Bernardo Soares

Y allá arriba, en el aire por donde los tonos bazos no recordaban ya ni dolor ni tristeza, todo se mostraba propicio para la noche y para la meditación indefinida.

Libro del desasosiego

FR 321, p. 327

NOCHE
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Todo es complejo, o soy yo el que lo soy. Pero, de cualquier modo, no importa, porque, de todos modos, nada importa. Todo esto, todas estas consideraciones extraviadas por la amplia calle, vegetan en las casas de campo de los dioses excluidos como enredaderas lejos de las paredes. Y sonrío, en la noche en que concluyo sin fin estas consideraciones sin engranaje, por la ironía vital que las hace surgir de un alma humana, huérfana, desde antes de los astros, de las grandes razones del Destino.

Libro del desasosiego

FR 338, p. 342

NOCHE
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Me oculté, como el sol en mi paisaje. No queda, de lo dicho y de lo visto, sino una noche ya cerrada, llena de brillo muerto de lagos, en una planicie sin patos salvajes, muerta, fluida, húmeda y siniestra.

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Nací, quizás, espiritualmente, en un día corto de invierno. Cayó pronto sobre mi ser la noche.

Libro del desasosiego

FR 398, p. 396

NOCHE
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Me gusta, en las tardes lentas de verano, el sosiego de la parte baja de la ciudad, y sobre todo aquel sosiego que el contraste acentúa en el momento en que el día se entrega más al bullicio.

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Yo de día soy nulo, y de noche soy yo. No hay diferencia entre yo y las calles de la parte de la Alfândega, salvo el ser ellas calles y yo ser alma, lo que puede que nada valga ante lo que es la esencia de las cosas. Hay un destino igual, porque es abstracto, para los hombres y para las cosas ―una designación igualmente indiferente en el álgebra del misterio.

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No existen para mí flores como, a la luz del sol, el variadísimo colorido de Lisboa.

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Arrojo la caja de cerillas, que está vacía, al abismo que es la calle más allá del parapeto de mi ventana alta sin balcón. Me levanto de la silla y escucho. Nítidamente, como si significara alguna cosa, la caja de cerillas vacía suena en la calle que me dice desierta. No se oye otro sonido, salvo los de toda la ciudad. Sí, los de toda la ciudad ―tantos, sin oírse, y todos verdaderos.

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Entre las vagas sombras de la luz sin apagarse del todo antes de que la tarde sea apunte de noche, me complace errar sin pensar entre lo que se ha convertido la ciudad, y camino como si nada tuviera remedio.

Libro del desasosiego

FR. 181, p. 192

CIUDAD
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Otra vida, la de la ciudad anochecida. Otra alma, la de quien contempla la noche. Sigo inseguro y alegórico, irrealmente sentidor. Soy como una historia que alguien hubiera contado, y, de tan bien contada, paseara carnal pero no mucho por este mundo novela, al principio de un capítulo: «A esa hora podía verse a un hombre caminando lentamente por la calle…»

¿Qué tengo yo que ver con la vida?

Libro del desasosiego

FR. 181, p. 192-193

CIUDAD
REALIDAD
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Los rasgos de la ciudad renacieron al descorrerse la máscara que la velaba. […] El despertar de una ciudad, sea entre la niebla o de otro modo, resulta siempre para mí una cosa más enternecedora que el rayar de la aurora sobre los campos, Renace mucho más, hay mucho más que esperar

Libro del desasosiego

FR. 201, p. 211

CIUDAD
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La mañana del campo existe; la mañana de la ciudad promete. La una hace vivir; la otra hace pensar. Y yo sentiré siempre, como los grandes malditos, que más vale pensar que vivir.

Libro del desasosiego

FR. 201, pp. 211-212

CIUDAD
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Ese lugar activo de las sensaciones, mi alma, pasea a veces conmigo conscientemente por las calles nocturnas de la ciudad, en las horas tediosas en que me siento un sueño entre sueños de otra especie, a la luz — del gas, entre el ruido transitorio de los vehículos.

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Más de una vez, al pasear lentamente por las calles vespertinas, me ha golpeado el alma, con una violencia súbita y aturdidora, la extrañísima presencia de las cosas. No son exactamente las cosas naturales las que de ese modo me afectan y las que de manera tan poderosa me producen esa sensación: son más bien las distribuciones de las calles, los letreros, las personas vestidas y charlando, los empleos, los periódicos, la inteligencia de todo eso. O, mejor, es el hecho de que existan distribuciones de calles, letreros, empleos, hombres, sociedad, todo entendiéndose y prosiguiendo y abriendo caminos.

Libro del desasosiego

FR. 254, p. 263

CIUDAD
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Y entonces abro los ojos de soñar, me acerco a la ventana y transfiero el sueño a las calles y los tejados. Y es en la contemplación distraída y profunda de los aglomerados de tejas separadas en tejados, cubriendo el contagio astral de las gentes que pasean por las calles, cuando se me desprende de verdad el alma, y no pienso, no sueño, no veo, no preciso; contemplo entonces realmente la abstracción de la Naturaleza, la diferencia entre el hombre y Dios.

