Una idea sólo se torna un Dios cuando es devuelta a la concreción. Pasa entonces a ser una fuerza de la Naturaleza. Esto es un Dios. Si esto es una realidad o no, no lo sé. Personalmente, creo en la existencia de los dioses; creo en su número infinito, en la posibilidad de que el hombre ascienda a dios.
El creador de civilización es una fuerza de la Naturaleza; es por tanto un dios o un semidiós.
«Prefacio de R. Reis: [A los poemas de Alberto Caeiro]», pp. 95-96
LECTURAS / ESTÉTICAREALIDAD
¿Hay reglas, sin embargo, dentro de las cuales esa idea o sensación tiene básicamente que ser expresada? Sin duda que las hay, y son las reglas fundamentales del arte. Son tres:
1. Todo arte es creación, y está por tanto subordinado al principio fundamental de toda creación: crear un todo objetivo, para lo cual es necesario crear un todo parecido a los todos que hay en la Naturaleza; esto es, un todo en el que haya la armonía necesaria entre el todo y las partes componentes, no armonía artificial y exterior, sino armonía interna y orgánica. Un poema es un animal, dijo Aristóteles; y así es. Un poema es un ente vivo. Sólo un ocultista, claro, puede comprender el sentido de esta expresión y no es permisible quizá explicarla muy detalladamente, o más de lo nada que ya se ha dicho.
2. Todo arte es expresión de algún fenómeno psíquico. El arte, por tanto, consiste en la adecuación, tan exacta como quepa en la competencia artística del autor, de la expresión a la cosa que quiere expresar. De donde se deduce que todos los estilos son admisibles y que no hay estilo simple o complejo, ni estilo extraño o vulgar. Hay ideas vulgares e ideas elevadas, hay sensaciones simples y sensaciones complejas; y hay criaturas que sólo tienen ideas vulgares y criaturas que muchas veces tienen ideas elevadas. Según la idea, así el estilo y la expresión. No hay para el arte criterio exterior. El fin del arte no es ser comprensible, porque el arte no es propaganda política o inmoral.
3. El arte no tiene para el artista fin social. Tiene, sí, un destino social, pero el artista nunca sabe cuál es porque la Naturaleza lo oculta en el laberinto de sus designios. Lo explico mejor. El artista debe escribir, pintar, esculpir sin mirar otra cosa que lo que escribe, pinta o esculpe. Debe esculpir sin mirar fuera de sí. Por eso el arte no debe ser premeditadamente moral ni inmoral. Ambas [cosas] implican que el artista se rebajó hasta preocuparse de la gente. Tan inferior es en este punto un predicador católico como un tiste Wilde o D’Annunzio, siempre con la preocupación de irritar a la platea. Irritar es un modo de agradar. Todas las criaturas a las que les gustan las mujeres saben esto, y yo también lo sé.
El arte tiene, sin embargo, un resultado social, pero relacionado con la Naturaleza y no con el poeta o pintor. La Naturaleza produce un artista determinado para un fin que ese mismo artista desconoce, por la simple razón de que él no es la Naturaleza. Cuanto más quiera darle un fin a su arte, más se aparta del verdadero fin de dicho arte ―que él no sabe cuál es, pero que la Naturaleza escondió dentro de él, en el misterio de su personalidad espontánea, de su inspiración instintiva. Todo artista que da a su arte un fin extrartístico es un infame. Es, además, un degenerado en el peor de los sentidos que la palabra no tiene. Es, además de esto y por esto, un antisocial. La manera de que el artista colabore útilmente en la vida de la sociedad a la que pertenece es que no colabore. Así le ordenó la Naturaleza que hiciese cuando lo creó artista, y no político o comerciante.
Así, cada uno de nosotros ha nacido enfermo de toda esta complejidad. En cada alma giran los volantes de todas las fábricas del mundo, por cada alma pasan todos los trenes del globo, todas las grandes avenidas de todas las grandes ciudades acaban en cada una de nuestras almas. Todos los asuntos sociales, todas las perturbaciones políticas, por poco que nos preocupemos de ellas, entran en nuestro organismo psíquico, en el aire que respiramos psíquicamente, pasan a nuestra sangre espiritual, pasan a ser, inquietamente, nuestras como cualquier cosa que sea nuestra.
