La literatura y otros demonios
Conversación con Mircea Cãrtãrescu
Traducción Marian Ochoa De Eribe
Mircea Cãrtãrescu, autor de una obra monumental que puede convertirle en el primer escritor rumano en ganar el Premio Nobel, publicada en España por Impedimenta, estuvo conversando con David Sánchez Usanos, profesor de la Escuela Sur y de la UAM, en una de las sesiones de la Cátedra Acciona Sur. Ahí habló de la esencia de la literatura, que «surge de nuestros demonios y nuestras pesadillas», y que para él personifica Frank Kafka por encima de cualquier otro escritor.
David Sánchez Usanos
Mircea Cãrtãrescu pertenece a esa estirpe de escritores que, como sucede con Paul Auster o Milan Kundera, a nadie le extrañaría que ganara el Nobel. En todo lo que escribe se percibe su oído y su ojo de poeta, también en el título para este encuentro, «La literatura y otros demonios», que él mismo sugirió. ¿En qué consiste para usted el demonio de la literatura?
Mircea Cãrtãrescu
Tal vez Kafka sea el escritor más importante de la modernidad porque no se llamaba a sí mismo escritor. Se consideraba un centinela en la frontera del conocimiento. Cuando los demás dormían, él velaba, vigilaba en los límites del lenguaje, del saber. Precisamente por este carácter inhumano del límite del mundo, Kafka habló del carácter demoníaco de la literatura. Con esa idea se refería al hecho de que para que cualquier cosa sea viable en este mundo debe partir de las llamas del infierno; en el fondo de la literatura están nuestros demonios, nuestras pesadillas, todo eso que surge del interior y que alimenta la literatura.
También Thomas Mann establecía esa relación entre el fuego del infierno y la existencia humana. En el famoso «sueño de nieve» de Hans Castorp, el protagonista de La montaña mágica, este tiene la visión de un templo en cuyo interior se está sacrificando a un niño. De aquí surge la pregunta, ya planteada por Dostoyevski, ¿de dónde procede el mal? Es la pregunta más inquietante que atraviesa al espíritu humano: ¿por qué un dios bueno permite la existencia del mal en el mundo? ¿Por qué sufre el inocente? ¿Por qué puede ser sacrificado un niño? ¿Por qué los más inocentes del mundo soportan el martirio? La esencia del arte consiste en responder a esa pregunta. Los pesos pesados de la literatura han sido siempre aquellos que se han esforzado por responderla.
David Sánchez Usanos
En su producción literaria flota siempre lo onírico. No sé si usted es insomne, si lo fue alguna vez o si escribe de noche, pero por lo que se lee en sus libros está claro que escribe para la noche.
Mircea Cãrtãrescu
Tengo unas costumbres poco habituales como escritor. No soy insomne como Kafka y otros autores, pero mis sueños son muchas veces difíciles de soportar. Hubiera preferido ser insomne. Yo escribo por las mañanas, cuando se disipan las brumas del sueño, escribo como mucho una página o una página y media; a veces, incluso menos. Pero escribo de manera constante y, a pesar de que escribo muy poco cada día, parece que soy un autor prolífico. Escribo a mano, algo que sucede cada vez menos. Y aunque esto no sea verdaderamente especial, lo especial es que no evito nada.
Escribo en cuadernos, que conservo en mi archivo como una especie de prueba, porque cuesta creer que un escritor no modifica, ni borra ni añade nada. Siempre publico el primer borrador. Si no me salen las diez primeras páginas, tiro el manuscrito, pero los libros que termino están limpios. Y esto es válido también para mis libros más gruesos, como sería el caso de la trilogía Cegador (1996-2007), escrito de la primera a la última palabra sin apenas una palabra tachada. No conozco a ningún autor que escriba así, pero yo no puedo escribir de otra manera. Como ya he dicho, escribo a mano y no me gusta borrar las palabras como hacen los estudiantes, me gustan los manuscritos limpios. Así que soy el reverso de esos escritores que añaden y borran y dejan unos manuscritos muy pintorescos.
No solo no evito nada, sino que no tengo ningún plan preconcebido, nunca sé lo que voy a escribir en la página siguiente. Así pues, toda mi escritura, incluso en las novelas largas, es pura improvisación. En ese sentido, mis libros se hacen solos. Es como si fueran ellos, y no yo mismo, los que saben adónde tienen que llegar. Cada mañana me siento en mi mesa de trabajo y releo la última página que he escrito el día anterior y sigo escribiendo de la misma manera. Cada una de mis páginas puede ser un punto de bifurcación. Me gusta sorprenderme a mí mismo. Si tuviera un plan inicial, ¿cómo me iba a sorprender?, ¿qué interés tendría para mí? Mi placer es inventar cada día, y dirigirme hacia un lugar insospechado hasta ese momento. Puesto que la escritura es un acto de fe, creo que el libro va a alcanzar la coherencia, que se va a redondear solo.
