Libros subversivos
Entrevista con Álvaro García Linera
Fotografía Miguel Balbuena
Teórico marxista y exvicepresidente de Bolivia, Álvaro García Linera se ha convertido en una referencia crucial para pensar América Latina. Tres años después del golpe que le forzó al exilio, conversa con el sociólogo y periodista Iago Moreno acerca de los profundos cambios que se viven en el continente. Una entrevista que nos lleva a profundizar sobre su relación con la lectura y la militancia, sus años de juventud y los retos de la llamada «segunda oleada progresista».
Durante el golpe de Estado de 2019, el rumor de que unos asaltantes violentos habían quemado su biblioteca, alertó a gran parte del mundo de las pulsiones autoritarias de sus adversarios. Sin embargo, usted ya había vivido eso mucho antes, en 1992, como preso político en la cárcel de Chonchocoro. ¿Qué cambia en la vida de uno al descubrir en la lectura un acto de insurgencia?
En Bolivia, tanto 1992 como 2019 fueron años de fuertes pulsiones autoritarias. Es curioso pensar cómo, ambas veces, quienes buscaban mi castigo o mi obediencia se dirigieron inicialmente a destruir la biblioteca. Como si los libros fuesen responsables de esa inconducta, de esa desviación.
En 1992 las autoridades entraron en mi casa tomando mis libros como un «botín de guerra». De esa época guardo uno que fue enviado al general de la policía de entonces. Era un libro de mi biblioteca, que volvió a mí años después con otra dedicatoria: «Le mando un libro de este subversivo para que usted lo hojee». En 2019 intentaron entrar de nuevo. Horas antes habían incendiado sedes sindicales y asaltado la casa de varios dirigentes populares. Después de entrar en la casita sencilla de Evo buscaban entrar en la mía.
¿Cual fue la última lectura que recuerde que le marcara profundamente?
Dos libros de Antonio Scurati: M. El hijo del siglo y M. El hombre de la providencia. Me impactó encontrar un retrato tan sólido del surgimiento del fascismo, una explicación más lúcida y profunda que la de muchos estudiosos de la ciencia política. Me hizo reflexionar sobre esas veces en las que el fascismo surge sobre las acciones inconclusas de la izquierda. Cuando la izquierda no lleva adelante el programa de transformación que la sociedad le manda, abre el espacio a respuestas muy autoritarias con apoyo social.
¿Y el libro que le recuerda a su juventud militante?
La revolución india, de Fausto Reinga, un intelectual indígena de los años sesenta y setenta. Él escribió un libro de una prosa inflamable; ¡era puro fuego! Me acuerdo que nosotros lo leíamos mucho y lo conversábamos con los compañeros que teníamos en las comunidades agrarias. Estuvimos un tiempo viviendo en las comunidades del Altiplano, y lo leíamos y comentábamos por las noches.
Es uno de esos libros que no pueden dejar a nadie indiferente, y me recuerda a esos fuegos de juventud.
Antes de anunciar su última candidatura a vicepresidente, declaró que quería dejar sus responsabilidades de gobierno para centrarse en la «formación de cuadros». Aquí, en España, esa expresión puede sonar abstracta, pero usted no la usa como una coartada, sino con conciencia de fondo. ¿Qué significa «formarse» como «un cuadro»?
La mejor imagen que me viene es la de un jesuita: aferrado a su creencia, con su cruz, caminando en medio de la selva, dispuesto a todos los sacrificios y tormentas del cuerpo. Aferrado a una fe que le hace capaz de sobreponerse a los fracasos, al abandono, a la muerte por su creencia. Los cuadros son hombres y mujeres de creencias, y hay un déficit de cuadros en las izquierdas.
¿Qué papel cumple ahí la lectura? ¿Se lee más, se lee distinto, se leen otras cosas?
Lee con el alma. Comprometiéndose con lo que lee. Se sumerge en las palabras para enfrentar sus errores, sus limitaciones, sus incertidumbres… No es un acumulador, es un hambriento. Ha de tener hambre de caminos, de guías, de opciones de transformación. De triturar lo que lee en esa fe, en esa ansiedad.
