La utopía literaria pasó por aquí [y se llama novela romántica]
La presentación conjunta de dos libros de literatura romántica, ¿Un último baile, milady?,de Megan Maxwell, y la novela juvenil Tal como eres, de Sandra Miró, el pasado año en el CBA,es una ocasión perfecta para preguntarnos por los prejuicios aún vigentes acerca de determinados géneros de la literatura popular por parte de algunas instancias de la cultura. La también escritora Silvia Nanclares, autora entre otros libros de Quién quiere ser madre (Alfaguara, 2017),es la encargada de abordar estos asuntos tras conversar con ambas autoras.
¿Se imaginan un género con autoras de carreras prolíficas, con libertad para incursionar en subgéneros, con numerosísimos seguidores y ficciones con finales esperanzadores? ¿Un género optimista en tiempos de incertidumbre, una industria comandada por mujeres emancipadas económicamente y con poder editorial? ¿Unas autoras con comunidades sólidas que sostienen a sus creadoras más allá de los vaivenes de la propia industria? Todo eso se esconde tras esa montaña de libros en rústica con portadas con mucho fucsia y títulos inconfundibles, unas cifras de ventas imbatibles y la constante sombra de la cuestionable calidad literaria sobrevolando sobre ella: la literatura romántica contemporánea. La diosa Minerva, patrona de los artesanos, en este caso artesanas de la literatura, dio cobijo a Megan Maxwell y a Sandra Miró, madre e hija, para inaugurar su gira conjunta con dos de sus últimos libros ¿Un último baile, milady? y Tal y como eres (ambos publicados en Esencia-Planeta de libros), respectivamente. Después de años acompañando a su madre en sus multitudinarias presentaciones, la escritora cuasi novel Sandrá Miró decidió que una gira conjunta con ella sería una buena experiencia para curtirse como autora. Y es que su madre no es otra que Megan Maxwell, un fenómeno cuantitativo y cualitativo internacional dentro del género de la literatura romántica: con más de cuarenta y cinco títulos en el mercado y un ritmo de publicación de tres por año, con cinco millones de libros vendidos y traducida a múltiples lenguas, es una de las pocas mujeres entrevistadas por Évole y el pilar de uno de los fandom más amplios y fieles –sus guerreras y guerreros se hacen tatuajes comunes como símbolo de pertenencia– de la industria editorial española. Su incontestable éxito no ha ido acompañado, sin embargo, del reconocimiento de la crítica «seria». Por eso, en parte, las dos recuerdan con especial cariño esta primera parada de la gira que les ha ocupado este último curso. «Presentar en casa es siempre una alegría, pero, además, hacerlo en un sitio tan especial como el Círculo fue el mejor de los comienzos». ¿Podemos leer este evento como una suerte de guiño de esa otra cultura a un fenómeno de masas literario como es la literatura romántica? Tal vez esta dicotomía esté hoy obsoleta. Bien pensado, el Círculo ha tenido desde sus inicios la tradición de ser una institución de puertas abiertas y con la oreja puesta en la cultura popular, y esa tarde de otoño le tocaba a la novela romántica y a la novela juvenil, dos fenómenos culturales muy vivos.
Lo primero que hay que hacer para acercarse al universo cultural romántico es desterrar la caduca y despectiva etiqueta de «novela rosa». Sandra, la hija, veinticuatro años, es tajante: «El término "novela rosa" me parece casposo. Se dice incluso con un poco de desprecio». Maxwell apuntilla: «Yo escribo novela romántica. Y dentro de la novela romántica, practico además otros subgéneros como la erótica o la medieval». Otro signo de esas apreciaciones despectivas que corroboran esa mirada por encima del hombro a la literatura romántica es la etiqueta, tantas veces asignada a la literatura de Maxwell, de «porno para mamás». «Está todo mal en esa etiqueta, es una horterada; para empezar no todas las mujeres son mamás. Y nunca se ha dicho "porno para papás"», declara Maxwell. «Es paternalista, yo lo que hago es literatura erótica, en la que el deseo, especialmente, el deseo de las mujeres, es el protagonista. Parece que eso sigue molestando».
