente al abismo» (que diría César Vallejo). 

Un viaje en busca de la verdad, atravesando «la ciénaga de la ciudad / y todos sus muros y escombros y restos humanos», las ruinas de una civilización en la que «los seres humanos devoran la carne de su especie / y alimentan a sus hijos con las sobras». Y el poeta denuncia porque sabe que el infierno posible ya está aquí, sin necesidad de asomarse a otro abismo lejano. Así escribe: «No hay lugar/ en el paraíso para un libro que no / esté escrito con la tinta del infierno» e invoca la presencia de Orfeo para que permanezcan la poesía y el canto, para volver a soñar el beneficio de la duda, para volver a hacer preguntas: «Orfeo, devuélvenos a los peldaños de la interrogación / para subirlos de nuevo».

MEDALLA DE ORO DEL CBA A ADONIS
15.09.22

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