Me interesa esa referencia a los guías, porque a usted en sus tiempos de guerrillero le llamaban Qhananchiri (en aymara, «el que ilumina»). En estos tiempos de «radiante calamidad», ¿qué teme usted más: la falta de luz o los deslumbramientos peligrosos?
No me asusta ninguna de las dos cosas. Las dos son necesarias. La oscuridad hace que el deslumbramiento sea más poderoso. El momento más oscuro es antes de que llegue el alba. Estos tiempos oscuros, abatidos de desesperanza, siempre son la antesala inevitable de momentos de apertura cognitiva. Momentos en los que la gente se abre a nuevas certidumbres. Estas certidumbres no están dadas. Serán las que haya, las que estén: pueden ser muy conservadoras o muy transformadoras. Pero para lanzarse a abrazar el rayo, antes tiene que haber reinado para todos la oscuridad. Independientemente de que nos guste o no, así es la historia. Por eso, más que aterrarnos hemos de aprender a comprenderla para surcarla.
A finales de la década pasada, cuando la idea de un «fin de ciclo progresista» se había apuntalado a golpe de derrota electoral, usted insistió en hablar de «oleadas». Como idea, el fin de ciclo le parecía «mutilante» y temía que indujese a una «contemplación derrotista». Siete años después de aquellas amargas derrotas, las izquierdas no solo han retomado muchas presidencias perdidas, también han ganado varias nuevas; las últimas, en Chile y Colombia. ¿Podemos hablar de una «segunda oleada»?
La historia se mueve por oleadas. Es un hecho incontestable que al declive del primer gran flujo progresista latinoamericano no le siguió un largo ciclo conservador. Se cerró la primera oleada, hubo un contraflujo, pero no se tardó ni cinco años en sentir una nueva oleada. Es lo que estamos viviendo hoy en Chile, Colombia, Bolivia, Argentina, México, Honduras… y ojalá en Brasil [la entrevistó se realizó antes de la victoria de Lula en las elecciones brasileñas de noviembre de 2022]. Sin embargo, no tengo una mirada triunfalista de esta nueva ola. Me atrevo a decir que no tendrá una larga duración. La primera se extendió a lo largo de una década y media. Este va a tener que desplegar sus velas a través de una tormenta. Es un tiempo caótico a nivel mundial. Se avecina una década de victorias y derrotas cortas. Al menos hasta que se estabilice un nuevo modelo mundial de organización de la economía política y la legitimidad social.
El progresismo intentó abrir un ciclo largo para América Latina, pero los grandes retos que enfrentamos ya no pueden resolverse a una escala regional. ¿Cómo se va a configurar el mundo a partir de ahora? En la medida en la que esto no se resuelva mínimamente, vamos a vivir en un interregno agitado por fuertes flujos y contraflujos. Lo ves en Chile: gana el presidente Boric y a los meses se pierde el referéndum constituyente. Los que creen que han ganado ahora también se equivocan. Su victoria será corta porque el mundo tampoco los acompaña. Esta es una década donde estos flujos y reflujos se van a vivir de manera fragmentada, coetánea, en varios lugares… Mi hipótesis es que solo al final de esta década veremos por dónde irá la siguiente gran oleada que marcará los próximos cuarenta o cincuenta años.
Más allá de los factores exógenos que ponen límites a esta oleada. A su juicio, ¿qué diferencia los proyectos de esta ola de los de la anterior?
Hay varias diferencias. Lo común es que son proyectos progresistas para el protagonismo popular. Proyectos de igualdad, de justicia social y de redistribución. Pero la segunda ola, a excepción de Colombia, no viene acompañada en simultáneo de grandes movilizaciones sociales. Eso ya es un límite, porque la acción colectiva es un catalizador, es un propulsor de decisiones gubernamentales. La primera oleada, por lo general, contó con ese acompañamiento en simultáneo de la acción colectiva. La segunda no.
