SENSUALISMO / SENSACIÓN
Pessoa mantuvo una relación ambigua y tensa consigo mismo, con su inclinación meditabunda. En esta selección recogemos fragmentos que tematizan la cuestión de las sensaciones y, en no pocas ocasiones, manifiestan una franca hostilidad hacia la teoría, hacia el concepto o hacia la reflexión por considerarlos contraproducentes para la vida y para la propia función poética. En estos textos encontramos una militancia en cierto materialismo y una vindicación del valor de la percepción inmediata, de lo concreto sobre lo abstracto, del sentir por encima del pensar.
Son las personas superficiales las únicas que no juzgan por las apariencias. El misterio del mundo es lo visible, no lo invisible
Oscar Wilde (1854-1900)
No podemos mantenernos firmes en la abstracción. Terminaríamos por creer que los grados del termómetro están en la naturaleza
Remy de Gourmont (1858-1915)
En el arte, las teorías prestan la misma utilidad que las recetas en medicina: para creer en ellas es preciso estar enfermo. El saber mata el instinto. Uno no hace pintura, hace su pintura. Me esfuerzo por volver a los instintos que dormitan en lo profundo del subconsciente, de los que fuimos despojados por la vida superficial, por las convenciones. Sigo considerando las cosas con ojos de niño.
Maurice de Vlaminck (1876-1958), Fragmentos (1929)
El resultado lo es todo. Lo que se sintió fue lo que se vivió;. Se retira uno tan cansado de un sueño como de un trabajo visible. Nunca se vivió tanto como cuando se pensó mucho. Quien está en un rincón de la sala baila con todos los bailarines. Lo ve todo, y por verlo todo, lo vive todo. […] Bailo, pues, cuando estoy viendo bailar. Digo, como el poeta inglés, cuando contaba que estaba viendo, tumbado a lo lejos en la hierba, tres segadores: «Hay un cuarto segando, y ese soy yo».
nos quedaba, como motivo de tener alma, la contemplación estética de la vida. Y así, ajenos a la solemnidad de todos los mundos indiferentes a lo divino y menospreciadores de lo humano, nos entregamos fútilmente a la sensación sin propósito, cultivada en un epicureísmo sutilizado, como conviene a nuestros nervios cerebrales.
En realidad, no poseemos más que nuestras propias sensaciones; en ellas, pues, y no en lo que ellas ven, tenemos que fundamentar la realidad de nuestra vida.
Son intransmisibles todas las impresiones salvo si las hacemos literarias. Los niños son muy literarios porque dicen tal como sienten y no tal como debe sentir quien siente según otra persona. Oí una vez a un niño que decía, queriendo decir que estaba a punto de llorar, no «Tengo ganas de llorar», que es lo que diría un adulto, es decir, un estúpido, sino «Tengo ganas de lágrimas». […] «¡Tengo ganas de lágrimas!». Aquel chiquillo supo definir bien su espiral.
El ansia de comprender, que en tantas almas nobles sustituye a la de actuar, pertenece a la esfera de la sensibilidad. Sustituir por la Inteligencia la energía, romper el lazo entre la voluntad y la emoción, despojando del interés todos los gestos de la vida material, eso es lo que, logrado, vale más que la vida, tan difícil de poseer por entero y tan triste de poseer parcialmente.
Decían los argonautas que navegar es preciso, mas vivir no es preciso. Argonautas nosotros de la sensibilidad enfermiza, digamos que sentir es preciso, mas que no es preciso vivir.
¿Quién soy yo para mí? Sólo una sensación mía. Mi corazón se va vaciando sin querer, como un balde roto. ¿Pensar? ¿Sentir? ¡Cómo cansa todo cuando es una cosa definida!
Soy más viejo que el Tiempo y que el Espacio, porque soy consciente. Las cosas se derivan de mí; la Naturaleza entera es la primogénita de mi sensación.
Ese lugar activo de las sensaciones, mi alma, pasea a veces conmigo conscientemente por las calles nocturnas de la ciudad, en las horas tediosas en que me siento un sueño entre sueños de otra especie, a la luz — del gas, entre el ruido transitorio de los vehículos.
Más de una vez, al pasear lentamente por las calles vespertinas, me ha golpeado el alma, con una violencia súbita y aturdidora, la extrañísima presencia de las cosas. No son exactamente las cosas naturales las que de ese modo me afectan y las que de manera tan poderosa me producen esa sensación: son más bien las distribuciones de las calles, los letreros, las personas vestidas y charlando, los empleos, los periódicos, la inteligencia de todo eso. O, mejor, es el hecho de que existan distribuciones de calles, letreros, empleos, hombres, sociedad, todo entendiéndose y prosiguiendo y abriendo caminos.
Me golpea entonces, siempre que así siento, la vieja frase de no sé qué escolástico: Deus est anima brutorum, Dios es el alma de los brutos. Así entendió el autor de la frase, que es maravillosa, que podía explicarse la certeza con que el instinto guía a los animales inferiores, en los que no se adivina inteligencia, o se adivina apenas un bosquejo de ella. Pero todos somos animales inferiores ―hablar y pensar no pasan de ser nuevos instintos, menos seguros, por nuevos, que los otros. Y la frase del escolástico, tan justa en su belleza, se me ensancha y digo: Dios es el alma de todo.
Me gusta hablar. O mejor: me gusta palabrear. Las palabras son para mí cuerpos tangibles, sirenas visibles, sensualidades incorporadas. Tal vez porque la sensualidad real carece para mí de cualquier interés ―ni siquiera mental o de ensoñación―, se me transmutó el deseo en aquello que en mí crea ritmos verbales, o los oye de los otros. Me estremezco si hablan bien.
El ambiente es el alma de las cosas. Cada cosa tiene una expresión propia, y esa expresión le viene de fuera.
Cada cosa es la intersección de tres líneas, y esas tres líneas forman esa cosa: una cantidad de materia, el modo como interpretamos, y el ambiente en que se encuentra.
[…] Creo, pues, que no hay error humano, ni literario, en atribuir alma a las cosas que llamamos inanimadas. Ser una cosa es ser objeto de atribución.
La metafísica siempre me pareció una forma prolongada de locura latente. Si conociéramos la verdad, la veríamos; todo lo demás es sistema y alrededores. Si lo pensamos bien, bástenos la incomprensibilidad del universo; querer comprenderlo es ser menos que hombres, porque ser hombre es saber que no se comprende.
Vivo de impresiones que no me pertenecen, perdulario de renuncias, otro distinto en el modo de ser yo.