¿Qué arte debe corresponder a este estado de civilización?
Vimos ya que el papel del arte es el de, al mismo tiempo, interpretar y oponerse a la realidad social contemporánea.
El sensacionismo afirma, primero, el principio de la supremacía de la sensación ―que la sensación es la única realidad para nosotros.
Preguntando cuál es el fin del arte, el sensacionismo verifica que no puede ser ni la organización de las sensaciones del exterior, porque ése es el fin de la ciencia, ni la organización de las sensaciones procedentes del interior, porque este es el fin de la filosofía; pero sí, por lo tanto, puede ser la organización de las sensaciones de lo abstracto.
Así, el arte tiene por asunto no la realidad (por lo demás, no hay realidad, sino solamente sensaciones artificialmente coordinadas), no la emoción (por lo demás, no hay propiamente emoción, sino solamente sensaciones de la emoción), sino la abstracción. No la abstracción pura, que genera la metafísica, sino la abstracción creadora, la abstracción en movimiento. Mientras que la filosofía es estática, el arte es dinámico; es precisamente ésta la única diferencia entre el arte y la filosofía.
Por concreción abstracta de la emoción entiendo que la emoción, para resaltar, tiene que ser dada como realidad, pero no realidad concreta, sino realidad abstracta. Por eso no considero artes la pintura, la escultura y la arquitectura, que pretende concretar la emoción en lo concreto. Hay sólo tres artes: la metafísica (que es un arte), la literatura y la música.
No existe nada, ninguna realidad, excepto las sensaciones. […]
El Sensacionismo pretende, consciente de esta auténtica realidad, realizar en arte la descomposición de la realidad en sus elementos psíquicos geométricos.
El fin del arte es sencillamente incrementar la autoconciencia humana.
«Sensacionismo», «12. Los “Sensacionistas” portugueses», p. 125
LECTURAS / ESTÉTICAREALIDAD
Los Sensacionistas son, antes que nada, decadentes. Son los descendientes directos de los movimientos decadentes y simbolistas. Reivindican y pregonan la «absoluta indiferencia por la humanidad, la religión, la patria».
Por eso no admito que fuera de la literatura haya realmente arte; considero las otras artes como representativas de un nivel humano inferior al actual, pero las considero imperecederas, porque siempre habrá gente que se satisfaga más con estas subartes que con el esencialmente aristocrático y difícil arte literario. Para la plebe de la sensibilidad existen las artes vitales: la danza, el canto y la representación teatral. Para la burguesía de la sensibilidad existen las artes como la pintura, la escultura, la arquitectura y, un poco menos e intermedia, la música. Para la aristocracia de la sensibilidad existe solamente un arte: la literatura, resumen de todas, que las trasciende a través de la idea.
«Sensacionismo», «13. [Esbozo de una respuesta a un cuestionario literario organizado por Eurico de Seabra, el 31 de abril de 1916], p. 126
LECTURAS / ESTÉTICA
Tomamos del simbolismo francés nuestra actitud fundamental de atención excesiva a nuestras sensaciones, y por tanto nuestra frecuente relación con el tedio, la apatía, con la renuncia ante las cosas más simples y sanas de la vida. […]
Ahora las diferencias. Rechazamos por completo, excepto ocasionalmente por razones puramente estéticas, la actitud religiosa de los simbolistas. […] Además de esto, rechazamos y abominamos la incapacidad simbolista para el esfuerzo prolongado, su ineptitud para escribir largos poemas y su viciada «construcción». […]
En cuanto a las influencias recibidas del movimiento moderno que comprende el cubismo y el futurismo, se deben más a las sugerencias que nos llegaron de ellos que a la substancia de sus obras propiamente dichas.