La segunda diferencia, que quizás es una consecuencia de lo primero, es que la segunda ola no tiene liderazgos carismáticos. Un liderazgo carismático es un liderazgo rupturista, inaugurador, audaz. Los liderazgos de la segunda oleada son moderados. No es un defecto, es un espíritu de la época, pero esto marca limitaciones a la hora de construir la unidad popular. La tercera diferencia es que ahora las fuerzas progresistas tienden a convertirse en un partido más del sistema político y, por lo tanto, más moderado. Es una hipótesis, pero para mí esto tiende a consolidar una tipo de bipartidismo polarizado. En cuarto lugar, el progresismo de la primera ola golpeó a las derechas política y moralmente, dejando a su espacio político desorientado o desorganizado. En la segunda oleada, las fuerzas conservadoras no están tan desmoralizadas ni tan fragmentadas. Han aprendido: también se movilizan, tienen liderazgos de recambio, combinan acción colectiva en las calles con acción parlamentaria. También son más autoritarias: no buscan el consenso, son menos tolerantes y más violentas e impositivas. Por último, diría que el mundo ha cambiado mucho. El covid y el gran encierro han cambiado las pautas económicas y las disponibilidades colectivas. La gente ahora está cansada. Cree menos. No se confía tanto. Y entonces, las posibilidades de construir legitimidades y liderazgos se vuelven mucho más complejas.
Al hilo de estos cambios, quería preguntarle por las nuevas formas de comunicar que marcan a esta segunda ola. ¿Le preocupa que el fetichismo de las redes sociales la empuje a la fugacidad?
No tengo una mirada excepcionalista de la dimensión digital. Cuando aparecieron la radio o la televisión también se les atribuyó a estas tecnologías unos poderes extraordinarios. Y no, la gente no es tonta. No hay que subestimar a la gente, ni a los jóvenes. Son soportes tecnológicos que personas con dinero buscan manipular y direccionar. Lo que hay que entender es que esos soportes tecnológicos, para ser eficientes, tienen que cabalgar sobre el estado de ánimo de la sociedad. No son herramientas todopoderosas. Hay que ir a buscarles el hueco. En Bolivia, ellos podían tener a su favor todos los medios escritos, la televisión y los medios digitales. Ante ellos, el MAS jugaba con herramientas de la Edad de Piedra y ganó. Es un ejemplo extremo, pero demuestra la centralidad de lo político. Ha habido muchos estudios que prueban la contratación de redes masivas de cuentas falsas, la construcción de grandes maquinaras de intoxicación informativa. Por eso hay que estar en las redes, pero no debemos sobredimensionarlas.
Usted interpela mucho a la juventud. ¿Qué tarea inmediata tienen los que vendrán y hoy sienten el mundo desesperanzados?
Están viviendo un mundo desesperanzado que, en la ausencia de respuestas, es la antesala a las nuevas certidumbres. Y eso no se da todo el rato. Los jóvenes que vivís estos días extraordinarios no debéis desesperaros ante la incertidumbre ni desencantaros. Que se quiebren las viejas certezas es el punto de partida para un portal, para un tiempo liminal, donde sabes cómo era antes, pero no tienes la menor idea de lo que viene.
Vivimos un tiempo paralizado, suspendido: un presente asfixiante sin porvenir. Pero así son los tiempos disruptores constructores de un futuro. Se avecinan tiempos en los que la juventud habrá de construir los siguientes paradigmas, y entonces es una virtud habitar este tiempo. Puede ser desgarrador, pero va a pasar. Vendrán tiempos de nuevas esperanzas movilizadoras, y lo harán más pronto de lo que uno cree. Por eso ser joven hoy día ha de ser una virtud. Es ahora cuando se definirá el curso de la historia durante los próximos cuarenta o cincuenta años. En otros momentos no tienes esa capacidad, apenas puedes resistir. Pero estos tiempos no son así: son tiempos para la construcción del porvenir.
12.09.22
PARTICIPAN ÁLVARO GARCÍA LINERA • RAFAEL HEIBER • MARÍA LOIS • GUILLAUME LONG
ORGANIZA COMMON ACTION FORUM • EDITORIAL AKAL
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