Parece que las civilizaciones no existan sino para crear arte y literatura; lo que de ellas nos habla y lo que de ellas queda son eso, palabras.
Estoy seguro de que, en un mundo civilizado perfecto, no habría otro arte sino la prosa. […] La poesía quedaría para que los niños se aproximaran a la prosa futura; porque la poesía tiene, sin duda, algo de infantil, de mnemónico, de auxiliar e inicial.
Todo se compenetra. La lectura de los clásicos, que no hablan de ocasos, me ha hecho inteligibles muchos ocasos con todos sus colores. Hay una relación entre la competencia sintáctica, por la cual se distingue del valor del sino, de los mas y del sin embargo, y la capacidad de comprender cuándo el azul del cielo es realmente verde y qué porción de amarillo existe en el verde azul del cielo.
En el fondo se trata de una misma cosa ―la capacidad de distinguir y sutilizar.
Sin sintaxis, no existe emoción duradera. La inmortalidad es una función de los gramáticos.
El arte es un excusarse de actuar o de vivir. El arte es la expresión intelectual de la emoción, a diferencia de la vida, que es la expresión volitiva de la emoción.
La ruina de los ideales clásicos hizo de todos artistas en potencia, y por lo tanto malos artistas. Cuando el criterio del arte era la construcción sólida, la cuidadosa observación de unas reglas ―pocos podían atreverse a ser artistas, y buena parte de esos pocos son muy buenos. Pero cuando el arte pasó de ser considerado como creación a ser considerado como expresión de sentimientos, entonces cada cual pudo ya ser artista, porque sentimientos los tenemos todos.
El único arte verdadero es el de la construcción. Pero el medio moderno hace imposible la aparición de cualidades de construcción en el espíritu.
Por eso se desarrolló la ciencia. La única cosa en la que existe construcción hoy día es una máquina; el único argumento en el que hay encadenamiento es el de una demostración matemática.
El poder de crear precisa de un punto de apoyo, de la muleta de la realidad.
El arte es una ciencia…
Sufre rítmicamente.
Gasté noches de terror inclinado sobre volúmenes de místicos y de cabalistas, que nunca tenía paciencia para leer enteros si no era de manera intermitente
Me perdí por los sistemas secundarios, excitados, de la metafísica, sistemas llenos de analogías perturbadoras, de trampas para la lucidez, grandes paisajes misteriosos donde reflejos de lo sobrenatural despertaban misterios en los contornos.
Me gusta hablar. O mejor: me gusta palabrear. Las palabras son para mí cuerpos tangibles, sirenas visibles, sensualidades incorporadas. Tal vez porque la sensualidad real carece para mí de cualquier interés ―ni siquiera mental o de ensoñación―, se me transmutó el deseo en aquello que en mí crea ritmos verbales, o los oye de los otros. Me estremezco si hablan bien.
El arte consiste en hacer sentir a los otros aquello que nosotros sentimos, en liberarlos de ellos mismos, proponiéndoles nuestra personalidad como forma especial de liberación.
Haber leído ya los Pickwick Papers es una de las grandes tragedias de mi vida. (No puedo volver a releerlos.)
El arte nos libera ilusoriamente de la sordidez de ser. Mientras sentimos los males y las injurias de Hamlet, príncipe de Dinamarca, no sentimos los nuestros ―viles por ser nuestros y viles por ser viles.
El amor, el sueño, las drogas y sustancias intoxicantes, son formas elementales del arte, o mejor, de producir sus mismos efectos. Pero amor, sueño y drogas tienen cada uno de ellos su desilusión. El amor harta o desengaña. Del sueño se despierta, y, mientras se durmió, no se vivió. Las drogas se pagan con la ruina del mismo físico al que sirvieron de estimulante. Pero en el arte no hay desilusión porque la ilusión se presupuso ya desde el principio.
Esto me sirve de consuelo en esta oficina reducida, cuyas ventanas mal lavadas dan a una calle sin alegría. Me sirve de consuelo, y en ello tengo por hermanos a los creadores de la conciencia del mundo ―el dramaturgo desordenado William Shakespeare, el maestro de escuela John Milton, el gandul Dante Alighieri —e incluso, si se me permite la cita, el Jesucristo aquel que no llegó a nada en el mundo, hasta el punto de que los historiadores dudan de su existencia. Los otros son de otra especie ―el consejero de estado Johann Wolfgang von Goethe, el senador Víctor Hugo, el jefe Lenin, el jefe Mussolini
La mayoría de los hombres vive con espontaneidad una vida ficticia y ajena. La mayoría de las personas son otras personas, dijo Oscar Wilde, y qué razón tenía.
Amo algunos poetas líricos porque no fueron ni poetas épicos ni dramáticos, porque tuvieron la justa intuición de no querer nunca más realización que la de un instante de sueño o de sentimiento. Lo que puede escribirse de manera inconsciente ―esa es la exacta medida de la perfección posible. Ningún drama de Shakespeare satisface tanto como un poema lírico de Heine.
Si existiera en el arte el mester de perfeccionador, yo tendría en la vida una función…
Tener la obra hecha por otro, y trabajar sólo en perfeccionarla… Así, tal vez, se hizo la Ilíada…
¡Sólo no necesitar el esfuerzo de la creación primitiva!
¡Cómo envidio a los que escriben novelas, a los que las empiezan, y las van componiendo, y las acaban! Sé imaginarlas, capítulo a capítulo, a veces con las frases del diálogo y las que están entre el diálogo, pero no sabría trasladar al papel esos sueños de escritura
No rebajarse nunca a dar conferencias, para que no se crea que tenemos opiniones, o que nos rebajamos hasta el público para hablar con él. Si quiere, que nos lea.
Además, el conferenciante se asemeja a un actor ―criatura que el buen artista desprecia, merodeador del Arte.
Si el hombre sintiera de verdad, no habría civilización. El arte sirve de fuga hacia la sensibilidad que la acción tuvo que olvidar. El arte es la Cenicienta que se quedó en casa porque así tenía que ser.
Ya que no podemos conseguir belleza de la vida, busquemos al menos conseguir belleza de no poder conseguir belleza de la vida. Hagamos de nuestro fracaso una victoria, algo positivo y el pie, con columnas, majestad y aquiescencia espiritual.
Perder el tiempo conlleva una estética. Hay, para los sutiles en las sensaciones, un formulario de la inercia que incluye recetas para todas las formas de lucidez. La estrategia con que se lucha con la noción de las convenciones sociales, con los impulsos de los instintos y con las solicitaciones del sentimiento exige un estudio que un simple esteta cualquiera no soportaría realizar. A una exacta etiología de los escrúpulos debe seguir una diagnosis irónica de las servidumbres que exige la normalidad. Hay que cultivar también la agilidad contra las intrusiones de la vida; un cuidado — debe acorazarnos contra el hecho de sentir las opiniones ajenas, y una blanda indiferencia encamarnos el alma contra los golpes sordos de la coexistencia con los otros.
La acción es una enfermedad del pensamiento, un cáncer de la imaginación. Actuar es exiliarse. Toda acción es incompleta e imperfecta. El poema que sueño no tiene fallos salvo cuando intento realizarlo.
¡Cuánto más hermosa la Gioconda si no pudiéramos contemplarla! ¡Y si quien la robara la quemara, qué gran artista sería, cuánto más artista que el que la pintó!
¿Por qué es hermoso el arte? Porque es inútil ¿Por qué es fea la vida? Porque toda ella es fines, intenciones y propósitos. Todos sus caminos son para ir de un punto a otro.