Muchas veces comparo mi forma de escribir con la manera en que las termitas construyen sus nidos. Las termitas no parten de un plan inicial, no son arquitectas. A pesar de ello, consiguen erigir esos nidos, de entre seis y ocho metros, extremadamente complejos, dotados de distintas cámaras, canales y zonas de aireación propias de la alta arquitectura. El único plan inicial del que parten es su propio cuerpo. Y es su cuerpo el que dicta la aparición de estos gigantescos monolitos. Yo creo que mi mente también funciona así: por una parte, de manera aleatoria y, por otra, de manera rigurosa. Esta tensión entre el caos y el cosmos es lo que persigo en cada uno de mis libros. Así como Thomas Pynchon seguía siempre la consonancia entre la paranoia y la esquizofrenia, los dos rostros de la mente humana.
David Sánchez Usanos
A diferencia de Kafka, ¿usted sí se considera escritor?
Mircea Cãrtãrescu
La palabra escritor es una palabra engañosa que nos puede llevar en diferentes direcciones. Hay muchos tipos de escritores, y no me refiero ahora a los escritores que practican la literatura de consumo, que, en mi opinión, son extremadamente importantes: configuran esa inmensa colina de libros por encima de la cual puedes ver la verdadera ciudadela de la literatura. Sin la existencia de la literatura de consumo, tan importante como las lavadoras o los frigoríficos, no podría existir la literatura verdadera.
La ciudadela que se divisa sobre ese montículo de libros tiene distintos niveles. En su primer nivel está el escritor constructor, el escritor ingeniero, que conoce su trabajo, igual que cualquier otro trabajador. No tienen por qué ser los peores, pero sí que son los más sólidos, los que construyen el edificio. Son los escritores balzaquianos, como los escritores realistas, por ejemplo; los que saben construir, aquellos que podrían incluso explicarte las reglas de la literatura que ellos mismos han aprendido. Todos estos autores forman este primer nivel, el de la profesión de escritor.
Sobre este nivel surge otro más reducido, que incluye a menos escritores. Son quienes, una vez construido el edificio, van a decorarlo, independientemente de que se trate de un edificio religioso o laico. Estos son los escritores artistas que se definen por la posesión de algo inefable, lo que podríamos llamar «arte». Por ejemplo, Nabokov despreciaba la obra de Dostoyevski porque no le parecía lo suficientemente artística. Y debo decir que no tenía razón en absoluto, porque la obra de Dostoyevski es todo un sistema; no se trata de la belleza de las partes por separado. Su fuerza radica en la forma de investigar la naturaleza humana. Si la literatura consistiera en el arte de las palabras, no habría escritor más grande que Nabokov, pero la literatura no consta solo de palabras. Así pues, en este segundo nivel, encontramos artistas amados o respetados porque son sutiles, inspirados. Aquí están prácticamente todos los grandes poetas, y otros muchos narradores.
Ahora bien, no basta con construir una catedral y luego decorar su interior; también hay que santificarla. Y ahí aparece el tercer grupo de escritores, el de aquellos que bendicen el edificio de la literatura. Son los santos de la literatura, quienes otorgan poder, profundidad y energía al edificio. Autores como Safo, Virginia Woolf, Quevedo, Rilke, Dostoyevski o Dante Alighieri son para mí los santos que configuran y bendicen la verdadera literatura. Yo solo creo en aquellos escritores para quienes la literatura es una religión. A propósito de esto, me gustaría contarles algo interesante sobre un fragmento de Salinger, uno de los autores que más me gustan y de quien he aprendido mucho. Inventó una familia, la familia Glass, sobre la que escribió en varios de sus textos más sólidos. Un día, dos de los Glass —Seymour y Buddy— van a enrolarse en el ejército y para ello tienen que rellenar unos formularios. Una de las preguntas es sobre su profesión. Buddy escribe «escritor», Seymour empieza a reírse y no puede parar. Buddy le pregunta por qué se ríe, si él ha escrito muchos libros, y Seymour deja de reírse y le dice: «¿Desde cuándo la escritura es tu profesión? Yo pensaba que era tu religión».
