NOCHE
La noche, real o metafórica (como trasunto de la muerte), tiene una sugestiva presencia en la obra de Pessoa que, a menudo, aparece como un insomne o un vigía, alguien que lee, que escribe, que recuerda, que vela, cuando la oscuridad se cierne. Los siguientes fragmentos giran en torno a lo nocturno y los sentimientos que ello propicia.
Descontento de todos y descontento de mí, bien quisiera rescatarme y enorgullecerme un poco en el silencio y la soledad de la noche. Almas de los que he amado, almas de aquellos a los que he cantado, fortalecedme, sostenedme, alejad de mí la mentira y los vapores corruptores del mundo; ¡y tú, Señor y Dios mío, concédeme la gracia de producir algunos bellos versos que me prueben a mí mismo que no soy el último de los hombres, que no soy inferior a los que desprecio!
Charles Baudelaire (1821-1867), El spleen de París (1869)
A la hora violeta, cuando los ojos y la espalda
se alzan del escritorio, cuando el motor humano
aguarda como un taxi en espera palpitante,
yo, Tiresias, aunque ciego, palpitando entre dos vidas,
anciano con arrugados pechos de mujer, veo
a la hora violeta, la hora de la tarde que anhela
volver hacia el hogar, y trae a casa al marinero desde el mar
T. S. Eliot (1888-1965), La tierra baldía (1922)
Mas yo me pongo triste como una puesta de sol
va entristeciendo nuestra imaginación,
cuando se enfría al fondo la llanura
y se siente la noche, que atraviesa
como una mariposa la ventana.
Poesía I. Los poemas de Alberto Caeiro 1
«El guardador de rebaños», I, vss. 9-13, p. 31
NOCHE
y después, cerrada la ventana, el candil encendido,
sin leer nada, ni pensar en nada, ni dormir,
sentir correr la vida a mi través como un río en su lecho,
y afuera un gran silencio, igual que un dios que duerme.
Poesía I. Los poemas de Alberto Caeiro 1
«El guardador de rebaños», XLIX, vss. 10-13, p. 155
NOCHE
La noche no anochece a través de mis ojos.
Es mi idea de noche lo que a través de mis ojos anochece.
Más allá de que piense y de que haya cualquier pensamiento,
anochece la noche de manera concreta,
Poesía II. Los poemas de Alberto Caeiro 2
«Poemas inconjuntos», vss. 21-24, p. 61
NOCHE
¡Oh civilizaciones alcanzando la encrucijada nocturna
de la cual han quitado el punto de apoyo
Poesía III. Los poemas de Álvaro de Campos 1
«Oda marcial», vss. 42-43, pp. 239-241
NOCHE
¡Vario tropel de razas enemigas que chocan
más profundamente que sus ejércitos y que sus escuadras,
aún más realmente que hombre a hombre, nación contra nación…
Hay clarines de horror trémulo y frío en la noche profunda…
Pero, ¿y qué más?… ¿Tambores más allá del misterio del mundo?
¿Tambores, sí, de qué… dormís tumbados, minúsculos
[redobles sobre qué?
Pasa en la noche un solo paso lúgubre de un ejército enorme…Pasan clarines súbitos ya más cerca en la Noche…
¡Hombre de manos atadas, conducido entre centinelas!,
¿a dónde, por qué camino, junto a quién?
Poesía III. Los poemas de Álvaro de Campos 1
«Oda marcial», vss. 60-69, p. 241
NOCHE
noche donde me olvido de mí,
recordando!...
Poesía IV. Los poemas de Álvaro de Campos 2
«El paso de las horas», vss. 575-576, p. 103
NOCHE
¡Y de este miedo, esta angustia, este peligro propio de ultraser,
no se puede huir, no se puede huir, no se puede!
Cárcel del Ser, ¿no hay liberación de ti?
Cárcel de pensar, ¿no hay liberación de ti?
¡Ah, no, no hay ninguna –ni tampoco muerte, ni vida, ni Dios!
Nosotros, los gemelos del Destino, existimos en ambos.
Nosotros, gemelos de todos los Dioses, de toda su especie,
siendo el mismo abismo y la misma sombra,
porque seamos sombra, o seamos luz, siempre se trata de la
[misma noche.
Tu ser es como la fría
luz de antes de madrugada,
que es ya un ir a haber el día
albeando confusa nada.
En el valle una hoguera está luciendo.
Una danza va el mundo sacudiendo.
Sombras disformes, sombras descompuestas
en negros claros por el valle van.
Súbitamente suben por las cuestas,
yendo a perderse en la oscuridad.
¿De quién la danza que la noche aterra?
Son los Titanes, hijos de la Tierra.
Danzan la muerte de ese marinero
que ceñir quiso el materno bulto
–de entre todos los hombres el primero–,
en la lejana playa al fin sepulto.
Señor, vino la noche, el alma es vil.
¡Tanta fue la tormenta y la esperanza!
Nos restan hoy, en el silencio hostil,
el mar universal y la nostalgia.
Y ese misterio que en la noche alienta...
Pero de pronto, donde el viento zumba,
vivo farol de Dios, el rayo incendia,
y entre la oscuridad el mar retumba.
Y allá arriba, en el aire por donde los tonos bazos no recordaban ya ni dolor ni tristeza, todo se mostraba propicio para la noche y para la meditación indefinida.