Hemos intelectualizado sus procesos. La descomposición del modelo que realizan (porque hemos sido influidos, no por su literatura ―si es que tienen algo que se parezca a literatura―, sino por sus cuadros), la hemos llevado hacia lo que creemos que es la esfera propia de esa descomposición ―no las cosas, sino nuestra sensación de las cosas.
«Sensacionismo», «15. [Carta a un editor inglés], pp. 129-131
LECTURAS / ESTÉTICA
De la sensibilidad, de la personalidad definida que ella determina, nace el arte por medio de lo que se llama la inspiración: el secreto de que nadie habló, el sésamo pronunciado por azar, el eco en nosotros del encantamiento distante.
La sola sensibilidad, sin embargo, no genera el arte; es tan sólo su condición, como el deseo lo es del propósito. Es preciso que a lo que aporta la sensibilidad se junte lo que el entendimiento le niega. Así se establece un equilibrio; y el equilibrio es el fundamento de la vida. El arte es la expresión de un equilibrio entre la subjetividad de la emoción y la objetividad del entendimiento, y como subjetiva y objetivo, se interponen, y por eso, conjugándose se equilibran.
Tiene el arte para nacer que ser de un individuo; para no morir, que parecer extraño a él.
[El gran arte] Constantemente nos señala nuestra imperfección: ya porque, pareciéndonos perfecto, se opone a lo que tenemos de imperfectos; ya porque, no siendo tampoco perfecto, es la mayor señal de la imperfección que somos.
Por eso los griegos, padres humanos del arte, eran un pueblo infantil y triste. Y el arte no es acaso, en su forma suprema, más que la infancia triste de un dios futuro, la desolación humana de la inmortalidad presentida.
Naturalmente, Fernando Pessoa piensa que como la metafísica no llega, ni puede aparentemente llegar, a ninguna conclusión verificable, no es una ciencia. Olvida que lo que define una actividad es su fin; y el fin de la metafísica es idéntico al de la ciencia ―conocer hechos― y no al del arte ―transformar hechos.
La metafísica puede ser una actividad científica, pero también puede ser una actividad artística. Como actividad científica, aunque sea virtual, procura conocer; como actividad artística, procura sentir. El campo de la metafísica es lo abstracto y lo absoluto. Ahora bien, lo abstracto y lo absoluto pueden ser sentidos, y no sólo pensados, por la simple razón de que todo puede ser y es sentido.
Llamo estética aristotélica a la que pretende que el fin del arte es la belleza o, por decir mejor, la producción en los otros de la misma impresión que la que nace de la contemplación o sensación de las cosas bellas. Para el arte clásico ―y sus derivados: el romántico, el decadente y otros tales― la belleza es el fin; divergen sólo los caminos hacia ese fin […] Creo poder formular una estética basada no en la idea de belleza, sino en la de fuerza, tomando, está claro, la palabra fuerza en su sentido abstracto y científico, pues, si fuese en el vulgar, se trataría, en cierto modo, sólo de una forma disfrazada de belleza.
El arte para mí es, como toda actividad, un indicio de fuerza o energía; pero como el arte es producido por entes vivos y es, por tanto, un producto de la vida, las formas de la fuerza que se manifiestan en el arte son las formas de la fuerza que se manifiestan en la vida. Ahora bien, la fuerza vital es doble, de integración y de desintegración ―anabolismo y catabolismo como dicen los fisiólogos―. Sin la coexistencia y equilibrio de estas dos fuerzas no hay vida, pues la pura integración es la ausencia de la vida y la pura desintegración es la muerte.
«Apuntes para una estética no aristotélica», p. 254
LECTURAS / ESTÉTICAMUERTE
Ahora bien, el arte, como está hecho porque es sentido y para ser sentido ―sin lo cual sería ciencia o propaganda― se basa en la sensibilidad. La sensibilidad es, pues, la vida del arte.