Para terminar, hay un autor que corona este edificio, como una estatua sobre el Duomo de Milán, y ese autor es Franz Kafka. Kafka no necesitaba la fama, no necesitaba ningún provecho del mundo de la literatura, se conformaba con la oscuridad más profunda, no era candidato a ningún premio y fue poca la gente que lo conoció en vida. Como ya he mencionado, no se consideraba un escritor, escribía únicamente porque no podía vivir de otra manera. Kafka escribe como respira. Precisamente por ello, para mí es el escritor supremo. Escribió en silencio y en el anonimato y al final de su vida quiso destruir toda su obra. Es el modelo ideal de escritor, una suerte de mártir de la escritura. Me dicen que no siga hablando de Kafka, porque habla de él todo el mundo, pero yo no hablo de Kafka, hablo de mi Kafka, ese que se ha incorporado en mí, que llevo en mí cada día, que es mi modelo de vida.
David Sánchez Usanos
A propósito de la literatura que tan bien ha descrito, ¿cree que su función ha cambiado? Por quedarme con los dos autores más contemporáneos que ha nombrado, ¿qué ha cambiado desde Salinger o Nabokov a hoy, si es que ha cambiado algo?
Mircea Cãrtãrescu
La literatura evoluciona continuamente, pero a mí no me interesa esa evolución. Mi ideal es un sistema en el que coexistan todos los autores de todas las épocas, como en mi biblioteca, que es una de las más desordenadas que se pueda imaginar. Hay quien ordena su biblioteca en función de espacios culturales, de estilos; la poesía la colocan en un sitio, en otro la prosa... En mi caso, hay una mezcla total. Siempre he sido un lector omnívoro y una persona extremadamente curiosa. La mayoría de los escritores solo leen literatura, algo que siempre me ha sorprendido porque para mí lo importante no es mi arte, sino el mundo en el que vivo. Leo poesía, leo mucha prosa y leo también libros de todos los ámbitos del conocimiento. Naturalmente, leo filosofía, teología y mística. No puedo imaginar ningún ámbito del que no haya leído algo.
Algún filósofo posmoderno decía que «hay que surfear todos los niveles de la realidad», y yo no quiero dejar ningún nivel sin surfear, ya se trate de la literatura o de otros demonios, como el amor, el vino, el sexo, todo aquello que nos hace personas. En el momento en el que termino de escribir mi página diaria, salgo, cierro la puerta y no vuelvo a entrar allí hasta el día siguiente. Prefiero ver películas, escuchar música y vivir con mi familia y mis amigos, como la gente normal y corriente. Considero que la vida cotidiana es la base de la existencia. Cuando a un sacerdote zen le preguntaron qué era lo zen, dijo que era la vida de cada día, y creo que tenía razón.
David Sánchez Usanos
Sin embargo, en más de una ocasión usted ha escrito que «ser escritor es ser un voyeur de las ruinas». No sé si mantiene esa definición, pero en su obra es muy importante el óxido, la descomposición, la metamorfosis… ¿Qué es lo que está en ruinas?
Mircea Cãrtãrescu
Las ruinas tienen un papel fundamental en toda mi escritura. En la cultura europea existe también una época de las ruinas: la época prerromántica, en la que muchos autores perseguían la inspiración buscando en las ruinas del pasado. Creo que las ruinas son la verdadera imagen de la condición humana, de la melancolía, del hecho de que todo esté destinado a desaparecer. Como cantaba George Harrison, All things must pass. Nosotros no nos reconocemos en ciudades de acero y cristal y nos cuesta mucho vivir en ellas.
En mi novela Solenoide hay un arquitecto que construye una ciudad de un día para otro, pero su genialidad consiste en haberla hecho ya en ruinas. Una vez, cuando estaba en Bruselas, me preguntaron cómo imaginaba el paraíso y, para mi propia sorpresa, respondí lo siguiente: «Veo el paraíso como un planeta en ruinas, con ciudades ruinosas, con todos los edificios con las puertas abiertas, donde se puede entrar y explorar cada casa infinitamente y encontrar objetos de lo más extraños en cada rincón de esas casas abandonadas, una explicación para esas ruinas y espacios que puedan ser todavía explorados». En un planeta así me gustaría vivir infinitamente, de ahí que me guste tanto un pintor muy poco conocido que fue quien mejor reflejó las ruinas. Su nombre es Desiderio Monsù y es uno de los personajes más importantes de Cegador. En realidad, bajo ese nombre se esconden dos pintores del siglo XVII: François de Nomé y Didier Barra. Trabajaban juntos y pintaban de una manera como ya no se pinta, y como no se había pintado hasta entonces. Solo pintaron palacios imaginarios, llenos de estatuas, a las que les ataban los dedos, los pies, la nariz, y todo ello en un panorama de lo más melancólico y derruido. De ellos aprendí a amar las ruinas.