Todo es complejo, o soy yo el que lo soy. Pero, de cualquier modo, no importa, porque, de todos modos, nada importa. Todo esto, todas estas consideraciones extraviadas por la amplia calle, vegetan en las casas de campo de los dioses excluidos como enredaderas lejos de las paredes. Y sonrío, en la noche en que concluyo sin fin estas consideraciones sin engranaje, por la ironía vital que las hace surgir de un alma humana, huérfana, desde antes de los astros, de las grandes razones del Destino.
Me oculté, como el sol en mi paisaje. No queda, de lo dicho y de lo visto, sino una noche ya cerrada, llena de brillo muerto de lagos, en una planicie sin patos salvajes, muerta, fluida, húmeda y siniestra.
Brilla muy adentro en la soledad nocturna un candelero anónimo por detrás de la ventana. Todo lo demás en la ciudad que contemplo está oscuro, salvo donde algunos débiles reflejos de luz de las calles ascienden vagamente y hacen que aquí y allá se cierna una luz de luna inversa, muy pálida. En la negrura de la noche, el propio caserío apenas destaca, entre sí, sus diversos colores, o tonos de colores; sólo vagas diferencias, se diría que abstractas, irregularizan el abigarrado conjunto.
Un hilo invisible me liga al anónimo propietario del candelero. No es la común circunstancia de que ambos estemos despiertos: no existe en eso una reciprocidad posible, pues, estando yo a la ventana entre tinieblas, él nunca podría verme. Es otra cosa, mía sólo, que tiene que ver con la sensación de aislamiento, que participa de la noche y del silencio, que escoge aquel candelero como punto de apoyo porque es el único punto de apoyo que hay. Parece que por estar él encendido la noche es tan oscura. Parece que es por estar yo despierto, soñando en las tinieblas, por lo que él sigue alumbrando.
Se arrastra hasta mis ojos la ciudad confusa y sosegada.
Las casas se desigualan en una aglomeración retenida, y a la luz de la luna, con manchas de incertidumbre, paraliza de madreperla las oscilaciones muertas de la profusión. Hay tejados y sombras, ventanas y Edad Media. No hay de qué haber alrededores. Se asienta en lo que se ve un vislumbre de lejanía. Por encima de mi lugar de observación hay delgadas ramas de árboles, y yo tengo el sueño de la ciudad entera en mi corazón persuadido. ¡Lisboa a la luz de la luna y mi cansancio de mañana!
¡Qué noche! Plugiera a quien provocó los pormenores del mundo que no hubiera para mí mejor estado o melodía que el momento lunar destacado en que me desconozco conocido.
Ni brisa ni gente interrumpen lo que no estoy pensando. Tengo sueño igual que tengo vida. Sólo me siento en los párpados, como si hubiera algo que pesara sobre ellos. Escucho mi respiración. ¿Duermo o estoy despierto?
Mañana también yo ―el alma que siente y piensa, el universo que soy para mí mismo―, mañana, sí, yo también seré el que dejó de pasar por estas calles, aquel a quien otros evocarán con un «¿Qué habrá sido de él?». Y todo cuanto hago, todo cuanto siento, todo cuanto vivo, no será más que un transeúnte de menos en la cotidianidad de las calles de una ciudad cualquiera.
Para todos nosotros caerá la noche y llegará la diligencia. Gozo de la brisa que me dan y del alma que me dieron para gozarla, y no pregunta más ni busco. Si lo que dejé escrito en el libro de los viajantes puede, releído un día por otros, entretenerlos también en el tránsito, estará bien. Si no lo leen, ni se entretienen, estará bien también.
Después de una mala noche, la gente no suele soportarnos. El sueño huido se llevó consigo alguna cosa que nos hacía humanos.
Otra vida, la de la ciudad anochecida. Otra alma, la de quien contempla la noche. Sigo inseguro y alegórico, irrealmente sentidor. Soy como una historia que alguien hubiera contado, y, de tan bien contada, paseara carnal pero no mucho por este mundo novela, al principio de un capítulo: «A esa hora podía verse a un hombre caminando lentamente por la calle…»
¿Qué tengo yo que ver con la vida?
Y así voy, siguiendo el rastro de mí mismo, hasta que caiga la noche y un poco de caricia de ser diferente ondule, como una brisa, en el comienzo de mi inconsciencia de mí mismo.
¡El tiempo! ¡El pasado! Ahí en algún sitio, una voz, una canción, un perfume ocasional, levantó en mi alma el telón de boca de mis recuerdos… ¡Lo que fui y nunca más seré! ¡Lo que tuve y nunca más tendré! ¡Los muertos! Los muertos que me amaron en mi infancia. Cuando los evoco, toda el alma se me enfría y yo me siento desterrado de corazones, solo en la noche de mí mismo, llorando como un mendigo el silencio cerrado de todas las puertas.
Ese lugar activo de las sensaciones, mi alma, pasea a veces conmigo conscientemente por las calles nocturnas de la ciudad, en las horas tediosas en que me siento un sueño entre sueños de otra especie, a la luz — del gas, entre el ruido transitorio de los vehículos.
…la solemne tristeza que vive en todas las cosas grandes ―lo mismo en las cumbres que en las grandes vidas, en las noches profundas que en los poemas eternos.