Como en política y religión sucede en arte. Hay un arte que domina captando, otro que domina subyugando. El primero es el arte según Aristóteles, el segundo es el arte según lo entiendo y defiendo. El primero se basa naturalmente en la idea de belleza, porque se basa en lo que agrada; se basa en la inteligencia, porque se basa en lo que, por ser general, es comprensible y por eso agradable; se basa en la unidad artificial, construida e inorgánica, y por tanto visible, como la de una máquina, y por eso apreciable y agradable. La segunda se basa naturalmente en la idea de fuerza¸ porque se basa en lo que subyuga; se basa en la sensibilidad, porque la sensibilidad es particular y personal, y dominamos con aquello que en nosotros es particular y personal, porque, si no fuese así, dominar sería perder la personalidad o, en otras palabras, ser dominado; y se basa en la unidad espontánea y orgánica, natural, que puede ser o no ser sentida, pero nunca ser vista o visible porque no está allí para ser vista.
«Apuntes para una estética no aristotélica», Sobre literatura y arte, pp. 257-258
LECTURAS / ESTÉTICAAsí el arte de los griegos también es grande según mi criterio, y lo es sobre todo según mi criterio. La belleza, la armonía, la proporción no eran para los griegos conceptos de su inteligencia, sino disposiciones íntimas de su sensibilidad. Por eso eran un pueblo de estetas, buscando, exigiendo la belleza todos¸ en todo, siempre. Por eso emitieron con tal violencia su sensibilidad sobre el mundo futuro que aún vivimos súbditos de la opresión de esa sensibilidad. Nuestra sensibilidad, sin embargo, es ya tan diferente ―de trabajada que ha sido por tantas y tan prolongadas fuerzas sociales― que ya no podemos recibir esa emisión con la sensibilidad, sino sólo con la inteligencia. Ha consumado este desastre estético nuestro la circunstancia de que hemos recibido en general esa emisión de la sensibilidad griega a través de los romanos y los franceses.
«Apuntes para una estética no aristotélica», pp. 258-259
LECTURAS / ESTÉTICALa mayoría, si no la totalidad, de los llamados realistas, naturalistas, simbolistas, futuristas son simples simuladores, no diré que sin talento, pero sí que, sólo algunos, con el talento de la simulación. Lo que escriben, pintan o esculpen puede tener interés, pero es el interés de los acrósticos, de los dibujos a un solo trazo y otras cosas semejantes. Siempre que no se le llame «arte», está bien.
«Apuntes para una estética no aristotélica», pp. 259-260
LECTURAS / ESTÉTICA
El valor esencial del arte consiste en que es el indicio del tránsito del hombre en el mundo, el resumen de su experiencia emotiva de él […]
El arte y no la historia es el maestro de la vida.
A cada concepto de la vida corresponde no sólo una metafísica, sino también una moral. Lo que el metafísico no hace porque es falso y el moralista no lo hace porque es malo, no lo hace el esteta porque es feo.
«II. Arte y estética», 3, Sobre literatura y arte, p. 271
LECTURAS / ESTÉTICAEl romanticismo es en el fondo una confesión de debilidad. Lejos de haber sido una renovación del arte, fue una incapacidad de renovarlo. ¿Se habían agotado las fórmulas clásicas? No se habían agotado las fórmulas clásicas, lo que se había agotado era la inspiración dentro de ellas. Para encontrar una nueva inspiración hizo falta saltar fuera de las reglas. Por eso he dicho que el romanticismo ―pues es una incapacidad para trabajar dentro de límites― es una incapacidad de renovación artística.
«II. Arte y estética», «8. A. Mora», Sobre literatura y arte, p. 278
LECTURAS / ESTÉTICASi reparamos en cuáles son las cosas esenciales de la poesía, nos convenceremos fácilmente de que son cosas que no es preciso tocar para reformar el arte. Una es la construcción, otra es la Weltanschauung.
El artista debe expresar no sólo lo que es de todos los hombres, sino también lo que es de todos los tiempos. El subjetivismo cristista produjo, además del error personalista, ese otro error, la preocupación de interpretar la época. Es magistral la tantas veces citada frase de Goethe sobre el asunto; en efecto, un hombre de genio sólo por sus defectos es de su época. Nuestra época nos sustrae a la humanidad.
«II. Arte y estética», «9. Regreso de los dioses: estética», pp. 279-280
LECTURAS / ESTÉTICA