David Sánchez Usanos
Estos días, mientras leía textos suyos, tenía en la cabeza el álbum de Neil Young Rust Never Sleeps [el óxido nunca duerme], que podría ser un verso suyo o el emblema de un anaquel donde guardar sus libros. Ahora que hablaba de Europa, usted se define como un escritor europeo en unas páginas muy lúcidas, en las que, a propósito de estas divisiones editoriales más bien tontas, afirmaba que no se sentía un escritor de la Europa oriental, a lo que un editor le contestaba que usted, como rumano, es un escritor de la Europa oriental del Sur. Desde el punto de vista cultural o espiritual, ¿Europa sigue significando algo?
Mircea Cãrtãrescu
No me defino como una persona eurocéntrica. Tengo un gran respeto por todas las civilizaciones. Pero por mi cultura, mi educación y el lugar en el que he nacido soy, en primer lugar, europeo. Como saben, el espíritu europeo se ha construido sobre los hombros de dos gigantes que no escribieron nada, pero sobre cuyas espaldas descansan todas las bibliotecas del mundo. Me refiero a Jesús y a Sócrates, casi dos gemelos culturales, que tuvieron la misma suerte: ser asesinados por aquellos que más debían haberlos amado. Sócrates fue asesinado por los atenienses en la época más democrática de Atenas, y Jesús fue asesinado por aquellos a los que precisamente amaba y defendía. Y de la mente de estos dos hombres extraordinarios nació Europa. Sus sombras se proyectan sobre dos mil años de historia. Es como una especie de hermanamiento de dos filamentos de ADN: se podría decir que compartimos el genoma de estos dos grandes pensadores y místicos. Ambos estaban habitados por un demon, a propósito de literatura y demonios. Uno estaba habitado por el propio Dios y el otro por un demon muy extraño que le permitía hacer unas cosas sí y otras no. Esta herencia la llevamos todos con nosotros.
Yo amo todo el edificio cultural y literario, amo igualmente a los clásicos, que son cada vez menos leídos, pero son colosales. Por ejemplo, El asno de oro, de Apuleyo, o El Satiricón. Son inigualables hoy en día. Son textos que pueden ser comprendidos por cualquiera, incluso amados. Para mí no hay escritores viejos y escritores nuevos; todos fueron nuevos en algún momento y han envejecido, y todos, cuando son releídos, vuelven a ser nuevos. Un gran crítico literario rumano, George Ca˘ linescu, decía que él no leía literatura, sino literaturas. Y no es un escritor verdadero aquel que lee libros, porque la literatura no es un montón de libros, es un sistema donde cada libro tiene su espacio. Si faltara un libro, el sistema sería otro. Así que un escritor verdadero lee la propia lectura. Esa es la diferencia entre una lectura simple y una lectura verdadera.
Europa, además, no solo tiene su propia voz: aunque todas las culturas sean diferentes, maravillosas y llenas de inventiva humana, todos los instrumentos con los que podemos descifrarlas fueron inventados en Europa. Y esto es una característica de nuestra cultura. En la cultura europea incluyo también la estadounidense. Naturalmente, Norteamérica se aleja del sistema europeo del mundo antiguo, pero sus grandes escritores siguen la tradición europea. Por ejemplo, piensa en la línea Biblia-Whitman-Ginsberg; es la misma literatura. Si leen a los profetas bíblicos, los van a encontrar en Whitman y luego en Ginsberg. Así pues, la cultura norteamericana, que nos parece tan alejada de la europea, está profundamente anclada en los valores y los textos europeos.
PREGUNTA DEL PÚBLICO
Me gustaría oír algunas palabras sobre la otra América, la América Latina. ¿Qué relación, en la medida en que América Latina está en los márgenes de la propia cultura europea, podríamos establecer con Rumanía, país que, más allá de la discusión sobre Europa oriental y occidental, también está en los márgenes?