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Ahora, a esta luz clara e intensa, el paisaje de la ciudad es como el de un campo de casas ―natural, extenso, combinado. Pero, incluso viendo todo esto, ¿podré olvidarme de que existo? Mi conciencia de la ciudad es, por dentro, mi conciencia de mismo.

Me acuerdo de repente de cuando era niño y veía, como hoy no puedo ver, rayar la mañana sobre la ciudad. Entonces la mañana no rayaba para mí, sino para la vida, porque entonces yo, sin ser consciente de ello, era la vida. Veía la mañana y sentía alegría; hoy veo la mañana, y siento alegría, y me quedo triste. El niño sigue aquí, pero enmudeció. Veo como veía, pero por detrás de los ojos me veo viendo; y ya sólo con esto se me oscurece el sol y el verde de los árboles me resulta viejo y las flores se marchitan antes de aparecer.

Libro del desasosiego

FR 397, p. 394

CIUDAD
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Y asomado al parapeto, disfrutando del día, sobre el volumen vario pinto del conjunto de la ciudad, sólo un pensamiento me inunda el alma ―el íntimo deseo de morir, de acabar, de no ver ninguna otra luz sobre ciudad alguna, de no pensar, de no sentir, de dejar atrás, como un papel de envolver, el curso del sol y de los días, de despojarme, como de un traje pesado, a la orilla del lecho infinito, del esfuerzo involuntario de ser.

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Se arrastra hasta mis ojos la ciudad confusa y sosegada.

Las casas se desigualan en una aglomeración retenida, y a la luz de la luna, con manchas de incertidumbre, paraliza de madreperla las oscilaciones muertas de la profusión. Hay tejados y sombras, ventanas y Edad Media. No hay de qué haber alrededores. Se asienta en lo que se ve un vislumbre de lejanía. Por encima de mi lugar de observación hay delgadas ramas de árboles, y yo tengo el sueño de la ciudad entera en mi corazón persuadido. ¡Lisboa a la luz de la luna y mi cansancio de mañana!

¡Qué noche! Plugiera a quien provocó los pormenores del mundo que no hubiera para mí mejor estado o melodía que el momento lunar destacado en que me desconozco conocido.

Ni brisa ni gente interrumpen lo que no estoy pensando. Tengo sueño igual que tengo vida. Sólo me siento en los párpados, como si hubiera algo que pesara sobre ellos. Escucho mi respiración. ¿Duermo o estoy despierto?

Libro del desasosiego

FR 480, pp. 465-466

NOCHE
MUERTE
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No supe nunca lo que sentía. Cuando me hablaban de tal o de cual emoción y la describían, siempre sentí que estaban describiendo algo de mi alma, pero después, pensándolo bien, pasé a dudarlo siempre. Lo que siento que soy, nunca sé si lo soy realmente, o si apenas creo que lo soy. Soy trozos de personajes de dramas míos.

Libro del desasosiego

«Los grandes fragmentos», «Fórmula de bien soñar», p. 496

SENSUALISMO / SENSACIÓN
REALIDAD
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Mañana también yo ―el alma que siente y piensa, el universo que soy para mismo―, mañana, sí, yo también seré el que dejó de pasar por estas calles, aquel a quien otros evocarán con un «¿Qué habrá sido de él?». Y todo cuanto hago, todo cuanto siento, todo cuanto vivo, no será más que un transeúnte de menos en la cotidianidad de las calles de una ciudad cualquiera.

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nos quedaba, como motivo de tener alma, la contemplación estética de la vida. Y así, ajenos a la solemnidad de todos los mundos indiferentes a lo divino y menospreciadores de lo humano, nos entregamos fútilmente a la sensación sin propósito, cultivada en un epicureísmo sutilizado, como conviene a nuestros nervios cerebrales.

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Ser pesimista es tomar cada cosa como algo trágico, y esa actitud es una exageración y una incomodidad.

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Para todos nosotros caerá la noche y llegará la diligencia. Gozo de la brisa que me dan y del alma que me dieron para gozarla, y no pregunta más ni busco. Si lo que dejé escrito en el libro de los viajantes puede, releído un día por otros, entretenerlos también en el tránsito, estará bien. Si no lo leen, ni se entretienen, estará bien también.

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Pasa todo eso, y nada de todo eso me dice nada, todo es ajeno a mi destino, ajeno incluso al destino mismo ―inconsciencia, círculos de superficie cuando el azar lanza piedras, ecos de voces incógnitas― la ensalada colectiva de la vida.

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Amo todo esto, tal vez porque no tenga otra cosa que amar ―o tal vez, también, porque nada hay que valga el amor de un alma, y, si tenemos que darlo por sentimiento, tanto vale darlo al pequeño aspecto de mi tintero como a la gran indiferencia de las estrellas.

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