Oye, de Cristo idólatra: es la vida
múltiple, y los días son diversos.
Sólo siendo así múltiples, podremos
estar solos, al fin, con la verdad.
Sólo te tornarás quien siempre fuiste.
Lo que los dioses dan, danlo al comienzo,
pues de una vez el Hado
hado te da: eres uno.
Nuestra sola certeza es el instante
que pensamos cual cierto.
No lo pensemos pues, sino que sea
cierto sin pensamiento.
Cada uno es él solo, y si con otros
goza es que de ellos goza, no con ellos.
Lo que te enseña aprende,
sí, tu cuerpo, tu límite.
Conócete si puedes. Si no puedes,
que no puedes conoce. Saber sabe.
Nada des, nada esperes, no. Sé tuyo.
Poco los dioses dan, y aun eso es falso,
mas si lo dan, aun falso, el mismo darlo
es verdadero. Acepto
a ojos cerrados. Basta.
Nunca la ajena voluntad, aunque grata
cumplas por propia. Manda en lo que haces,
ni de ti mismo siervo.
Nadie te da quien eres. No te muden.
Tu íntimo destino involuntario
cumple, sí. Sé tu hijo
Quien eres no serás, que tiempo y suerte
te mudarán en otro.
Pues, ¿para qué empeñarte en ser aquello
que no habrás de ser nunca?
Tuyo es lo que eres, lo que tienes.
¿De quién lo que tendrías?
el placer del momento antepongamos
al absurdo cuidado del futuro,
cuya certeza es sólo el mal presente
con que su bien se compra.
El mañana no existe. Sólo mío
es el momento; yo soy quien existe
en este que es, quizá, el último instante
de ese que ser yo finjo.
Solo estás, no lo saben. Calla y finge.
Finge, mas sin fingir,
y nada esperes que antes, en ti, no exista.
Cada uno ya es todo consigo.
Éste es el día,
ésta es la hora, éste es el momento
en que somos, es todo.
Perenne fluye la hora interminable
que nos confiesa nulos. Un aliento
el vivir y el morir. Coge ya el día,
ese día que eres.
En nosotros, innúmeros,
viven; si pienso o siento
no sé quién piensa o siente.
Soy tan sólo el lugar
donde se siente o piensa.
Tengo más almas que una,
hay más yos que yo mismo.
Los cruzados impulsos
de lo que sí o no siento
disputan en quien soy.
Los ignoro. No dictan
a quien me sé: yo escribo.
El dios Pan no murió,
pues cada campo muestra
al sonreír de Apolo
el desnudo de Ceres
pecho; ahí veréis un día
que el inmortal, de pronto,
divino Pan retorna.
No dio muerte a los dioses
el triste dios cristiano.
Cristo es sólo un dios nuevo,
tal vez el que faltaba.
Aún Pan sigue dando
el sonar de su flauta
a los oídos de Ceres
recostada en los campos.
Son los mismos los dioses,
siempre claros y calmos,
de eternidad repletos,
despreciándonos siempre,
¿qué podrán ser mis sueños
sino obra de los dioses?
Dejadme lo Real de este momento
y mis dioses tranquilos e inmediatos
que en lo Incierto no moran
sino en campos y ríos.