Mircea Cãrtãrescu
América Latina es mi gran amor. He tenido la oportunidad de visitar México y Colombia, y me enamoré de esos dos países. Quizá porque se parecen muchísimo al mío. Alguien dijo que Rumanía es un país latinoamericano perdido en Europa. Hay algunos aspectos con los que se puede defender, irónicamente, ese principio. Nosotros también somos latinos, como todos los pueblos de América Latina y muchos de Europa. Tenemos la misma diferencia colosal entre pobres y ricos, hemos tenido una serie de dictaduras, como si fuera una maldición sobre nuestro país y sobre muchos países latinoamericanos. Hemos tenido incluso dictaduras militares durante la época de la guerra y con las mismas consecuencias catastróficas. Y tenemos una literatura extraordinariamente parecida, una literatura imaginativa, exuberante, llena de vida, de sueños, llena de ese realismo mágico que constituye la esencia de la literatura latinoamericana. También los latinoamericanos proceden de Europa, no solo de los españoles. Por supuesto, el gen más próximo es la literatura española, pero existe otro gen muy cercano. Los poetas que descubrieron el sueño son los románticos alemanes de los siglos XVIII y XIX. El sueño pasó después a la modernidad, como tema literario, gracias al psicoanálisis. El psicoanálisis y el romanticismo alemán produjeron el surrealismo. El antepasado de Breton, por ejemplo, es Novalis. Algunos de los escritores latinoamericanos que se convertirían en verdaderas glorias vivieron en París en el periodo surrealista, y son ellos quienes lo llevaron a América Latina; entre ellos, Julio Cortázar, que fue un mensajero del surrealismo en toda América Latina. Es el padre de todos los grandes escritores latinoamericanos. Y de esta manera, la herencia europea del romanticismo alemán envió esa luz a América Latina, donde ha producido grandes escritores, como Sábato, que me parece un gigante, el Dante Alighieri del siglo XX.
PREGUNTA del público
A usted se le considera uno de los principales teóricos del posmodernismo literario. ¿Se considera un autor posmoderno?
Mircea Cãrtãrescu
Mi tesis doctoral trata sobre el posmodernismo. El más importante de sus diferentes apartados es el dedicado a la filosofía posmoderna, donde planteaba las teorías de diferentes filósofos; entre ellos, Gianni Vattimo. A medida que profundizaba en sus textos y teorías, me daba cuenta de lo lejos que estaban estos autores de mi forma de pensar. Fue paradójico, porque yo estaba absolutamente dispuesto a absorber toda esta filosofía. No tenía ningún problema con la literatura posmoderna. Me gustaba mucho también el nouveau roman francés, los posmodernos estadounidenses; todavía sigo pensando que Thomas Pynchon es el escritor vivo más importante. Conocí también a John Barth y a muchos otros papas del posmodernismo literario, todos ellos artistas de la palabra. Sin embargo, tuve muchos problemas con la filosofía posmoderna, en la que no creo y en la que no he creído nunca. Sigo siendo un intelectual humanista clásico, un liberal en el más amplio sentido de la palabra, y no puedo superar ese límite. Creo en valores sólidos, creo que la vida de mi hijo es un valor innegociable, creo que nuestra existencia tiene un sentido. Sin embargo, Gianni Vattimo y toda la filosofía posmoderna aseguran que todo esto no tiene valor. El resumen de la filosofía posmoderna es: nacemos, morimos y, entretanto, tenemos que pasarlo bien, mientras que, en mi opinión, nacemos, tenemos que comprender el mundo y luego morir, y es una gran diferencia. Creo que existe la realidad y nuestra conciencia. Esos dos elementos forman uno solo, son lo mismo. Pienso que nuestra existencia es un test. Estamos aquí como en esos exámenes de cultura general cronometrados, y tenemos que dar una respuesta antes de que se pare el cronómetro. Por lo que respecta a mi escritura, se basa en valores firmes. El posmodernismo y todo lo que lo rodea influyó notablemente en mi estilo. Me gusta la impureza, la mezcla de géneros y de estilos, pero no me puedo considerar un escritor posmoderno porque no creo en lo que creen ellos.
PREGUNTA DEL PÚBLICO
Ya que nos ha regalado esa idea tan original del paraíso, ¿se atrevería a darnos una idea de cómo es su purgatorio o su infierno?
Mircea Cãrtãrescu
Estaría muy bien que cada uno de nosotros imaginara su paraíso, su infierno y su purgatorio personal. Podríamos hacer un juego de sociedad (risas). Por lo que a mí respecta, creo que me quedaría mucho tiempo en el purgatorio, lejos de las tentaciones del cielo y de los suplicios del infierno, pero probando un poco de cada uno. Los del purgatorio sufren, pero se alegran porque al final van a poder ver a la divinidad. Allí me gustaría quedarme.
26.10.21
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