Miró, alumna aventajada de su madre, ha ampliado el espectro de ese deseo con un abanico de diversidad. Sus tramas están protagonizadas por sujetos de la comunidad LGTBIQ+ y contienen una explícita mirada feminista. Sandra también está abriendo nuevos caminos dentro del género, incluyendo conflictos contemporáneos y sociales como el racismo y la homofobia: «Cuando empecé, lo hice egoístamente, y solo quería meter en mis libros cuestiones y personajes que no veía representados en los libros que leía cuando tenía catorce años. Para mí es muy importante dar voz a gente que no la ha tenido o que aún no la tiene, desgraciadamente. Y tocar temas que a lo mejor hacen que algunas personas se sientan incómodas. Nos han incomodado a nosotras durante años, pues ahora nos toca incomodar». Maxwell sonríe orgullosa ante la determinación y la claridad de su hija. Porque de esto, entre otras cosas, Megan, ha aprendido muchísimo de su hija en estos meses: «De y con ella, aprendo un montón acerca de los términos que se utilizan hoy en día, y también aprendo de cómo lo cuenta ella, con total naturalidad». Sandra, por su parte, está muy agradecida de poder haber hecho una gira de la mano de su madre y, sobre todo, de una escritora tan experimentada. Las guerreras de Maxwell, en un ejercicio de sororidad, han amadrinado también a su hija, animando a sus propios hijos e hijas a leer a la nueva generación que representa Sandra. De este modo, sus presentaciones se tornan en un evento intergeneracional, con chavalada por un lado, y mujeres (y hombres) de mediana edad por otro, algo tampoco demasiado habitual en las presentaciones literarias. Quizá tengamos cosas que aprender desde otros ámbitos de la cultura de estos cruces tan interesantes. Por ejemplo, ¿cómo aprender el secreto de esos trasvases de lectores?
También podríamos atrevernos a leer la literatura romántica en términos de feminismo popular y hasta de clase. Megan Maxwell, pese a su seudónimo anglosajón, es una antigua vecina del barrio madrileño de Aluche, proveniente de una familia de mujeres solas que han logrado salir airosas. Para Maxwell, la construcción de mujeres fuertes en sus novelas es un requisito y un objetivo a priori: «Quiero mostrar a mis lectoras que la vida se puede llevar hacia delante sin un hombre al lado. Como escritora de literatura romántica, me concentro en escribir sobre mujeres que se enamoran de hombres que no las limitan». Y el feedback de sus lectoras al respecto le hace constatar lo necesario que es aún este mensaje en la vida de muchas mujeres. Ambas saben cuidar a sus fans, se mueven como pez en el agua en las redes, Megan desde una comunidad muy consolidada y Sandra desde la construcción de una nueva. Valoran muchísimo ese diálogo digital y presencial con sus seguidoras, y esta gira es un medio para consolidar esa conversación «entre guerreras». El mundo de la novela romántica, erótica y todos sus subgéneros, como la erótica histórica, están plenamente comandados por mujeres, que consiguen muchas veces, como es el caso de Maxwell, emanciparse completamente en el plano económico. «Ser económicamente independiente es mi conquista, he trabajado muchísimo para conseguirlo. Y es lo que trato de inculcarle a mi hija», afirma.
Su orgulloso origen de clase trabajadora le da un sabor especial al fenómeno editorial que protagoniza. Porque ¿cuántos célebres escritores sancionados por la alta cultura, no solo presentan cifras indefendibles para el mercado, sino que se ven solos y aislados en su tribuna llegado un punto de su trayectoria literaria? «Ya no sé la cantidad de veces que me han dicho que lo que yo hago no es literatura», declara Maxwell. Pero ella reivindica la capacidad de la literatura para entretener y enseñar a imaginar: «Yo les digo que todos escribimos para que la gente nos lea. Pues yo hago leer a la gente. Tú vendes dos y yo vendo veintidós». La rotundidad de las cifras avala sus planteamientos. Sería conveniente revisar esos discursos despectivos que siguen arrinconando los géneros de la literatura popular y comenzar a valorar a esas comunidades fuertes que se construyen en torno a sus autoras y autores, separadas muchas veces artificialmente de la «alta cultura» que ensalzan las grandes instituciones culturales y los suplementos literarios de los principales medios de comunicación; para que nadie tenga que forrar sus libros favoritos con final feliz nunca más –o sentirse segura tras su Kindle en el metro–. Porque, bajo esta convención de los finales felices dentro de la ficción romántica y juvenil protagonizada por mujeres e identidades LGTBQI+ como la que escriben Megan Maxwelly Sandra Miró, podemos también leer un afán subversivo disfrazado de supuesto convencionalismo. Ficciones con personajes femeninos fuertes y deseantes, donde, por increíble que parezca en estos tiempos, todo termina bien. «Creo que las mujeres han adoptado conscientemente el final feliz por una razón: para imaginarse un mundo en el que ellas ganan, en el que sus deseos son lo principal. Se necesita mucha energía para ello. Y en un cierto punto, esa energía es utópica», dice una de las principales editoras del mercado estadounidense al final del documental Love between the covers (Laurie Khan, 2016, disponible en Filmin). Y si de algo estamos necesitados es de relatos utópicos. Aunque antes nos obliguen a abandonar toda esta serie de prejuicios.
23.11.21
PARTICIPAN MEGAN MAXWELL • SANDRA MIRÓ • ESTHER ESCORIZA
ORGANIZA EDITORIAL ESENCIA-PLANETA DE LIBROS
COLABORA CBA